Veneno bendito
Estaba destinado a ser un buen pianista pero, sobre todo, un gran cantante de ópera, tenor, para ser más concreto. Así lo habían decidido su padre, músico militar y director de teatro y de óperas y su madre, una consumada cantante.
Pero al joven Carl María Von Weber también le atraía otra faceta musical de la que no había precedentes en la familia: la composición. Y una afición a modo de pasatiempo: los grabados en litografía.
Weber había nacido en la localidad alemana de Eutin en 1786. En el seno familiar comenzaron sus primeras lecciones musicales. Niño prodigio, a los doce años ya demostraba en el escenario sus dotes como pianista. Esta virtud hizo que acompañara a su padre cada vez que salía de gira por Alemania para montar algún espectáculo operístico.
En Salzburgo tomó clases con el maestro Michael Haydn, hermano de Joseph y toda su vocación comenzó a encaminarse hacia la composición, algo que no era del agrado de sus padres, que le consideraban un virtuoso del piano y su preciosa voz le prometía un futuro muy satisfactorio sobre los escenarios, interpretando a los grandes personajes, tanto de la ópera italiana como de la germana.
En 1804, con tan sólo 18 años, fue nombrado maestro de capilla de la ciudad polaca de Breslavia, en la baja Silesia. Y hasta allí se trasladó con todos sus bártulos, acompañado del padre, que seguía muy de cerca los progresos de su hijo. En el pequeño apartamento que ambos compartían, el joven Carl Maria comenzó a escribir una ópera, que llevaría por título Rubezahl, un personaje mítico que habita en las montañas polacas y que ha sido fuente de numerosos cuentos y leyendas.
Weber tenía un amigo, el clarinetista Friedrich Berner, a quien había conocido en Breslavia y a quien había prometido un asiento en la orquesta que estrenaría su ópera prima.
Una noche, Berner se acercó hasta el apartamento de Weber para ensayar unos acordes que estaban escritos en la partitura de Rubezahl. A abrir la puerta, se encontró al joven compositor agonizando en el suelo, no podía hablar. Aterrado, pidió auxilio entre los vecinos. Carl María había ingerido un ácido tóxico, utilizado para la limpieza de las planchas de litografía, que estaba dentro de una botella. El padre, por olvido, había dejado el brebaje encima de la mesa y el compositor lo confundió con una botella de vino. Sólo le dio tiempo a echar el primer trago. La boca, el paladar y la tráquea quedaron seriamente dañados. Tardó varios meses en recuperar el habla y su timbre de voz ya nunca volvió a ser el mismo. Adiós a los proyectos operísticos, adiós a la voz de tenor que su madre le auguraba. Adiós a sus ilusiones puestas sobre un escenario. Pero, no hay mal que por bien no venga. El accidente dio paso a un trabajo frenético como compositor: música para piano, concierto para clarinete, fagot, flauta… Y, sobre todo, óperas. Las más conocidas, El cazador furtivo y Oberón.
Weber sentía especial admiración por las óperas de Mozart, con quien estaba emparentado. La esposa del compositor salzburgués, Constanza, era prima hermana de Carl María. Nunca le llegó a conocer, pero consideraba su producción operística sublime, en especial La flauta mágica. Intentó imitar la obra de Mozart, dándole un aire germánico que fue muy bien acogido en los teatros de la época. Además, su particular visión de los montajes escénicos que acompañaban a sus composiciones y los personajes que creaba llamaron la atención y sirvieron de inspiración a grandes maestros de la ópera, en especial, Richard Wagner quien llegó a afirmar que Weber era “el músico alemán más alemán de todos los alemanes”.
Se perdió un tenor en ciernes, tal vez, pero el mundo de la música ganó un compositor que representa lo más granado del romanticismo germano. Y todo por culpa de un mal vaso de vino. Él no bebió vino amargo por culpa de una mujer, como dice la copla española, sino por el despiste de un padre que no se sabe si se perdonó alguna vez el cambio de rumbo que experimentó su hijo en el viaje hacia la inmortalidad.
Gabriel Sánchez
Obertura de la ópera de Carl Maria von Weber Der Freischütz (El cazador furtuivo) en la Liederhalle de Stuttgart (2019), con la orquesta sinfónica de la SWR dirigida por Christoph Eschenbach: