Everett reescribe en ‘James’ el ‘Huckleberry’ de Twain
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
James, la última novela de Percival Everett, era, según las casas de apuestas, la favorita para llevarse el prestigioso premio Booker de este año, que se falló la semana pasada y que finalmente ganó la británica Samantha Harvey con Orbital. La novela de Everett, que además de escritor es filósofo y profesor distinguido de inglés en la Universidad de California del Sur, está seleccionada como finalista para el “National Book Award”, que se decide el próximo miércoles. Estos antecedentes, y lo que nos enseña James sobre política, historia y, llamémosle, teoría literaria, nos ha animado a encabezar con esta novela nuestro particular resumen de suplementos de esta semana.
Es muy posible que la actualidad política estadounidense haya sido una de las causas que hicieran de James una favorita al Booker viene a decir José Ovejero en su reseña de Babelia, pues se observa una “continuidad entre el mundo que narra Percival Everett y el actual, entre las violencias pasadas y las presentes”. De hecho, algunas expresiones de Trump deshumanizando a inmigrantes y afroamericanos, y sus llamamientos “a la violencia contra ellos, podrían figurar tal cual en esta novela”. Everett ya venía denunciando esa violencia en novelas anteriores, por ejemplo en Cancelado, donde cuenta la historia de un autor afroamericano (como lo es él) que escribe novelas de calidad y un lenguaje sofisticado, al que inducen sus editores a cambiar de registro y escriba novelas “de negros”, hablando de los problemas de su raza, y con un lenguaje de negros. Como venganza escribe bajo seudónimo una novela en la que echa mano de todos los estereotipos del género, convirtiéndola en un gran un éxito. En James, el autor, escribe Ovejero, regresa con “a aquellas exigencias, al tiempo que las ridiculiza”.
Everett, admirador de Mark Twain, reescribe a su manera Las aventuras de Huckleberry Finn, la novela de la que, según dijo Hemingway, provenía toda la literatura americana moderna, y a cuyo protagonista, Huck, T.S. Eliot consideraba una de las figuras simbólicas permanentes de la ficción, “digna de ocupar un lugar al lado de Ulises, Fausto, Don Quijote, Don Juan, Hamlet y otros descubrimientos que el hombre ha hecho de sí mismo”. Pues bien, en la novela de Everett Huck ya no será el narrador protagonista, papel que asumirá su acompañante, el negro Jim, y por tanto solo asistiremos a las escenas en las que éste está presente, por lo que dejan de ser las aventuras de Huck, para convertirse en las del esclavo que decide huir al enterarse de que su dueña lo va a vender, separándolo de su esposa y de su hija, para intentar llegar a Illinois, donde está abolida la esclavitud, para ganar el dinero que le permita rescatar a su familia. Ovejero titula su reseña “El esclavo Jim roba la pluma a Mark Twain”, excelente resumen, y revelador sobre las intenciones del autor. Al cambiar el narrador se cambia la perspectiva, y si en la novela de Twain “veíamos el mundo a través de los ojos y de la experiencia de un adolescente blanco, en la de Everett es un esclavo negro quien refleja su experiencia de la realidad bestialmente racista de Hannibal, Misuri, y, por extensión, de los Estados esclavistas sureños”. Esto nos enseña que “definir el punto de vista equivale a hacerse con el poder; conquistar la voz narrativa también. Eso lo tiene claro Everett: Mark Twain, por crítico que fuese con el racismo, no podía evitar contar como un hombre blanco”.
Twain no lo hubiera hecho
Abundando en este punto, el suplemento Abril publicó hace dos números una entrevista con Percival Everett. Le preguntaban al autor sobre cómo escribiría hoy Mark Twain esas aventuras y si hubiera escrito esta novela sería más como James, a lo que Everett respondía que habría sido muy diferente a ésta teniendo en cuenta la cultura de Twain: “no hubiera sido capaz de escribir un libro desde el punto de vista de James. Si lo hubiera intentado, seguro sería una historia de gran empatía y seriedad, pese a su naturaleza irónica, pero no sería capaz de ponerse en la piel y la voz de un esclavo”. Y es que para Everett es esencial tener la experiencia de sentirte oprimido por la nación en la que vives, algo que Twain no sintió. “Hay un privilegio inherente a la condición de los blancos que yo no puedo experimentar y por tanto no podría habitar plenamente la personalidad de quien sí lo tiene. Creo que Twain podría desde luego haberlo intentado, y nadie podría reprochárselo, pero hay aspectos de su experiencia cultural norteamericana que simplemente no cuadran con este personaje. No es una cuestión de autenticidad, sino de experiencia y relato de la verdad”.
Rivas y Spencer. Nuevas novelas, distintas críticas
Después de leer numerosas reseñas, uno va comprendiendo que hay críticas aparentemente positivas que no lo son tanto, y otras que, de tan buenas, hacen que te preguntes cómo es posible que no hayas leído nada de ese autor/a. Veamos algunos ejemplos de la semana.
“Detrás del cielo es una de las mejores novelas de Rivas. La autonomía de la historia evita su afición al sermón y a la moralina propagandista sin que ello mengüe la fuerza del alegato social”. Son palabras del crítico Santos Sanz Villanueva, en la reseña de la novela del escritor gallego Manuel Rivas en El Cultural.
La novela parte de la batida que un grupo de amigos emprende para acabar con un peligroso jabalí al que llaman “El Solitario”, una situación que permite al autor relatar, en diversas peripecias, las desavenencias entre los presuntos amigos y su implicación en graves tropelías y actos delictivos. Los cuenta un personaje “muy peculiar y atractivo”, Dombo, el más joven de la cuadrilla: “Su observación de los hechos funciona como si se tratase de un investigador que esparce conjeturas. Su actitud entre cómplice y hostil proporciona al relato un alto grado de veracidad”, escribe el crítico, que anota como un acierto de Rivas la elección de este sujeto, cuyo desconcierto moral es espejo donde se refleja el alma podrida de sus camaradas. Además de aportar “la seducción de un relato tradicional, una cervantina mesa de trucos y cuentos orales. La oralidad y la condición imaginaria del lugar de los hechos, Tras do Ceo, de donde sale el alusivo título del libro, sugiere una atractiva intemporalidad de la historia”.
Pero no del todo es así, pues relata actos muy actuales. Se van conociendo una serie de hechos tremendos perpetrados por los cazadores que muestran un implacable testimonio de lo peor de nuestro tiempo: “Los cazadores cargan en su mochila toda clase de atropellos: violencia asesina, secuestro, explotación, tráfico prostibulario, abuso sangrante de la mujer, machismo, trama mafiosa, degradación de la naturaleza, especulación inmobiliaria…”
Demasiadas malas conductas a juicio del crítico, que “determina el flanco más débil de la novela, la insuficiente caracterización psicológica de los personajes, más modelo de actitudes que individuos plenos”. A pesar de la brutalidad de los hechos que se relatan, hay también momentos de humor, ironías y ocurrencias que trufan la crónica y evitan una oscura historia de naturalismo tremendista. También una niña, “llamada no por azar Abril, encarna alguna esperanza en el futuro y en nuestra especie”, concluye la reseña.
Despertar de los muertos
Scott Spencer era uno de esos escritores de culto, o escritor de escritores, “leído pero poco apreciado” hasta que con su tercera novela consiguió el “tres en raya: `triunfal best seller’, adorado por la crítica y considerado clásico instantáneo”. Así presenta Rodrigo Fresán, en Abc Cultural, al escritor norteamericano en la reseña de la novela Despertar de los muertos, escrita en 1986, que llega ahora a las librerías españolas. Aquella tercera novela triunfal se titulaba Amor sin fin, “una de las investigaciones más ardientes y feroces del amor/sexo juvenil”, escribe Fresán. Y a continuación se pregunta: “¿Cómo seguir después de eso?” Pues dando continuidad a la anterior, pero ésta en una versión para adultos de ese mismo sentimiento fundiéndolo con un muy logrado ‘thriller’ político y añadiendo a la mezcla un romanticismo cuasi-gótico con novia cadáver a cuya inolvidable memoria se persigue y se quiere alcanzar y recuperar con pasión alucinada.
El enamorado en esta ocasión, leemos en la reseña, es un treintañero experto maniobrero ‘Made in Harvard’ en el mundo de la política, listo para entrar al Congreso como joven promesa de Partido Demócrata. Tiene como pareja a Juliet Beck, la sobrina de su mentor político. Pero el problema es que Fielding “no deja de lamentar la muerte de su primer amor: Sarah Williams, consciencia moral en un paisaje despiadado, chica politizada y radical-utópica quien tuvo (junto a disidentes exiliados chilenos) la más terrible y explosiva y `famosa´ de las muertes y ha devenido en icónica mártir por la causa”. Cierta duda existencial se le va convirtiendo en una enloquecida obsesión que le lleva a preguntarse si será posible que la idealista, y por él idealizada fantasmal Sarah, no esté muerta, sino algo así como enterrada viva. La novela busca y encuentra la respuesta a esa pregunta “hasta alcanzar el éxtasis del lector”, escribe Fresán, que no escatima elogios para culminar la reseña: “En conversación con Spencer, Lorrie Moore confesó que Despertar a los muertos tiene para ella uno de los mejores finales en la historia de la literatura norteamericana. No se equivoca: pero también tiene uno de los mejores comienzos y uno de los mejores durantes”. Leída la crítica, ¡cómo para perderse un comienzo así, ese final y hasta el durante!
Cuando el crítico es el tiempo
Por el contrario, poca presentación necesita a estas alturas Joseph Roth, el escritor austrohúngaro nacido a finales del siglo XIX en Brody, Ucrania, y fallecido en París con tan solo 44 años, en 1939. De sus cuentos se ha dicho que “dibujan el rostro de su época”, una expresión que utilizó él mismo para describir sus artículos de prensa; el rostro de “un mundo de ayer”, podríamos añadir aquí parafraseando a Stefan Zweig, su entrañable amigo, quien calificó su muerte como un acto de “autocremación”, al fallecer Roth después de pasarse una noche bebiendo en la soledad de su habitación después de romper varios días de abstinencia.
En El Cultural, Rafael Narbona da cuenta de la publicación por Páginas de Espuma de las 19 narraciones que escribió Roth. Se incluyen cuentos inéditos en castellano y tres apéndices: una carta donde Roth expone su concepto del periodismo, un colorido reportaje sobre un viaje por Galitzia y una nota sobre el suicidio de un inválido de guerra, si bien, La leyenda del santo bebedor es la pieza más notable del conjunto. En esta narración Roth nos refiere la historia de Andreas Kartak –escribe Narbona– “un vagabundo al que un desconocido entrega 200 francos para que los deposite en la iglesia de Sainte-Marie des Batignolles, donde hay una capilla con una estatuilla de Teresita de Lisieux. Andreas se compromete a cumplir el encargo, pero no logra sustraerse a las distracciones que surgen a su paso: alcohol, mujeres, un timador”. Y así va transcurriendo la historia, con el dinero apareciendo y desapareciendo de su cartera, sugiriendo que “la providencia interviene para ayudarle a cumplir su promesa”. Apunta Narbona que “los cuentos de Roth no están escritos desde la fe, pero desprenden una resonancia bíblica”, al ver en sus personajes “criaturas desdichadas con la inocencia de esos espíritus sencillos exaltados por las bienaventuranzas. No hay un ápice de maldad en su voluntad, pero el mundo contamina sus buenas intenciones y acaba escupiéndolos a los márgenes de la historia”.
Berta Ares Yáñez, experta en la obra de Roth, considera, no obstante, que “si algo define al personaje de Andreas Kartak es su desorientación, que lo conduce al nihilismo existencial”, más cercano a su presente que a lo mítico: “el relato no se sitúa fuera del tiempo histórico, como es propio de lo mítico; al contrario, sabemos que la acción se desarrolla en 1934, cerca del umbral del horror que significaría la Segunda Guerra Mundial”. Un mundo amenazado y agonizante en estado de colapso moral, que el escritor veía sucumbir bajo la violencia totalitarista y ante el que supo vaticinar la tragedia, abogando por el rescate de una conciencia espiritual —muy a contracorriente— en Europa. Volviendo sobre la reseña de Narbona, nos pone sobre aviso de lo inevitable de pensar que los personajes de Roth son autorretratos; “alcohólico, sablista y desgraciado, su mujer se volvió loca y fue recluida en un sanatorio”. Al comentar el fin de Kartak, Roth escribe: “¡Qué Dios nos dé a todos los bebedores una muerte tan rápida y hermosa!”. Será por esa exclamación que Roth pasó a la posteridad como un gran escritor y como “un santo bebedor”.
E. Huilson
Percival, Twain, Rivas, Spencer ( novedad en España escrita en 1986), Josep Roth…dos criticos y una experta: Berta…
En fin…