Tragedia y drama. Valencia y EEUU. Leer como refugio
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIO
Este resumen de suplementos culturales con sus correspondientes reseñas de libros que publicamos los lunes viene determinado esta semana, ineludiblemente, por la tragedia provocada por la “dana” que asoló pueblos de Valencia y Castilla-La Mancha. Desde más lejos, aunque no tanto como pareciera, el drama lo sentimos mientras sobrevuela EEUU, donde mañana se vota y cuyo resultado será determinante para este espacio político nuestro que hemos dado en llamar Occidente. En la portada de Abril encontramos una frase de la escritora Eileen Miles que de algún modo concuerda con la necesidad de refugio que sentimos cuando el miedo se hace presente: “los autores son hospitales para soñadores”. Desde otras perspectiva, pero también ligado a lo anterior, nos encontramos en Babelia una crónica en la que se habla de libros que animan a la esperanza “en tiempos de incertidumbre”. Y, por último, nos fijaremos en dos testimonios sobre la pérdida de seres queridos. Si estas lecturas tienen o no lo efectos sanadores lo decidirá cada lector. En todo caso son una opción para ponernos a resguardo en tiempos hostiles.
A resguardo es precisamente el título de la última novela de David Leavitt que llega ahora a España, una ficción para la que se inspiró en la victoria electoral de Donald Trump en 2017 y la angustia que provocó en los sectores más progresistas de la sociedad estadounidense, y que viene a ser una especie de “sátira de los grupos liberales neoyorquinos”, un “a resguardo” irónico.
Por el resumen que hace de la novela Rafael Narbona en El Cultural conocemos que la historia va de un matrimonio que vive en Manhattan, con segunda residencia en Connecticut. Él, Bruce, asesora a grandes fortunas, y produce buenos rendimientos económicos. Ella, Eva, no trabaja. Es la anfitriona ideal, apasionada por la decoración de interiores, que fabula con asesinar a Trump, “pero su incompetencia en ese terreno le hace buscar una alternativa menos cruenta (…) Durante un viaje a Venecia, descubre un apartamento con vistas al Gran Canal y un jardín decadente. Eva piensa que ese apartamento será́ un buen lugar para alejarse de la atmosfera venenosa creada por Trump y, en el peor de los casos, exiliarse, como hicieron sus padres, judíos polacos que emigraron a los Estados Unidos para huir de Hitler”. A los personajes principales se suman una periodista que escribe para una revista de decoración, un decorador homosexual y unos editores independientes. Explica Narbona del apartamento en Venecia que “no es un capricho, sino la posibilidad de encerrarse en una burbuja de belleza y seguridad”. También que los liberales neoyorquinos son más vulnerables que los republicanos, pues carecen de certezas. Y que Trump ha conectado con la América profunda que cree en el ideal de autosuficiencia. Uf…
Pero no es lo que parece
“¿Quieres decir, entonces, que todas las novelas que aspiran a hacer el bien son por definición malas?”, pregunta un personaje, en una de esas conversaciones de tocador que David Leavitt eleva a pequeños fragmentos de una guerra cultural que sigue dando titulares en los telediarios, y que define las preocupaciones morales de A resguardo. Porque durante muchas páginas, nos advierte por su parte Sergi Sánchez en Abril, se tiene la impresión de que la sátira de Leavitt “quiere buscar su legitimidad literaria plantando la semilla de la maldad, repartiendo bofetadas contra la intelligentsia del Partido Demócrata que se pone hipertensa cuando oye el nombre de Donald Trump. Pero no teman: hay trampa. Esta es una buena novela que quiere hacer el bien, o al menos celebra a las buenas personas”, defiende Sergi Sánchez.
Rodrigo Fresán también reseña, en Abc Cultural, la novela de Leavitt, una crítica de la que deducimos que no le ha gustado demasiado la novela, en la que señala influencias destacadas (Edith Wharton o Henry James), pero señalando que el efecto es un tanto ligero cuando se espera algo más feroz: “A resguardo no es una gran novela (ni quiere serlo) pero sí ofrece el refugio de un divertimento a lo grande, cortesía de lo que alguna vez Fitzgerald definió como “careless people” o personas desconsideradas: snobs encantados de conocerse y de reconocerse entre ellos. No es poco. Pero sí es lo justo y, a su manera, justiciero”. Fresán dixit, y no seremos nosotros quienes le llevemos la contraria, puesto que aún no nos hemos puesto A resguardo. (No nos resistimos a un mal chiste).
Encajar las ausencias y seguir viviendo
Bajo este título reseña Mey Zamora en Cultura/s los libros Las fracturas doradas, de Paloma Díaz-Mas, y Toda la belleza del mundo, del estadounidense Patrick Bringley. La historia que se narra en este último es la del propio autor, que perdió a su hermano a causa de un cáncer. Tenía Bringley en aquel entonces veinticinco años y “un puesto prometedor en The New Yorker”, que abandonó para alejarse del mundo. Lo cambió por un puesto de vigilante de sala en el Museo Metropolitano de Nueva York: “Solicité el empleo más sencillo que se me ocurrió en el sitio más bello que conocía”, afirma en su libro. En la década que trabajó allí, cuenta Mey en la reseña, el duelo por su hermano le llevará al silencio, a largas jornadas de pie, a la contemplación y a descubrir en las obras conexiones con lo vivido: la familia compartiendo comida rápida en torno a la cama del hermano con Los cosechadores de Pieter Bruegel; el sufrimiento con el cuadro Crucifixión de Fra Angelico; “o el entorno íntimo de aquel espacio `con una grandeza y santidad propias’ como en un cuadro de Vermeer”. Antes de regresar “al mundanal ruido de Manhattan, ya casado y con dos hijos”, en la última jornada de trabajo recorrerá las galerías del museo y su relato, concluye Mey en su reseña, “brinda uno de los momentos más emotivos de este precioso libro, lleno de amor al arte, al hermano fallecido y a las cosas sencillas”.
El otro libro, Las fracturas doradas, recoge el testimonio de la académica de la RAE Paloma Díaz-Mas sobre la muerte repentina de su hermano durante la pasada pandemia mientras Madrid estaba colapsada por la tormenta de nieve. Junto a otra hermana, descubierto ya el cadáver, “el rastreo de signos, la especulación y el rescate de recuerdos acuden a la mente para explicar la tristeza por la muerte inesperada”. Afirma la autora que escribir este texto le ha servido “para procesar el duelo”. Dicho texto, escribe Santos Sanz Villanueva en su reseña para El Cultural, “tiene un inevitable espesor elegíaco, pero también apunta al futuro truncado, a lo que pudo ser y no fue por el carácter contingente de nuestra naturaleza”. No obstante, hay una intención de transcender lo circunstancial, por dolorosa que fuese la muerte del hermano, y una intensa voluntad formal. “Para ello” –escribe el crítico– “inserta en el libro un cuento oriental que alecciona sobre cómo, con el tiempo, todo acaba quebrándose, todo se rompe y se deteriora”. A final, este obituario deviene en una literatura “cordial que exige suspender el racionalismo (…) dejarse llevar por el fluido emocional que parte del alma, la mente o el arcano lugar donde residen los sentimientos…”
No desesperar o cómo combatir la incertidumbre
Escribe el filósofo Manuel Cruz en Babelia que si la palabra-fetiche de la pasada década fue “populismo”, la de la presente parece estar siendo, con escaso margen de error, “incertidumbre”. Comienza así una crónica basada en distintos ensayos más o menos recientes cuyo mensaje vendría a ser (y así titula): “Contra la desesperación en tiempos de incertidumbre”.
Aunque no duda Cruz de que hay serios motivos para que la palabra en cuestión ocupe ese simbólico lugar de privilegio, apuesta por analizar, “aunque sea de manera sucinta, los efectos que la hegemonía de dicha palabra está teniendo sobre el imaginario colectivo actual”. Y lo primero a tener en cuenta es que incertidumbre significa que no sabemos con seguridad a qué atenernos, no que estemos condenados a que pase necesariamente lo peor, lo que “implica la existencia de un espacio para actuar y, matiz sustancial, la posibilidad de que nuestra acción incida en la evolución de los acontecimientos”. Y esto para Cruz es lo fundamental, pues el desconocimiento de qué va a suceder (o cómo, o cuándo) constituye el espacio imaginario en el que habita la esperanza y, en consecuencia, dibuja el perímetro del territorio para la acción, por lo que “podría afirmarse que la incertidumbre es el ámbito de la apertura al cambio, la condición de posibilidad para el obrar humano transformador”.
La introducción de la esperanza “de ninguna manera debe interpretarse en el sentido de que estén dando por descontado el final feliz del advenimiento de un futuro ilusionante (…) Al contrario, en nuestros días la esperanza, más que constituir ningún tipo de anticipo consolador, lo que hace es expresar, a contraluz, la urgencia por escapar de un presente insoportable”.
La esperanza tiene, por tanto, sentido si activa el compromiso, pues como escribió John Berger en Modos de ver “la esperanza no es garantía para el mañana, sino un detonador de energía para la acción de hoy”, pues, como apunta Byung-Chul Han: “Sólo en la esperanza de un mundo distinto y mejor despierta un potencial revolucionario”, porque “es necesario un cambio social radical —una revolución— para civilizar nuestras civilizaciones” (Žižek). En resumen, la esperanza que hoy necesitamos es una tarea, un quehacer, un empeño, no una pasiva espera del porvenir.
(Para leer más sobre el tema: La tonalidad del pensamiento y El espíritu de la esperanza de Byung-Chul Han; Esperanza en tiempos de desesperanza de John Holloway; El pasado no cabe en la historia de Sergio Rojas y Demasiado tarde para despertar de Slavoj Žižek)
Startnone, el escritor de Nápoles, se sienta frente al mar
Es posible que al escritor italiano Domenico Starnone se le conozca en nuestro país, más que por sus novelas, por las informaciones que apuntan a que es uno de los “sospechosos” de estar detrás de la misteriosa superventas Elena Ferrante. Dejaremos de un lado la incógnita de si lo es o no para centrarnos en las dos novelas que llegan ahora a España: El viejo en el mar y Via Gemito. Reseña ambas en el suplemento Abril Anna María Iglesia, y hace al final de su crítica una interesante recomendación: “La publicación de estas dos novelas de Starnone es una magnífica noticia, pero háganme caso y comiencen por Via Gemito, pues solo así entrarán por la puerta grande en el universo literario de este escritor de Nápoles”.
Ordenemos así, entonces, el resumen de las reseñas. Via Gemito es la calle donde vivió su infancia Starnone, y “una reconstrucción de la sociedad italiana de los 40 a los 60, que el autor lleva a cabo, por un lado, recorriendo la Nápoles de aquellos años y, por el otro, observando, desde una doble mirada, la del niño que fue y la del escritor que es ahora, a los adultos que le rodean”. Entre estos adultos está su padre, un hombre que creció durante el fascismo y que ha asumido de manera incuestionable su rol de páter familias. Es a él, cuenta Jordi Corominas en El Cultural, al padre, a quien el autor cede el protagonismo, “un pintor arquetípico del pudo ser y no fue al tener muchos dones, por desgracia mal aprovechados en lo que al arte se refiere”. El libro cumple con ciertos requisitos de la no ficción, con un narrador en primera persona. Es fascinante en Via Gemito, explica Corominas, el paso del tiempo pero para el lector: “Han transcurrido 23 años de su publicación y hoy en día lo leemos con ojos de todos los inputs normativos que consumimos a diario. Es bestia iniciar la novela con un padre que dice no haber pegado nunca a su madre, una mentira gigantesca que la mentalidad de 2024 asocia con la violencia de género, cuando el retrato escrito del pintor napolitano no es poderoso desde la hipótesis de una denuncia social, sino por toda la variedad y riqueza de sus matices”. En El viejo en el mar (sí, una alusión al famoso texto de Ernest Hemingway, referencia que no se detiene ahí, puesto que los protagonistas de ambas obras se enfrentan a su pasado, a la asunción de la vejez y, por tanto, del deterioro). En su reseña, Iglesia cuenta que el protagonista, Nicola, algo se asemeja al personaje de Muerte en Venecia, Aschenbach: “sin represión de los impulsos, observa con admiración y cierta obsesión a la joven Lu; ella no solo le recuerda a su madre, de la que apenas conserva nada, sino que también le remite a su relación con las mujeres en el pasado, a un tiempo que fue y del que apenas queda nada”. También Corominas alude a la referencias: “Uno se imagina sin muchas dificultades un señor a lo Aschenbach que observa a los demás. La diferencia, además de épocas y dimensiones autorales, estriba en que el italiano opta por una composición donde el viejo en el mar se prueba a sí mismo, rejuveneciéndose por una mezcla de orgullo y afronta al resto de veraneantes”. Y ambos críticos coinciden también en que, si bien El viejo en el mar es anecdótico en comparación con Vía Gemito (su novela más laureada), la unión de ambos títulos permite entender el tono y las características de toda una obra. Una oportunidad.
E. Huilson