Semanario Cultural

Feria del libro, de la industria editorial y… de las vanidades

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.

Desde el viernes pasado, y hasta el 11 de junio, el Parque del Retiro de Madrid acoge una nueva edición de la Feria del Libro, la número 82, que cuenta este año con 385 casetas que dan albergue a 424 expositores. Como muchas de estas casetas son compartidas, bien por editoriales, bien por librerías, en el caso de la oferta editorial se acerca a los 1.000 sellos; y a 113 en el caso de las librerías. Se prevén unos 5.000 actos de firma de libros. Y como no podía ser de otro modo, los suplementos culturales se ocuparon el fin de semana del acontecimiento, y lo hicieron desde distintos enfoques que trataremos de resumir y así ofrecerles una visión, “desde dentro”, de esta cita anual a través de testimonios y artículos que nos han parecido reveladores. 

Lola Larumbe (Infobae)

En ABRIL, cinco mujeres con distintas ocupaciones en el mundo de la cultura y el libro conversan sobre diferentes aspectos relacionados con la feria, “momento culmen del año”, según Ofelia Grande, editora de Siruela, “en el que te das cuenta de que tu trabajo llega a la gente. Como editora, no tengo un contacto diario con los lectores y es maravilloso estar en la caseta y escucharlos”. Lola Larumbe, directora de la librería Alberti, comparte el entusiasmo: “Es una feria maravillosa, aparte de las dificultades, de las deficiencias, es la sensación de estar en un sitio único, especial y haciendo algo que encuentras el sentido, porque la gente lo aprecia y lo reconoce”. Aunque también estresante, pues “en una librería tienes que duplicarte, porque no cierras, las novedades siguen llegando, cosa increíble, con lo cual es muy complicado, porque es el sumatorio de la feria, con su horario particular, más el de la librería. Es como si abres una sucursal, pero a tope desde el primer momento”. Y especialmente eso ocurre los fines de semana que es cuando acude más público. Larumbe se pregunta por qué los autores firman solo los fines de semana, cuando la feria dura 17 días, y se lamenta por ello: “Cada año lo planteamos, pero las editoriales quieren que sus autores vengan viernes, sábados y domingos”. ¡Ah, las editoriales!

El riesgo de la firma de libros: ¡evitar a Ana Obregón!

Acudir a las ferias, firmar libros a los lectores, algo que puede ser tan gratificante o convertirse en un suplicio, es una de las obligaciones del escritor, a la que no todos se prestan, mientras otros lo hacen a regañadientes. La escritora Pilar Adón, en el mencionado reportaje, explica que hay escritores que no van “porque entienden que estás metido en una caseta y pareces un mono… Esa espera muchas veces no es agradable. Mi postura está en el extremo opuesto. Ante todo, somos lectores. Cuando estaba empezando a escribir, para mí la feria era el sitio en el que yo quería estar, la aspiración máxima”. Claro que te puede tocar la china de firmar al lado de un influencer “y ves que él tiene 300 y tú no…” 

Blanca Navarro (Galaxia Gutemberg)

Blanca Navarro, experta en comunicación editorial, precisa que su trabajo habitual no solo es acompañar a los autores: “En comunicación pasamos por todo: hablar con los editores, con los autores, con los distribuidores, con los libreros, con los periodistas… Mi trabajo también es ver qué influencer va a firmar…”. La autora del reportaje, Inés Martín Rodrigo, le advierte de que este año va Ana Obregón a firmar, pero eso ya lo ha previsto y tenido muy en cuenta Navarro: “Lo sé. Una de las cosas que miro todos los días es ver dónde firma, porque no quiero que ningún autor que llevo yo firme a la vez que Ana Obregón o cualquier otro influencer, porque, si no, no merece la pena”.

Este fenómeno de fans acudiendo a ver a sus ídolos en la feria es controvertido. Ofelia Grande considera que, si se ordena y se organiza bien, puede ser positivo que lleguen a la feria “400 niñas a las que no se les habría ocurrido pasarse por allí, es una forma de que lleguen a la lectura”. No es tan optimista Adón, puesto que no cree que eso les inicie en la lectura: “Es como si llevas a un grupo de reguetón al Teatro Real pensando que luego la gente que va a ir a verlos va a escuchar Tosca o La Traviata. No va a suceder (…) el precio a pagar por esa masificación es excesivo. Ha llegado a tener que intervenir la policía… ¿Y hasta qué punto esos libros son libros y no merchandising?” Y Blanca Navarro añade otro dato a tener en cuenta: “¿eso a quién beneficia? Porque normalmente no compran allí el libro, van con él desde casa, colapsan la feria, impiden que los lectores lleguen a otros autores que hacen literatura de verdad…” 

“Y las novedades siguen llegando…”

Ofelia Grande (F. Jorge Aparicio)
Ofelia Grande (F. Jorge Aparicio)

Lo apuntaba Larumbe, “es inabarcable para todos”. Y Ofelia Grande como editora que es, le responde que “es lo mismo que nos pasa a los editores con los autores, con los manuscritos que llegan”. Hay más o menos acuerdo en que se publican demasiados libros al año, una pesadilla, por cierto, para los libreros. “¿Y cómo se para eso?”, les pregunta Rodrigo, a lo que Grande responde que se puede hacer “con el eterno compromiso, incumplido por parte de todos, que es el de publicar menos. Pero es que no es fácil, porque desde el punto de vista empresarial necesitas cubrir unos números de facturación anuales para sobrevivir. Y Larumbe pone el foco de la responsabilidad en los dos grandes grupos que operan en el país: “Lo que tensa son los grupos, el encontronazo de Random House con Planeta, que están en una permanente pelea por ocupar, ocupar, ocupar y no ceder ni un centímetro. Eso irradia a todo lo demás”.

En un artículo aparte, también en ABRIL, Rigoberta Cabello, comentando la reciente adquisición de Roca por parte de Penguin Random House, incide en ese punto: “Es indudable que el sector está polarizado entre dos grandes transatlánticos –el ya mencionado grupo y Planeta– que navegan a una velocidad muy superior a la que el resto de editoriales pueden asumir. Y eso tiene consecuencias que, como siempre, sufren los pequeños y medianos sellos. Penguin y Planeta se disputan cada centímetro de las mesas de novedades de las librerías y grandes superficies, ya de por sí atestadas de títulos, como si fuera una pelea en un ring de boxeo. La batalla entre ambos es cada vez más agresiva y eso no sólo se percibe en el baile de autores de uno a otro grupo a golpe de talonario, sino también en las pugnas por escritores que, tradicionalmente, han pertenecido a otras editoriales que nada tienen que ver con ese enfrentamiento”. 

Recomienda, que siempre algo se vende

La Feria del Libro de Madrid anima mucho las páginas publicitarias de los suplementos literarios. A cambio, estos devuelven el favor al mundo editorial ampliando sus páginas de recomendaciones, con listas (como en Navidad) de los libros más destacados por géneros o subgéneros, y hasta inclasificables productos con forma de libro; para ello siguen la docta opinión de sus críticos y periodistas. Así lo hacen para la ocasión ABC CULTURAL y EL CULTURAL, mientras que BABELIA ha optado por dar voz a distintos libreros de España. Como excepción, CULTURA/S, el suplemento de La Vanguardia, no se ocupa de la Feria en su último número, resacoso aún de su Sant Jordi, imaginamos.

Carlos Pardo (F: María Jesús Garcés)

Llegados a este punto de colisión de editoriales entre sí, editoriales y libreros, y escritores que pasan de una cuadra a otra (entiéndase como metáfora de “sello”), me acordé de la librera de mi barrio, que no se puede permitir abrir caseta en la Feria, leyendo el artículo en BABELIA de Carlos Pardo, el crítico que fue “cocinero antes que fraile”, donde comenta que la gente tiene idealizado el trabajo de librero: “Piensan que los libreros se pasan el día leyendo (e incluso que han leído todos los libros que recomiendan). Una vez una señora me dijo: `Qué suerte, una persona tan joven como tú, y aquí leyendo todo el día´. A mí me gustó el elogio porque entonces estaba a punto de cumplir 40 años, pero aquella simpática lectora se sintió estafada cuando le comenté que, por lo común, un librero no tiene tiempo de leer: pide novedades, coloca novedades, devuelve novedades (…); aclarémoslo: un librero es más parecido a un psicopompo, aquel que ayuda a cruzar a las almas de este mundo hasta el reino de los muertos; en este caso el de las devoluciones a las distribuidoras. El librero conoce la exacta temporalidad de un libro. La brevedad de la fama. Es a la vez un entusiasta y un descreído”.

En su artículo, Pardo también se acuerda de los escritores y se atreve a proponer, de modo irónico y “por el bien de la literatura”, que se les financie unas prácticas de librero: “Solemos pensar que los escritores de la Feria son aquellos que convocan largas colas. Pero a veces, escritor es aquel que coloca las pilas de esos libros que otro, quizá un ratón de felpa, firmará. Sí, algunos de los escritores más brillantes que he conocido han trabajado durante muchos años en la Feria, como de incógnito (…) Si a todos nos obligaran a ser libreros, cuántos libros de autoayuda nos ahorraríamos. Es un oficio que protege cierta salud mental en un mundo que, por lo demás, propicia nuestra falta de autoestima, la envidia y la soberbia”.

Un mercado de escritores, editores, libreros y lectores

Ignacio Echevarría

En EL CULTURAL, donde cada semana publica artículo, el crítico y editor Ignacio Echevarría trae a colacion las distintas acepciones para el sustantivo “Feria”: “mercado de mayor importancia que el común, en paraje público y días señalados”; “paraje público en el que están expuestos los animales, géneros o cosas para su venta”; “conjunto de instalaciones recreativas, como carruseles, circos, casetas de tiro al blanco, etc., y de puestos de venta de dulces y chucherías que, con ocasión de determinadas fiestas, se amontonan en las poblaciones”; “instalación donde se exponen los productos de un solo ramo industrial o comercial, como libros, muebles, juguetes, etc., para su promoción y venta”. De estas acepciones se deduce, según Echevarría, que quizá esté sobrando tanta fraseología empeñada en encuadrar todo esto en el marco de la cultura, ya no digamos la literatura: “Ocurre justamente al revés: es la literatura, o más ampliamente la cultura la que, con ocasión de la Feria del Libro, se encuadra en el ámbito en el que se juega, si no su supervivencia, sí al menos su visibilidad y su eventual bonanza: el mercado. (…) Por mucho que se trate de libros, la literatura es aquí una invitada más”. ¿El invitado más importante? Decidan ustedes.

Dos libros y un lamento

Como es imposible citar tanta recomendación, en el Patio nos sumaremos a la feria con dos breves citas a dos libros que nos han atraído de inmediato (y sin recibir publicidad): La figura del mundo, de Juan Villoro, y Libre, de Lea Ypi.

Juan Villoro

Del primero, un libro que Villoro ha dedica a la figura de su padre, escribe Nadal Suau en EL CULTURAL, que es un libro que conmueve, “sí, pero sin olvidar ni por un momento que la literatura no es efluvio emotivo ni una terapia abierta al público en gesto narcisista, sino imaginación inteligente que reorganiza lo que hay de universal en lo particular (y a salvo de solemnidades pedantes, tampoco olvida que la inteligencia sabe temblar de ternura)”. El padre de Villoro fue filósofo de profesión y un personaje público en la vida político-cultural mexicana, comprometido con ideas de la izquierda, y admirador en su momento del zapatista subcomandante Marcos. Y a la vez contradictorio, como recuerda Villoro, “contradicciones que valieron la pena de ser vividas”. De eso va este ensayo-memoria-narración, como lo define Suau, “en saber como se concilian convicción, consciencia, carácter y reconocimiento del Otro.”

Lea Ypi

En LA LECTURA, Marta Rebón escribe que, en Libre, que se mueve entre la novela de formación y unas memorias, Lea Ypi “nos enfrenta a la libertad, o a la falta de ella, en todas sus facetas, a partir tanto de su experiencia personal en una de las dictaduras más nefastas e ignoradas de Europa (Albania) como de su desempeño profesional en la city londinense, epicentro del capitalismo financiero. No para igualarlos ni confrontarlos, sino para revelar sus debilidades intrínsecas en un intento de `luchar contra el cinismo y la apatía política´.” Y es que el libro, como explica su autora, trata de dar respuesta a la pregunta de qué es la libertad y cómo diferenciar entre libertad como ideal y libertad como ideología y propaganda. Ypi, actualmente profesora de la London School of Economics, especializada en teoría marxista y nacionalismo en los Balcanes, cree que el liberalismo y el socialismo comparten una idea solapada de la libertad.

Juan Marsé

Y el lamento final tiene que ver con el legado del escritor Juan Marsé, para el que su hija Berta no ha encontrado aún un futuro estable. En ABRIL habla con ella Juan Cruz y visita el despacho, “intacto desde que muriera, hace ya casi tres años”, con Elena Hevia, donde observa carpetas, libros de notas, dibujos, cartas, fotografías… en el mismo estado en que los dejó el autor de Ultimas tardes con Teresa. “No es la primera vez que el legado de un gran escritor pasa por un incierto destino”, escribe el director del suplemento, Álex Sàlmon. “Las instituciones españolas son algo lentas en estos casos. No es cuestión de hablar de ello al poco tiempo de una marcha luctuosa, pero existen tiempos prudentes. Los responsables culturales del país deberían ser más proactivos. Sobre todo, en el Ministerio de Cultura. Y no solo con los escritores que puedan representar un espacio ideológico cercano en cada momento, sino con todos los que de forma amplia y académica tengan un interés para la Historia”.

La gran pregunta de Berta Marsé es muy clara: “¿Qué hago yo con todo esto? El valor es incalculable. Se precisa lugar, especialistas que se zambullan en todos sus legajos y, por lo tanto, un presupuesto…”. A quien corresponda que tome nota, pedimos desde este modesto Patio. 

                                                                                                            E. Huilson

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