La cabeza de Haydn (y III)
La cabeza de Haydn, cuando estaba sobre los hombros y no dando tumbos de la mano en mano, como la falsa moneda, estaba tan bien amueblada que era capaz de producir extraordinarias obras, sobre todo sinfónicas, que son obligado repertorio, a día de hoy, de las orquestas más prestigiosas de todo el mundo. Sería imposible resumir en pocas líneas en valor de cada una de las partituras. Habrá que escoger y centrarse en una sola obra, tal vez la más original. Queda a decir de los críticos si está dentro del ranking de las mejores: la Sinfonía número 45 o también llamada Sinfonía de los Adioses.
Joseph Haydn tenía un gran sentido del humor, al que acompañaba una personalidad sobria, elegante, educada y honesta. Era poco amigo de las alabanzas y reconocía a los músicos que le superaban. En una ocasión llegó a decirle a Leopoldo Mozart, el padre del niño prodigio, a quien había enseñado el arte de la música: «Por Dios le digo que su hijo es el más grande compositor que ha existido en todos los tiempos”. El piropo se lo podía haber callado, pues iba dirigido a su discípulo. Pero no le dolieron prendas a la hora de reconocer la verdad y ver cómo el alumno superaba día a día al maestro. Eso es honestidad.
Haydn trabajaba para los Esterházy, familia de cuna húngara, cuya cabeza la ostentaba el príncipe Nikolaus. Gustaba a este noble pasar largas temporadas en el palacio de Eszterháza, en territorio magiar. Hasta allí acudía la orquesta, con el maestro compositor a la cabeza, para deleitar a los miembros de la familia húngara cada vez que su presencia era requerida. Pasaban cortas temporadas organizando conciertos y otro tipo de actividades lúdicas. Nikolaus tenía prohibido a sus sirvientes y a los músicos viajar con sus familias hasta su residencia favorita, pues acarreaban gastos que no estaba dispuesto a sufragar.
En 1772 la estancia de la orquesta se prolongó en Eszterháza más tiempo del que estaba previsto. Interpretaciones, recepciones, visitas, invitados, más recepciones… Los músicos estaban secuestrados en territorio húngaro, alejados de sus familias. Y le pidieron al maestro que intercediera por ellos con el fin de terminar con la estancia y poder regresar junto a los suyos, de quienes estaban alejados demasiado tiempo. Y el compositor tuvo una idea reivindicativa que plasmó en una obra maestra, como casi todas las que firmaba: compuso una sinfonía, la número 45 de su catálogo, que se conoce como la Sinfonía de los Adioses. En las codas típicas del clasicismo, los músicos terminaban de tocar todos al unísono. Pero esta vez el maestro ideó una manera muy diferente de terminar la pieza musical: una vez terminada su intervención, cada intérprete, en vez de quedarse en su lugar esperando a que terminaran sus compañeros, se levantaría silenciosamente y, con sumo respeto, recogería sus partituras y abandonaría la sala.
Así que, ya frente al príncipe Nikolaus, cada músico, tras finalizar su parte, recogió su partitura, apagó la vela de su atril, se levantó de su asiento y abandonó la sala.
La Sinfonía de los Adioses consta de cuatro movimientos (Allegro assai, Adagio, Menuet: Allegretto y Finale: Presto), y al finalizar el último de ellos solo quedaron un par de violines, el del concertino Luigi Tomasini y el del propio Haydn.
El príncipe y toda la audiencia quedaron impactados por este insólito final, y, entendiendo el mensaje el príncipe se levantó y dijo: “Bien, ya que todos se marchan, nosotros nos iremos también”, y al día siguiente regresaron a la capital austriaca.
La fama de esta sinfonía no se debe únicamente a la anécdota que le da nombre; es una de las sinfonías más reconocidas e interpretadas de Haydn. En una época en la que no era común componer sinfonías en tonalidades menores, Haydn compuso La Sinfonía de los Adioses en fa sostenido menor, lo cual la hace todavía más rara. Tanto es así que se le tuvo que pedir al herrero de Eszterháza que hiciera modificaciones a los cornos de la orquesta para que se pudiera tocar el minueto en fa sostenido. Los instrumentos que conformaban la orquesta original de Haydn eran dos violines, una viola, dos oboes, un contrabajo, dos cornos y un clavicordio.
Gabriel Sánchez
Sinfonía de los Adioses (4º Movimiento), donde uno puede imaginar, con su insólito final, la cara del príncipe Nikolaus: