La literatura que viene: un robot te hará soñar
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.
Estimado asiduo lector de estos apuntes literarios semanales extraídos de la consulta de los suplementos culturales de los principales periódicos españoles: hoy nuestra entrega pone su atención sobre la inteligencia artificial (a partir de ahora por las siglas IA) y en qué modo afectará en el inmediato futuro a la creación literaria, así como, ¿por qué no?, a la reseña y la crítica de novelas y cuentos. ¿Habrá escritores post-humanos? ¿Crearán los escritores a sus personajes mediante la IA? ¿Tendrán los escritores humanos la tentación de desenchufar las máquinas de IA que utilicen los suplementos culturales para reseñar sus obras cuando estas las denuesten? Y, por último, ¿Está usted en condiciones de afirmar que esta parrafada inicial está escrita por el habitual firmante de esta sección, nuestro estimado E. Huilson, y no por el sistema de modelo de generación de lenguaje ChatGPT?
Mientras se lo piensan, les informo que viene a cuento este introito por la pregunta que se hacen en la última entrega de El CULTURAL sobre cómo afectará la implantación de la IA al mundo de la creación. Para darle respuesta publican sendas columnas de Idoia Salazar, presidenta de OdiseIA, y del físico y escritor Agustín Fernández Mallo. Salazar, optimista, opina que los modelos de lenguaje como ChatGPT o GPT4 (ya abiertos al público) pueden serles de utilidad a un escritor para “proporcionar ideas y sugerencias en tiempo real, lo cual puede ayudar a superar el síndrome de la página en blanco.” Pero, así mismo, advierte de que este puede ser un camino peligroso si los creadores se vuelven dependientes de la IA y dejan de “explorar sus propias ideas y emociones (…) La tecnología es adictiva, y la IA Generativa no lo es menos”. Llegados a este punto puedo imaginarme a más de uno de mis vecinos del Patio horrorizados porque caigan en tal adicción esos creadores de capitanes valerosos, detectives nihilistas o legionarios y meretrices de la Antigua Roma.
Fernández Mallo entiende que no hay razón para la alarma por esta supuesta capacidad de la IA para “sustituir tareas para las que el ser humano creía tener exclusividad: la creatividad, alumbrar objetos puramente metafóricos. Hay que decir que para eso todavía falta mucho.” Considera el autor de La forma de la multitud que el pánico puede venir del “miedo al fraude, la sospecha de que algo fabricado por una máquina pueda atribuirse a la creatividad de un escritor”, pero vaticina que para cuando eso pase, cuando el algoritmo esté tan desarrollado como para ser capaz de provocar esa confusión, “se habrán desarrollado ‘contraalgoritmos’ que en gran medida lo detecten”. Aunque no descarta que la ficción se desdoble en dos: la ficción tal como la conocemos, que seguirá su curso, y la escrita por máquinas “con sus propios criterios de calidad”.
Apasionante debate que provoca no pocas preguntas, como por ejemplo si, para ser ecuánimes, deberían ser solo las máquinas las que reseñen novelas de máquinas (máquinas de IA, no de esos “escritores-máquina” actuales, que diría Bisbal); o si es lícito que el crítico literario someta los textos que le encargan reseñar a la IA para detectar errores de todo tipo… ¡y no tener así que leerse completas las obras, tantas veces cansinas!
Una “lluvia” de malas críticas
Mientras llega ese escenario, sigamos con nuestra tarea habitual. Vagalume, la última novela de Julio Llamazares, no está recibiendo buenas críticas. Cuenta la historia de un periodista y escritor “secreto”, descubierto (y homenajeado) por un antiguo alumno suyo en el periodismo y en la escritura, César, escritor ya reputado, que acomete la misión de esclarecer el enigma, el del silencio que mantuvo Castro sobre su dedicación a la escritura, de la que nada sabía su familia. La investigación se centra en la lectura de los manuscritos hallados y los testimonios de la familia y su mejor amigo. Según dejó escrito en BABELIA el crítico Domingo Ródenas de Moya hace un par de números, la trama avanza por el desvelamiento paulatino de esas dos vías, “pero lo hace en una dirección decepcionante. En la primera mitad de la novela parecía traslucirse en Manolo Castro (el escritor secreto) la figura dramática (kafkiana habría que decir) del escritor agónico que, mientras duerme el mundo, se encierra a fajarse con las palabras sin un objetivo más allá de esa lucha, la del escritor que escribe porque no puede no hacerlo o porque ese es el único modo que concibe de ser o pervivir. Es en esa imperiosa necesidad de intimación con el lenguaje, seguramente la misma que experimenta Llamazares, donde estriba la auténtica incógnita. La novela, sin embargo, en lugar de confrontar al escritor consagrado (César) con un escritor de catacumba (Castro) y desarrollar el previsible cuestionamiento del primero, opta por una solución desoladoramente fácil que parece más propia del folletín decimonónico (…) y un argumento que hubiera podido envolver el enigma de la escritura como indulto diario o sin propósito material se transforma en una intriga baladí”.
En LA LECTURA, Juan Marqués dice de la novela que sabe cómo atrapar al lector, “y, sin ser buena, es muy bonita.” Veamos como mantiene lo que afirma. Utiliza el crítico una frase de un personaje: “todos tenemos tres vidas, la pública, la privada y la secreta”, para, a continuación, dividir su juicio sobre la novela: “Aquí sucede exactamente eso: lo que vemos y leemos está bastante averiado, con un estilo renqueante y sintácticamente comprometido desde la primera página, donde hay un largo periodo que roza la agramaticalidad por el tratamiento de la puntuación y la confusa inclusión del inciso. La vida privada sería el atractivo porque, aunque responde a una fórmula muy conocida y recurrente, no es un tópico gastado ya que tiene infinitas posibilidades; pero lo que la eleva de verdad al final y la salva es su vida secreta, pues ocurre que Vagalume es una novela con alma”. No obstante, Marqués detecta en el texto insistencias, repeticiones, “o, peor, las redundancias: se alude, por ejemplo, a `una taberna a la que él solía acudir muchas tardes`… No: o bien se suele acudir o bien se acude mucho. Y también hay gazapos de otro orden, como cuando César nos cuenta que, en los primeros días tras el hallazgo, ha leído ´dos o tres´ novelas de Castro. Si hubiese leído 16 o 17 la imprecisión podría estar justificada, pero hace falta ser la persona más despistada del mundo para saber exactamente cuántas novelas has leído si has leído dos o tres. Alguien pensará que son detallitos menudos, pero no: son errores que un escritor de la trayectoria y el magisterio de Llamazares (y una editorial como Alfaguara) no se pueden permitir.”
Y nos preguntamos nosotros: ¿será en el futuro la IA quien corrija estas redundancias, las puntuaciones erróneas, los adjetivos mal utilizados? ¿Trabaja ya Alfaguara y otras grandes editoriales en ello? ¿Son esos los puestos de trabajo que se perderán a los que se refiere Mallo en su artículo?
La inteligencia natural (IN) de algunos escritores
Pasado Sant Jordi (con gran éxito de público, de escritores firmantes y de ventas) y a la espera de que se abra en el Parque del Retiro de Madrid la 82 edición de la Feria del Libro el próximo 26 de este mes, apreciamos en los suplementos una miscelánea de asuntos literarios poco coincidentes, aunque el género de la entrevista sigue acaparando páginas. Anotamos tres esta semana: Petros Márkaris en ABC CULTURAL, cuenta que después de escribir decenas de guiones para televisión se imaginó con todo lujo de detalles a un hombre que tenía una esposa y una hija, que no se le iba de la cabeza: “un día me dije a mí mismo: este tipo, para castigarme de esta manera o es policía o es dentista. Y así nació el comisario Jaritos. Y en ese momento, como si de una revelación se tratara, sabía que se llamaba Kostas Jaritos, que su mujer se llamaba Adrianí y que la hija se llamaba Katerina. Y así empecé a escribir la primera novela de la saga, Noticias de la noche (…) ¿Sabes con qué escritor tengo una vida paralela? Con Camilleri. Como yo, empezó su carrera en el teatro, escribió guiones cinematográficos y de ahí pasó a escribir novelas policiacas. Ambos empezamos a escribir novelas con más de 50 años. Camilleri perdió ambos ojos por un glaucoma, yo solo el derecho y la productora que convirtió sus libros en serie está haciendo la serie de mis libros.”
En ABRIL entrevistan a Alana S. Portero, escritora y activista trans, que acaba de publicar La mala costumbre. La entrevistadora, Inés Martín Rodrigo, cuenta que mientras leía la novela pensaba que era un relato que le hace falta a toda la sociedad, no solo a las realidades que están bajo las siglas LGTBI, a lo que Portero contesta: “Completamente. Tanto la autora como la protagonista son mujeres trans bisexuales, pero la novela no pretende ser otro libro sobre los LGTB. No, es todo lo contrario. Al final, nuestras vidas se pueden parecer a casi todas las vidas o a muchas vidas. ¿Quién no se pregunta quién es, qué quiere? ¿Quién no se pregunta qué desea o qué no desea? Es absurdo encerrar eso en unas siglas que defiendo y defenderé siempre. Mi novela no pretende ser el retrato de una mujer trans, o no solo eso. Es el relato de cómo una mujer llega a ser una mujer, y ya está.” En otro momento de la entrevista reflexiona sobre cómo la literatura ayuda a construir la identidad, “cuando, además, tu identidad, la persona que eres, no tiene posibilidad de exteriorizarse o vive en un mundo que ni siquiera la ve, la ficción lo es todo, la escritura lo es todo, escribir es vivir, y la lectura, la cultura audiovisual, cualquier muestra artística se convierte en una vida real, en el lugar donde creces.”
Y en BABELIA la entrevistada es la escritora argentina Dolores Reyes, que publica Miseria, tras haber triunfado con su primera novela, Cometierra, de la que vendió 50.000 ejemplares en su país y se ha traducido ya a 15 idiomas. En el diálogo que mantiene con Federico Rivas, Reyes cuenta que Miseria es un personaje que se cruzaba siempre, “esas chicas descarnadas a las que les pasó de todo, con una historia terrible y que a la vez son un encanto, un imán para todos. Son también las pibas más violentadas”. Cuenta que hace unos 10 años decidió, para espantar una nube oscura que sentía sobre su cabeza, volver al lugar en el que había sido feliz cuando era una niña que escribía cuentos. Se apuntó a un taller de escritura y relata su intensa experiencia: “Cuando leía los avances de lo que luego fue Cometierra no volaba una mosca. Recuerdo que en un lugar de muchísima gente se levantó una chica y se fue dando un portazo. Pensé que no le había gustado, pero me dijo después que se había ido a llorar al bar porque no podía más. Ese día sentí que lo que yo escribía generaba algo”.
Y terminamos recordando a Felisberto Hernández, aquel genial cuentista del que Italo Calvino dijo que era “un escritor que no se parece a ninguno: a ninguno de los europeos y ninguno de los latinoamericanos, es un irregular que escapa a cualquier clasificación, pero se presenta a primera vista como inconfundible”. Su principal profesión fue la de pianista, cuenta, en el perfil que firma para LA LECTURA, Ricardo Cayuela Gally, con este borgiano comienzo: “Ángel Rama tuvo la penosa tarea de escribir la necrológica de su amigo Felisberto Hernández, muerto de leucemia en enero de 1964 con apenas 61 años. Publicada en el mítico semanario Marcha, de Carlos Quijano, Rama se preguntaba sobre la inevitable sonrisa que le hubiera provocado al difunto saber que la fosa en el Cementerio del Norte de Montevideo estaba mal calculada y que el sepulturero tuvo que ampliarla de manera improvisada mientras se llevaba a cabo el sepelio. Una escena de humor negro digna del mejor cuento de Felisberto Hernández”.
No enterremos en el olvido a Felisberto Hernández. En la biblioteca del Patio contamos con un ejemplar de sus Cuentos reunidos, en el que incluyó una extraordinaria síntesis de su poética bajo el título Explicación falsa de mis cuentos. Escribe: “No son completamente naturales en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, esta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni como favorecer, ni cuidar su crecimiento; solo presiento que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos.”
La explicación continúa con unos pocos párrafos más. Pero creo que lo transcrito es suficiente para deducir que poco podría añadir la IA a ese huerto poético que Felisberto Hernández albergaba en su cabeza. O sí. El tiempo, que se avecina rápido, lo dirá.
E. Huilson