Semanario Cultural

Eso que llamamos literatura

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.

Es probable que en algún momento de nuestra vida, si somos lectores habituales de novelas y cuentos, o de poesía, o, por qué no, de filosofía, nos hayamos preguntado qué es la literatura, a qué llamamos literatura. Tenemos conciencia (o quizá solo la intuición) de que sabemos la respuesta, pero poner negro sobre blanco una definición ya es más complicado. Pero, ¡tranquilidad!, no se amarguen el día buscándola, pues ni los más destacados teóricos han sido capaces de ponerse de acuerdo. Hasta tal punto que uno de ellos, Roland Barthes, descartó que hubiera una definición unívoca y despachó la pregunta diciendo aquello de que “la literatura es lo que se enseña, un punto de vista, eso es todo”. Otra opción es preguntarse frente a un texto si es literatura lo que estamos leyendo, porque…

Disculpen la broma y abandonemos el terreno pantanoso de la teoría literaria, ya habrá tiempo en otra ocasión de hablar de ello, y vayamos a nuestro particular resumen semanal de las páginas literarias de los suplementos culturales.

Gustavo Martín Garzo

En ABRIL, el escritor Gustavo Martín Garzo, en una entrevista firmada por Elena Pina, afirma que “el arte de la literatura es dar cuenta de la realidad invisible”. Acaba de publicar, en Siruela, El país de los niños perdidos, una historia cuyo protagonista disfruta escuchando las historias que su madre le cuenta para dormir, y en la que indaga sobre “dónde van los niños que fuimos una vez”, y que no volveremos a ser. Fantasía y realidad, que Martín Garzo aconseja mantener pues nos permite seguir viviendo: “La realidad es el lugar común en el que te encuentras y compartes con los demás, y el mundo fantástico es complementario; son nuestros anhelos y deseos, y es lo que da significado a la vida. Si pierdes esa capacidad de desear y anhelar se produce una desconexión con el mundo real, puesto que ya nada es significativo. Es lo que sucede en la depresión y nos produce un sufrimiento atroz”.

El escritor, que cuenta entre sus premios con el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, y el Nadal, sostiene que hay dos vidas, “la que se ve y la que no”, y que poner en primer plano la fantasía y la imaginación, lejos de ser una huida, es una bella forma de enriquecer lo real. “De ahí que sus narraciones se dirijan a un lector que no tiene edad ni género”, nos dice la entrevistadora, “pero sí ha de sentir un profundo amor por la literatura y el ensueño, porque tal es la tarea de la escritura elevada a arte: dar cuenta de la realidad oculta, aquella que el niño percibe incluso antes del lenguaje y no alcanza a expresar; ese «mundo de la posibilidad que nos salva de la realidad como cárcel» y que él, como buen clásico, sí conserva”.

Y a partir de ahí define cuál es la tarea de la literatura: “En cada uno de nosotros hay una realidad oculta, y la tarea de la literatura es dar cuenta de esa realidad, no contarnos lo que ya sabemos. Hay lectores o espectadores temerosos que solo buscan identificarse de manera inmediata con lo que leen o ven, que le hablen de lo que ya conoce y piensa, lo obvio, porque el terreno de lo incierto les da miedo. Pero el verdadero espectador o lector lo que desea es que le lleven a lo desconocido, que no son necesariamente dragones: en el mundo de lo cotidiano están presentes lo oculto y los sueños, se trata de dar cuenta de ello”.

Y de los miedos, el primero es la muerte

Y para terreno incierto, el fantasma de la muerte. En Babelia, Carmen Pérez Lanzac entrevista a Ray Loriga con motivo del lanzamiento esta semana de su última novela, Cualquier verano es un final, en la que se reflexiona sobre la amistad y la muerte, y que inevitablemente se leerá bajo la luz de la experiencia crítica atravesada recientemente por el autor por culpa de un tumor que pudo ser mortal y del que fue operado satisfactoriamente, aunque algunas secuelas le han quedado, daños que lleva con resignación y algunas dosis de humor, según se desprende de la entrevista.

Ray Loriga (F: Alex Gallegos/Cordopolis)

“Quería tratar el asunto de una manera no traumática, con la liviandad que uno se muere: un respiro, estás vivo, y un segundo después, ya no”.

A su manera, Loriga abunda en la idea de Martín Garzo al definir su mundo literario, aunque sean sus obras muy dispares, pues sostiene que los escritores que comparten su modo de operar la mayoría del tiempo viven en mundos imaginarios: “Realmente nos desplazamos a la vida real –‘aquí’, como decía la gente de provincias que venía a la ‘capital’– a hacer gestiones”.

Pérez Lanzac recuerda los elogios que el crítico literario Ignacio Echevarría escribió en su día en las páginas de El País sobre Loriga : “Con relación al menos al fenómeno de la joven narrativa que prosperó en los noventa, se hace cada vez más evidente que toda aquella algarabía solo contenía una voz de verdad: la de Ray Loriga…”. Se fechan estas declaraciones en 2014, un pequeño error, ya que el artículo al que se refiere fue publicado diez años antes, en 2004, el mismo año en que Echevarría dejó de escribir para ese diario. Para la elaboración del reportaje, la autora ha querido corroborar el juicio del crítico, quien mantiene su opinión de que Loriga “logró un cambio de paradigma (…) su voz distanciada es muy interesante, cambia de registro… es enormemente talentoso, aunque ha tenido que prodigarse en el mundo audiovisual”, y en ese punto deja caer que quizá esto le ha perjudicado: “Si no lo hubiera hecho, creo que podría haberse labrado una mejor carrera como escritor”.

Comentábamos con cierta sorpresa los vecinos de El Patio habernos topado en El País con las opiniones de Echevarría, antaño crítico literario en la nómina de Babelia, suplemento que terminó abandonando, no sin cierto escándalo, por discrepancias con la dirección sobre una crítica al libro El hijo del acordeonista. Desde hace años es columnista habitual de las páginas literarias de EL CULTURAL.

Elogios y eslóganes abundan cada semana

Si a final de cada año se hace balance en la prensa cultural de lo mejor acaecido en los últimos doce meses, con el nuevo año se suele adelantar lo que serán los hitos más destacados, así como las novedades literarias.

Juan Tallón (F:Victoria Iglesias/Zenda)

En LA LECTURA encontramos una exhaustiva enumeración de estas novedades que se avecinan, algunas acompañadas de elogiosos adjetivos. Una muestra: Las voces de Adriana, de Elvira Navarro: “introspectiva y sorprendente novela”; Castillos de fuego: “el monumental fresco sobre el Madrid de posguerra que teje Martínez de Pisón…”; Araña, de Jon Bilbao: “la estupenda continuación de Basilisco; El corazón del daño, “en la que María Negroni hace gala de su afilado intimismo”. El recuento abarca tanto la producción nacional como las traducciones de obras en otras lenguas, así como las procedentes de Latinoamérica: “del otro lado del charco llegan títulos potentes”, leemos.

Nos recordaba la lectura de este avance de novedades el artículo que firmaba en ABRIL en su último número del año Juan Tallón, en el que, bajo el título Las mejores fajas del año, escribía una recopilación de las frases más memorables del marketing literario de 2022: “Perturbadora y colosal, con mimbres de Truman Capote y Enmanuel Carrère”. “Describe como no pensabas que podía hacerse”. “Cruda, brutal, oscura y extremadamente edificante en su honestidad”. “Un libro salvaje que enfrenta el silencio, los miedos y las violencias que heredamos”. “Tiene los ingredientes para convertirse en una de las grandes lecturas de este año”. Y así hasta el final del artículo. Delicioso.

Delphine de Vigan

Obviamente no debemos confundir el necesario marketing editorial con la reseña periodística, aunque a veces tengamos la impresión de que en ellas se agranda el elogio con más frecuencia de la deseable. En todo caso, en las críticas y reseñas hay una firma que asume la responsabilidad tanto del elogio como de las objeciones, y los lectores vamos acomodando nuestra credibilidad en función de cómo veamos satisfechas las expectativas que se nos crearon. Como en El Patio, el escritor y crítico Toni Montesinos nos merece confianza, hemos decidido no aplazar más la lectura de Los reyes de la casa, de Delphine de Vigan, que reseña en CULTURAS con elogios desde el principio de la nota: “Dejémonos de preámbulos que solo retrasarían entrar a valorar la dimensión de esta obra. Digamos ya que estamos ante una de las grandes, verdaderamente grandes, novelas de los últimos tiempos; uno de esos textos que lo tiene todo (…) es de esas obras que engrandecen la función y el sentido del arte literario (…) Se trata de una de esas proezas, por desgracia tan escasas en nuestro campo literario –llenos de historias de evasión superflua o estereotipadas–“. Todo un homenaje que anima a leer la novela de Vigan. ¿Cumplirá las expectativas creadas?

Homenajes

A quienes cumplieron las expectativas ante sus contemporáneos y lo siguen haciendo entre generaciones posteriores, les solemos decir clásicos. Y cada año, uno de los repasos obligados es el de las efemérides. En EL CULTURAL, Nuria Azancot nos advierte de que “en un año sin grandísimos aniversarios que celebrar llama la atención el silencio oficial en torno al 150 aniversario del nacimiento de José Martínez Ruiz, Azorín, el gran prosista de la Generación del 98. Delicado y puntilloso, combatió la fugacidad del tiempo con la exaltación del paisaje. Quizá 2023 sea el momento de su definitiva reivindicación”, una afirmación que suscribimos y una aspiración que aún se está a tiempo de conseguir. Lo merece Azorín por su obra y por cómo nos enseñó a leer a nuestros clásicos. Volveremos sobre ello, seguro, en futuras entregas: La gran literatura, eso que tanto nos gusta, aunque no sepamos dar con la definición exacta de lo que realmente es o cuándo un texto lo es.

                                                                                                E. Huilson

Un comentario en «Eso que llamamos literatura»

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