Cuentos y novelas, orfebres de la ficción
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.
Maestro del cuento, a Borges le gustaba declarar su pasión por este género y, a la par, cierto desdén por la novela. Confesaba haber leído muy pocas en su vida: “he leído a Cervantes, he leído a Conrad, a Kipling, he leído algo a Dostoievsky, he leído mucho a Flaubert, pero en general me atrae mucho más el cuento”, declaraba en una entrevista de 1975, y argumentaba que el cuento tiene “algo redondo, cabal, que no tiene la novela porque en la novela hay siempre ripios, el autor imagina una trama larga y luego tiene que inventar episodios para unir un capítulo con otro”.
James Salter escribió a lo largo de su vida un puñado de novelas que le granjearon un gran éxito, bien es verdad que muy tardío, casi al final de su vida, y lo elevaron a la condición de escritor de culto para otros escritores. Curiosamente, Salter admiraba por encima de todos a Isaak Bábel, el gran cuentista ruso que nunca escribió novelas. Admiración que también compartía el propio Borges. En una conferencia para estudiantes, Salter lo recordaba: “Borges dijo que su estilo (el de Bábel) alcanzaba una gloria que se supone reservada a la poesía y rara vez logra la prosa. Bábel te entrega todo eso. Es como un puñado de radio, un fulgor que nunca habrías imaginado”. Y recordaba Salter que su admirado cuentista ruso reescribía incansablemente, pues sostenía que en una frase hay una especie de palanca que puedes agarrar y girar apenas, lo justo, ni más ni menos, hasta que todo encaja. Y como colofón mencionaba aquella memorable frase del escritor ruso: “No hay hierro capaz de atravesar el corazón humano con la fuerza de un punto colocado en el lugar preciso.”
Esa fue la lección que aprendió Salter. O que trató de aprender. De esta reedición de sus Cuentos completos escribe Rodrigo Fresán en ABC CULTURAL de los que señala que, aunque son ya conocidos y alabados por todo “salteriano” de fuste o cualquier seguidor más o menos atento de la literatura made in USA, “siempre hay motivos para que Salter vuelva o para volver a Salter”. La edición cuenta con un prólogo del escritor irlandés Jonh Banville e incluye un texto hasta ahora desconocido, Carisma, “un brillante inédito que puede leerse casi como una coda/desvío de/a su última y muy extraña novela Todo lo que hay”, escribe Fresán.
Pero si desean profundizar más en las vicisitudes de la obra y vida de Salter, su éxito tardío, su modo de trabajar, sus autores preferidos, y la edición de su obra en español se recomienda leer el reportaje que firma en ABRIL Inés Martín Rodrigo, quien tuvo la oportunidad de entrevistarlo con motivo del éxito de su novela Todo lo que hay. Recuerda Martín Rodrigo como dos años antes de fallecer (en 2015), Salter pudo gozar del reconocimiento crítico que le fue hurtado durante toda su larga trayectoria después de haber publicado su última novela, Todo lo que hay, y la prensa, la de su país y la del resto del mundo, pareció descubrir en aquel momento a este “escritor de escritores, definición tan injusta como falsaria, simplista, que le colgaron hasta el hastío, el suyo propio y el de sus muchos lectores”, sostiene la escritora y crítica de ABRIL.
Esta reedición es un empeño, se nos informa, de la editora Anik Lapointe. Su historia con el escritor estadounidense empezó en la Feria del Libro de Fráncfort de 1998. Allí leyó por primera vez a Salter: “El libro era Años luz. Mi sorpresa y mi emoción fueron mayúsculas ante el descubrimiento de un clásico de las letras estadounidenses que aún vivía (…) ése fue mi libro de aquella Feria, que pude publicar un año después en El Aleph”. Desde entonces, la editora nunca he dejado de defender y recomendar a Salter en España.
También en LA LECTURA se reseña el libro. En este caso a cargo de Marta Rebón, especialista en literatura eslava, por lo que incide en la admiración de Salter por Bábel, del que decía que “aunaba la tríada suprema: estilo, estructura y autoridad”. De los cuentos de Salter dice Rebón que “si por algo nos apresan estos 22 relatos no es por las tramas complicadas, la filigrana innecesaria o los giros efectistas, sino por algo más subterráneo. La mayoría de las veces, los sentimientos, los destinos, y las relaciones de sus personajes se desmoronan de manera casi imperceptible, fuera del foco, opacados por una nostalgia brumosa y residual; tragedias que implosionan en la sordina de lo cotidiano”.
La traición cultural de la Transición vista por Chirbes
Ya anunciábamos hace un par de semanas en estas páginas la inminente aparición de un libro recopilatorio de artículos, críticas y reseñas literarias escritas por Rafael Chirbes en su juventud, allá por la década de los 70. (¡Hay que aprovechar el éxito cosechado por sus Diarios!) Pues ya está en las librerías bajo el título Asentir o desestabilizar. Crónica contracultural de la transición. Se hace eco de él en BABELIA Jordi Amat, que titula su reseña Una traición, pues cierta traición veía Chirbes en aquellas elecciones del 15 de junio de 1977 que venían a legitimar el poder postfranquista y “la renuncia a unas aspiraciones largamente perseguidas”, defendidas, en teoría, por los partidos obreros y populares. No lo hicieron. No lo harían. Para él, recuerda Amat, los partidos de izquierda avalaban un proceso político que impugnaba su razón de ser. Y también la cultura crítica estaba participando de esa deriva. “¿Un ejemplo? El Semprún que le había fascinado con El largo viaje ahora legitimaba la reubicación de Planeta en el nuevo poder al aceptar el premio estrella por Autobiografía de Federico Sánchez.”
Leyendo Asentir o desestabilizar, escribe Amat, “constatamos que su fundamento no era solo la radicalidad con la que se comprendió a sí mismo. Esta recopilación de artículos, básicamente publicados en la revista Ozono entre mayo de 1975 y finales de 1978, descubre la pugnaz inteligencia de Chirbes como lector para analizar el proceso cultural que se desarrolló durante la Transición en paralelo al proceso político”. Chirbes era un antisistema. Los autores que le interesaban eran los que impugnaban ese sistema de poder y su lenguaje. Por ello valora tanto al Juan Goytisolo que aprende la lección de Tiempo de silencio. Y, en especial, reivindica una tradición de realismo comprometido que por entonces consideraban caduca los mandarines de la época. Para él lo esencial en la novela era mostrar “las relaciones de poder-dinero-mercancía” y por ello no se cansó de divulgar la obra de los realistas norteamericanos de entreguerras y situar a Galdós en el eje de la novela moderna española. Porque Galdós, como él, fue el primero que luchó con la prosa contra la traición.
De hecho, Chirbes decidió abandonar la carrera académica con una tesina sobre Galdós, recuerda en EL CULTURAL Miguel Cano, y que ilustra con algunos ejemplos la mirada del “implacable” crítico Chirbes: de Vargas Llosa, de quien antes había alabado su volumen sobre Flaubert, La orgía perpetua, escribe que “es un escritor en vías de bajar la guardia, dejándose sorprender por el aburrimiento” (tengamos en cuenta que estamos ante artículos de la segunda mitad de los 70). De Juan Benet sentencia: “el lector se aburre, se aburre, se aburre de tanto narcisismo porque no es listo, ni sutil, ni inteligente, ni sabe entender el libro de Benet”. Y a Tamames, como ya publicamos en su día, lo calificaba de amigo de sí mismo que con su novela iniciaba “con desvergüenza un demencial recorrido por su vida. Él es Elio, ¿el sol? (…) con un elitismo que solo puede ser fruto de la propia ignorancia”. Pero a la vez, en sus artículos también muestra con generosidad su admiración por algunos creadores: Visconti, Pasolini o Manuel Gutiérrez Aragón hablando de cine, o escritores como Luis Goytisolo, Juan Marsé o José María Merino.
A modo de posdata
Fallecido en 2020, premiado con el “Cervantes” en 2002, el escritor abulense José Jiménez Lozano dejó escrita una extensa obra, con 80 publicaciones además de conferencias, prólogos, introducciones y numerosos artículos publicados en periódicos y revistas. Ahora, la Fundación Jorge Guillén emprende la publicación de sus Obras completas. Da cuenta de ello Alberto Mira en LA LECTURA. Se inicia la publicación con las anotaciones personales del autor, a modo de “diario” pero sin ánimo de serlo. Recogemos esta perla: “Ayer, 23 de febrero (1990), hizo 313 años, a las tres de la tarde, de la muerte de Benito de Spinoza (…) Cuando el filósofo murió, el boticario, temiendo no cobrar las medicinas, se apoderó del cuerpo, y fue el señor Van der Spyck, el dueño de la casa en la que Spinoza estaba en pensión, quien salió fiador de la deuda por valor de 14 florines y 12 sueldos. ¡Esto es lo que valía su cadáver! Tenía 44 años, dos meses y 27 días. Es una personalidad para mí fascinante –tanto como su obra– que, anotando aquí estos detalles, me parece que acaba de irse”.
Una anotación que da para escribir un cuento o ¿una novela?
E. Huilson