Qué leer en el lecho de muerte
El crítico Ignacio Echevarría, en su columna de El CULTURAL, se pregunta por el libro que elegiríamos de saber que es el último de nuestra vida que vamos a leer o, por plantearlo de otro modo, sobre qué libro nos llevaríamos al lecho de muerte. Es una pregunta más radical que aquella de “¿qué libro se llevaría usted a una isla desierta?”. Se hace la pregunta Echevarría a raíz de la convicción que tenía Elias Canetti de que el último libro que leyó Kafka antes de morir fue La novela de la ópera, de Franz Werfel, autor al que despreciaba por vacuo, declamatorio, de un sentimentalismo repugnante. Werfel le habría enviado a Kafka su última novela dedicada al sanatorio de Kierling, donde este había ingresado aquejado de tuberculosis. Canetti no podía soportar que fuera a Werfel lo último que leyera en su lecho de muerte el checo genial, al que tanto admiraba. Pero no está claro que fuera así, pues recoge la biografía canónica de Kafka, escrita por Reiner Stach, que su amigo Max Brod le había enviado al sanatorio varios libros y también la editorial Die Schmiede habría hecho otro tanto. A saber qué fue lo último que leyó el autor de El proceso.
Pero la pregunta es pertinente, porque, como concluye Echevarría en su artículo, la muerte se presenta muchas veces sin avisar, es un riesgo que va creciendo con la edad, por lo que “no deja de ser un criterio a la hora de escoger el siguiente libro que nos proponemos leer”.
Desde luego, hay muchos que nunca elegiríamos, empezando por todos aquellos que desechamos por la autoría, o por haberlos leído ya, y otros tantos que leemos en el presente por creer, ¡ignorantes!, que tenemos todo el tiempo del mundo por delante. Es algo a tener muy en cuenta, qué duda cabe. De hacerlo, ¡cuántas novedades excluiríamos de un plumazo!
No es difícil deducir que en tiempos pasados el criterio tendría mucho que ver con las creencias religiosas de uno y por tanto una Biblia o un Corán serían los libros elegidos. Mentes menos piadosas podrían deleitarse con disquisiciones filosóficas para lo que Schopenhauer podría ser buena elección. O los Ensayos de Montaigne, o Los pensamientos de Pascal. Personalmente creo que en tal trance elegiría el Infierno, la primera de las tres partes en que dividió su Divina Comedia Dante Alighieri, como irónico modo de arrepentimiento y asentimiento a la condena al verme en alguno de los tres círculos de pecadores en ese fatídico último instante. Tentar al demonio. Es broma: ¿Por qué habríamos de dar por hecho que en tan incómodo trance leer es apetecible?
Pero si usted, mortal lector, se hace la pregunta y le asaltan las dudas, siempre puede acudir a sus prescriptores (los críticos, los curas, los filósofos) de confianza. Pero, ¿cuáles serían esos críticos? Y ¿dónde encontrarlos?
Del crítico de papel al booktoker
Quienes leyeran esta sección sobre suplementos culturales la semana pasada recordarán que nos preguntábamos, entre la ironía y la displicencia, si existirían youtubers o influencers que, al igual que los haya para otros productos de consumo, prescribieran novedades literarias. Obviamente la pregunta solo pudo partir de un lego digital, de un demodé integrante del baby boom, pues nunca la habría hecho nadie de generaciones posteriores, léanse la X, la Y (o millennials) ni, mucho menos, los de la Z (o centennials). Bien saben ellos que sí, pues no solo existen, sino que son su mapa para guiarse por el mundo libresco. Les llaman booktokers.
Escribe Dídac Peyret en ABRIL que TikTok se ha convertido en el nuevo Google de los centennials: “Las editoriales no son ajenas al fenómeno ni al auge de los llamados booktokers, los influencers de los libros. Generadores de contenidos que se amoldan a los nuevos códigos de consumo de los jóvenes, llegan a grandes audiencias y tienen un impacto en la venta de los libros. Vídeos cortos que incluyen listas de recomendaciones, opiniones o montajes creativos. Editoriales como Planeta, incluso, tienen su propia cuenta y hacen llegar los libros a estos influencers. Algunas de ellas han detectado su poder al ver el aumento repentino de las ventas de un libro que no era una novedad tras viralizarse”. Estas alusiones a TikTok se recogen en un reportaje que está principalmente dedicado a cómo entró el “mundo pódcast”, hace ya un tiempo, en las recomendaciones y “charlas” literarias, un medio idóneo para hacer comentarios sobre libros y literatura que sigue expandiéndose. Puede que la clave esté en las circunstancias que explica la periodista y escritora Aloma Rodríguez: “funcionan porque hay tanto donde elegir que necesitas que alguien haga el trabajo sucio. También hacen compañía mientras friegas, tiendes, vas en coche o haces deporte. Por otro lado, el formato a dos funciona porque el oyente tiende a identificarse con uno u otro de los que hablan”. El formato a dos conversando se repite en varios de ellos (no daremos aquí la lista) y de hecho Rodríguez es una de las que forman el pódcast La amiga eres tú. Incide en la idea que dejó escrita la periodista Rebecca Mead en The New Yorker, que observa el pódcast como “un medio peculiarmente íntimo. Por lo general, se transmite a través de auriculares a un oyente solitario. Una narración inmersiva que rara vez lo es en una radio que se escucha de fondo en una cocina”. La irrupción de estos pódcast ha agitado el debate sobre la crítica literaria, escribe el autor del reportaje. A diferencia de la reseña tradicional de los libros, donde hay una gran distancia entre el crítico y lector, aquí se establece una relación más cercana. Es otro lenguaje, más informal, más cercano a la charla que al análisis académico. La grabación recuerda a una sobremesa.
La televisión que más y mejor ha leído: la pública
Nada cambia, aunque todo se transforme. Un crítico, un reseñista, unos expertos dialogando sobre la materia que conocen (o creen conocer) de un lado; del otro, un público que busca información para mejor guiarse a la hora de decidir sus lecturas. Siempre fue así. EL CULTURAL dedica su portada y un reportaje amplio a glosar el servicio cultural que Radio Televisión Española ha prestado desde su nacimiento a la sociedad española con motivo del 40 aniversario del mítico programa La edad de oro, que presentaba la también mítica Paloma Chamorro. En el reportaje (muy recomendable para nostálgicos, unos, y adanistas, los otros) que firma Javier López Rejas, leemos, en estos párrafos dedicados a los programas sobre libros: “Al mismo tiempo que en Inglaterra triunfaba Open Door (1973) con un promotor muy especial llamado David Attenborough, y en Francia Bernard Pivot revolucionaba el mundo de las letras con Apostrophes (1975), con borracheras de Charles Bukowski incluida, en nuestra televisión pública de esos años nos encontramos con que Joaquín Soler Serrano da una clase magistral tras otra en A fondo (1976)”. Por el programa pasaron, solo en el capítulo de escritores, creadores de la talla de Alejo Carpentier, Cunqueiro, Uslar Pietri, Roa Bastos, Cela, Fuentes, Martín Gaite, Sábato, Umbral, Borges, Espriú, Octavio Paz, Delibes, Kundera, Cortázar, Plà, Rulfo, Onetti… y más. Ahí están, a su servicio, en la plataforma RTVE Play.
Algunas malas críticas
Un vistazo urgente a las críticas (clásicas) de las novedades literarias recogidas en los últimos suplementos nos ofrece un panorama sin sobresaltos. Pocos descubrimientos, más de lo mismo, y algunos fracasos. Nos ocupamos de estos últimos.
En LA LECTURA, Gonzalo Torné reseña la novela El visionario, de Abel Quentin, que no ha salido bien parado en su intento de “ser Houellebecq”, según apunta el crítico, y ello sería debido a que, a pesar de elegir un tema de la órbita en la que se mueve el “resentido” autor de Las partículas elementales (machismo, xenofobia, alérgico a cualquier cambio de su mundo conservador), Quentin más bien propone “un paseo por el parque temático de los tópicos culturales conservadores e interpone entre el lector y la ficción el gélido cristal de un humorismo blando y meloso donde flotan grumos de resabios y lugares comunes. Parodia de laboratorio”, lo llama.
Tampoco sale del todo bien parada De tigres y gacelas, la última novela del murciano Ginés Sánchez. El crítico de referencia de ABC CULTURAL, José M. Pozuelo Yvancos, pese a elogiar la “brillante escritura” de sus anteriores novelas, las considera intentos de “buscarse un estilo que no terminaba de decidirse como propio”. Y no parece que lo encuentre. De tigres y gacelas, nos explica el crítico, “comienza a partir de la narración de un hecho en que se ve envuelta Rocío, una limpiadora que ejerce de punki, y que constantemente realiza un ejercicio de desmantelamiento de la feminidad, con su cara cortada y su ojo de cristal, con el que la novela juega en una narración casi irracionalista, me parece que fácilmente entregada a lo estentóreo de relaciones marginales con otro personaje apodado el Mono. Hay un problema narrativo, porque esa voz que dice hablar a unos oyentes que podrían ser los lectores, no tiene otra justificación narrativa que la de introducir una historia demasiado tenue en el fondo para tanto gesto displicente. ¿Qué pasa?, pues poco, salvo el juego que con su cuerpo y el descuelgue del ojo, con el que va ejercitando Rocío acciones que suscitan más curiosidad que interés, precisamente porque su pensamiento es nulo, su vida interior no está y lo que quedan son gesticulaciones que ocupan ciento treinta páginas, la primera parte de la novela”. Para qué seguir… Nos viene a decir el crítico que “Mala cosa es que una novela pretenda actuar como las pelis. A cada arte le es dado ejecutar lo suyo”. Lo que no es mala recomendación para la próxima que escriba.
Y como no hay dos sin tres, El tiempo de las moscas, de Claudia Piñeiro, tampoco parece haber alcanzado las cotas a las que aspiraba, según reseña Rodrigo Blanco Calderón en el mismo suplemento. Una novela que se presenta en parte como una continuación de Tuya, en la que una mujer asesina a la amante de su marido. La misma que en la nueva narración sale de la cárcel quince años después y se encuentra el mundo “de la cuarta ola del feminismo, el lenguaje inclusivo y lo trans, donde más adolescentes quieren cambiar de sexo”. Con su salida de la cárcel, la puesta en marcha de un negocio junto a una compañera de presidio y una tercera que quiere también matar a la amante de su marido se monta el argumento. Pero, según el crítico, “es como si la autora hubiera querido despachar rápidamente las causas y enfocarse en las consecuencias. O como si lo importante en esta novela no fuera el argumento sino las reflexiones a las que da pie”. Para ello utiliza dos registros que irrumpen en la narración: un coro griego que comenta con humor los acontecimientos y sus implicaciones morales y sociales y las reflexiones de la protagonista sobre el único tema que la apasiona: las moscas. Estos últimos registros metaficcionales se agrandan en detrimento del argumento y lo que podría haber sido una novela negra feminista y posmoderna, apunta el crítico, se queda en un facilismo de la trama que resulta inverosímil, y largo, cuatrocientas páginas para que los personajes descubran lo que el lector ya ha descifrado mucho antes del final.
Epílogo para un final lector
Imaginemos que nos pilla la muerte con alguno de estos libros entre manos en la hora final, u otros similares, pues hay cientos cada año iguales. Debemos prepararnos. A cada tiempo, su afán. Busquemos en función de cómo avanza nuestro tiempo y gusto, pensando que podría ser lo último que nos es dado leer. Como mañana, 21 de marzo, es el Día Mundial de la Poesía, no es mala idea tener en la mesilla un libro de poemas. En LA LECTURA nos recuerdan esa celebración y por tal motivo publica versos inéditos de ocho jóvenes poetas españoles. Uno de ellos dice así:
Si en el inmenso bosque del dolor
naciese un árbol
sembrado en otra vida, hace ya mucho,
por mí,
si el implacable ascenso
a la memoria
se truncara y volviesen
los fantasmas que he sido,
si me fuera algún día
sin las palabras puestas
y aunque llamaseis no os supiese contestar,
recordad que hubo un tiempo
en el que fui feliz
y en que amé como un niño todas esas cosas
en su camino hacia la destrucción.
Su autor es Juan F. Rivero. Nació en Sevilla, en 1991. Sabia nueva.
Y poco más que decir esta semana. Hay más asuntos en los suplementos, pero el espacio es escaso. También el tiempo que dedicar a la lectura.
E. Huilson
Muy bonito ese poema. Un regalo para los que ya vamos por la tercera vida, a punto de llegar a la cuarta.