Un poeta (gaucho) en Nueva York
A PROPÓSITO DEL DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA.
Rubén Darío llegó a Buenos Aires en 1893. Bajo el brazo, su flamante Azul que se había convertido en el mundo literario en una obra de culto, representante del modernismo, capaz de renovar la poesía en lengua castellana. La influencia que Darío tuvo en los poetas latinoamericanos de la época fue notoria: desde México hasta Uruguay, autores de la talla de Amado Nervo, Celedonio Esteban Flores o José González Castillo bebieron de la fuente por la que manaba la poesía del autor nicaragüense a borbotones.
Corría el año 1934 y el poeta Alfredo Le Pera se había instalado en Nueva York, después de dar bandazos por Buenos Aires, Londres o ParÍs. Había encontrado trabajo como traductor en una pequeña editorial que le servía para malvivir en apartamentos estrechos, mal ventilados y comidos por la humedad. Pero su verdadero compromiso era con la vocación que, desde muy joven, se había apoderado de su personalidad: dar vida al tango. Le Pera se había convertido en compañero inseparable de Carlos Gardel. La mayoría de los éxitos del cantante argentino llevaban la firma del poeta Le Pera como letrista.
En los estudios de la Paramount se estaba rondando la película El día que me quieras, protagonizada por Carlos Gardel y dirigida por John Reinhardt. El público norteamericano estaba entusiasmado con el fenómeno Gardel y el film debía de ser, sobre todo, un musical donde el verdadero protagonista, más allá del argumento, los personajes, los decorados o el valor artístico de la obra, fuera el tango, relegando a un segundo plano las demás cualidades cinematográficas.
Se le había pedido a Le Pera un nuevo tango para engordar la banda sonora y para lucimiento del famoso cantante argentino. Para inspirarse, tomó uno de los libritos que descansaban en la estantería del triste apartamento neoyorkino. Le Pera viajaba siempre con poco equipaje, pues nunca sabía cuánto tiempo iba a durar su estancia en la ciudad a la que llegaba. Pero en su maleta iba siempre la colección de poesía modernista, encuadernada en tela de color rojo. Y el que eligió, casi al azar, era El arquero divino, de Amado Nervo. Y leyó:
El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo,
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas irán por las laderas
saltando cantarinas
el día que me quieras.
Alfredo Le Pera cerró el libro, esbozó una sonrisa, se sentó frente a una mesa tullida que le servía de escritorio, cogió la pluma y escribió:
El día que me quieras no habrá más que armonías,
será clara la aurora y alegre el manantial,
traerá quieta la brisa rumor de melodías
y nos darán las fuentes su canto de cristal.
Perfectos alejandrinos como los primeros versos de Nervo. Pero le surge una duda: ¿Será plagio? ¿Pasará a la historia como el poeta que ha plagiado a uno de los autores modernistas más reconocidos? Baja a la calle y entra en una cabina. Llama y llama por teléfono hasta que consigue hablar con uno de los hijos de Nervo que está en México. Le da su ok. Descansa, se tranquiliza. Y vuelve a llamar, esta vez al apartamento de Carlos Gardel: tengo la letra para tu tango más bella que jamás se haya escrito.
El día que me quieras ha sido el tango más grabado de toda la historia de este género: 117 versiones, de ellas 43 instrumentales.
La relación entre Gardel y Le Pera llegó a su extremo un año más tarde. En 1935, el poeta formaba parte de la comitiva que acompañaba a Gardel en su gira por Colombia. Murió en el accidente de avión de Medellín, el mismo que acabó con la vida del más grande cantor de tangos de toda la historia.
Gabriel Sánchez
El día que me quieras, con Carlos Gardel. Video restaurado por la Fundación Cinemateca Argentina (FCA):