Una historia de libros ‘Súper’
En el supermercado de mi barrio, además de los productos de alimentación habituales que ofrecen estos establecimientos, hay un estante en el que se exponen a la venta revistas, sobre todo de las llamadas del corazón y algunas de coches y de decoración, periódicos generalistas y deportivos (solo de tirada nacional, ninguno extranjero ni de provincias; no venden, por ejemplo, ni La Vanguardia ni el NYT). Recientemente han colocado en un extremo de la estantería libros de los que sospecho tienen vocación de superventas, de convertirse en bestseller. Casi todos ellos, por no decir todos, son novelas. Los libros están alineados respondiendo a un orden y en casilleros numerados: El 1, el 2, el 3… y así. No se explicita, pero se da a entender, que ese orden responde al éxito de ventas. No cambian a diario el ranking, pues imagino que la orden de modificar el pódium la recibirá con periodicidad semanal o quincenal el Reponedor. Hace ya algunos años leí a un afamado crítico literario enmendar esa manía por publicar en los suplementos culturales la lista “los más vendidos” cada semana, que se había demostrado falsa, argumentaba, porque no existían datos fiables: ni las editoriales, ni las librerías, ni los lectores estaban en condiciones de darlos con suficiente premura y periodicidad. Era, sentenciaba el crítico, una engañifa de las editoriales.
En ese rincón-librería del supermercado de mi barrio hay un cierto desorden que confunde a quien lo observa, como puede apreciarse en la foto. Desorden, me atrevo a decir, que incluso puede ser ofensivo, porque si el número 1 lo ocupa la novela El italiano, de Arturo Pérez-Reverte, no se a cuento de qué viene poner en el estante de arriba, justo por encima, varios ejemplares a la vista del último libro de Julia Navarro titulado De ninguna parte, so pena que haciendo honor al título esté ya por encima incluso del orden prestablecido o sea inclasificable. El Reponedor al que pregunté no supo darme una explicación. Le animé a cambiar de sitio los libros de Navarro, dado que aún no estaba en la lista top-10, y también por si a Pérez-Reverte le daba por pasar por allí y la disposición también le parecía ofensiva, pues es bien conocido cómo se las gasta el autor de Alatriste cuando se enfada, ¡no fuera a darle un par de hostias! Pero el Reponedor contestó firme que él no cambiaba un libro sin permiso ni muerto, que además no tenía criterio sobre si uno valía más que otro o era más entretenido este que aquél; y que no quería líos ni entrometerse en peleas de literatos.
Con ánimo ilustrativo le conté al Reponedor de la lista que ese mismo día, o sea, el martes pasado, Vila-Matas, que también es escritor, había publicado un artículo en el que hablaba de otro escritor, César Aira, al que habían entregado un premio estos días. Decía Aira que le consideraban un escritor raro y que como raro se tenía, pues si no qué iba a ser, ¿un convencional?, y aprovechaba Vila-Matas para pedir que, ya que se clasifican algunos escritores de raros, se publicaran listas también de escritores convencionales, al menos una vez al año. El Reponedor, un tanto nervioso ya por momentos por mi cháchara, según me pareció, dijo que no conocía a esos escritores que yo citaba, que no los había colocado nunca en la lista de su competencia reponedora y que si no me importaba me dejaba, que tenía que ponerse con la fila de conservas en lata que andaba desabastecida.
En el número 2 de la fila, la de los libros, al menos hasta que el Reponedor no reciba la pertinente orden, figura la novela A fuego lento, de Paula Hawkins. Por cierto, debajo del nombre de la autora hay una frase en la tapa escrita en mayúsculas un tanto desconcertante que dice MIRA LO QUE HAS PROVOCADO, cuyo significado se me escapa. Puede que tenga que ver con la frase que precede al título, donde se informa que esta novela está escrita por la autora de La chica del tren. Se podría deducir que el éxito de público de aquella novela habría provocado que Hawkins vuelva a escribir otra, y que, por tanto, a ella no se le puede acusar de nada, si no que la culpa es de sus seguidores, que deben atenerse a las consecuencias.
El tercer puesto lo ocupa Sira de María Dueñas, en la que se anima al lector a sumergirse en un tiempo inolvidable, después de que en la anterior lo encerrara entre costuras; y el cuarto en la lista es Los vencejos, de Aramburu. Y el quinto es un libro titulado Sin miedo, escrito por un tal Rafael Santandreu, psicólogo mediático, en el que da cuenta de un método para superar la ansiedad, las obsesiones y cualquier temor irracional. Pensé en comprarlo y leerlo a ver si así acababa con mi obsesión por las listas, con el temor irracional a que me regalen alguno de los libros anteriores o la ansiedad que me provoca esa incapacidad mía para entretenerme con novelas tan entretenidas. Pero descarté la idea y me decidí por una promoción del otro lado de la estantería que ofrecía dos botellas de un tinto rioja a un precio razonable. En la etiqueta leí que era crianza y tenía un sello porque figuraba en una lista de los 100 vinos más vendidos del mundo. De vuelta a casa me dio por pensar sobre con qué votos se elaboraría la lista del vino, si con el de expertos catadores o con el de los consumidores. Me propuse investigar sobre el particular, pero después de beberme el vino, por tener mi propio criterio.
ALFONSO SÁNCHEZ
Alfonso eres único, pobre reponedor.
Me ha gustado mucho
Bien..coño..bien..
Has vivido esa experiencia, magníficamente narrada, por cierto, en el súper de tu barrio. Pero esas mismas impresiones las tengo yo en los departamentos de Librería, así con mayúsculas, de unos grandes almacenes donde, se supone, a la hora de establecer el podio, se deberían tener en cuenta factores propios de la especialidad del producto que se pone a la venta precisamente ahí y no en otras partes de la gran superficie. Y no digamos nada cuando uno se da una vuelta por una librería en la que los libros deberían ser los verdaderos protagonistas del escaparate y encuentras como atractivos y atrayentes números uno ipad, auriculares, agendas electrónicas, videojuegos y unos cuantos aparatos más que ni sé cómo se llaman ni para qué sirven. Ya dentro, el departamento, cada vez más reducido, de libros soporta el mismo ranking que el del súper. ¿Y por qué éste está aquí?, le preguntas al librero, que no reponedor. Te mira con cara extraña, pues para él es infrecuente que alguien se interese por un libro en papel y no por uno de los productos del escaparate y te dice lo que el sacristán de Amanece que no es poco le dice al cura: «Yo soy gallineja y a las doce dicen misa». Y se acabó.