El frívolo malversador y un concierto maravilloso

Corría el año 1778 y Mozart estaba realizando un viaje por Francia. Desde París se desplazó a la localidad de Calais, capital de la corte de Guines. Estaba gobernada por un aristócrata de dudosa catadura moral, Adrien Louis de Bonnères, duque de Guines. Protegido de la reina María Antonieta, Bonnères había sido ascendido a general del ejército francés, después de haber hecho méritos en el campo de batalla. Como embajador también ocupó la sede en Berlín, representando al gobierno de Luis XVI, aunque por poco tiempo, pues sus encontronazos, su falta de tacto y su actitud cínica le granjearon enemigos en el imperio germánico que París no se podía permitir.

Para definirle, en la corte se decía que toda su reputación se basaba en descubrir las nimiedades ridículas de los demás, desairando a todo el que se cruzaba en su camino con frases mordaces y tono divertido. Se descubrió un fraude y una importante cantidad de dinero público desapareció. Ni corto ni perezoso culpó a su secretario de la malversación. Fue juzgado y absuelto por los pelos, pues el tribunal tuvo que atenerse a las peticiones del rey, quien mandó un mensaje a través de su esposa para que el duque fuera exonerado.
Su única virtud: un excelente flautista.
A tan osado personaje conoció Mozart en su viaje a la región de Norte Paso de Calais. Y en el primer encuentro, el duque le hizo un encargo: componer un concierto para flauta y arpa. ¿Por qué el arpa? El duque de Guines tenía una hija, María Adrianne, estudiante aventajada de este instrumento.
He aquí la valoración que Mozart hacía de los dos instrumentos que iban a protagonizar, como solistas, el encargo del duque. Sobre la flauta, Mozart escribió a su padre: “Me siento impotente cuando tengo que escribir para la flauta, un instrumento que no soporto. Y si hay algo que no soporto todavía más, son dos flautas”. ¿Y del arpa?: “Es un instrumento de teclado muy limitado”.

El duque de Guines convino una importante suma de dinero para pagar el trabajo del músico de Salzburgo. A su regreso a París, se puso a trabajar en la partitura. Y pese a la animadversión que el compositor sentía por los dos instrumentos solistas, consiguió una de las partituras más bellas de su carrera como compositor, el K 299.
A lo largo de los tres movimientos, flauta y arpa hacen un trabajo brillante y virtuoso. Ambos instrumentos se van turnando en el protagonismo de la partitura y conversan con toda naturalidad, teniendo como fondo a una orquesta que sigue sus movimientos de forma acompasada. El rondó final es el colofón a todo un trabajo musical muy bien diseñado.
Y ya que hablamos del final de la partitura, vayamos al final de la historia: Mozart nunca llegó a cobrar el precio acordado con el duque por escribir el concierto. Cuando fue a presentarle la factura, el mayordomo mayor del aristócrata le dijo que el duque no recibía y poco menos que le echó de la residencia con cajas destempladas.
¿Qué se podía esperar de aquel golfo, vestido con casaca de raso? Pero no hay mal (para Mozart) que por bien no venga (para nosotros), porque el Concierto para flauta y arpa, K 299 s una de las piezas más brillantes del compositor austriaco. Se lo perdonamos al malvado Guines.
Gabriel Sánchez
La Orquesta Sinfónica de la Escuela de Música del Conservatorio Estatal Rimsky-Korsakov de San Petersburgo, dirigida por Arkady Steinlucht, interpreta el Concierto para flauta y arpa K299. Con la flauta, Anna Komarova y con el arpa, la niña Alisa Sadikjova, ambas del Conservatorio Estatal Rimsky-Korsakov:
