La sangre está cayendo al patio. Nuevos cuentos de Elvira Navarro

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Desde que publicara su primera novela, La ciudad en invierno, en 2007, la escritora Elvira Navarro ha venido contando con el beneplácito de la crítica y galardonada con diversos premios. Cuando se publicó aquella primera novela Enrique Vila-Matas elogió su talento literario: “Un don natural de esta autora, que ha escrito un primer libro tan clásico como feroz y admirablemente transgresor: la sutil, casi escondida, verdadera vanguardia de su generación”. Tras aquella reconocida novela publicó siete libros y desde principios de este mes está en las librerías una nueva entrega de cuentos bajo el inquietante título La sangre está cayendo al patio, con el que vuelve a ser reconocida por la crítica (con algunos matices, como reflejaremos). Hasta cuatro reseñas contamos esta semana entre los seis suplementos de la prensa nacional que utilizamos para estos resúmenes particulares.

En Babelia, Nadal Suau se hace eco del texto que los editores han redactado para la contraportada de estos nueve relatos protagonizados por “hombres y mujeres abandonados a los acontecimientos”, con “empleos precarios, pueblos en mitad de la nada, urbanizaciones vacías y ciudades que no son más que bloques de cemento”; un panorama que Elvira Navarro “distorsiona con sutileza hasta dotar a lo real de una consistencia extraña, al borde mismo de la pesadilla. De un modo casi imperceptible, lo inquietante se infiltra en estas existencias a través del aislamiento y los vínculos que se reconocen rotos cuando ya no queda mucho por hacer”. Suau se queda de ese texto con la palabra “aislamiento” porque refleja bien la soledad en que “se mueven los personajes de un libro opresivo, que muestra la vida contemporánea como un fenómeno amortiguado y desasistido. Y si al lector todo esto le suena muy lúgubre, así debe ser: Navarro es una escritora que no está para bromas, modas o concesiones”.
Y viene a decir con esto que Navarro no transita por las actuales tendencias literarias “que han sido centrales durante el último lustro (cuerpo, deseo) como a alguna que se intuye emergente (pienso en la relectura de lo místico)”. Por el contrario, sus historias “transcurren en escenarios todavía vigentes en nuestra realidad, pero que hace una década o década y media, en la época poscrisis, eran un lugar común de la narrativa española, mientras que ahora han pasado a segundo plano: urbanizaciones vacías a medio construir, espacios urbanos liminares, casas inacabadas, obras…”, una actitud que el crítico ve deliberada con el fin de señalar, o recordar, que “algo quedó congelado en el tiempo, que seguimos viviendo en ese desierto posterior a una fiesta mentirosa”.
Al libro entero lo atraviesa esa atmósfera extrañamente gótica propia de la mejor Navarro, una autora que no practica el terror ni introduce lo sobrenatural, pero que, sin embargo, se diría que puebla sus libros de monstruos y fantasmas acechando en los espacios más oscuros de la ciudad y también en objetos insólitos, lavadoras, secadores de pelo, paredes de obra vista, concluye Suau.
El cuento más flojo
En El Cultural, el crítico Santos Sanz Villanueva explica cómo la obra de la escritora onubense ha venido girando sobre “un triple pivote: tentar los aspectos enigmáticos de la realidad, indagar en los desequilibrios mentales y señalar situaciones sociales degradadas”, y estos nuevos relatos inciden en dichas inquietudes.
Son narraciones cortas, excepto “Los amores idiotas”, que tiene la hechura del relato breve, en los que muestra “poderío imaginativo y voluntad de inventar historias originales y fuertes”. Pero no los nueve cuentos le han gustado al crítico de El Cultural pues el que lleva por título “Tela de araña”, que refiere el acoso de unos emigrantes a una española de Erasmus en París, lo considera “un relato inane y prescindible que desmerece del conjunto”, aunque elogia, como decimos, los otros ocho, que va resumiendo en su reseña: desde la “peripecia de una lavadora doméstica que lava con sangre”, hasta el que tiene como protagonista a un “desquiciado barrendero de carreteras que recoge animales heridos o muertos y monta un auténtico zoo de toda clase de bichos en su casa”. En definitiva, son historias de gentes comunes (oficinista, barrendero, empleada de sex shop, azafata, o trabajadores en paro).

De la reseña de otro crítico al que habitualmente citamos aquí, J. M. Pozuelo Yvancos, de Abc Cultural, extraemos el elogio que hace del relato breve (o cuento largo) “Los amores idiotas”, donde observa “la libertad con que Elvira Navarro da un golpe de muerte, golpe literario, a las convenciones políticamente correctas sobre lo erótico y de lo que puede decirse sobre la obesidad, lo trans y el lumpen de garitos donde Pep y la narradora rompen todo tabú, también el de la enfermedad física”. Elvira Navarro no escribe para que el lector duerma tranquilo –concluye Pozuelo Yvancos– pues “en sus cuentos la pesadilla altera el sueño. Por tal razón su literatura nos mantiene despiertos y admirados”.
Y en la cuarta de las reseñas, la que escribe en Abril Ricardo Baixeras, éste define los cuentos como dolientes y desasosegantes: “relatan a unos seres en plena errancia, desubicados la mayor de las veces, desorientados en un no-lugar (tal y como los ha estudiado Marc Augé) y, sobre todo, en una precariedad laboral que no es sino la contracara de su propia precariedad afectiva”. Son relatos, en definitiva, sustentados “por una única matriz cultural, que es también histórica y política: el desasosiego como forma de encarar la vida y el mundo en derredor”.
La nueva novela criminal de Jonathan Lethem

Cuenta Rodrigo Fresán en Abc Cultural, que Lethem “regresa a casa” con esta su nueva obra Brooklyn, una novela criminal, un escenario que ya utilizó en otras anteriores como Huérfanos de Brooklyn o La fortaleza de la soledad. La que acaba de publicarse tiene además algo de “su talento de ensayista” y de memoria filtrada mientras investiga “la utopía/distopía de su viejo vecindario de algún modo asesinado por la gentrificación y la invasión de una bohemia de luxe en pos de la más cosmética de las reurbanizaciones”.
A partir de esa investigación, el autor neoyorkino “vuelve a la escena del `crimen´ al barrio de Boerum Hill y a la calle Dean de una infancia y adolescencia marcadas por violencia callejera y tensiones raciales y ‘bullying’ escolar y cómics y literatura Pulp”. Y esto lo hace, explica Fresán, “jugando y seduciendo al lector” con declaraciones como la que se lee en la página 346 que Fresan reproduce en la reseña. Habla el narrador-Lethem a modo de confesión: “Yo me limito a hacerlo lo mejor que puedo para avanzar con el asunto. Si acaso, lo he suavizado, para que sigas conmigo, para mantenernos al acecho. Todo, absolutamente todo, sucedió de verdad. Pero hay más. ¿Yo? Soy solo un personaje de esta novela, quien da la casualidad de que la está escribiendo. Pero alguien como yo existió seguro, no te preocupes. Si una persona así no hubiera existido, no habría tenido que inventarme”. Y concluye Fresán advirtiéndonos de que en esta novela “Lethem mira más fijo que nunca y fija uno de sus mejores libros. Porque – como ocurre con los mejores libros– uno vive allí dentro mientras lo lee. En Brooklyn. En el Brooklyn de Lethem. En Brookthem”.
Vivir en los libros
Hace ya algunas semanas una influencer se hizo viral por estas afirmaciones: “Hay que empezar a superar que hay gente a la que no le gusta leer. Y encima no sois mejores porque os guste leer”. Afirmaciones con las que trataba de defenderse de los ataques recibidos al mostrarse de espaldas a una librería en la que no había libros en sus estantes, sino “trastos”, como ella misma la definía. No deja de sorprender que se haya prestado tanta atención desde medios y columnistas consagrados/as a una boutade de este calibre, pero sí sirvió para que se hicieran algunas reflexiones interesantes sobre el mundo de los libros y la lectura en la revolución digital en la que estamos inmersos. Por nuestra parte, el asunto nos viene al pelo para rescatar algunas reflexiones que hemos ido haciendo, de una manera u otra, sobre los libros y la lectura, y alguna otra que teníamos guardada para utilizarla en su momento.

Podríamos empezar con una sentencia del filósofo José Gaos: “toda biblioteca personal es un proyecto de lectura”, de la que podemos deducir que nos hacemos con libros que tenemos la intención de leer, aunque no siempre lo hagamos. No pasa nada. Roberto Calasso defendía que es esencial comprar libros que no vayan a ser leídos enseguida. Hacía esta consideración (en Cómo ordenar una biblioteca) pensando en que al cabo “de uno o dos años, o acaso de cinco, diez, veinte, treinta, cuarenta años, llegará el momento en que se sentirá la necesidad de leer precisamente ese libro”. Puede ser, continuaba, que, entre tanto, “ese libro se haya vuelto irrepetible, y difícil de encontrar incluso en un anticuario, porque es de escaso valor comercial o incluso porque se ha vuelto una rareza y entonces vale mucho más. Lo importante es que ahora se pueda leer enseguida”. Tenerlo a mano cuando te ha llegado la necesidad de leerlo o quizá solo consultar algunas páginas produce una extraña sensación, decía: “Por un lado, la sospecha de haber anticipado, sin saberlo, la propia vida, como si un demonio sabio y malicioso hubiese pensado: ‘Un día te ocuparás de los Bogomilos, aunque ahora no sepas casi nada de ellos…”

Claro que también, como escribió Gabriel Zaid, “un libro no leído es un proyecto no cumplido. Tener a la vista libros no leídos es como girar cheques sin fondos: un fraude a las visitas”.
Y para terminar podemos recordar ese poema de Jorge Luis Borges Mis libros que tan bien define esa sensación de que los libros están ahí para explicarnos, y de paso ampliarnos nuestra propia vida:
Mis libros (que no saben que yo existo)
son tan parte de mí como este rostro
de sienes grises y de grises ojos
que vanamente busco en los cristales
y que recorro con la mano cóncava.
No sin alguna lógica amargura
pienso que las palabras esenciales
que me expresan están en esas hojas
que no saben quién soy, no en las que he escrito.
Mejor así. Las voces de los muertos
me dirán para siempre.
Pues de eso se trata, de intentar explicarse en el laberinto y confusión que produce vivir. Ni mejores ni peores, pero sí más conscientes de lo que es estar vivo.
E. Huilson

Buen esfuerzo con buen resultado