Semanario Cultural

Jon Fosse y la entrevista literaria como género periodístico

“Sólo soy un hombre sencillo y algo raro del oeste de Noruega, nunca tuve la ambición de ser escritor”, cuenta Jon Fosse, último Premio Nobel de Literatura, en la entrevista que firma Andrés Seoane en LA LECTURA. Con sus respuestas a las preguntas del periodista, Fosse se va contando a sí mismo. Habla de su niñez en “un pequeño pueblo llamado Haugesund, en la costa del Mar del Norte (…), allí conocí el mundo y aprendí las palabras y eso me influyó mucho como persona”, y de su incipiente vocación artística: “a los 12 años empecé a sentir lo que en noruego llamamos `el alma del artista´. Comencé a escribir, a tocar el violín y la guitarra y a pintar”, y fue finalmente en la escritura donde encontró su “lugar feliz”; quería escribir pero no con la ambición de ser escritor, simplemente “disfrutar el momento de estar creando. Es mi lugar en el mundo”. 

De la entrevista a escritores dijo en una conferencia pronunciada hace algunos años el periodista y escritor Antonio G. Iturbe que lo importante es que sea concebida primero como un gran retrato: “No debemos dar por sentado que los lectores de la entrevista ya saben quién es, cuáles son sus inquietudes y su mundo personal. Hemos de mostrárselos para que cuando hablemos de sus libros comprendan mejor las motivaciones de sus tramas”. Y esto lo hace con maestría Seoane en la entrevista a Fosse, pues le queda al lector, al concluir la lectura, la sensación de que, entonces sí, conoce a ese “raro” noruego que se alzó con el Nobel, el escritor del que sólo una exigua minoría tenía conocimiento en España antes de la concesión. Según avanzamos en la lectura de la entrevista conocemos que un joven Fosse ganó a los 20 años un premio literario con una novela “muy destructiva, a la contra de todo, con mucha influencia marxista”, que tuvo cierto éxito y críticas durísimas: “Me dieron muchos palos, pero yo estaba muy seguro de mi talento como escritor…” Y en su perseverancia, un día le ofrecieron escribir una obra de teatro (“pagaban bastante bien”) con la que alcanzó el éxito: “Logré convertirme en una estrella del teatro europeo, con encargos de todo el mundo”. De esa etapa, en un guiño al entrevistador español, recuerda a Lorca por lo que dijo sobre el teatro, que “es la poesía que se levanta del libro y se hace humana”. Pero de esa cima a la que lo elevó el éxito teatral le bajó una crisis personal que frenó los constantes viajes a los que le obligaba la escena; se derrumbó: “No podía más, tenía que cambiar de vida drásticamente. Yo soy tímido y para poder aguantar toda la parte social del éxito bebía mucho. Me volví alcohólico y me divorcié. Estaba muy frágil.”

A Fosse le dio a conocer en España, antes de ser Nobel, la editorial De Conatus. Ahora llega a las librerías, mediante Random House, que está recuperando su obra, Ales junto a la hoguera, sobre la que, sorprendentemente, nada se dice en la entrevista más allá de citarla, pues se diría que es su publicación la que la ha propiciado. Sí se adentra la conversación en el tránsito espiritual del autor noruego que, tras haber leído “toneladas de literatura religiosa” en los años 80, ha terminado abrazando el catolicismo, aunque en cierto modo se considera un hereje: “El cristianismo de mi infancia se basaba en trampas y mentiras, así que a los 16 años renuncié a la iglesia nacional noruega”; ahora ve su visión religiosa como católico: “me gustan mucho sus ideas, especialmente la de la luz interior (…) pero hay otras cosas de esa doctrina que no respeto”. No es extraño por tanto desde esta nueva posición que ante las preguntas que se hace, como “¿para quién escribo?, ¿a quién me dirijo?”, las responda con un “No es al lector, así que tal vez sea a Dios”. (Pero en Random House están convencidos de que, además de Dios, Fosse tendrá otros muchos lectores en España).

Entrevistar para que hablen de “su libro”

“Leo mucho para llegar a la ignorancia”, le responde el poeta Rafael Cadenas, premio Cervantes, a Bruno Pardo Porto, en la entrevista que publica ABC CULTURAL. Y también habla, al modo de Fosse, de que, ante los límites del pensamiento y lo indecible, siente a sus 94 años cierto modo de religiosidad: “Creo que soy religioso, pero Dios es lo desconocido, además cada religión cree que su Dios es el verdadero y esto es lo que ha dividido a la humanidad creando odios, llevado a guerras”. Cuenta que la vocación de escritor le llegó por ser lector: “leer luego tienta el escribir y empiezas a intentarlo. Un llamado que a menudo se oye”. Y escribir hasta el presente, pues llega a las librerías A Rilke, variaciones, su último poemario. Ese es el motivo de la entrevista donde se repasa lo más destacado de su vida y obra y algunos de los últimos poemas, así como dichos que dejó escritos: “Cuántas utopías derrumbadas. Eso te abrió los ojos. Agradécelo”. 

No tiene tal consuelo, llamémosle religioso, Karmelo C. Iribarren para afrontar el paso del tiempo, que le produce cierta desesperanza en sí mismo y por los tiempos que corren. El “poeta de la calle y de la vida, del mar y de los bares”, como se le define en la entradilla, es entrevistado por Nuria Azancot en EL CULTURAL para hablar de su último libro publicado, La última del domingo, Premio Hermanos Argensola, que publica Visor. Con quince libros de poemas a su espalda, “del mejor realismo sucio español”, dice Azancot, Iribarren atesora premios, modestia y buen humor. Una muestra: le recuerda la entrevistadora que había dicho que sus libros se habían reducido a dos temas: el paso del tiempo y el tiempo que hace, a lo que responde: “Es que son dos temas muy importantes. A esta edad no conviene coger catarros, por ejemplo, porque lo mismo uno te envenena y te entierra. Es una edad difícil, la esperanza queda casi reducida a llegar al día siguiente, y es conveniente tener siempre un paraguas cerca. Si los sabré yo, que soy el poeta de los paraguas…”. De lo decible, podríamos añadir.

Kafka en los diálogos radiofónicos de Borges

Entre 1984 y 1985 Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari mantuvieron una serie de diálogos radiofónicos (en cierto modo, entrevistas) en un programa de la Radio Municipal de Buenos Aires, para el que no existía un guion previo: “Surgía al albur de la conversación, pero fueron centrándose en obras, autores, de cómo surge la creación, de ética y cultura, de su familia, del paso del tiempo, del cine (al que fue hasta su ceguera, y después de ella, un crítico muy certero), de política”, explica Fernando R. Lafuente en ABC CULTURAL. Esos diálogos se publican ahora completos por Seix Barral, y por sus páginas desfilan los clásicos de la biblioteca particular de Borges y en ellas “no se resiste a la exégesis o el vituperio respecto a determinados autores y determinadas obras”. Es un compendio de erudición y memoria, de ironías y comentarios a la medida de su inmenso conocimiento de la historia literaria, resume Lafuente.

Kafka

Como estamos en el centenario de la muerte de Kafka, acudimos a la biblioteca del Patio para abrir el libro citado y rescatamos una de las eruditas reflexiones que hace Borges sobre el escritor praguense, en la que destaca su condición de clásico: “… las fábulas de Kafka ya son parte de la memoria de los hombres. Y podría ocurrir con ellas lo que podría ocurrir con El Quijote, digamos: podrían perderse todos los ejemplares de El Quijote en castellano o en las traducciones; podrían perderse todos, pero ya la figura de Don Quijote es parte de la memoria de la humanidad. Creo que esa idea de un proceso terrible, creciente, infinito, que viene a ser la base de esas novelas que, desde luego, Kafka no quiso publicar porque sabía que estaban inconclusas, que tenían el deber de ser infinitas… bueno, El Castillo, El proceso, pueden ser parte de la memoria humana, y reescribirse con otros nombres, con circunstancias diversas; pero ya la obra de Kafka es parte de la memoria de la humanidad”. 

Novelas inacabadas que llegaron a ver la luz por la desobediencia de Max Brod, quien fue el gran amigo de Kafka. “Todo lo que se encuentre de mis escritos cuando yo muera, debe ser quemado de forma inmediata, sin ser leído”, le escribió en una de las dos cartas que se consideran su testamento. Afortunadamente, Brod desobedeció. Así lo cuenta José Andrés Rojo en BABELIA, en un recuento de nombres de personas que rodearon al escritor y de títulos de sus obras, ordenados a modo de diccionario. Así, en la letra Q por ejemplo escribe: “Querido, querida: Kafka escribió centenares de cartas, y las que dirigió a Felice Bauer, Milena Jesenská, Max Brod o su padre son obras maestras, acaso lo mejor de su obra. Llenas de humor, de ocurrencias, desgarradoras a veces, precisas como un tajo, y también desmesuradas, exploraron todos los rincones y las sombras del alma humana”.

Y en la L de literatura: “A mi juicio, solo deberíamos leer libros que nos muerden y nos pican. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma, ¿para qué lo leemos?”, le escribió Kafka a su amigo Oskar Pollak el 27 de enero de 1904, y añadió: “Necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros. Eso creo yo”.

En otras entradas se abordan sus novelas, la relación con sus distintas novias, y hasta el listado de sus traductores al español. (Por cierto, Jon Fosse se ocupa actualmente en traducir al noruego El castillo, tras haberlo hecho con El proceso y La metamorfosis).

Recoge Rojo estas palabras que le dijo Kafka al padre de Felice, su prometida: “Todo mi ser se centra en la literatura y hasta los 30 años he mantenido ese rumbo a rajatabla; si alguna vez lo abandono, dejaré de vivir”. Y concluye el periodista recordando que lo hizo “a todas horas, todo el tiempo hasta el final, y casi siempre con un punto de humor”.

En ausencia de Auster

La muerte (casi anunciada) de Paul Auster el pasado día 30 llenó las páginas culturales de los diarios durante la semana. En cuanto a los suplementos culturales, CULTURA/S es el que ha decidido llevarlo a portada con este titular: Huérfanos de “Austerlandia”. Además de un texto de Laura Freixas bajo el título “Tantas veces gracias” en el que agradece al autor de La invención de la soledad (el primer libro que leyó de Auster) que le diera “tantas pistas acerca del oficio más bonito del mundo, escribir”, el semanario recoge una larga crónica de Antonio Lozano en la que recuerda sus encuentros, y entrevistas, con el escritor neoyorquino. De la fascinación que ha provocado Auster en sus lectores más fieles bien puede ser una muestra la que sintió Lozano la primera vez que fue a Nueva York a entrevistarle, unos pocos meses antes de que cayeran las torres gemelas: “Con el transcurso de los años llegarían otras citas –una más en su casa, otra en Madrid, varias en Barcelona– pero aquel fue mi primer encuentro memorable con Paul Auster. Recuerdo encontrarme a la escritora Siri Hustvedt, su esposa, sacando bolsas de basura inmensas al porche tras haber estado arreglando el jardín, y a mi anfitrión, con gafas de sol y fumando sus puritos holandeses Schimmelpenninck, mientras contestaba a mis preguntas con su seductora voz ronca, el sol a sus espaldas y sentado a una mesita en la pequeña terraza que comunicaba con la cocina”. La admiración sin paliativos que sentía por el escritor hubo de esconderla aquel día de la primera entrevista, pues no está bien que un periodista se entregue a ella, no ponga algún distanciamiento: “Llevaba seis años leyendo su obra con fruición, y en aras de la profesionalidad, tuve que disimular al groupie que pugnaba por salir”. Fue el primer encuentro de otros muchos que se produjeron, pero aquella entrevista, celebrada en 2001, no la olvidará nunca. También el periodista cultural puede tener un corazón… ¡letraherido!

                                                                                                             E. Huilson

2 comentarios en «Jon Fosse y la entrevista literaria como género periodístico»

  • «Teatro es la poesía que se levanta de un libro y se hace humana», según Lorca. Maravillosa definición

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  • Hay dos frases que son para guardar dentro de uno: «solo deberíamos leer libros que nos muerden y nos pican», de Franz Kafka, que me anima a abandonar los libros que no me hacen ni lo uno ni lo otro ni mucho menos «me despiertan de un puñetazo en la crisma» . Gracias.
    La otra es de Rafael Cadenas: «leo mucho para llegar a la ignorancia». Qué sabio.

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