La sumisión de un genio ante una gran obra
Aquel marqués era algo déspota. Christian Ludwig, margrave de Brandenburgo-Schwedt era hermano del rey Federico Guillermo I de Prusia. El parentesco se le había subido a la cabeza y ordenaba y desordenaba a su capricho. Pero esa personalidad un poco autocrática tenía algo de positivo: era un gran mecenas de la música y tenía buen ojo para la elección de los mejores para su regodeo y el de los que le acompañaban en sus veladas. El margrave encargó a Johann Sebastian Bach, para su particular recreo, una serie de conciertos, y le dio las instrucciones sobre su contenido: la orquestación, duración, movimientos… El maestro de Leipzig se puso manos a la obra en 1713 y compuso seis conciertos siguiendo las pautas del mecenas. En aquella época, Bach era maestro de capilla en Köthen, una ciudad de Sajonia, y trabajaba para el Gran Duque Ernesto de Weimar. No tenía ningunas ganas ni intención de escribir esos conciertos, máxime cuando tenía que seguir unas normas con las que no comulgaba, sobre todo respecto de la orquestación. Tantos músicos en el escenario, con instrumentos repetidos no era propio de un compositor de su talla, acostumbrado a partituras más sencillas y sentidas, muchas de ellas con acompañamiento coral. Pero había que hacer de tripas corazón y satisfacer los deseos de quien le abonaría una buena suma por su obra.
El refrán dice que es de bien nacidos ser agradecidos. Y en verdad que Bach debió de nacer muy bien, a juzgar por la dedicatoria que escribió –en francés- al margrave Christian Ludwig y que acompañaba el primero de los conciertos:
“De conformidad con las órdenes más corteses de su Alteza he tomado la libertad de hacer mi más humilde deber a Su Alteza Real con los presentes Conciertos, que he adaptado a diversos instrumentos; rogando humildemente a su Alteza que no juzgue su imperfección con el rigor de ese gusto exigente y sensible, que todo el mundo sabe que Él tiene para las obras musicales, sino que más bien tome en benigna consideración el profundo respeto y la más humilde obediencia que yo así trato de mostrarle.”
Imperfección dice el pobre Johan Sebastian Bach para definir una de las obras que han pasado a la historia de la música de todos los tiempos. Le reconoce gusto exigente y sensible, cuando lo que verdaderamente está expresando es que ha tenido que amoldarse a su criterio por no despreciar la cuantía económica que el mecenazgo suponía. Y, al final, naturalmente, confiesa que lo ha hecho por obediencia.
Los seis conciertos se estrenaron en Berlín el 24 de marzo de 1721. La orquesta, gran orquesta por deseo expreso de Ludwig, fue prestada. El marqués, paradojas de la vida, no disponía de músicos propios. Como no era posible reunir a tan abundante elenco de ejecutantes con frecuencia, las partituras de los seis conciertos fueron arrumbadas en un cajón de la biblioteca del mecenas, quien murió en 1734. No volvieron a interpretarse. Un siglo después, en 1849, Siegfried Wihelm Dehn, un musicólogo alemán, descubrió los manuscritos en la biblioteca y fueron publicados al año siguiente. No llevaban título, sólo la dedicatoria en francés que hemos comentado antes. Fue otro musicólogo, Julius August Philipp Spitta, quien bautizó la memorable partitura con el nombre con el que ha pasado a la historia: Los conciertos de Brandenburgo.
Gabriel Sánchez
Y aquí están los Conciertos de Brandenburgo:
Concierto de Brandenburgo No 1, con la Munchener Bach Orchester dirigida por Karl Richter:
Concierto de Brandenburgo No 2 con la Deutsche Radio Philharmonie | Frucherslauternalle Kaiserslautern:
Concierto de Brandenburgo No 3 interpretado por el conjunto de música antigua Voices of Music:
Concierto de Brandenbrugo No 4, interpretado por la Netherlands Bach Society:
Concierto de Brandenbrugo No 5, con Claudio Abbado y la Orquesta Mozart (Teatro Municipal Valli de Reggio Emilia, Italia, 2007):
Y el Concierto de Brandenbrugo No 6, con la Barockorchester de Bremen: