¿Leyó usted el mejor libro del año?
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Desde que decidimos que todo diciembre es Navidad, la lectura de los suplementos culturales hay que enfocarla teniendo en cuenta este fenómeno. Vienen plenos de recomendaciones para acertar con las compras navideñas, animan a regalar libros (regale cultura, se nos aconseja), y todo ello compaginado con anuncios publicitarios, como ya comentábamos la pasada semana. Desde un “Especial Navidad” que anuncia en su último número ABC CULTURAL, a los resúmenes de lo publicado en el año (CULTURA/S). O las recomendaciones de sus críticos (ABRIL), hasta las páginas dedicadas a la literatura infantil y juvenil de LA CULTURA, es lo que encontramos esta semana.
Algunos incluso ya se adelantan a cerrar 2023 publicando listas de los mejores libros del año, de las mejores películas y series, de las mejores obras teatrales, y exposiciones…, listas que votan sus críticos. Coinciden en publicar rankings BABELIA y EL CULTURAL. Y con dichas listas en la mano es inevitable caer en la tentación de cotejar el orden de excelencia de los libros para ver si estuvimos atinados en nuestras elecciones particulares de lectura, en las opiniones después, y en las recomendaciones de tal o cual título que trasladamos a amigos y familiares, o si, por el contrario, nos perdimos en ese mar inmenso de libros publicados, campo minado con títulos de autoayuda, de historias ocurridas en la antigüedad y de best sellers, premiados o no.
“Los 50 libros de año”, titula BABELIA su lista y (¡oh fortuna, la leí!) es Fortuna, la novela de Hernán Díaz, la que sitúan sus críticos en lo más alto del podio. En EL CULTURAL, que ha dividido sus listas por géneros, y en si fueron escritos en español o traducidos de otros idiomas, la novela de Díaz, escrita en inglés, aparece en el puesto 10 de su lista de “novela internacional”, que encabeza Retrato de casada, de Maggie O´Farrell, a la que BABELIA, en su lista sitúa, en segundo lugar, una coincidencia que no se repite mucho, lo que dice bien de la novela de la escritora británica, nacida en Irlanda del Norte.
Ficción en español: The winner is…
Y aquí no coinciden EL CULTURAL y BABELIA. Para el primero, el número uno se lo lleva Antonio Muñoz Molina con No te veré morir, mientras que, para el suplemento de El País, es Castillos de fuego, de Martínez de Pisón, la merecedora de ser nominada como la mejor novela del año de las escritas en español, y como tercer mejor libro de los 50 seleccionados. En fin, que esto de cotejar unas listas con otras da mucho juego, pues, además de comparar su propio gusto literario con el de los críticos, también puede solazarse con las discrepancias entre ellos, o criticar sus gustos, o descubrir intereses, ¡vaya usted a saber!
ABC CULTURAL facilita las cosas desde la portada, donde proclama: “Para celebrar y regalar estas fiestas. Una Navidad más los críticos nos confiesan sus recomendaciones”. Y así comprobamos, por ejemplo, como uno de sus críticos más renombrados, José M. Pozuelo Yvancos, recomienda la novela El problema final, de Arturo Pérez-Reverte, a quien bautiza como “alter ego” de Conan Doyle, creador del investigador Sherlock Holmes, a quien homenajea en su novela el escritor de Cartagena, elegida y elogiada por el catedrático de Literatura de la Universidad de Murcia como buen regalo navideño en lo que bien podría leerse como un bonito pacto cantonal.
También ABRIL encargó a sus críticos que hicieran recomendaciones personales para su último número. Así, de la relación que publica sobre narrativa en español Elena Hevia, nos complace ver que, en el primer lugar de la lista, sitúa MANIAC, la novela de Benjamín Labatut, del que escribe que “tras la magnífica colección de relatos Un verdor terrible, el escritor chileno lo ha vuelto a hacer: dejar al lector apenas sin respiración. Lo que cuenta en esta novela se inscribe en su amor a las historias de científicos como una metáfora de las preocupaciones del siglo XX y nuestros miedos frente al futuro de la inteligencia artificial”, una descripción que suscribimos. Y en el apartado de novela internacional sitúa en primer lugar Fortuna, de Hernán Díaz, que describe como “proeza insuperable”, y de la que recuerda que conquistó el último Premio Pulitzer de Literatura. “Se trata de un complejo puzle que recorre distintos estilos y compone al final una figura que nos habla del poder corruptor del dinero y del ninguneo de las mujeres como protagonistas de la historia”, escribe.
Los otros superventas
ABRIL también hace una selección de best sellers, en la que no vamos a entrar, pero que se pueden imaginar: el Planeta, las últimas novelas de Posteguillo, Gómez Jurado o Isabel Allende, en fin, lo de los últimos años. Le precede a la lista un texto de Carmela García Prieto en el que cuenta que “una explosión de contenido ha arrasado este año con la atención de los fieles a las recomendaciones de los grandes escaparates. La avalancha de pódcast, el sinfín de adaptaciones al cine y una presencia mayor que nunca de los libros en las redes ha hecho que las tendencias corran en direcciones muy dispares. El pelotón de libros más vendidos se contrapone, sin embargo, a un fenómeno curioso: un ánimo por la relectura de los clásicos, de volver a Cortázar, a Proust, a Joyce e incluso a Cervantes con una nueva edición del Quijote. Puede que de ahí cuelgue el interés por las ficciones históricas, por las biografías reales o reinventadas, como El retrato de casada, de Maggie O’Farrell y todas las de Stefan Zweig, que también ha ayudado a tratar de entender esta Europa revolucionada”.
Nos congratula el fenómeno, pues ya decía Azorín (este fue el año que celebramos, con escaso caso para su merecimiento, los 150 años del nacimiento) que “no ha escrito Cervantes el Quijote, ni Garcilaso las Églogas, ni Quevedo los Sueños. El Quijote, las Églogas y los Sueños los han ido escribiendo los diversos hombres que a lo largo del tiempo han ido viendo reflejada en esas obras su sensibilidad”.
Y volviendo sobre lo que escribe García Prieto, cierra la presentación de esa lista de libros más vendidos con esta irónica visión: “Envueltos en la vorágine de estímulos, ha surgido un ánimo claro por conocerse mejor, girando hacia la autoayuda, la religión, la sociología: libros de reflexión y moraleja, que convertirán las reuniones familiares en buenos coloquios de responsabilidad emocional, con todo el mundo tratando de encontrar a su persona vitamina e identificar su Imperio romano”. ¿O no es ironía?
El lector incómodo con la Navidad
No hay nada publicado sobre lo cómodos o incómodos que se puedan sentir los críticos literarios ante las demandas que les hacen los responsables de los medios donde escriben para que elijan “el mejor libro”, o participen en la elaboración de esas listas de recomendaciones. Ya hemos publicado en este espacio que no es fácil en los tiempos que corren la tarea del crítico literario, ejercer de “juez que ha leído mucho, conoce el canon literario y posee una amplia variedad de experiencias con muchos géneros. Nuestro trabajo consiste en actuar como lectores serios. Nuestro objetivo debería ser el de ubicar un libro, juzgarlo con la perspectiva de una larga tradición literaria”, según defendía Maríe Arana, ex directora literaria del desaparecido World Book, el suplemento del The Washington Post. No, no tiene que ser fácil. Decía Eliot Weiberger, crítico de The New York Review of Books, que la llamada crítica seria ha pasado en su mayoría a ser dominio de los académicos, que escriben usando una jerga especializada, en la extraña creencia de que lo complejo solo puede presentarse por medio de frases impenetrables, y que parecen más preocupados por la crítica de la crítica que por la crítica de la literatura: “El resto es publicidad principalmente: los extraordinariamente eficaces departamentos de marketing de las grandes empresas editoriales dictando aquello sobre lo que se escribirá en los periódicos y revistas”. Si no haciendo sus listas, nos tememos. Ya nos ocupamos de ello en su día en el Patio.
Steiner en lo alto de las listas
Exactamente el Steiner glosado por Nuccio Ordine. El ensayista y filólogo italiano, premio Príncipe de Asturias de este año, que no pudo recoger porque falleció pocos meses antes de la entrega, nos dejó un breve ensayo a partir de sus entrevistas con el pensador, crítico y teórico de la literatura George Steiner. En EL CULTURAL sitúan el ensayo de Ordine, George Steiner, el huésped incómodo, como el segundo más destacado del año de los publicados en España. Mantenía Steiner, en un artículo dedicado a la crítica recogido en su libro Pasión intacta, que la diferencia entre el juicio de un gran crítico y el de un semi-ilustrado o un loco reside en la gama de referencias inferidas o citadas, en la lucidez y en la fuerza de articulación retórica (el estilo del crítico) o en el addendum accidental de que el crítico sea un creador en su derecho. Pero esta diferencia no es ni científica ni lógicamente demostrable. No puede decirse que una proposición estética sea `verdadera´ o `falsa´. La única respuesta adecuada es el acuerdo o desacuerdo personal”.
Steiner fue un gran crítico, reconocido como tal en vida. Cuenta en su libro Ordine una anécdota que ilustra su talla, el fichaje por The New Yorker para suceder al gran crítico Edmund Wilson: “Para mí era un gran honor –refiere Steiner–, y por lo tanto decidí escribir a Wilson para pedirle consejo. Me respondió que el único consejo que podía darme concernía a la vida privada: `No te divorcies nunca; mis tres divorcios me han forzado a entregar a mis exmujeres las considerables ganancias que he obtenido como colaborador”. La respuesta tiene una lectura subyacente, que poco o nada tenía que recomendarle Wilson desde su condición de crítico a quien ya reconocía como un par por su labor como brillante comparatista. Steiner escribió 150 artículos para el new yorker durante los treinta años, del 1967 a 1997, que duró su colaboración.
Y siempre fue un crítico valiente, independiente, incómodo en todas las áreas a las que dedicó su pensamiento. Nuccio Ordine recuerda en su libro esas valientes posiciones que, entre otros asuntos, Steiner mantuvo en torno a la creación del Estado de Israel, que le provocarían fuertes y numerosas críticas, y que “revelan con gran fuerza” el punto de vista del judío laico que se consideraba: “Por desgracia, no puedo sentirme parte de este contrato con Abraham. Por eso no poseo un feudo refrendado por la divinidad en un pedazo de tierra de Oriente Próximo, ni en ninguna parte. Es un defecto lógico del sionismo, un movimiento político-laico, invocar una mística teológico-escritural que, en honor a la verdad, no puede suscribir”. Esta cita figura en el libro de Ordine. Procede de Errata, el libro en el que Steiner narra parte de su vida. A esa cita le siguen estas palabras donde explica lo anterior: “Sería, creo, algo escandaloso (palabra de procedencia teológica) que los milenios de revelación, de llamamientos al sufrimiento, que la agonía de Abraham y de Isaac, del monte Moriah y de Auschwitz tuviesen como resultado final la creación de un Estado-nación armado hasta los dientes, de una tierra para especuladores y mafiosos como todas las demás. La `normalidad´ sería para los judíos otra forma de desaparición. El enigma, acaso la locura, de la supervivencia debe responder a un llamamiento más elevado. Uno inherente al exilio”.
La actualidad de su pensamiento es indiscutible. La discusión en torno a sus opiniones, también lo es. Y las fechas navideñas le dan un excepcional significado a la localización del conflicto. Del mismo modo que en este tiempo tampoco sería descabellado preguntarse si no podría ese exilio del que habla Steiner convertirse en un modo de sentir, más universal, la propia existencia, del que se tendría que derivar el agradecimiento a la tierra de acogida, la Tierra que habitamos, que nos anime a una vida más modesta que permita cuidarla mejor. Desde esta perspectiva, pienso que un libro malo es más fácil de reciclar, más sostenible que muchos de los productos que por estas fechas consumimos, sin necesidad de hacerlo. Qué buena razón para desdecirme: Les animo, ¡qué ironía!, a regalar libros. Aunque sean malos.
E. Huilson