De la crítica literaria: algunas consideraciones
Cada lunes, desde hace algo más de un año, venimos publicando en este rincón del Patio “un resumen particular” de las críticas o reseñas de libros que leemos en los diferentes suplementos culturales que publican, entre el jueves y el sábado, los principales periódicos de ámbito nacional. Hoy nos vemos obligados, por razones técnicas, a hacer un cambio en nuestro espacio habitual, pero aprovecharemos para realizar algunas consideraciones sobre un tema, siempre discutible y discutido, que afecta a dichos suplementos: el valor de la crítica, su seguimiento por los lectores, y el papel del crítico a la hora de enjuiciar un libro.
Nos referimos, por tanto, al crítico que cada semana publica en un periódico su opinión sobre una novela o un libro de poemas, con el fin de guiar a sus potenciales lectores, no al crítico de la Academia, el que imparte sus conocimientos en la Universidad, sino al reseñista de prensa.
En julio de 2017 varios medios de comunicación publicaron la noticia de que dejaba su puesto como jefa de los críticos literarios de The New York Times Michiko Kakutani (lo que ya nos da una idea, la propia publicación de la noticia, de su importancia y poder), y la razón que ella mismo dio: pretendía dedicarse a “escribir más ensayos sobre la cultura y las políticas de la América de Trump”. En España, Galaxia Gutenberg publicó La muerte de la verdad, ensayo con el que obtuvo el Premio Pulitzer.
De ella llegó a decir el escritor Jonathan Franzen que era “la persona más estúpida de Nueva York” porque Katutani había comentado de su novela Zona fría que no era otra cosa que un “odioso retrato del imbécil adolescente”. Por su parte, Norman Mailer se quejaba de ser “su blanco favorito” porque le hizo una crítica negativa de Ante el dolor de los demás (“un texto estúpido y vacío”). Mailer llegó incluso a escribir al director del periódico argumentando que “se necesitan por lo menos tres reseñas exaltadas para compensar el daño”, tachando de kamikaze a la reseñista, y concluía: “alguna mosca le ha picado en su culo nipón”, según leemos en una crónica de Valeríe Miles, publicada en 2016 en The New Barcelona Post.
Es posible que los grandes críticos que tanta influencia tuvieron en el pasado siglo hayan desaparecido para siempre. Dicen que hubo un momento en que los libros que elogiaba Edmund Wilson en The New Yorker se disparaban en las ventas. Contaba Roberto Careaga, en el diario chileno El Mercurio, el caso de Marcel Reich-Ranicki, el más duro de los críticos alemanes, “una verdadera leyenda que en los 90 llegó a la televisión para destruir libros mirando a la cámara y levantando el dedo índice. Aunque la mayoría de las veces hablaba con entusiasmo de lo que reseñaba”. Arriesgó y terminó convirtiéndose en una institución. Tras su muerte, no hay críticos de su influencia en Alemania. Representa un tipo de figura que ya no existe, como la del mencionado Edmund Wilson, en Estados Unidos o el británico Cyril Connolly. O la de Bernard Pivot en Francia, que con su programa televisivo Apostrophes influyó en toda una generación de lectores. Críticos todos ellos que con sus reseñas en revistas, periódicos o televisión “fueron moldeando en tiempo real un canon de las letras de su tiempo”, según Careaga.
Vienen a cuento estos ejemplos para comprender hasta qué punto un crítico puede tener influencia en el aprecio de un libro. ¿Existe hoy en España algún crítico con ese poder? La respuesta es que no. ¿Lo hubo recientemente? Puede que quien más se acercara a ese tipo de figura tan influyente fuera Rafael Conte, una referencia de los 80 y 90, aunque en los años sesenta ya ejercía la crítica en el suplemento cultural del diario Informaciones de Madrid, siendo uno de los más prestigiosos, envidiados y temidos críticos literarios del país. Pero fue en el diario El País donde consolidó su prestigio oficiando en su consejo editorial, como jefe de las páginas de Opinión y Cultura, y sin dejar de hacer crítica literaria. Pasó por los diarios El Sol y ABC durante un tiempo, pero regresó con sus críticas al suplemento cultural Babelia.
Catedráticos, escritores y amateurs
La crítica literaria en España está en manos de un destacado grupo de catedráticos, escritores, periodistas culturales y, como fenómeno novedoso, aficionados que desde páginas digitales comentan novedades.
De los catedráticos reseñistas destacan, entre otros, Santos Sanz Villanueva, que ejerce su magisterio en El Cultural, José María Pozuelo Yvancos, que hace lo propio en ABC CULTURAL, Domingo Ródenas de Moya en BABELIA o Juan Antonio Masoliver Ródenas en Cultura/s, el suplemento de La Vanguardia.
De los escritores que hacen crítica tenemos a Patricio Pron, Marta Sanz, Rodrigo Fresán, Carlos Pardo, Marta Rebón o Lourdes Ventura, sin ánimo de ser exhaustivos.
Sobre estos críticos escritores, y sin generalizar, mantenía el ensayista Roberto Calasso que los más grandes críticos literarios del siglo XX fueron generalmente escritores, y citaba a Marcel Proust, a Jorge Luis Borges o Paul Valery. Añadamos por nuestra cuenta que ese relevo lo cogió admirablemente Vargas Llosa, quien cumple con aquello que defendía Ricardo Piglia, que, “en general, la crítica que hacen los escritores es muy clara. No suele haber en ella una jerga técnica, es muy coloquial; son textos escritos con mucha fluidez, y esto también es una virtud”, y cita el Diario de Kafka como una excepcional reflexión continua sobre la literatura.
“La crítica literaria no está en su mejor momento”, respondía Nadal Suau en una entrevista del pasado año en un diario de Mallorca a cuento de su participación en el taller Criticar al crítico. Decadencia y caída de la crítica literaria, que coordinó Carlos Pardo, crítico de El País. “Hace tiempo que los críticos perdimos la condición de referentes totales”, explicaba, “En los años 80 y 90, cuando salía una crítica positiva en Babelia, por ejemplo, se podía vender toda una primera edición del libro reseñado. Ahora, somos una parte más de todos los factores que empujan una obra al éxito”, algo que no le disgustaba del todo. Se lamentaba de la precariedad en que trabajan los críticos, algo consustancial al periodismo en general en la actualidad. A la vez que defendía que “un crítico tiene que ser, ante todo, autocrítico, ser capaz de repensar sus propias ideas y reconocer cuando se equivoca. Porque, si no te puedes dar cuenta de tus propias contradicciones ni corregir tu punto de vista, no eres un crítico, eres un inquisidor”.
Una crítica rigurosa, independiente
La necesidad de la crítica sigue, no obstante, estando vigente, pues un crítico libre desempeña una labor higiénica. Los escritores saben que hay alguien que espera que den lo mejor de sí, que no se relajen con el éxito de una anterior novela. Quizá por eso les temen. Virginia Woolf en su ensayo ¿Cómo debería leerse un libro? se lamentaba de aquellos libros que han malgastado nuestro tiempo y nuestra simpatía, y los consideraba dañinos, corruptores; también a los escritores de “falsos libros, libros falseados, libros que infectan el ambiente de decadencia y enfermedad”. Por lo que pedía ser severos con nuestro criterio.
James Wood crítico literario y escritor de ensayos y novelas, profesor de Crítica Literaria en la Universidad de Harvard y colaborador de The New York Times, The New Yorker, The New York Review of Books y la London Review of Books, considerado uno de los personajes más influyentes de las letras estadounidenses, defendía que “hay un placentero amateurismo en la crítica literaria, más allá de que hoy sea parte de los programas universitarios. Un profesor de Literatura en una lujosa universidad no está necesariamente más enterado que un lector común. La ventaja de un lector profesional es un conocimiento académico más amplio, pero no hay mucho más que hacer para un crítico que leer lo más posible para comparar lecturas”. Puede ser un buen colofón para este breve repaso a algunos aspectos de la crítica literaria. Wood es además autor del ensayo Los mecanismos de la ficción, una guía al alcance de los no iniciados en los estudios literarios para mejor disfrutar de las novelas que leemos porque nos adentra en cómo los escritores organizan sus ficciones. Existen otros libros de tema similar que, como lectores, nos ayudan a comprender mejor las ficciones. Dos de ellos comparten título, El arte de la ficción. Los escribieron, cada uno el suyo, David Lodge y James Salter. Anímense y realicen después sus propias críticas de las novelas que vayan leyendo. No es tan difícil si leen lo suficiente.
Hasta la semana que viene, que volveremos a nuestros suplementos y a leer a sus mejores críticos.
E. Huilson