Semanario Cultural

Literatura para no perder la memoria

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.

“El pasado tiene que probar constantemente que existió. Aquello que fue olvidado y lo que no existió ocupan el mismo lugar.” Son palabras del novelista portugués José Luis Peixoto (sobre el que luego volveremos) que vienen bien para ilustrar, a modo de frontispicio, este “resumen particular” de las páginas literarias de los suplementos culturales que les ofrecemos cada semana. 

En ABRIL, el escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov, ganador de la última edición del Premio Booker con su novela Las tempestálidas, habla precisamente del peligro de olvidar, de perder la memoria, al referirse a la actual guerra en Ucrania: “Es una insensatez librar una guerra en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Se ve que hemos caído en una especie de laguna de la memoria. La verdad es que hemos empezado a olvidar con demasiada facilidad, incluida la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Y cuando olvidas una guerra estás condenado a empezarla de nuevo. Pensábamos que la memoria nos había sido dada de una vez por todas. Pero, en realidad, la memoria supone un esfuerzo diario. Hay que ejercitarla todos los días”.

Gueorgui Gospodínov

En Las tempestálidas, Gospodínov habla de los temas que marcan el presente político, como el auge de la extrema derecha y el nacionalismo en Europa, y el populismo en todo el mundo. En la entrevista que le hace Inés Martín Rodrigo, el escritor búlgaro explica que mediante la novela trata de entender de qué manera la extinción de la memoria, nuestro alzhéimer colectivo, se convierte en caldo de cultivo para el nacionalismo y el populismo: “ Europa debería tener defensas suficientes, uno diría que está inmunizada gracias a la cultura. Pero no es así, en realidad sucumbe como cualquier otro a la epidemia del pasado.” No hay respuesta para salir de la actual crisis, dice, pero sí cree que la literatura será importante a la hora de explicarla: “Porque ahora mismo, detrás de la guerra real hay otra guerra: la de las palabras y la propaganda. Nos tocará aprender cómo librar también esa guerra. La literatura y la humanidad de las historias que nos contamos, las que invocan y provocan verdadera empatía, son un arma natural contra la propaganda”. Y aboga por tratar la realidad desde la sátira y el humor: “Vengo de un país con el que la historia no ha sido benévola, y sé que, sin ironía, y autoironía, ni mis antepasados ni yo habríamos sobrevivido.” Habla así de Bulgaria, su país, al que en 2010 The Economist, en un artículo, lo definía como “el lugar más triste del mundo”. Dice Gospodínov que, ante esa realidad, “el escritor puede al menos intentar, incluso es su deber intentarlo, traducir y narrar la tristeza. Porque narrar la tristeza es la única forma de hacerla dócil y soportable. La tristeza acumulada y no contada se convierte en una sustancia explosiva”. Pero la crisis, apunta, no solo afecta a su país: “Ahora mismo no es solo Bulgaria, toda Europa y el mundo tienen un problema de horizontes. Vivimos un agudo déficit de futuro y de sentido. Es algo mucho más grave que el déficit de combustibles fósiles, por ejemplo”. Y de nuevo cree que la literatura tiene un papel que jugar en esta pelea: “La literatura posee superpoderes de enorme sencillez: crea gusto y resistencia, algo que en estos momentos es terriblemente importante contra el mal gusto y el kitsch del nacional-populismo “. Y cuando se le pregunta sobre qué da sentido a la vida de un escritor en pleno siglo XXI, sentencia: “No solo para el escritor, sino para cualquier persona, el sentido es solo uno: salvar el mundo y el cuarto de los niños durante al menos una generación más. Y que los refugios no se conviertan en refugios antiaéreos. ¿Acaso es poco?”

La memoria de las ciudades en guerra

Karl Schlögel (F: Jesús de Miguel/Tribuna Complutense)

Refugios antiaéreos precisamente proliferan ahora en las ciudades de Ucrania. El espacio es el lugar de la historia, el lugar para la memoria del tiempo. El nombre de las ciudades la evocan. Kiev, Odesa, Yalta, Járkov, Dnipropetrovsk –conocida por Dnipró–, Donetsk, Czernowitiz y la soviética Lvov, ahora Lviv, antigua Lemberg austrohúngara. Son las ciudades de las que habla Karl Schlögel en su libro Ucrania, encrucijada de culturas, publicada en 2015 y ahora reeditada, y completada con nuevos textos a la vista de los efectos de la guerra. Firma la reseña en BABELIA Jordi Canal, en la que nos advierte que estamos ante un recorrido espacial y temporal por Ucrania, esa “Europa en miniatura” que la propia Europa desconocía hasta fechas trágicas recientes. Se trata, según el autor, de “una exploración de la geografía cultural, un paseo de un lugar a otro”, una suerte de arqueología urbana. En los textos añadidos para la edición actual también se habla de una novena ciudad, “que ya no existe”: Mariúpol, centro industrial del acero, devastada por los ataques rusos. Apunta Canal que todas estas ciudades muestran “pasados complejos y tortuosos, urbanicidios y renombramientos, melting pot (crisol), mestizaje y exterminios —centro del judaísmo del este europeo—, multiconfesionalismo y multilingüismo”. 

Cada ciudad con su propia historia. Leer las ciudades, que es lo que hace el autor, es una propuesta enriquecedora. Schlögel, que ha dedicado toda su vida académica a la historia de Rusia y la URSS, se nutre de sus experiencias viajeras desde finales de la década de 1960 hasta hoy. Los paisajes de fina cultura y moderna arquitectura conviven con los de una devastadora violencia en los siglos XX y XXI –explica Canal. Ucrania es un estado soberano desde 1991. Con una sociedad de frontera, que no admite una historia hecha desde una única comunidad étnica, lingüística o religiosa ni desde la obsesión por lo nacional: “una nación activa que ha cobrado conciencia de sí (…) En este país, que ya no desaparecerá de nuestros mapas mentales, asegura Schlögel, va a decidirse si Europa tiene futuro”.

Memoria personal de un empresario portugués

Jose Luis Peixoto

Y volvemos sobre la frase de Peixoto del principio de este artículo, “el pasado tiene que probar constantemente que existió… etc.,”, porque su reflexión continúa diciendo: “Hay mucha realidad a pasear por ahí, frágil, transportada solo por una única persona. Si este individuo desaparece, toda esa realidad desaparece sin contemplaciones, no existe modo de recuperarla, es como si nunca hubiera existido”. ¿Se puede justificar mejor una novela que es una biografía y a la vez se acerca a la crónica de una época y una reflexión sobre la memoria? En esto parece consistir Comida de domingo, de José Luis Peixoto, aunque mejor dar la palabra a la reseñista del libro en BABELIA, Tereisa Constenla: “Es difícil encajar el libro en un estante clásico. Se plantea como novela, pero lo narrado no es ficción. Cuenta una vida sin ser una biografía. Puestos a concretar, tal vez se le pueda considerar un memorial novelado donde el escritor pone la literatura y el protagonista los recuerdos, una criatura que contentó a ambos”. El protagonista es Rui Nabeiro, un empresario del Alentejo portugués, donde fue enterrado en marzo, que tuvo una vida larga “que le permitió nutrir con tenacidad la galería de historias que se le exige a una figura para ser considerada extraordinaria. La primera de todas es que fue contrabandista en los tiempos en que la frontera entre Portugal y España, a unas zancadas de su casa, disimulaba su permeabilidad tras el disfraz de paso inexpugnable entre dos dictaduras. La última es que fundó una empresa portuguesa, Delta, que vende cafés a medio mundo y que dijo no a Nestlé, Pepsi y cuanta multinacional de la alimentación se ofreció a comprarla. Nabeiro quería ser un gigante sin traicionar al Alentejo”. En la novela, fruto de las conversaciones del empresario con el escritor, se suceden momentos de la vida de su protagonista, nacido en una familia modesta, saltando del pasado al presente y de la primera a la tercera persona, y de episodios de escenas corrientes, “como un modesto desayuno de sopas con leche, a hechos excepcionales, como la inauguración del puente Salazar (hoy 25 de Abril) sobre el Tajo el 6 de agosto de 1966.” También se cuenta la negativa de Nabeiro a los enviados de una multinacional que le traían una oferta para comprar su empresa “con números que no son de este mundo”, pues “comprar todo lo que tenemos es comprar nuestra vida”.

Por el libro –explica Constenla– desfilan la familia de Rui y políticos como Marcelo Caetano, que sustituyó al dictador Salazar en 1968; Mário Soares, el primer socialista que presidió la República, o el español Felipe González

El libro se proyecta sobre la historia de un individuo que hace memoria en vísperas de cumplir 90 años, que sabe que está llegando al final y eso le coloca de inmediato en una posición de clarividencia. “No solo tenía la sensación de que toda la gente se estaba muriendo, comenzaba a sentir que toda la gente ya estaba muerta”, piensa en el tanatorio cuando acude a despedirse de su “amigo más sincero”.

Peixoto habla de Nabeiro pero también de sí mismo, la materia que casi siempre está en el origen de su literatura. 

Por completar un poco más este sentido de su literatura hemos encontrado en una entrevista concedida hace tres años a la revista Zenda la siguiente frase: “relatarme a mí mismo a través del otro y relatar al otro a través de mí mismo, eso es literatura”. La entrevista se  justificaba por la publicación en España de Autobiografía, una novela centrada en la figura de José Saramago, quien calificó a Peixoto, en el inicio de su carrera, como “una de las revelaciones más sorprendentes de la literatura portuguesa”.  

Y en la memoria, el amor

Scott Spencer (F: Robert Birnbaum)

Vayamos con otra frase emblemática (esta es la semana de las frases, por otra parte lógico en un resumen de temas literarios): “Cuando tenía diecisiete años, obedeciendo los mandatos más urgentes de mi corazón, me alejé del camino de la vida normal y en un momento arruiné todo lo que amaba: lo amaba tan profundamente que, cuando el amor se interrumpió, cuando el incorpóreo cuerpo del amor retrocedió aterrorizado y mi propio cuerpo fue encerrado, a todos les costó creer que alguien tan joven pudiera sufrir de manera tan irrevocable”. Es el comienzo de Amor sin fin, la novela de Scott Spencer, un “best seller” que fue finalista del National Book Award en 1979 y llevado al cine, sin éxito, en dos ocasiones. Empieza Rodrigo Fresán la reseña que firma en ABC CULTURAL (se acaba de reeditar la novela) animando a que levante la mano “quien pueda resistirse a la seducción de esa primera frase”. “Nadie la levanta, ¿verdad?”, da por hecho el crítico. Es solo el principio, dice, y lo que sigue son cientos de páginas amplificando ese sentimiento “hasta alturas de vértigo”. Amor sin fin, afirma, es una novela sobre un amor sin fin “y pocas veces un título fue tan obsesivamente fiel a lo que precede”; es “la pasión de los cuerpos frotándose hasta arder, y, sí, llamas metafóricas y, también, de las que queman de verdad”. Es la pasión de dos adolescentes, pero, sí, la novela, nos dice Fresán, es la mejor sobre el amor para ex-jóvenes y `next-adultos´ jamás escrita. “Es decir, se la puede disfrutar y temblar en ambas direcciones: preparándose para lo que vendrá o recordando que no volverá”. Y echando mano de referencias literarias, en un crescendo, asegura que “pocas veces se narró el amor como aquí. Y lo que empieza como mística cuasi `salingueriana´ no demora en desbordarse en carnalidad a lo Salter para alcanzar un grado de intensidad erótica y monomanía `proustiana´ que solo cabe calificarse como `spenceriana´ insistiendo en lo que este novelista ha definido como su tema recurrente: `lo muy cerca que están nuestras vidas ordenadas en caer en el caos´. Y Spencer consigue algo muy difícil: que se sienta simpatía por un héroe desquiciado y desquiciante”. Y, por si fuera poco, termina el crítico adelantándonos que Amor sin fin finaliza también como uno de los más felizmente escritos finales infelices en toda la historia de la literatura. 

Y con ello ponemos fin a esta entrega, pues hemos de ir raudos a comprar este Un amor sin fin para comprobar si tiene razón Fresán en su amor sin fin por esta novela .

                                                                                                E. Huilson

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