Semanario Cultural

Paul Auster en la tierra  del cáncer

En unos días se cumplirá un año desde que Siri Hustvedt reveló que a su marido, el escritor Paul Auster, le habían diagnosticado un cáncer del que estaba siendo tratado en un hospital de Nueva York. La comunicación de la escritora se hizo viral: “he estado viviendo en un lugar que llamé Cancerland (…) muchas personas han cruzado sus fronteras, ya sea porque están o han estado enfermos o aman a alguien, un padre, hijo, cónyuge o amigo que tiene o ha tenido cáncer. El cáncer es diferente para cada persona que lo tiene. Todos los cuerpos humanos son iguales y no hay dos iguales. Algunas personas sobreviven y otras mueren. Esto todo el mundo lo sabe y, sin embargo, vivir cerca de esa verdad cambia la realidad cotidiana”. Hustvedt es una reconocida escritora y ensayista brillante, aunque en cierto modo ensombrecida por la popularidad de Auster. 

Casi coincidiendo con el primer aniversario del anuncio llega a las librerías españolas Baumgartner, la última novela de Auster. En EL CULTURAL se reproduce la reseña que Fiona Maazel escribió para el suplemento de libros del New York Times cuando se publicó en EEUU, reseña que tituló: “Paul Auster frente a la muerte”. Maazel se pregunta, y se responde, qué clase de novela es: “Es amena, es dulce, es extraña para los fans de Paul Auster, que inmediatamente querrán localizar Baumgartner en su obra (ha escrito 20 novelas) y buscar hilos conductores y maniobras características”. Porque se teme la reseñista, y por eso lo advierte, que a algunos de sus lectores les parezca una novela lenta, en la que “no pasa nada”, hasta aburrida. 

La novela cuenta la vida de un profesor de filosofía que perdió a su mujer diez años atrás en un accidente y se debate entre “aferrarse a ella o dejarla ir, o incluso rechazarla”. El protagonista, con los setenta ya cumplidos, ha de enfrentarse a su propia mortalidad y a cómo afrontar el tiempo que le queda. “Nos explica (el protagonista) qué piensa y, lo que es más importante, cómo piensa”, escribe Maazel, y como, cuando llega a plantearse un nuevo amor, “resulta ser menos viejo y frágil de lo que parecía, e intenta vivir una segunda primavera. Pero como en todas las cosas, se da cuenta de que el avance de la tarde ha ido un poco más rápido de lo que él había pensado, de que pronto llegará el momento en que el sol descenderá en un ángulo aún más agudo y el mundo sobre el que brilla se verá bañado por una belleza espectral de cosas que relucen y respiran, que se atenuará lentamente y desaparecerá en la oscuridad cuando caiga la noche”. (Está uno tentado a gritar: ¡Abstenerse, clubes de lectura de la tercera edad!). Y es que fuimos tan jóvenes leyendo a Auster…

En 2006 fue galardonado con el Príncipe de Asturias y allí, en el teatro de Oviedo dijo: “No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo (…) Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa”. 

En LA LECTURA, Benjamín G. Rosado resume que la trama de la novela abarca más de un siglo de recuerdos del personaje, pero se detiene en los primeros días de 2020, “antes de que las noticias sobre la pandemia empiecen a resonar en los telediarios, como si más allá de la frontera impuesta por esa fecha ineludible las palabras se agotaran y perdieran vigor”. Ya lo hizo Auster con Brooklyn Follies, “cuyo narrador se despide paseando por las calles de Nueva York a las ocho en punto de la mañana del 11 de septiembre de 2001”. El personaje de aquella novela acababa de superar un cáncer de pulmón que le había llevado a pensar en buscar un lugar dónde retirarse a morir, hasta que “los dioses decidieron perdonarme”, escribió al final. ¿Mensaje implícito del irónico Auster? 

Quizá lo que ha querido comunicarnos, como señala Masoliver Ródenas en CULTURA/S, “a través de su criatura tardía es que, al final (de la existencia y de una trayectoria literaria), el amor supera a cualquier logro, en su disfrute o en el agradecimiento por los servicios prestados yace la verdadera magia (más que en cualquier artificio servido por la ficción)”. Pues es el homenaje a la memoria de su esposa el corazón de un libro que se construye con un barrido por episodios biográficos expuestos por un narrador en tercera persona que huye de todo dramatismo y victimismo. 

Sara Barquinero y el escorpión como metáfora

Escribe Nadal Suau en BABELIA (sí, no han leído mal, el crítico mallorquín, al que leíamos hasta ahora en EL CULTURAL, ha fichado por el suplemento de El País); escribe, decíamos, que Los Escorpiones, la última novela de Sara Barquinero, va a ser “un éxito prácticamente inevitable”. Así titula su reseña y explica las razones que le llevan a pensarlo: “La eficaz campaña previa de un sello (Lumen) entusiasmado con su apuesta; por el lugar que Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) ocupa en primera línea de una renovación generacional desbordante; por sus 800 páginas (…) Por muchas razones, Los Escorpiones se publica esta semana en halo de acontecimiento, y traigo estupendas noticias: se lo merece”. Y aventura Suau que la novela va a provocar “un tsunami de elogios”, a los que suma su entusiasmo: “creo en el libro hasta aplaudir (…) su solidez es imposible de obviar. Precisamente por eso, aparte del previsible rendibú crítico viral, Los Escorpiones permite y merece alentar preguntas más amplias”. El que la novela tenga 800 páginas lo considera un gesto intrigante, inesperado por inédito entre los miembros de su promoción y considera que “el grosor es lo de menos (pues) la autora lo exprime para juguetear con múltiples modelos narrativos, viajar en el tiempo y entre continentes (España, Italia, Estados Unidos…), alternar técnicas o voces, y todo ello sin perder casi nunca ni la coherencia estilística ni una arraigada conciencia de época. En términos de oficio, apabulla la madurez”. 

Los Escorpiones es la historia de una conspiración que nace en la Italia protofascista de 1922 y llega hasta 2025, con “personajes exhaustos, desconcertados, adictos, paranoicos y, de un modo extraño, bellos (…) Es una genealogía de la cultura del videojuego y sobre todo de internet, con calas en sus orígenes anarcoides, rincones oscuros de la deep web (…) Una mirada a la pulsión suicida capaz de indagar en sus posibilidades alegóricas mientras penetra con delicadeza en los conflictos íntimos”. También resalta que la novela introduce varios giros en la conversación literaria que la generación Z viene manteniendo entre sí y con sus predecesores, y recoge las inquietudes de su generación, pero apunta que la autora “sobrepasa tendencias introspectivas, confesionales o de proximidad (sin renunciar a sus fortalezas, sin descartarlas) al integrarlas en una red mayor que conecta edades, periodos, paisajes, imaginaciones verosímiles más allá de la experiencia propia”. Una aclaración que posiblemente quiere alertarnos de que no estamos ante otra novela más de autoficción, que tanto han abundado en los últimos años. Contra el manido subgénero se despacha en ABRIL José María Guelbenzu, al que detesta con toda su alma: “la autoficción es literatura de segunda”.

Barquinero describe su novela como “existencial, vertebrada por las estructuras y los temas de la cultura pop”, en la información que recoge ABC en la sección de Cultura del diario, no en el suplemento, publicado ese mismo día. Ha tardado siete años en escribirla y se confiesa interesada por los asuntos que tienen que ver con la angustia existencial, conspiraciones en internet y le parecía bien sacar temas que “sólo parecen ser intensos en las madrugadas”, comenta. En otro momento de la entrevista revela que no tomó “decisiones conscientes más allá de que mis personajes estuvieran atravesados por una tristeza que se moviera hacia adelante porque hay otras tristezas que te hacen quedarte quieto y querer desaparecer”. Willian González, autor de la información, afirma que la autora le ha dado a su novela un sentido existencial utilizando la figura del escorpión y su suicidio como metáfora de trasfondo argumental. Barquinero explica que los escorpiones “son de los pocos animales que se suicidan y lo hacen en situaciones cuando se sienten indefensos, luego en el zodiaco los ‘Escorpio’ se asocian a las pulsiones oscuras y de muerte”.  El veneno del escorpión le vale también como metáfora del capitalismo: “¿La sociedad podría vivir sin ese veneno llamado ‘capitalismo’? La pregunta es si la sociedad podría vivir sin ese veneno y si va a hacerlo… ¿Cómo lo haría? Eso sería otra manera de entrar en una teoría de la conspiración”, explica. Si quieren ahondar en esto, busquen referencias de Mark Fisher, el ensayista que se suicidó a los 48 años, referente también para la autora, según confiesa, y sobre lo que no descarta seguir investigando: la depresión y las  “conspiraciones en internet”.

De guapos y frikis 

Esther García Llovet ha titulado su última novela Los guapos seguramente porque sus personajes son “tipos que se mueven en el límite de la indigencia, con poco que hacer, sobre todo prendidos a una filosofía del momento. Sucios, descuidados y guapos”. Su hábitat es el depauperado litoral valenciano a causa de su ocupación por un “capitalismo depredador”, el que ya denunciara Rafael Chirbes en sus novelas. Lo recuerda J. M. Pozuelo Yvancos en la reseña de la novela que publica ABC CULTURAL. “En esta novela apenas pasa nada”, dice, “pero todo cuanto ocurre en el tenue hilo argumental que la sostiene termina siendo un alarde de imaginación lingüística y una increíble capacidad para fijar los detalles de objetos, espacios y personajes extravagantes. Por ahí andan, como si nada mereciese la pena que ocurriese”. Pero aunque lo fundamental sea el lenguaje, y porque “la autora sabe que toda novela precisa alguna forma de tensión”, esta se nos proporciona mediante la investigación que lleva a cabo un periodista, Adrián, sobre unos curiosos círculos aparecidos en los sembrados aledaños a un camping, círculos sobre los que se han montado series televisivas de misterios alienígenas. Sobre este fenómeno, el protagonista va más allá y explora si podría rentabilizarse organizando algún multitudinario espectáculo musical. No obstante, insiste el crítico, “lo que sostiene la novela es el estilo, un ejercicio de diálogos casi surrealistas nutridos de brillantes juegos de suposición y elipsis, con un cuidado especial de la frase lapidaria, cortante, que parece esculpida y resulta enormemente expresiva, a menudo en su irracionalidad”. 

“Las aventuras de unos buscavidas”, titula a modo de resumen su reseña de la novela en EL CULTURAL Sanz Villanueva, que ve en su anticonvencional historia, “bastante loca”, una “atractiva aportación a los retos de la novela”. Y, en la línea de la anterior reseña, pone en valor, por encima de otra cualidad, su estilo: “Una prosa coloquial, rápida y con magníficas comparaciones produce una imagen quebrada del mundo, a la vez divertida y triste”.

Cerramos aquí este “particular” resumen con una recomendación: si están interesados en alguna de las novelas citadas acudan raudos a la librería más cercana para hacerse con ella, pues si leer es bueno, pasear también lo es. Recuerden: Amazon engorda; y el sedentarismo, aumenta el colesterol.

E. Huilson

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