No a los finales felices
Desde la muerte de Tchaikovski, el ballet en la Unión Soviética estaba huérfano. La década de los 30 y los 40 necesitaban de nuevo avivar el espíritu patriótico sobre el escenario, demostrar el valor, la entrega, incluso hasta la muerte, de los héroes que todo lo rendían para bien de la patria, de la humanidad.
Con ese espíritu más político que artístico, el teatro Kirov de Leningrado encargó al músico Serguéi Prokófiev la composición de un ballet, basado en la obra de Shakespeare Romeo y Julieta. Prokofiev, que había regresado de París y se había instalado definitivamente en Moscú, aceptó el reto y le pidió a Adrian Piotrovsky que compusiera el argumento mientras él se arreglaba con la partitura. El teatro Kirov pedía un ballet dramático y el músico pensó que parte de la composición se encontraba en tres suites que había compuesto para ballet (sin pensar que se materializaría en Romeo y Julieta) en 1935.
Pronto surgió el primer problema: el diario Pravda había escrito dos artículos editoriales cargando contra el compositor Dimitri Shostakovich y “otros modernistas degenerados” que estaban mancillando el espíritu soviético con composiciones nada patrióticas, más bien de corte imperialista. Entre esos modernistas degenerados se encontraba el propio Prokófiev. Los responsables del teatro Kirov se asustaron y dejaron el proyecto en suspense.
El autor terminó la partitura en 1935, pero nadie se atrevió a darle luz verde para ser representada por temor a que el trabajo no estuviera dentro de los cánones que los responsables culturales de la Unión Soviética habían diseñado para las obras musicales. Y además, había otro problema: el final feliz. Prokófiev y Piotrovsky habían decidido un final nada dramático en contraposición con la obra de Shakespeare. No podía ser: el drama es el drama y en la Unión Soviética el drama y la lucha forman parte de la vida revolucionaria. Y la partitura, no censurada, pero tampoco admitida, quedó guardada en un cajón. Yuri Fayer, director de orquesta y amigo del compositor le convenció para que el argumento volviera a los orígenes shakesperianos y los amantes murieran. Prokófiev le espetó: «La gente viva puede bailar, pero los moribundos difícilmente pueden esperar bailar en la cama». Pero cedió. No obstante, con final infeliz y todo, la obra seguía sin estrenarse. Del Kirov, la partitura pasó al teatro Bolshoi de Moscú, que también la rechazó, argumentando que el lenguaje armónico y rítmico de la partitura no era adecuado para el ballet.
Por fin, superados todos los impedimentos, Romeo y Julieta fue estrenada en Leningrado, concretamente en el teatro Kirov el 11 de enero de 1940. Galina Ulanova fue la bailarina que magistralmente interpretó a la Julieta. La obra, que ha pasado a la historia de la música, como una magistral partitura llena de ritmo, originalidad y dificultad interpretativa, está dividida en tres actos con trece escenas.
Romeo y Julieta es una de las partituras más apreciadas de Serguéi Prokófiev. Sobre la base de la alta inspiración melódica, la gran variedad rítmica y el carácter memorable de los temas principales, sobre todo el célebre y siniestro Baile de los caballeros y sus diversas variaciones o el delicado y abundante tema de Julieta, la hacen única. La dificultad de la partitura impidió el disfrute del compositor del éxito que años después tendría su pieza. Después del estreno siguieron las críticas con los mismos argumentos que habían provocado que aguardara su puesta en escena en un cajón durante cinco años: falta de lirismo y la naturaleza sinfónica. El problema principal afloró a la hora de ser llevado a escena con coreografía de Leonid Lavrovski, ya que los bailarines no entendían la música.
La propia Galina Ulánova, quien más éxito obtuvo de este ballet por su perfecta interpretación, debió de admitir: “A decir verdad, no estábamos acostumbrados a esa clase de música y nos sentíamos mas bien asustados ante ella”.
Susto ninguno. Valor, originalidad, calidad y cuantos adjetivos queramos añadir, todos.
GABRIEL SÁNCHEZ
La dramática Danza de los caballeros de Romeo y Julieta, con la Royal Opera House:
Pero, ¿cómo se le pudo ocurrir intentar cambiar el final de Romeo y Julieta?