Una gata que anda por aquí
Me gustaría poder decir que esta gata llegó a nuestras vidas para, parafraseando a Borges, “poder acariciar al tigre”. Pero la realidad es más prosaica que la elevación poética, y Nonnette, que así se llama nuestra gata, en realidad fue adquirida previo pago de su importe en una tienda de animales del barrio turco de Bruselas para satisfacer el capricho infantil de tener una mascota en casa. Llegó pequeña, asustada, y con una infección ocular, que, por recomendación del veterinario, nos impidió hacerle cualquier caricia durante un mes para evitar contagios. Aquel pequeño animal se refugiaba a menudo detrás de la taza del wáter mientras nosotros tratábamos de tranquilizarlo con gestos amistosos, pero sin tocarlo. Nonnette, de raza british shorthair, sigue siendo una gata de buen porte a pesar de sus casi diecisiete años y, por su elegancia al posar, quien más la admira en esta casa la llegó a tildar de “la Naomí Campbell de las gatas”. Es guapa, realmente.
Al poco tiempo de que llegase a casa, leí que esta raza de gatos era muy apreciada en los monasterios para ahuyentar a los roedores de sus bibliotecas y me invadió un cierto sentimiento de culpa, pues quizá la había apartado de más prestigiosas vigilancias que la que ofrecía la de mi exigua biblioteca. Podría haber vigilado la de la Universidad de Lovaina, por ejemplo, pues al final Bélgica era su país y Lovaina está cerca de Bruselas.
Los gatos, sea por su elegancia, por el misterio que emanan o por sus habilidades, han sido a menudo inspiración para muchos escritores. Hay incluso gatos narradores en obras de ficción como el que utilizó el japonés Natsume Soseki en Soy un gato para poner de vuelta y media a la sociedad de su tiempo con humor y sentido filosófico. Y esto de filosófico no es adjetivo baladí. El historiador, crítico y filósofo Hippolyte Taine, llegó a decir que después de estudiar mucho a los filósofos y a los gatos, “la sabiduría de los gatos es infinitamente superior”.
Un gato en casa supone todo un aprendizaje si tenemos la paciencia de observarle. Julio Cortázar pensaba que nos enseñan a comportarnos en el amor, pues deberíamos “querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”. Así se comporta Nonnette. Se acerca y nos roza cuando quiere caricias, nos rechaza si no está de humor y, por encima de todo, nos reclama con insistencia que las puertas estén abiertas, pues no les gustan a los gatos las puertas cerradas, celosos como son de su libertad.
“Dios creó al gato para darle al hombre la oportunidad de acariciar un tigre”, aventuró Borges, como decía al principio. Nadie mejor que él describió su misterio: No son más silenciosos los espejos/ ni más furtiva el alba aventurera;/ eres, bajo la luna, esa pantera/ que nos es dado divisar de lejos./ Por obra indescifrable de un decreto/ divino, te buscamos vanamente;/ más remoto que el Ganges y el poniente,/ tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Iñaqui Uriarte, autor de unos Diarios a la altura de los más excelsos que se hayan escrito en España (o, al menos, que yo haya leído) se topó con un gato perdido en Teruel, lo adoptó y le puso de nombre Borges. Lo comentaba en una de las entradas del año 2001: “al gato le hemos puesto la cama en el cuarto de atrás, donde tengo los libros de poesía. Releo los poemas de Baudelaire y Borges sobre gatos. No sé si este va a saber comportarse a tanta altura. Ni nosotros. No sé si él va a aprender a ser más remoto que el Ganges y el poniente (…) ni nosotros esos de quienes dice Baudelaire ‘les amoureux fervents et le savant austères aiment, égalmente, dans leurs mûres saisons, les chats…’ (los férvidos amantes y los sabios austeros, aman cuando son viejos de igual modo a los gatos…)
No sé a ciencia cierta porqué escribo esto. Nuestra gata estuvo perdida durante tres meses hace ya algunos años y no recuerdo una pena especial por su ausencia. Debí pensar en aquel momento que había optado por una vida autónoma. Pero un día nos avisaron de que la habían visto en los aledaños de un bar del barrio. La buscamos y la encontramos. De vuelta a casa, durante estos años, ha ido envejeciendo sin demasiados achaques, como yo lo hago ahora. Hay una sensación de camaradería, porque, como en el poema de Baudelaire, nos hacemos ‘frioleros como ellos, como ellos sedentarios’.
También sé que lo que siento por esta vieja gata es un afecto no correspondido. Tengo presente la advertencia que Josep Pla hizo a los dueños de gatos: “Es triste, naturalmente, decirle a usted, lector, que quiere tanto a su gato, que descubre en él las formas más profundas de la fidelidad y de la corrección, es triste decirle a usted que a su gato le importa usted un comino. De usted, mi querido lector, lo que le interesa esencialmente a su gato son los ratones reales o siempre potenciales que pueden aparecer en un inmediato panorama. Si no los tiene, el gato se entristecerá y aceptará la comida que usted le eche, como un mal menor. El gato come de todo. En la costa, el pescado. En la montaña, la carne y la caza. Pero el requisito de los gatos es el ratón, sobre todo si su degustación va precedida del esfuerzo que hay que hacer para cogerlo vivo.”
Reconozco en esta versión del gato una realidad más cercana a su condición animal. A partir de ahí, lo demás es poesía. Pero es tan difícil resistirse a su misterio…
ALFONSO SÁNCHEZ
Precioso relato
Muy bueno el relato,muy poético.
Son muy suyos los gatos, muy independientes, pero como no hay ratones, y necesitan su comidita diaria no hay quien se vaya de viaje sin gestionar el asunto. Desde luego admito que esto es demasiado prosaico.