¿Ópera flamenca? Ni ópera, ni flamenco
En la(s) historia(s) del flamenco hay siempre inclinación al dramatismo, será porque el propio arte es dramático; se tiende a exagerar sobre cualquier asunto que se debate, a exacerbarlo. Se disfruta participando en la polémica. Ya hemos comentado en El Patio, y volveremos sobre ello, de las rivalidades entre Mairena y Caracol, sobre si el flamenco es arte gitano o payo, o si el experimento vanguardista de Camarón y Morente ayuda a que el flamenco evolucione o si, por el contrario, lo devalúa.
Hablemos de devaluaciones. Hay unanimidad entre los aficionados cabales, que ya es raro, en declarar la llamada Época de la Ópera flamenca como la más nefasta de la historia del arte flamenco. No se ahorran calificativos, se lamentan de tal modo los flamencólogos por la existencia de esa etapa -y no les falta razón- que pareciera que se trata de la mismísima tragedia que persigue la memoria del pueblo alemán por su pasado nazi o de la vergüenza por las andanzas coloniales en el Congo que sienten los belgas o, abundando en infamias, por la existencia ignominiosa del gueto judío de Varsovia y la salida de las tropas españolas del Sáhara. Utilizan tales adjetivos para definir la oprobiosa época de la ópera flamenca que parece que hubiera caído el flamenco y sus artistas en el pozo más profundo y fétido posible, provocando una amargura y una culpa que nunca podrán ser expiadas.
Expliquemos tal horror. La llamada Ópera flamenca se extiende, aproximadamente, desde 1920 hasta 1955. En síntesis, se trató de una operación comercial de unos avispados empresarios para llevar el flamenco de los cafés cantantes a los teatros y las plazas de toros con la intención de ampliar público y taquilla. Ya ponerle el título de Ópera Flamenca fue una argucia empresarial con el fin de ahorrarse impuestos, pues los espectáculos operísticos tributaban al tres por ciento mientras que los de variedades lo hacían al diez. A los artistas que quisieran trabajar y ganarse el pan no les quedó otro remedio que integrarse en esas Compañías de Variedades que recorrían la geografía nacional pueblo a pueblo, principalmente Andalucía, y se asentaban por temporadas en grandes ciudades, como Madrid. El espectáculo consistía, básicamente, en una combinación de canciones aflamencadas, con fandangos y fandanguillos en abundancia, abaratando el cante. Mucha copla y poco cante jondo; o nada, y mucho gorgorito, o “gaiterismo”, según acertada definición para describir la voz aflautada de muchos de aquellos cantantes que llevaba en el nombre artístico el sustantivo niño por delante. “Es lo que el público pide”, argumentaban los empresarios, y los artistas se sometían para no poner en peligro su nutrición.
Para hacernos una idea, un botón. Se anuncia en la prensa un espectáculo de este cariz para el 10 de agosto de 1935 en la plaza de toros de Granada y en el cartel se puede leer lo siguiente:
Monserrat (la empresa) presenta su formidable espectáculo bocal (sic) e instrumental Ópera Flamenca. Monumental programa: Ases, Figuras, Divos. El mejor conjunto del año: Pepita Sevilla, Pepita Ramos, Pepe Pinto, el poeta del cante gitano, el que no tiene imitador; el Americano, la verdadera fantasía del cante flamenco en sus composiciones de actualidad; Guerrita, el verdadero AS de los cantes de Levante (…) Canalejas, el divo popular creador de “Rocío” y “Barrio de Santa Cruz” (…); Peluso, la máxima novedad con sus creaciones “Marinero que se va el vapor”; Charlot y sus nuevos fandanguillos; Regadera, charlista cómico de gracejo andaluz en sus conferencias científicas, de Astronomía y en defensa de la mujer…
… Y así uno tras otro se publicitaban los espectáculos. Nombres que solo se escucharon unos años y pasaron al más absoluto olvido, pero, ¡ay, desgracia!, que aparecían junto a otros que se mantienen en la memoria del mejor flamenco, como los cantaores La Niña de los Peines o Antonio Chacón, o los guitarristas Ramón Montoya y Niño Ricardo, fuentes de la que extraería su caudal años después Paco de Lucía.
Para hacernos una idea de lo que aquello era, he aquí algunos fragmentos de reputados investigadores refiriéndose a la Ópera flamenca:
…la incorporación del flamenco, con ese nombre o con otro cualquiera, a un espectáculo teatral, tenía que conducir forzosamente a un penoso deterioro, y, claro es, al desplazamiento de las más puras modalidades gitano-andaluzas de tales espectáculos. Los recursos escénicos (…) no podían ser más opuestos a su íntimo dramatismo expresivo y a su humana verdad (…) Lo que entonces se llamaba flamenco era más bien una resultante bastarda de la afición a las ‘varietés’ y las estampas escenificadas. (…) La suplantación del cantaor o del bailaor por el cantante o el bailarín, las abusivas filigranas vocales, las grotescas pantomimas, los divismos de salón, relegaron prácticamente al olvido la sobria y trágica estirpe flamenca. (José Manuel Caballero Bonald).
La ópera flamenca vendió muy barato el tipismo, la gracia popular, el colorido y la atmósfera de Andalucía; hizo gorda la marchosería y la guasa, que, si finas, podrían ser un orgullo de estilo. La consecuencia fue el daguerrotipo de bajísima calidad que hizo furor de pandereta en toda España hasta convertir ya en un estigma, por difícil de extirpar: la imagen de “la España de pandereta”, amiga del mal gusto. (Agustín Gómez).
Desde los años veinte, el proceso de compraventa dejará menos margen a la creación. Sobrevendrá la dictadura del fandango deslavazado o superbarroco, la vidalita, la guajira, la casi pestilente milonga (…) Dentro de tal desaguisado, los viejos maestros se comportaban como podían. Unos se plegaban en mayor o menor medida a la demanda, seguro que jurando en voz baja, es decir, opositando a la esquizofrenia: simplemente para comer. (Félix Grande).
Pero como no hay mal que cien años dure, a partir de 1955 se iniciaría un periodo de revalorización que pondría fin a la Ópera Flamenca. Dos eventos colaboraron a este renacimiento: Anselmo González-Climent publica su Flamencología, un ensayo que será clave en los estudios posteriores del flamenco, e Hispavox comienza con la publicación de su Antología del cante flamenco.
De toda época, por nefasta que pueda ser, quedan siempre elementos positivos. De hecho, el propio González-Climent salvaba en parte la primera etapa de la Ópera Flamenca, la que fue entre 1920 hasta el comienzo de la guerra civil española. Y algunos de aquellos cantes que se incorporaron, y de los que se abusó mucho, se quedaron y serían interpretados con maestría y hondura por cantaores como Enrique Morente o Carmen Linares.
ALFONSO SÁNCHEZ
Pepe Pinto, estrella de la ópera flamenca:
Qué injusticia, la ópera tributando al 3% y las variedades al 10%. Quién haría esa ley?