Vidas de escritores. De Pisón a Melville
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
En esta que podríamos denominar “segunda semana de rentrée”, Ropa de casa, el libro autobiográfico del escritor Ignacio Martínez de Pisón, destaca entre las novedades editoriales si nos atenemos a su presencia en los medios y en los últimos suplementos literarios publicados, con entrevistas y reseñas a cargo de los más destacados críticos de novela nacional. En La Lectura, el escritor le cuenta a Andrés Seoane su motivación para escribir estas memorias: “Todo escritor, en un momento dado, tiene el compromiso consigo mismo y con los demás de dejar por escrito el mundo que le ha tocado vivir, la familia en la que le ha tocado nacer y la gente a la que ha conocido. (…) En buena medida, como autor de novelas de familias, este libro es un homenaje a mi familia, a todos aquellos que no están y que solo viven en mi memoria y la de mis hermanos”.
En El Cultural, Santos Sanz Villanueva abre la reseña del libro felicitándose porque el autor haya descartado el camino de la autoficción, novelando su vida, y por el contrario haya apostado por la biografía. Y también elogia que el propio Martínez de Pisón, “con un distintivo tono de sencillez y autenticidad confesional”, se pregunte a quién pueden interesar estas páginas que cuentan una vida en la que no han pasado muchas cosas, y que se resumiría en “un niño en el Logroño de los años sesenta, muchacho en la Zaragoza de los setenta, aprendiz de novelista en la Barcelona de los ochenta”. Una síntesis, según el crítico, de la que no ve que se desprendan grandes alicientes. Pero al mismo tiempo la defiende, porque “una vida, por sencilla que sea, da mucho de sí si quien la recrea tiene bien afiladas la capacidad de observación y la pluma”. Por ello tiene, a su juicio, sus alicientes: El retrato de una familia, la suya, que concreta una “meritoria crónica familiar y social de medio siglo de la vida española”, y otra que seguramente despertará la atención de la llamada sociedad literaria, pues el libro es también “un retrato literario generacional”, en el que Pisón ofrece retratos “muy jugosos” de otros escritores y cuenta anécdotas como su amistad interrumpida con Javier Marías cuando este rompió su relación con el editor Herralde. ¿Serán suficientes estos atractivos para interesar a los lectores? Sostenía Roberto Bolaño, con su cruel ironía para ciertos asuntos, y por su animadversión a las memorias de escritores (salvo las “de Saint-Simon o los recuerdos infantiles de Perec”, dejó escrito), que “los únicos a los que se les debería permitir escribir libros de memorias es a los aventureros sangrientos, a las actrices de cine porno, a los grandes detectives, a los traficantes de drogas, o a los mendigos”.
No es este el caso. “Todos los que conocen a Martínez de Pisón saben que parecen imposibles en su carácter la maldad o la alevosía; es esa clase de personas que nunca te darían gato por liebre, y eso, tratándose de un novelista, es mucho. Lo que uno aprende fundamentalmente es que Pisón nunca quiso ser quien no es”, afirma en su crítica para ABC Cultural J.M. Pozuelo Yvancos, que también señala la relación del escritor con otros colegas y, a la vez amigos, de generación: “Es como si Pisón mirara su propia vida como frontón de la de sus amigos, incluso cuando se trata de narrar su relación con los dos escritores reconocidos más próximos a él, como Enrique Vila-Matas y Bernardo Atxaga, a los que trata más como compañeros de episodios vitales que como escritores”.
Los libros autobiográficos abundarán esta temporada, según cuenta en Abril su director, Álex Sàlmon; hay una predisposición a escribir desde el “yo” que a su juicio da pie a varias reflexiones: “Por un lado, puede estar motivada por la necesidad del escritor actual de explicarse; o bien puede deberse a una incitación por parte de las editoriales o agentes porque el mercado reclame ese tipo de obras. No es casual”.
Melville prefirió no hacerlo
Apuntaba también Sálmon en su columna que no conocía ninguna autobiografía “donde el autor se destruya”. No le falta razón. La vida de Herman Melville sería bastante diferente leída en una autobiografía, que nunca escribió, a la narrada sobre el autor de Bartleby por la escritora Elizabeth Hardwick, “un brillante ejercicio de crítica literaria e investigación biográfica que intenta comprender al misterioso padre de la gran novela norteamericana”, según escribe Alberto Gordo en La Lectura. Define Hardwick a Melville “como un marido borracho, que hacía la vida imposible a su familia. Por el día era un honrado empleado de la Oficina de Aduanas de Nueva York –una institución corrupta en la que solo él parecía tener las manos limpias–, pero por la noche, al llegar a casa, daba muestras de haberse vuelto loco”. Vivía con el resentimiento del escritor fracasado y al parecer quien pagaba las consecuencias era su mujer, pues según los términos eufemísticos que utiliza su biógrafa, el escritor “tendía a la violencia”, escribe Gordo en su reseña del libro. Si a ello le añadimos que su hijo Malcom se suicidó con 18 años pegándose un tiro, y el hermano, que presenció el suicidio, falleció a los 35 de tuberculosis, y una de las dos hijas padeció una dolorosa enfermedad crónica, cuesta poco comprender la amargura en la que vivió. Solo una hija pudo llevar una vida “razonablemente feliz”. Y por si los problemas fueran pocos, la amenaza constante de ruina económica persiguió siempre a la familia.
No obstante, es en el ejercicio de la crítica literaria donde destaca la investigación de Hardwick. Desde la relación de Melville con el novelista Nathaniel Hawthorne, hasta tratar de comprender al autor a través de sus textos. Por ejemplo, de Moby Dick se pregunta: “¿Es el padre de todos nosotros o la madre de todos nosotros? ¿O es Dios encarnado?”. No es fácil aprehender a un escritor clásico, argumenta Gordo, y “en el caso de Melville, esa prosa oscura, torrencial, patológicamente minuciosa, parece haber alimentado la fascinación por él”. Una joya para los que estén interesados en bucear en la mente fascinante, inquieta, atormentada y apologética, de Melville.
Primero estaba el mar fue la primera
Antes de entrar en materia, en este caso reseñar el texto de la novela, la escritora y crítica Marta Sanz deja, a modo de preámbulo, la siguiente reflexión en la reseña que firma en Babelia: “Una reseña coloca un libro en el campo cultural y también en el mercado. Más allá de utopías de independencia del primero respecto al segundo, campo cultural y mercado se funden a menudo en un magma indistinguible. Primero estaba el mar, cuya primera edición data de 1983, no merece reaparecer en este oportunísimo reencuentro con el público apelando al argumentario que convierte en vendible una novela: visiones muy esperanzadas de la vida que nos ayudan a ser mejores personas; un gozo que nace del humorismo y la levedad; el hallazgo de la luz en nuestras cositas mínimas. No. Este libro es terrible y maravilloso. No necesita meterse en una pompa rosada de jabón para presentarse en sociedad”. Pareciera que “en este magma indistinguible” el preámbulo en la reseña fuese cada vez más necesario al crítico, y hasta podría convertirse en mini-género a estudiar. Sanz resume el argumento de la novela de Tomás González del siguiente modo: “J. y Elena abandonan Medellín, su noctambulismo y su acomodada bohemia. Él quizá lo hace buscando ser más coherente con su acracia; las razones de ella se vinculan con la fantasía de mejorar socialmente. Sabemos que nada saldrá bien. Así que este libro habla de que no se puede cambiar de vida: hay desigualdades tan necrosadas en los esquemas sociales que el resentimiento ennegrece el corazón de los parias de la tierra, y una ingenuidad autodestructiva marca el talante falsamente igualitario de los señoritos de buena voluntad”. Y le queda la sensación de que en ella oímos “el rumor de Kafka y de Camus decantados por la mejor narrativa colombiana. Escuchamos a Onetti. Disfrutamos de un texto exuberante en el tino con el que se elige cada palabra y nos adentramos en una atmósfera cada vez más densa, alcohólica, alucinante, pestífera…”
Tomás González cosechó un cierto éxito de crítica y lectores con su novela La luz difícil (2023), un éxito que habrá aconsejado a la editorial reeditar su ópera prima, Primero estaba el mar. En El Cultural firma la reseña de la novela Ascensión Rivas, que la califica de alegoría donde se mezclan la muerte y la vida: “Además, guarda relación con La vorágine, uno de los hitos de la literatura hispanoamericana que se cita en el texto. Ambas representan la violencia que nos envuelve y forman de forma irrefutable hasta qué punto no somos dueños de nuestro destino”. O, como afirma Sanz en su crítica, “somos partículas con proyectos imposibles”. (De La vorágine es autor el colombiano José Eustasio Rivera, publicada en 1924).
Y además …
1.- Leemos en ABC Cultural que Wellness, de Nathan Hill, “es una obra maestra”. Lo dice Rodrigo Fresán, que, a su manera, también preambulea un poco: “Cuando ya se oye el estruendo de novedades de la rentrée anunciando avalancha de obras maestras discutibles, tal vez lo mejor –como mecanismo de defensa y acto de justicia poética– sea mirar un poco hacia atrás. Mea culpa: podría mentir que no leí Wellness en su momento porque me la reservaba para el verano. Pero no es cierto: simplemente la dejé pasar por mal juzgar título y texto de contraportada…” Afortunadamente, dice, la leyó, y concluye: “He aquí una auténtica Gran Novela Americana a la que lo que menos le preocupa es proclamar que es una Gran Novela Americana porque no le hace falta, porque es verdad. Así que limitémonos a afirmar que es una obra maestra sin fronteras”. Avisados quedan.
2.- Fascinados como quedamos en su día tras la lectura de No digas nada, en torno al conflicto de Irlanda del Norte, prestamos siempre toda la atención a las investigaciones de Patrick Radden Keefe, “el reportero estrella de The New Yorker”. Así lo tilda Rodrigo Terrasa, que entrevista al escritor para Lecturas. Lo hace a propósito de la publicación en España de Cabeza de serpiente, una investigación sobre la mafia china para lo que Keefe se ha sumergido, dice, “en el inframundo de Chinatown para destripar los negocios de la mafia asiática, el tráfico de personas y el reverso más tenebroso del sueño americano”. Eso sí, este libro es de 2009 y se publica ahora en España. Después del éxito obtenido por No digas nada, El imperio del dolor (sobre el poder de una familia dueña de una farmacéutica) y Maleantes (retablo de estafadores, asesinos e impostores) la editorial apuesta por recuperar esta obra del periodista.
3.- Y hablando de reporterismo, obligada es la referencia al escritor Jonathan Littell, que junto al fotógrafo Antoine d’Agata, han recorrido “el barranco de Babi Yar en Kiev y las calles de Bucha para ver e interpretar la violencia”, como cuenta Edurne Portela en Babelia. El resultado es Un lugar inconveniente en el que se recupera la memoria de aquel barranco donde fueron masacradas más de cien mil personas en septiembre de 1941, entre ellos sesenta mil judíos, y que Littell contó en Las benévolas. La continuación de la violencia.
4.- Como rareza, dejemos constancia de la recuperación de una novela del gran escritor japonés Yasunari Kawabata, Dientes de león, una historia en la que se desarrolla la historia de Ineko, “que padece ‘ceguera del cuerpo’ –aquello que ama se hace invisible a sus ojos–, su novio Kuno y la madre de la muchacha”, que no permite la boda de los novios mientras su hija no se cure. Dice de la novela Toni Montesinos en Cultura/s que se mezclan lo misterioso, lo morboso, lo simbólico, lo erótico y lo mortuorio, elementos habituales en la narrativa de Kawataba…
Y en Abril entrevistan a Fernando Savater, por si es de su interés.
E. Huilson