En un lugar de…
El mismo día en que este texto vea la luz, siete viejos amigos estarán celebrando el ritual de encontrarse otro año más en algún lugar de la geografía española con el fin de festejar la longevidad de su amistad; no necesitan ahondar en ella, pues la consideran ya indeleble, pero les gusta pasearse de un lado para otro. En el lugar elegido para este año volverán a recordar, como siempre hacen, los encuentros de citas anteriores, y rememorarán otros espacios que les fueron gratos: donde se conocieron mientras estudiaban en la Universidad, por ejemplo; o las casas que compartieron durante aquellos años feroces, las escapadas al mar, a verse unos a otros tras la diáspora, o los sitios de las bodas que celebraron, o los lugares que frecuentaban cuando tocaba divertirse. Como no todas las vivencias son comunes a los siete, el evocarlas multiplica los espacios de tal modo en la memoria de cada uno que han establecido una vasta cartografía de experiencias, un mapa completo de la amistad que va de Donostia a Damasco y de Yecla a Ávila, con escala en Madrid.
Hace unos días, en su columna de El País, escribía Javier Marías que “el espacio es el depositario del tiempo, del tiempo ido, que todavía flota en los lugares mientras estos se conservan, sean una habitación o una casa, una calle, una plaza o una ciudad”. Todos vamos acumulando “tiempo ido”, por lo que tómese lo de este grupo sólo como un ejemplo de otros muchos rituales que se celebran por doquier, bien por amistad, bien por lazos familiares: hay encuentros de primos, de antiguos alumnos de los marianistas de esta o aquella ciudad, de exsoldados que hicieron la mili en el Sáhara… y así una larga lista.
Como dice Marías, todos tenemos espacios en la memoria ligados de modo indisoluble al tiempo vivido. El ruso Mijail Bajtín, filósofo y crítico literario, acuñó el término cronotopo para definir el marco espaciotemporal en que se desarrolla un argumento literario. El cronotopo es importante como forma de conocimiento sensorial, pero en el ámbito literario su trascendencia es mayor al convertirse en el centro rector y base compositiva de los géneros narrativos. Nos da idea de los géneros novelescos. Así, el cronotopo del camino determinaría la estructura de la novela picaresca o de aventuras. “Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo: –¿Quién duda, sino que, en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos…” (El Quijote). Del mismo modo que el camino es el cronotopo de la novela de aventuras, y de caballería, el castillo lo sería de la novela gótica (acuérdense de Drácula) o el salón de la novela realista (Balzac, por ejemplo); como la escalera, la antesala o el pasillo son, asimismo, dicen, símbolos de la crisis existencial.
Dándole vueltas a lo del cronotopo, me pregunto ahora cuál sería el de la novela que reseñamos aquí hace unos días, Andanzas de un piernas, esa historia de pícaros, golfos y defraudadores en la España del pelotazo. Se me ocurre que pudieran convivir dos: uno, el despacho, como cronotopo del fraude y el delito de cuello blanco; el otro sería el salón de billares, donde se “formaban” los jóvenes antihéroes de aquellos años en que empezaba a averiarse el ascensor social tan alabado hoy por los “meritócratas”. Son cronotopos complementarios.
Los espacios se mantienen vivos, el tiempo no. Al espacio le ponemos nombres. He oído en Madrid a ese grupo de amigos hablar de General Varela para referirse, no al militar que empezó de corneta en el regimiento de su padre y terminó conspirando contra la República, sino a una vivienda donde se fumaba hachís, cosecha del 76; o evocar como La Prospe a nostálgicos vecinos de ese barrio madrileño como símbolo del derrocamiento del franquismo por sus manifestaciones contra la carestía de la vida, o citar Mayor para referirse a un piso clandestino de inquietantes experiencias (una vivienda en la calle Mayor de Madrid de la que era arrendador un prohombre franquista del Opus Dei, donde llegó a vivir un militante del FRAP, un ejemplo más de que los caminos de Dios son inescrutables). Varela, la Prospe, Mayor…
Genios del pensamiento y la literatura se nos fijaron ligados a un lugar. Marañón a un cigarral, Aleixandre a Wellingtonia, Baudelaire a París, Borges a una esquina rosada de Buenos Aires, Poe a los mares del sur, Melville a un barco ballenero, Pla al Mas Pla, su masía de Lloffriu, y así; y Azorín… al espacio que ocupaba bajo su sombrero mientras paseaba por Madrid.
El espacio para el ritual de los siete que hemos puesto como ejemplo son también los que se describen en algunos libros y a los que nos transportan unos cuantos vinilos de rock. De momento descartan habitar el metaverso, hasta que alguien les diga que ese no es país para viejos, pues entonces encenderían de nuevo sus feroces miradas de antaño, y vaya usted a saber.
ALFONSO SÁNCHEZ