Libros por Navidad, ¡oh, qué felicidad!
Los suplementos culturales van haciendo hueco al comercio navideño. Unos antes, otros después, abren sus páginas a las recomendaciones de libros “especialmente idóneos” para regalar por Navidad. En contrapartida, las empresas editoriales les agradecen el detalle aumentando sus inserciones publicitarias, lo que viene de perlas a las cada vez más depauperadas arcas de los periódicos en papel. Regalar libros es una buena elección, cosa distinta es si está a nuestro alcance acertar con el gusto del obsequiado. Sería divertido observar en qué terminan tantos libros regalados por estas fechas, si son leídos o no, si permanecen intactos en la consabida estantería, a la vista de las visitas, o terminan arrumbados por desidia o porque son inapropiados a la imagen de quien lo recibió para estar ahí, a que los vea cualquiera: ¡qué van a pensar!; o, incluso, si se convierten de nuevo en objeto de regalo para algún compromiso. En fin, no es fácil la elección. No se tome, por tanto, con esa intención, la de hacer un Papá Noel, la breve selección que hemos hecho de los libros reseñados en los últimos suplementos literarios, pues además de caprichosa, esta elección, podría ser incluso contraproducente utilizarla para tal fin.
De Babelia nos ha llamado la atención la novela Monkey boy, de Francisco Goldman, que reseña Carlos Pardo. Cuenta la historia de un novelista primerizo norteamericano al que una lectora acusa a través de la prensa de ocultar su condición de judío y hacerse pasar por latino. El protagonista, Frank Golberg (alter ego de Francisco Goldman, estadounidense, hijo de una guatemalteca y de un judío de origen ruso) emprende un viaje de Nueva York a Boston para visitar a su madre en el que trata de responderse a preguntas como ¿quién soy y quiénes son los míos? Y ¿he sabido vivir? El carácter de autoficción de la novela no impide, según señala el reseñista, que la ambición de Monkey Boy vaya más lejos: “narrar desde lo personal ‘otra historia’ de Estados Unidos más allá de las buenas intenciones, que incluya su siniestro juego político en América Latina y la intemperie de unas identidades intraducibles, de unos ciudadanos borrosos”. Una novela “hermosísima”, según Pardo, en la que la ficción sirve como herramienta para “otorgar un sentido a nuestras vidas y para perseguir esa sombra propia que llamamos identidad”.
En EL CULTURAL, Germán Cano se ocupa de reseñar Los hombres no son islas, del filósofo italiano Nuccio Ordine, empeñado en acercar a los clásicos al presente “no para ensimismarnos sino para participar mejor en la esfera pública”, según explica Cano. Ya el título, que procede de un poema del John Donne, es oportuno en estos tiempos en los que, según el autor, “reina el neoliberalismo, el individualismo, el miedo al forastero y el racismo”. A través de obras cumbre de la literatura y la filosofía, y numerosos autores, Séneca, Montaigne, Shakespeare, Tolstói, Borges, Virginia Woolf o Emily Dickinson, el autor traza un hilo sobre la comprensión de lo común humano desde la experiencia de la vulnerabilidad. Dice Cano que su orientación tiene en común con la desarrollada por Foucault “la cultura como cuidado de la libertad, como un conjunto de prácticas en donde los sujetos, aprendiendo a leer bien, se ejercitan en el hecho de vivir con ‘dignidad”.
En ABC CULTURAL nos encontramos “Un viaje al corazón del Romanticismo”. Así titula Diego S. Garrocho su reseña del libro Magníficos rebeldes, de Andrea Wulf, una lectura imprescindible, apunta, para quien esté interesado en el nacimiento del movimiento Romántico, con la ciudad de Jena como centro y acotado en el tiempo por el periodo que va de 1794 a 1806. En ese espacio y tiempo coincidieron personajes de la talla de Fichte, Goethe, Schiller, los hermanos Schlegel, los Humboldt, Novalis… y hasta Hegel.
Se destaca en la reseña el valor relevante que tuvo Jena “no sólo por su excepcional fecundidad intelectual sino, también, por la forma en que la ciencia, el arte, la filosofía y la poesía intentaron crear una perspectiva definitiva desde la que contemplar el mundo, y, sobre todo, la subjetividad (…) un contexto en el que se celebró el diálogo, no siempre pacífico, entre la Ilustración y el Romanticismo”.
En EL CULTURAL se publica la reseña de un libro que merece ser leída detenidamente. La firma Dwight Garner, periodista y escritor estadounidense, y editor en The New York Times, y trata del último libro escrito por el músico-cantante, y premio Nobel de Literatura, Bob Dylan. El título: Filosofía de la canción moderna. El contenido: los comentarios improvisados de Dylan sobre sesenta y seis canciones elegidas por él, canciones de autores tan variados como Cher, Nina Simone, o The Clash. Los comentarios de Dylan, según deducimos por lo que escribe Garner son cuando menos epatantes. Veamos algún ejemplo de lo que el reseñista escribe: “Dylan se pasea por el libro lanzando calumnias, descabezando rosas, invocando maldiciones, sin domicilio fijo, escondiéndose en las callejuelas (vaya, se equivocó de cantante), hablando sin falsedad”. En otro momento dice del cantante que es “absolutamente genial, excepto cuando no lo es (…) Hacia el final parece agotado; como si parte de lo que dice lo dijera sin ganas (…) uno sigue leyendo porque es Dylan, porque siempre hay un casino indio, un predicador ambulante o una vieja madame sifilítica a la vuelta de la siguiente esquina. Uno quiere saber en qué estado está Dylan. Probablemente el autor esté a punto de liberar una vejiga llena de cerveza sobre la tumba de alguien”.
La crítica y su circunstancia
La crítica de Garner al libro de Dylan no pasa desapercibida, por el estilo, por la desenvoltura, y, ¡ojo!, porque no termina de aclararnos si al final es negativa o positiva para con el libro, o simplemente quiere que nos quedemos con su idea de que le hubiera gustado más escuchar las palabras escritas por Dylan, cantadas por el poeta Dylan, acompañado de su guitarra.
Cosas de la crítica. Escribe el director del suplemento ABRIL, Álex Sàlmon, en su columna semanal: “Un debate habitual en el mundo literario tiene que ver con la crítica. ¿Para qué sirve? ¿Solo para vender libros? ¿Para prescribir los títulos que están en el mercado? ¿Para que las editoriales extraigan frases elogiosas situándolas en las fajas de promoción?”.
Sostiene que el mundo de la crítica se ha transformado en los últimos años de forma acelerada. No cree que sea una cuestión de desprestigio pues hay textos que analizan una obra literaria que son verdaderas joyas. Y sobre las críticas negativas señala que la cuestión es cómo está construida esa mala crítica y si tiene la argumentación necesaria para ser sólida, “y en ese aspecto sí que es muy importante la decisión del suplemento literario. Existen críticas y reseñas. Y es cierto que, con el espacio que normalmente tienen las publicaciones de libros, abunda la mezcla”.
Algún día ahondaremos en esa diferencia, no siempre clara, entre la crítica y la reseña.
Escritores tímidos
Seguimos con la última entrega de ABRIL, pues publica una entrevista al escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, del que nos ha llamado la atención su acento humilde al referirse a su oficio de escritor. También la descripción que hace sobre la situación de su país, lúcida, incisiva. El carácter tímido del novelista lo refleja muy bien al transcribir sus respuestas el entrevistador, Juan Cruz, quien, por cierto, ha sido reconocido merecidamente por su labor de periodista cultural en la última edición de la Feria del Libro de Guadalajara. Le pregunta Cruz al guatemalteco si su relación afectiva con otros escritores es admiración o búsqueda, y Rey Rosa responde: “Es suerte. La literatura me ha permitido acercarme a gente que he admirado mucho. También ha intervenido la casualidad. Con Bolaño, por ejemplo. Pero soy muy tímido. A Bioy Casares, por ejemplo, me hubiera encantado conocerlo. Pero nunca me atreví a tocarle la puerta”. E insiste el entrevistador: “O sea que sí hay admiraciones”. Y el entrevistado sigue hablando con timidez ¿o es sencillez?:
– Bueno, sí, admiraciones y timidez o miedo. A Borges, por ejemplo, lo vi una vez en Nueva York. Llegó a dar unas pláticas y me pareció deslumbrante. Recuerdo que esa vez lo vi muy tímido. Comenzó a hablar y le temblaban mucho las manos.
— Tímido él y tímido usted.
— Sí, soy tímido. No soy lanzado.
— ¿Y su literatura tiene que ver con eso?
— Yo creo que sí. En general, encerrarte a escribir y no estar tan en contacto con el mundo exterior te hace exiliarte hacia adentro, ¿no? La escritura requiere soledad. Y si eres tímido, tiendes a estar más solo.
La felicidad y los libros
Leonardo Sciascia le dijo a un contemporáneo suyo que “la infelicidad es una condición necesaria para la inteligencia y que nadie es feliz excepto los imbéciles más prósperos”. Sciascia, a pesar de su timidez (¡otro más!) y su proverbial reserva, que podían hacerlo parecer sombrío, era una persona feliz cuando hacía libros. La escritura y la edición constituían un antidepresivo para el gran autor siciliano. Así lo cuenta, también en ABRIL, Luis M. Alonso, a cuento de la publicación en España de La felicidad de hacer libros, “un libro de libros de los demás que fue componiendo durante años, producto de su discreto y eficaz trabajo para (la editorial) Sellerio”. En el libro se incluyen parte del trabajo de editor del escritor italiano: marcapáginas, solapas de portadas y notas del editor. Un modo de hacer que, según Alonso, “retrata una forma de trabajar y de entender el trabajo editorial que hoy parece haber desaparecido”. Las notas que se ofrecen en las solapas son precisas y dosificadas, breves, “están escritas conscientemente para ser el primer contacto del lector con el texto. Tienen una intención persuasiva y descriptiva; invitan a leer, no a comprar, y puede que ahí resida la diferencia con la forma de editar actual”.
Pues hablando de trabajo editorial y promoción, y con motivo del reciente fallecimiento del escritor de bestsellers Dominique Lapierre, recuerda en el suplemento CULTURAS su coordinador, Sergio Vila-Sanjuán, que “en el mundo de la promoción editorial hay un antes y un después de Dominique Lapierre y Larry Collins, que las hacían espectaculares”. Cuenta la escena de Lapierre presentando en España, en noviembre de 1975, con Franco agonizando, su libro Esta noche, la libertad. “Para lanzar aquel gran reportaje sobre la independencia de la India”, escribe Vila-Sanjuán, “la editorial Plaza & Janés, que tenía importantes expectativas de venta, le había dispuesto el medio de transporte más rápido que encontró. Se trataba de una avioneta Piper, en la que se colocó a los lados un letrero con la frase ‘Esta noche, la libertad’, y que llevaba a Lapierre de una ciudad a otra para la ceremonia de las entrevistas y las firmas a los lectores; en ocasiones el escritor visitaba varias localidades en un mismo día. Una campaña de anuncios en televisión, también pionera en el marketing nacional de libros, apoyaba la gira”.
El mismo Lapierre se refirió a esa campaña como una situación peculiar, sobrevolar España con Franco muriéndose, llevando un aparato con esa frase. En varios aeropuertos les preguntaron qué libertad reclamaban: “Yo firmaba ejemplares en El Corte Inglés y en las grandes librerías de cada ciudad, y teníamos tanto éxito que muchos libreros colgaron en sus escaparates un cartel donde se avisaba que Esta noche, la libertad no tenía nada que ver con los acontecimientos que atravesaba el país”.
En noviembre de 1975, según datos de aquel año, fue el libro más vendido en España. Y aunque no trataba de Franco sino de Gandhi, quizás no fue casual que un libro con la palabra “libertad”, concluye Vila-Sanjuán, fuera un gran atractivo a la vez que un deseo colectivo.
¿Influiría también que estuviéramos a las puertas de aquella Navidad para que se vendiera tanto? Podría ser, pero nos gusta más la razón anterior.
E. Huilson
No sé si el resto de los lectores estarán de acuerdo conmigo, pero me gustaría que el crítico E. Huilson colgara de las paredes del patio, esas que están enjalbegadas y parecen siempre pulcras, una lista con los diez libros que han aparecido en el año que está a punto de despedirse y que sería bueno que los lectores los tuvieran en sus estanterías para leerlos, claro.
Pasamos la propuesta al autor por si tuviera a bien tenerla en cuenta aunque mucho nos tememos que no le gustan las listas.