El Danubio no es patrimonio de Strauss

Un río que recorre Europa de oeste a este, que baña diez países a lo largo de sus 2.850 kilómetros, que ve reflejados en sus aguas los paisajes más cambiantes y pintorescos, tiene que ser motivo de inspiración para todo tipo de artistas. Y los músicos, naturalmente, no pueden darle la espalda a tamaña provocación.
El Danubio inspiró, tal vez, el vals más carismático y conocido de cuantos se han compuesto a lo largo de la historia de la música. No quiere decir esto que sea el mejor, ni el más bello, ni el más perfecto. Pero sí el más popular. Y el pueblo, casi siempre, tiene su pizca de razón. Pero el Danubio y lo que inspira a los músicos no es patrimonio de los austriacos, aunque sus aguas transcurran por la capital vienesa y Johan Strauss hijo lo elevara a la categoría de casi, casi, el himno nacional austriaco, tras la II Guerra Mundial. Hay otros Danubios.

Hace falta una sola obra para que un autor, en principio desconocido, que pasa completamente desapercibido en los manuales de la historia de la música, adquiera notoriedad y sea recordado. Una sola obra es suficiente.
Ion Ivanovici nació en 1845 en la ciudad de Timisoara. Hoy es Rumanía, pero a mediados del siglo XIX pertenecía al imperio austriaco. No es de extrañar, pues, que el pequeño Ion tuviera veleidades musicales. Autodidacta de la flauta decidió orientar, desde muy joven, su vida a sus dos grandes pasiones: el ejército y la música. Recién estrenada la mocedad ingresó en un regimiento de infantería, donde aprendió a soplar otros instrumentos, entre ellos el clarinete. Y comenzó a dedicarse a la composición de marchas militares, polkas y algún que otro vals. Lo de pertenecer al imperio austriaco, tiraba.
Mirando el transcurrir del Danubio, a su paso por Galati, la ciudad donde residió casi hasta su muerte en 1901, situada en la región de Moldavia, Ivanovici pensó que aquellas aguas, a veces tranquilas, a veces turbulentas, merecían una partitura especial en la que pudieran combinarse aires serios, ilustres, solemnes de un vals tradicional austriaco y los aires populares rumanos, tan festejados por los habitantes que poblaban las orillas del caudaloso río. En 1880 compuso el vals Olas del Danubio, la pieza que es capaz de competir en calidad y seriedad con el Danubio Azul. En un principio, tal y como el autor la concibió, la orquestación era muy rudimentaria, propia de una banda de música militar, especialidad que el músico dominaba. Pero había que ir un poco más allá y darle solemnidad a la pieza porque, verdaderamente, lo merecía. En 1886 el compositor Emile Waldteufel orquestó el vals. Eligió el lugar y el acontecimiento perfecto para su presentación en sociedad: la Exposición Universal de París de 1889, que conmemoraba el centenario de la toma de la Bastilla.

Ivanovici ganó un premio en la capital francesa. A partir de ese momento, ese músico militar modesto, prácticamente desconocido, pasó a engrosar la lista de los grandes compositores de valses, pudiéndose codear, sin ningún menoscabo, con el mismísimo Strauss.
Similitudes entre ambas partituras: la calidad, el ritmo, la sobriedad de la orquestación, la belleza melódica. Diferencias: El Danubio Azul quiere presentarnos un río manso, que se acerca a Viena, casi sin hacer ruido. En Olas del Danubio, el río se revuelve a base de los sones propios del folklore de la región por donde transcurre y que Ivanovici conocía muy bien.
Y otra alegoría común: ni el Danubio es azul, ni tiene olas.
Y para los escépticos que duden de lo que aquí se narra, una recomendación: no recurran a los motores tradicionales de búsqueda el concepto Olas del Danubio. Les aparecerá la receta de una tarta de chocolate. Será por aquello del color marrón de las aguas contaminadas del río. O no.
Gabriel Sánchez
La Filarmónica George Enescu interpreta Olas del Danubio, de Ivanovici, bajo la batuta de Sergiu Sarchizov:
No conocía la historia y, sin embargo, su música me es muy familiar. Gracias