Memoria en tiempos neoliberales: los escritores y el olvido
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.
De todos los suplementos a los que estamos suscritos en este Patio, ABRIL es el primero que llega cada semana, el jueves, siempre con un protagonista en portada del que se muestra su rostro en primer plano, con fotografía en blanco y negro. Como es lógico, de ese rostro depende las expectativas que uno se hace del mayor o menor interés que tendrá la entrevista que se anuncia. Es así: unos autores nos incitan más que otros a conocer sus opiniones. En la última entrega vemos la cara del escritor y filósofo Rafael Argullol (fotografía de Manu Mitru), al que entrevista Antonio Puente con motivo de la publicación de Danza humana (Acantilado), una “combinación de ensayo, poesía y narración”. Argullol no defrauda, sus opiniones son sólidas, se nota la reflexión previa que las respalda. ¡Vamos, que da gusto escucharlo y leerlo!
A pesar de que asistimos a tiempos duros en los que parecen desvanecerse nuestras convicciones respecto al poder de la razón y de la ciencia –argumenta–, tiempos de angustia e incertidumbre agravados por la pandemia y la guerra de Ucrania, cree, no obstante, que a medio plazo se reconducirá la situación: “frente a la angustia y la incertidumbre, hay cierta banalización defensiva (…) avanzamos en una huida hacia adelante, como si nos empeñáramos en conducir sin mirar el retrovisor. Y, por paradójico que pueda parecer, esa consciencia generalizada de un extravío me hace confiar en cierta recuperación cultural (…) Pero la única forma de escapar de la emboscada es mantener la ambición por la obra bien hecha.”
Ha detectado –según afirma en la entrevista– que hoy predomina el afán de éxito inmediato y que la búsqueda de lo bello y transcendente se ha visto desplazada por lo interesante y bonito, aunque también esto estaría provocando cierto hartazgo: “hay un cierto empacho de la sensibilidad frente a la impostura con que muchas veces se produce el salto al éxito inmediato o a la fama”.
Y continúa: “Mi optimismo, a medio o largo plazo, se basa en que el tiempo termina desmantelando la impostura. No hay ni un solo artista o escritor malo o mediocre que haya pervivido en épocas posteriores a su tiempo. A mis alumnos les digo que sería una interesante tesis doctoral analizar, por ejemplo, las contraportadas de los libros de los últimos 50 años. En ellas se lee todo eso de `el mejor libro´, `obra maestra´, `escritor imprescindible´, y, en la mayoría de los casos, se comprueba ya que son libelos y autores prescindibles”.
Y señala, como uno de los males más flagrantes que se observan hoy día, el adanismo, pretender ser original: “La literatura de borrón y cuenta nueva es una quimera; pues cualquier exploración en la creación artística es necesariamente un redescubrir: no creamos sonidos nuevos, sino que escuchamos viejos sonidos por primera vez. Por eso considero al gran artista como un `maestro del eco´”.
Eso no quiere decir que algún gran creador no haya caído en el olvido, y que habrá que reflotar, pero, por fortuna, a la inversa no sucede: que tengamos que aceptar hoy a creadores malos o mediocres del pasado.
Precisamente, a estos males que amenazan el buen criterio y el justo juicio en el mundo literario alude en su artículo en EL CULTURAL el ensayista y poeta Ramón Andrés: “La industria editorial, apremiada por la subsistencia, nunca ha dejado de proponer espejismos de toda naturaleza. Al ser humano siempre se le ha dado bien el humo. En nuestros días, esta fabricación de ilusiones ha alcanzado una intensidad de sonrojo. Lo peor es que los valiosos de verdad queden sepultados en esta avalancha”. Y pone como ejemplo a los escritores Robert Musil, Vasili Grossman y Lucia Berlin, apenas conocidos en vida. Y luego están los que injustamente serán olvidados. Hace tres promociones que ya no se estudia a Claudio Rodríguez, afirma, ya nadie habla de Agustín García Calvo, ni siquiera sus deudores, y se pregunta: ¿pasará lo mismo con Sánchez Ferlosio?
Este neoliberalismo que todo lo engulle
Mientras en la entrevista citada leemos a Argullol sentenciando que “el capitalismo ha vencido hasta tal punto que hasta ha logrado camuflar su propio nombre, y por supuesto manipula y tergiversa todo lo que no sean sus intereses”, una de las novedades de estos días de la que se hacen eco los suplementos, Todo a todas horas, en todas partes (cómo nos hicimos posmodernos), de la que es autor Stuart Jeffries, ahonda en esa idea y señala al “posmodernismo” como cómplice necesario, la base ideológica que lo justifica con su negación de la objetividad al proclamar que “no hay verdades, solo interpretaciones”.
En LA LECTURA, Daniel Arjona publica una entrevista con el autor del ensayo en la que se centra en cómo la posmodernidad habría “plantado la semilla de las presentes guerras culturales”, del populismo actual, tanto en la derecha como en la izquierda, aunque el reseñista centra el foco en esta última. No obstante, por aclarar el objetivo del ensayo, reproduzcamos cómo lo presenta el propio Jeffries en su introducción: “La idea que deseo exponer en este libro es que la cultura posmoderna surgió bajo la estrella del neoliberalismo, una ideología económica global entre cuyos héroes o demonios –según cuáles sean las convicciones políticas de cada uno– figuran Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Deng Xiaoping y el general Augusto Pinochet. Una ideología que defiende que la iniciativa empresarial debe estar liberada de la supuesta mano muerta de la intervención estatal”. Y sigue explicando el autor cómo los estados industriales de la Europa occidental, hasta entonces, mantenían un compromiso con la escalera social y la red de seguridad: “la primera ofrecía la oportunidad de ascender a las personas más desfavorecidas; la segunda, protección ante cualquier posible caída. La educación pública gratuita era parte de la escalera; el sistema de sanidad socializado formaba parte de la red de seguridad. Los neoliberales, como Reagan y Thatcher, echaron abajo la escalera y agujerearon la red de seguridad”.
Paralelamente quedaba inaugurada la época en la que el deseo se había convertido en un derecho, proclamado por teóricos posmodernos franceses, como Deleuze o Foucault, en los que el filósofo Herbert Marcuse ya había detectado semejanzas con los neoliberales: una sociedad que está entregada a la autogratificación resulta mucho más fácil de controlar pues la liberación del deseo desenfrenado lo que provoca es otro sistema de explotación más sofisticado, venía a decir el filósofo de la Escuela de Franfurt. Y así dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en consumidores.
Memoria real de lo no vivido
BABELIA elige como libro de la semana Homo irrealis, de André Aciman, “un ensayo injertado de memorias, de historia cultural y de reflexiones abstractas, pero bellamente narrativizadas. Un libro seductor que sabe a domingo por la tarde, a madrugada silente, a verano por estrenar; a sensación irreal”, escribe Paco Cerdá. Vivir el recuerdo de aquello que no fue, la añoranza de lo que pudo haber sido, los anhelos que aún podrían cumplirse, las vidas propias que descarrilaron y podrían haber sido. Todo ello anida en el reino de la imaginación, en los dominios del sueño y la ilusión. Esto es lo que explora André Aciman autor de Lejos de Egipto, nacido en ese país, pero que la familia abandonó debido al antisemitismo. Antes de partir ya sentía añoranza de su ciudad natal, “nostalgia de Alejandría en Alejandría”, como cuenta Marta Rebón, que reseña la obra en LA LECTURA. Y esto lo lleva a cabo de una forma evocadora, compartiendo retazos de una vida personal, con amores y desamores vividos con distintas mujeres en la vieja Nueva York, “la ciudad solitaria de los cines de barrio y el metro ferruginoso surcando la superficie al más puro estilo Hopper”. A tiempo, te magnetiza con un París idealizado, mitad Baudelaire y mitad Proust, que no existía en la realidad, pero sí palpitaba en su interior (…) o con el San Petersburgo de buhoneros y borrachos tantas veces imaginado con las lecturas de Gógol, Pushkin o Dostoievski, pero tan alejado de la Prospettiva Nevski actual”, leemos en la reseña de Cerdá.
Una borrachera literaria. Las historias de películas y novelas que rescata el autor —de Sebald al cineasta Éric Rohmer, de su querido Proust a Freud— discurren en paralelo a las historias de su propia vida en un juego de espejos iluminador y borgiano. El sueño y la realidad. “No es irreal por no haber sucedido”, repite André Aciman una y otra vez.
… y también
Amigos y héroes (Olivia Manning): tercera parte de la trilogía balcánica de Olivia Manning que, junto a las tres que componen la del Levante, integran Fortunes of war, un entretenido y monumental fresco sobre la Segunda Guerra Mundial, probablemente el más grande de todos los publicados en la historia de la literatura acerca de una época. La escritora británica, además de una desapasionada moralista, era una narradora inimitable, artísticamente adelantada, dueña de una prosa sobria, poco sentimental y, a veces, muy original. Visto desde la perspectiva de los años, su estilo concuerda más con los gustos literarios actuales que con los de su tiempo, de ahí posiblemente el mayor éxito que alcanzó en la posteridad (ABRIL).
Los destrozos (Bret Easton Ellis). En su sexta y colosal novela, Ellis juega de nuevo la carta del espejo deformante o de la mutación grotesca -el autor practica una autoficción que es una suerte de relectura de lo gonzo, expandiendo una mínima anécdota personal por vías salvajes y enfermizas-, viajando a su último año de instituto (1981) y cuando empezaba a dar forma a su primera novela, Menos que cero, para unir el desnortamiento y el hedonismo de una panda de pijos con la paranoia y la ultraviolencia (CULTURA/S).
Heredarás la tierra (Jane Smiley). El libro más celebrado de la autora, elogiada sin cesar por nombres como John Updike o Jonathan Franzen y reivindicada desde hace años por nuevas generaciones de lectores, es una inspección crítica con los mitos estadounidenses. Está ambientado en una granja con un terreno de un millar de acres, en la que Smiley escenifica una agria disputa familiar entre tres hermanas durante la que saldrá a la luz un caso de incesto por parte del patriarca, el terrible Larry. En Heredarás la tierra, todas las leyendas estadounidenses se revelan falsas, además de nocivas. (Smiley visitará España esta semana con motivo de la reedición de esta obra, que estaba descatalogada). (BABELIA)
E. Huilson