Semanario Cultural

Baroja en su laberinto

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.

Atrabiliario y genial. Posiblemente sean estos dos adjetivos los más usados cuando se habla o escribe de Pío Baroja quien se nos ha presentado en el último tramo literario del año por celebrarse el 150 aniversario de su nacimiento, el 28 de diciembre de 1872. También se le añaden otros epítetos a su personalidad, como la de aventurero, nihilista o anarcoide, seco de carácter, anticlerical, y hasta de ser un escritor de prosa descuidada se le ha acusado. En todo hay algo de cierto, pero el conjunto resulta genial. Y moderno. 

EL CULTURAL le dedica en su última entrega un amplio número de páginas y artículos que los amantes del escritor vasco no deberían perderse. El catedrático y crítico literario Santos Sanz Villanueva analiza la trayectoria narrativa del escritor, sus amistades, controversias y la influencia en narradores posteriores. De él dice que “se desentendió de la novela clásica realista y sustituyó el relato orgánico, según sus palabras, por ‘el cajón de sastre’ donde todo cabía, por la acumulación de cosas diversas y desordenadas”. 

“Baroja estaba convencido de la maldad de nuestra especie y pocos escritores han dado una visión tan destructiva como él”, escribe Sanz Villanueva, que achaca este pesimismo antropológico a la influencia de las ideas del filósofo Arthur Schopenhauer, pero también a “su propia experiencia, su formación como médico y el trabajo en el madrileño Hospital de San Carlos que le puso en contacto con la terrible cara de la prostitución”.

En El árbol de la ciencia, una de sus mejores obras, ampliamente elogiada, en la que a través de su protagonista narra sus experiencias como estudiante y médico rural, se puede leer: “En todas partes el hombre en su estado natural es un canalla, idiota y egoísta”. En otro pasaje se refiere a España como ese lugar donde “no hay más que chulos y señoritos juerguistas. El chulo predomina desde los Pirineos hasta Cádiz…, políticos, militares, profesores, curas, todos son chulos con un yo hipertrofiado”. Frases como para hacer amigos… No es extraño que por su anticlericalismo (“me gustaría vivir en un país sin moscas, sin curas, y sin carabineros”) durante el franquismo se le citara como “el impío don Pío”. 

Pío Baroja

En las mismas páginas, el escritor Luis Mateo Díez cuenta cómo la lectura de las novelas de Baroja iba a formar parte de su aprendizaje de escritor, “cuando no tenía claridad suficiente de lo que significa esa idea de que escribir es descubrir”. Descubrimiento, dice, de un escritor empecinado en contar la vida, que entendía la novela como un género multiforme, proteico, en formación y en fermentación y que todo lo abarca: el libro filosófico, psicológico, la aventura, la utopía, lo épico, todo absolutamente. Y un escritor también irónico. “La ironía de Baroja le lleva a una caprichosa previsión de lo que de sus novelas podrá pensar un lector dentro de treinta años, sabiendo que él a los cuarenta ya se consideraba un viejo. Dice que tiene la esperanza, entre cómica y quimérica, de que ese lector español, que tenga una sensibilidad menos amanerada que el de hoy y que lea sus libros le apreciará más y le desdeñará más. Baroja no era menos atrabiliario que pagado de sí mismo y, en cualquier caso, ciento cincuenta años después, su compañía literaria es la menos desdeñable que pueda imaginarse”. 

¿Se lee a Baroja hoy? Y si se lee, ¿con qué mirada?

Recientemente se celebró un acto de homenaje a Baroja en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en el que se dieron algunos datos de los ejemplares que se siguen vendiendo de sus libros, lo que vendría a demostrar su plena vigencia. Lo cuenta Ignacio Echevarría en su artículo que titula, refiriéndose a Baroja, El incorruptible. Dice que “da que pensar la ininterrumpida vigencia de Baroja, su envidiable posteridad. Ya lo adivinaba Ortega, a la altura de 1916: ‘No será inverosímil de que dentro de cincuenta o sesenta años gentes selectas y curiosas buscasen las huellas, los hechos y los dichos de Baroja”. Y concluye citando influencias y defensores: “por muchos que sean los detractores o quienes se empeñan en juzgarla con displicencia, la obra misma de Baroja –otra cosa es su personalidad gruñona y su ideario voluble y lleno de aristas– ha sido ininterrumpidamente apreciada y reivindicada por las sucesivas hornadas de narradores españoles, por escritores tan representativos y dispares como Cela, Juan Benet o Eduardo Mendoza”. 

Aquellos nuevos narradores, entre ellos Juan Goytisolo, vieron en Baroja a un escritor independiente, poliédrico, libre, un autor al que enfrentar al conformismo de la dictadura. También tuvo detractores destacados, como Umbral, que le criticó su estilo “pedestre”, pero volvió a resurgir, como apunta Sanz Villanueva, y un autor como Manuel Vázquez Montalbán “buscaba que su serie criminal de Pepe Carvalho fuese una crónica barojiana de finales del milenio”.

Otro suplemento, LA LECTURA, dedica algunas páginas a Baroja, con artículos de Bernardo Atxaga y Juan Bonilla. Ambos vienen a coincidir en que en su adolescencia la lectura de Baroja les vino impuesta durante el bachillerato. Bonilla nos recuerda que “los clásicos eran los libros que leíamos en clase, y preferíamos con mucha distancia a las lecturas obligatorias la de los libros que descubríamos por nuestra cuenta    –Bukowski o Lovecraft o Pessoa–, pero Baroja, al menos no nos torturaba”.

En este mismo suplemento, Manuel Llorente anima a leer Desde la vuelta del camino. Memorias. Empezó a escribirlas en 1941 y se abren con esta frase: “Yo no tengo la costumbre de mentir. Si alguna vez he mentido, cosa que no recuerdo, habrá sido por salir de un mal paso”. Y las terminaría con esta sentencia: “En la política española todo es farsa”. Palabra de un escéptico, de un anarquista sin carné, como lo describe Llorente en su crónica, que “regresó de su exilio en París tras la Guerra Civil más callado, más encerrado en sí mismo. Nunca buscó fama ni notoriedad”. 

Recordaba Echevarría un artículo de Jon Juaristi en el que este se lamentaba de las reticencias con que las autoridades españolas han tratado la memoria de Baroja, de quien decía que siempre cayó mal a todos los sectarios de derecha y de izquierda. Su individualismo y su pesimismo lo indispusieron con todas las facciones, “empezando por el clero y la Iglesia y continuando con los nacionalismos de toda procedencia”. 

Derechas e izquierdas

Las aristas de don Pío, sus opiniones, en no pocas ocasiones contradictorias, no sé si habrán provocado esas reticencias en las autoridades a las que alude Juaristi, pero lo que sí nos atrevemos a asegurar es que hoy Baroja es un escritor, por decirlo en términos románticos, nacional. No parece que a estas alturas su figura esté sometida a “la binaridad”, ese vicio intelectual “destinado a proteger la pereza de pensamiento y la agilidad de la respuesta presuntamente definitiva. La toxicidad del método está ampliamente contrastada y sirve fundamentalmente para armar ciscos trágicos tanto en la vida empírica como en el mundo de las ideas”. La frase entrecomillada la escribe, a cuenta de otro asunto, Jordi Gracia en Babelia en su reseña de dos libros que acaba de publicar Catarata bajo los títulos Historia de las derechas en España e Historia de las izquierdas en España, que firman los catedráticos Antonio Rivera y Juan Sisinio Pérez Garzón, respectivamente. A modo de resumen, Jordi Gracia viene a decir que “el relato de las izquierdas en España es una historia de éxito mientras la trayectoria en el último medio siglo de las derechas es una sucesión de derrotas resignadamente metabolizadas: pudieron estar contra el sufragio universal, contra el feminismo en cualquiera de sus formatos, el aborto, el divorcio o los derechos de las minorías, pero acabaron transigiendo históricamente (y hasta hoy) con todas o casi todas las conquistas que el pensamiento ilustrado puso en marcha desde mediados del siglo XVIII y hasta hoy”.  

En total, los dos tomos suman unas mil páginas en las que se recorren “más de 200 años de historia con la mira puesta en la progresiva emancipación civil y social de los pueblos y la sucesiva cadena de derrotas que ha vivido el conservadurismo en sus múltiples variantes desde que el mundo moderno es mundo moderno y contemporáneo”. 

Tampoco faltan visiones desafiantes a la buena conciencia de la izquierda alternativa por parte de Sisinio Pérez Garzón, explica Gracia, “con al menos dos tesis fuertes que valen para la derecha y para la izquierda. Excepto la cuestión nacional y nacionalista, los 40 años de democracia han culminado la agenda política y social que impulsó a la II República”. Y sobre la tan criticada “desmemoria” histórica que suele atribuirse a la democracia se recuerda que el resarcimiento económico de las víctimas republicanas alcanza desde 1978 a 600.000 personas y asciende a 22.000 millones de euros de dinero público. Se menciona como circunstancia positiva “la evaporación de la ‘gimnasia revolucionaria’ como horizonte político”, pero menos halagüeño es que se haya recuperado la dialéctica amigo/enemigo de Carl Schmitt por las izquierdas, y menos aún la distancia que separa a los pobres del vocabulario y las formas de las izquierdas.

Dos buenos libros para ilustrarse y encarar 2023, año electoral en España, y juzgar si el dictamen sombrío que hacía Baroja de los políticos de su tiempo sigue o no vigente, “y que cada uno se haga sus cuentas”.

                                                                                                       E. Huilson

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