De clásicos: Conrad, Borges y el adiós de Francisco Rico
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Pasado el Día Internacional del Libro, y el Sant Jordi en Cataluña, y a la espera de la Feria del Libro de Madrid, que se abrirá el último día de mayo, las páginas literarias de los suplementos culturales de la semana apenas coinciden en las novedades elegidas para reseñar y nada sobre el tema de apertura.
Por eso nos ha llamado la atención la apuesta de ABC CULTURAL con su “especial” dedicado a Joseph Conrad, del que este año se cumplirán cien años de su muerte. Es inminente la publicación en español de la biografía del autor de El corazón de las tinieblas escrita por la historiadora de Harvard Maya Jasanoff, según informa el director de dicho suplemento, García Calero, biografía de la que afirma que “ha desarmado a quienes trataban de encerrar al autor en las pequeñas cancelaciones de esta época”. Una cancelación que, dicho sea de paso, no hemos encontrado en el caso de Conrad tras rastrear un buen rato por Google, pues solo nos hemos topado con un artículo en la revista de libros Zenda que firma Libertad Guerra y en la que critica que una tal Puri Pecosa acuse de machista a Conrad, ¡en Tik tok! Debe de ser una broma. Jeremiadas (o leandradas) a parte, el suplemento de ABC pone a disposición de los conradianos, que no somos pocos, hasta trece páginas de artículos (también la portada) dedicados al gran novelista polaco que escribió sus narraciones en inglés, idioma que aprendió a los veinte años. Se agradece el esfuerzo (de ABC CULTURAL).
Desde Pérez-Reverte a Juan Gabriel Vásquez, incluida la recuperación de un perfil literario escrito por Javier Marías para su ensayo Vidas escritas, varios articulistas desgranan la obra e influencia de Conrad en la literatura y hasta sus versiones en el cine.
Pérez-Reverte, que, además de escritor, navega cuando no escribe, dedica su artículo, “Sobre hombres y barcos”, a resaltar a esos que, “en muchas de sus novelas, las mejores, Joseph Conrad rinde un emocionado tributo a las sombras que de unos y otros vagan por su memoria”. No en vano fue marino profesional veinte años y a ambos recordó y elogió en su libro El espejo del mar: “los configuradores de mi carácter, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado”.
Conrad es uno de los autores predilectos del escritor Juan Gabriel Vásquez, y entre sus novelas preferidas están Nostromo, Lord Jim y El corazón de las tinieblas. Precisamente, Vásquez ha llevado a cabo una de las más recientes traducciones de El corazón de las tinieblas, publicada por la editorial Angosta Ediciones, el sello que dirige el escritor Héctor Abad Faciolince. Dice Vásquez de esta experiencia que la emprendió “como el pago de una deuda privada con un novelista que me ha cambiado la vida, pero pronto se me convirtió también en un reto sin parangón. En la prosa de Conrad se dan cita la dicción más elevada de la lengua inglesa y una cierta oralidad de actor clásico (…) y además se inmiscuyen los registros latinos que importaba del francés, la lengua que aprendió de su institutriz en su infancia polaca”. Y cuenta que ya sobre la primera página “no hay dos traducciones de la novela –y las hay muy buenas– que la resuelvan igual”. De esto, cuenta Vásquez, le habló un día a Pérez-Reverte, “que no solo es un lector apasionado de Conrad, sino un marinero de vocación”, y el comentario les llevó a una hora larga de apasionada conversación sobre “mareas, velas y barcos…”, y diccionarios.
Favorito de Borges
El artículo que firma Fernández Díaz se centra en la lectura “devota” que de Conrad hizo Borges. Y recuerda como un día de abril de 1960 Borges les comenta a Bioy Casares y a Silvina Ocampo los primeros párrafos de La línea de sombra. Esa lectura, dice el articulista, constituye hoy mismo una pequeña clase magistral acerca de la narración y una sutil ironía sobre un cierto prejuicio académico: “Es un comienzo natural –dijo entonces Borges–. Las frases de Conrad son directas, establecen inmediatamente una intimidad con el lector. Esta manera de entrar en materia parece menos rara que las de Henry James o de Faulkner. Tal vez esta naturalidad perjudicará a Conrad –al fin y al cabo, su manera no es personal, no es inventada por él, es la perfección de lo que todos hacen–; el amaneramiento de James o de Faulkner es personal, es inconfundible, es un invento de ellos y permite el trabajo de los críticos”.
A tenor de esto, precisamente en la Historia de la literatura universal de Martín de Riquer y José María Valverde leemos que “si de algo peca Conrad no es jamás de poco exacto gramaticalmente, sino, por el contrario, de demasiado académico, de retórico enfático. Por eso confesamos no comprender del todo la inmensa admiración dedicada a Conrad precisamente por unos artistas tan dueños de su expresión como son Virginia Woolf y William Faulkner (…) Hay que suponer que si (ambos) ponen a Conrad junto a Tolstói y Cervantes, será a pesar de su propia expresión, y gracias a sus ambientes de mar y aventura, y, sobre todo, por virtud de su oscuro patetismo catastrófico de eslavo. En este sentido moral es como sí podríamos encontrar faulkneriano a Conrad”.
Francisco Rico, in memorian
Y hablando de críticos, eruditos y estudiosos de la literatura, nos llegó la noticia, mientras hacíamos nuestra lectura particular de suplementos, de la muerte del profesor Francisco Rico. Publicó Rico hace un par de años lo que podríamos llamar un libro de homenajes a filólogos o afines a la filología a los que profesaba Una larga lealtad (así tituló su libro). Y en él podemos leer sobre “la sabiduría infinita de Martín de Riquer”, su principal maestro junto a Blecua, o sobre “la libertad de leer”, que dedica a José María Valverde. De homenajear a ser homenajeado, porque la revista Ínsula le dedicó su número de marzo, coordinado por Gonzalo Pontón y Fernando Valls, al profesor Rico, ya enfermo, en el que se recogen numerosos testimonios que vienen a ensalzar su labor magistral como filólogo, teórico, editor y divulgador. Escriben, entre otros, José-Carlos Mainer, Félix de Azúa, Javier Cercas, Victoria Camps, Jordi Gracia, Eduardo Mendoza, Domingo Ródenas o Sanz Villanueva, entre otros.
Escribía Ignacio Echevarría a raíz de esta publicación de Ínsula el pasado día 12 en EL CULTURAL, : “Despistando a muchos con su personaje público –el de profesor sabihondo, intemperante y metomentodo–, Francisco Rico, siempre riéndose por dentro, ha desplegado un exigente, pero amplísimo magisterio que ha dado por fruto a algunas de las más destacadas lumbreras de la filología española hoy en activo (…) Máxima autoridad en autores como Petrarca, Nebrija o Cervantes, en materias tan remotas como el primer siglo de la literatura europea, el humanismo o la novela picaresca, lo más asombroso de su legado es su extraordinario trabajo de divulgación, su constante empeño en desbordar los cauces de la erudición y, sin rebaja alguna del nivel alcanzado, acercar al lector más común a los clásicos”.
Uno de esos “afines” a los que glosa Rico es Roberto Calasso, y como queriendo abundar en un infinito bucle para esta crónica escribe del editor, ensayista y crítico italiano: “Parecería que Jorge Luis Borges no dejó sin prever ninguna contingencia: el libro, que es `la cifra y el compendio perfecto de todos los demás´; el libro que no hace falta leer porque se contiene entero en el título; el libro inexistente que se crea al refutarlo en una reseña… Roberto Calasso ha asumido todas las eventualidades borgianas y les ha añadido una variedad (…) en el texto de la solapa o la contracubierta, ha reescrito uno a uno el millar largo de libros publicado por él mismo con el elegante pie milanes de Adelphi Edizione”.
El valor de la reseña
Además de escribir reseñas, Calasso se interesó por esta práctica y hasta dio con su origen. En uno de los breves ensayos que contiene su libro Cómo ordenar una biblioteca, se da cuenta de la fecha (con rigurosa exactitud) del nacimiento de la reseña como “género literario menor”. Fue el 9 de marzo de 1665. Apareció en el Journal de Savants, se reseñaba el libro las Maximes de La Rochefoucauld, y la autora de esa pionera reseña fue Madame de Sablé.
Como sostiene Vila-Matas, es recomendable distinguir entre críticas y reseñas: “Las primeras parecen tener vuelos más elevados mientras que las reseñas, con menos ínfulas, se limitan a presentar, a ras de suelo, obras simplemente nuevas al público lector”. Y contaba como John Banville decía pasarlo muy bien cerrando una modesta reseña y diciéndose “vaya, vaya, he fabricado una pieza buena y sólida de carpintería”. Porque la brevedad permite a quien escribe una reseña acercarse a la perfección, mientras que una crítica, aunque sólo sea por su extensión o elevadas pretensiones, puede hacerse indomable.
El problema de la reseña escrita por Madame de Sablé es que, al ser ésta amiga del autor de las Máximas, le pasó previamente el texto al propio La Rochefoucauld, que decidió añadirse algunos elogios y borrar otros. Por ello dice Vila-Matas que no habrá existido nunca “un borrador tan sumamente elogioso en la historia de las reseñas”. Y así fue, porque el reseñado se empeñó en mejorar lo que ya era una elogiosa y bien hecha reseña, ¡estropeándola! Corroborando lo que expone Calasso, que La Rochefoucauld fue el primer autor de la historia que se cargó una reseña que le era bien favorable.
Dos reseñas para Si este no es mi hogar, no tengo hogar
Quince años ha tardado en volver a la novela la autora norteamericana Lorrie Moore, considerada una de las más destacadas cuentistas de su país. Si este no es mi hogar, no tengo hogar llega a España publicada por Seix Barral y las primeras reseñas que leemos siguen mostrando reconocimiento por la escritora, pero menos entusiasmo con esta su última novela. Hace tres semanas, en LA LECTURA, Marta Rebón escribía que era una lástima que “la buena premisa de esta novela, que solo brilla fugazmente, derive en un viaje un poco a ninguna parte”. El viaje que se narra es poco habitual. Resumamos el argumento: Un profesor, Finn, un tanto amargado con la enseñanza, tiene un hermano que está ingresado en un centro para enfermos terminales, al que visita. Estando con él, recibe la noticia de que su ex-pareja, Lily, presa de una depresión e internada en un centro de salud mental, ha conseguido lo que intentó varias veces: suicidarse. Finn decide dirigirse al sanatorio donde estaba internada y se encuentra con que ya ha sido enterrada. La desentierra y emprende un viaje en coche al sur con ella, “con algunos gusanos asomando de su cadáver”. Lily es ya un zombi con el que trata de tener una comprensión mutua, una última oportunidad. En su periplo, Finn se encontrará con un diario en el que una mujer y su hermana muerta se hablan. Corre el año 1871, cinco años después del final de la Guerra de Secesión…
Rebón nos advierte de un dato a tener en cuenta para una interpretación política de la novela: el haber ambientado esta road movie zombi unas semanas antes de las elecciones norteamericanas de 2016, cuando Finn trata de convencer a su hermano moribundo que el “estrafalario magnate” no ganará las elecciones, no puede ser casual. Por eso, aludiendo al título, concluye Rebón, la pregunta primordial sería qué es un hogar, si un espacio físico o un sentimiento interior que nunca nos abandona, ni siquiera ante la muerte.
En la reseña de la novela que publica EL CULTURAL, su autor, Dwight Garner, crítico del suplemento de libros del New York Times, recuerda un consejo literario, atribuido erróneamente a Nabokov, que dice lo siguiente: “el trabajo del escritor consiste en subir al protagonista a un árbol y, una vez arriba, tirarle piedras. Esta máxima es acertada hasta cierto punto. Pero no dice qué debería ocurrir si el personaje muere y vuelve a la vida como árbol, o al menos como una variedad de zombi parecida a un árbol”. Porque, según dice Garner, esto es lo que pasa en esta novela. Y a la hora de valorarla nos cuenta que “los autores de reseñas de The New York Times nunca ponen notas a las novelas ni las etiquetan como `selección de la crítica´. Mis predecesores y yo hemos dicho lo que pensamos sin atajos disponibles. Mientras leía la nueva obra de Moore, sí pensé a veces cómo la catalogaría”. Y explica que hay dos maneras posibles de clasificar a los escritores, por su talento y por sus logros. Y continúa: “Lorrie Moore tiene los dos”. Es una original estadounidense, afirma, y “en comparación con el resto de obras de ficción publicadas en lo que va de año, Si este no es mi hogar… obtiene un sobresaliente fácil. Pero si empleamos como referencia los elevados estándares de la propia Moore, consigue como mucho un suficiente”. Bien, pero…
(¡Ah, qué tiempos aquellos de Madame de Sablé!, pensará Moore, tras leer a Garner).
H. Huilson