A Falla también le quedó París

La ilusión de viajar a Madrid con una obrita debajo del brazo para ser estrenada en un teatro de la capital fue directamente proporcional a la decepción que se llevó cuando intentaba ver cumplido su sueño. Manuel de Falla había llegado al foro con la zarzuela Los amores de Inés. Fue aceptada por el empresario del teatro Cómico. Corría el año 1902 y aquel antro no era precisamente el escenario con el que Falla había soñado para darse a conocer. Cuatro tablones mal encajados, unos cortinones que más bien parecían anjeos a modo de telón y una orquesta precaria que apenas sabía leer las partituras que figuraban sobre los atriles. Y como colofón al desaguisado, un contrabajista que, cuando no tenía que intervenir en el cuadro que se estaba interpretando, se acercaba a la taberna de enfrente y hasta allí había que ir a buscarle cada vez que se requería de su presencia en la orquesta. Qué bochorno, qué desilusión.
Pero el gaditano no se rindió. Siguió en Madrid a la espera de mejor ocasión. Y ésta llegó en 1905. Al menos eso pensaba él. La Academia de Bellas Artes de San Fernando convocó un premio para una ópera en un solo acto. Además de la dotación económica, el ganador tendría la posibilidad de ver su obra estrenada nada más y nada menos que en el Teatro Real, en aquella época copado por autores extranjeros. Falla presentó al certamen la ópera La vida breve, con libreto de su amigo, el poeta Carlos Fernández Shaw. Y ganó. Esta práctica de primar a jóvenes talentos con obras breves, bajo promesa de ser estrenadas en teatros de reconocido prestigio, no era una novedad. En Italia se había puesto en práctica años antes con gran éxito. Recordemos que así se granjeó Mascagni y su Cavallería Rusticana el reconocimiento en 1896.

Y Falla, detrás de los organizadores del certamen: ¿cuándo estrenan mi obra? Tenga paciencia. No es el mejor momento, Sí, pero no. Y así una suerte de excusas y formalismos que colmaron la paciencia del joven compositor. Y decidió llevar su partitura a París. La capital francesa era el centro musical por excelencia de Europa en la primera década del siglo XX. El maestro español Isaac Albéniz triunfaba con su virtuosismo; Richard Wagner gozaba de gran prestigio y asomaba un ruso que se hacía hueco en la sociedad francesa con sus vanguardistas ballets: Ígor Straavinsky. Y qué decir de los compositores nativos: Dukas, Debussy, Ravel… El ambiente musical francés era envidiable. Pronto Falla se hizo un hueco en el círculo más íntimo: El espagnol tout noir, le llamaban porque siempre vestía con traje oscuro. Y aquel enlutado compositor sacó de su cartera la obra en la que había puesto tantas ilusiones que se le habían quebrado en Madrid. Gustó a los colegas franceses, aunque había que hacer algunos retoques. Dukas enseñó a Falla el arte de la orquestación para darle más potencia y Debussy le sugirió cambiar el final. Según Fernández Shaw, la obra terminaba con conjuros y maldiciones de los gitanos más viejos. Mejor algo más sencillo, menos comprometido. Hechos los arreglos, el libreto fue traducido al francés por Paul Millet, quien había adquirido experiencia después de traducir libretos de autores italianos.

La vida breve fue estrenada en el Casino Municipal de Niza el 1 de abril de 1913. El éxito de la representación hizo que rápidamente viajara a París, donde se representó por primera vez en el teatro de la Ópera unos meses después. Tras del espaldarazo recibido en París, la ópera ya estaba lista para ser representada en España. Pablo Luna, el autor de la zarzuela El niño judío, la llevó al teatro de la Zarzuela en el mes de noviembre de 1914. Pero el pobre Falla se quedó con las ganas de ver su obra en el escenario del Teatro Real, tal y como le habían prometido. Nunca vio representada su ópera en el recinto de la plaza de Isabel II de Madrid.

Sirva este relato como reconocimiento y homenaje al músico gaditano, cuando La vida breve se ha representado recientemente en el escenario al que Falla le hubiera gustado asomarse para recibir el reconocimiento del público madrileño. A Falla siempre le quedó París, qué remedio. Pero el cartero siempre llama dos veces, aunque la última no le podamos abrir la puerta porque nos hemos ausentado un momento. Ya lo decía él: la vida es breve.
Gabriel Sánchez
Escena de una actualizada ópera La vida breve de Falla, interpretada por la Orquesta y Coro del Teatro Real, bajo la dirección de Jordi Francés: