El emperador de los conciertos, no el concierto del emperador

Había costumbre entre los compositores, al igual que entre los autores de otras bellas artes, dedicar sus obras a personalidades, familiares, amigos, amantes (siempre bajo un discreto velo para no dar demasiadas pistas que provocaran el escándalo) o mecenas. Estos últimos tenían bien merecido el reconocimiento, pues eran los que financiaban las obras. Y ya se sabe: quien paga, manda; si se le adula con una dedicatoria, pues o paga más o manda menos, ya que se encuentra suficientemente satisfecho.
Podría pensarse, hecha esta reflexión introductoria, que la obra que nos ocupa esta semana estaría dedicada a un Emperador. ¿Y quién era el Emperador más poderoso en la Europa del siglo XIX? Pues no.
En 1808, Beethoven fue rechazado para ocupar el puesto de director del Teatro Real vienés. Abatido por la decisión, pensó en abandonar Austria. Jerónimo Bonaparte, hermano de Napoleón y rey de Westfalia, enterado de los deseos del compositor, quiso echar un órdago: contratarle como maestro de capilla de la corte de Kassel, ciudad alemana del estado de Hesse. Para convencerle de que se quedara en Viena, el archiduque Rodolfo, el príncipe Kinsky y el príncipe Lobkowitz se comprometieron a pagarle una pensión de 4.000 florines al año. El archiduque Rodolfo pagó su parte del salario en la fecha acordada. Kinsky, que había sido rápidamente llamado al servicio militar, no contribuyó y murió en noviembre de 1812 tras caerse del caballo. Cuando la moneda austriaca se desestabilizó en 1811, Lobkowitz quebró y tampoco pagó su parte.



En 1808, cumpliendo el compromiso adquirido con los tres supuestos pagadores, Beethoven comenzó a componer su quinto concierto para piano. Los cuatro anteriores habían sido acogidos con gran éxito. En 1809, Austria declara la guerra a Francia. Las tropas de Napoleón invaden el territorio y bombardean Viena. El archiduque Rodolfo se marcha, junto a su familia, a las regiones húngaras de su imperio. Beethoven debe refugiarse varios días en el sótano de la casa de su hermano Carl. Cuando cesó el bombardeo y las fuerzas austriacas se rindieron, el compositor describió «una ciudad llena sólo de tambores, cañones, hombres marchando y miseria de todo tipo».
A pesar de este panorama, siguió con la obra que había iniciado antes de la batalla: su concierto para piano. La partitura la finalizó en 1811. El 22 de noviembre de ese mismo año, la pieza se estrenó. Pero no pudo ser en Viena, todavía baja los efectos de la destrucción por parte de las tropas francesas, sino en la ciudad alemana de Leipzig, en Sajonia. Y otro contratiempo: por primera vez, no pudo interpretar su obra, como había hecho en las cuatro ocasiones anteriores, pues el deterioro de su oído no le permitía seguir los pasos de la orquesta.
El Concierto para piano número 5 fue dedicado al archiduque Rodolfo, quien había vuelto del exilio húngaro en 1811 y el único que cumplió el pacto acordado para que el compositor se quedara en Viena, previo pago de los 4.000 florines anuales.

Entonces, ¿a qué viene el epíteto Emperador con el que se conoce el concierto? Hay dos versiones. Elijan la que ustedes prefieran. La obra fue estrenada en Viena en 1812. Frente al piano, el músico Carl Czerny, alumno del compositor. En el patio de butacas, una nutrida representación del ejército francés, en aquel año, todavía ocupando parte de Austria. Cuando el concierto finalizó, un oficial galo exclamó: ¡»C’est l’Empereur!«, no sabemos si refiriéndose a la grandeza de la obra o dedicándosela por su cuenta a Napoleón. Otra versión indica que el editor de la partitura en inglés, Johann Baptist Cramer acuñó este término cuando cayó en sus manos, debido a la belleza y gran calidad del concierto.
Sea como fuere, el Concierto para piano número 5 fue el último del repertorio pianístico del compositor de Bonn y el precursor del concierto romántico para piano que seguirían años más tarde otros grandes compositores.
A Beethoven no le hubiera gustado que su más célebre concierto llevara el sobrenombre de “Emperador”, pues renegaba de las ansias expansionistas de Napoleón y condenaba el horror que había sembrado en el imperio Austrohúngaro. Pero él hizo su parte, componer. Las culpas de la deformación del nombre, al maestro armero, seguramente, nunca mejor dicho.
Gabriel Sánchez
Kristian Zimerman al piano, y la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Leonard Bernstein, interpretan el Concierto para piano número 5 de Beethoven: