Mujeres heroínas de Afganistán
Sin cantar, sin estudiar, sin leer, sin reír, sin mirar, sin hablar, sin trabajar, sin ser vistas, sin protestar, sin su propia imagen, sin salir de casa sin padre, hermano o marido. Sin tacones, sin peluquería, sin mirar por la ventana, sin escuchar música. Las mujeres afganas sufren lo que nadie podría imaginar en pleno siglo XXI e intentan reducirlas a sombras fantasmagóricas en la calle y en sus casas ante la incredulidad (y cierta indiferencia, hay que añadir) del resto del mundo.
Recordamos a algunas de ellas y soñamos con que acabe la pesadilla.
Shamsia Hassani es la grafitera afgana más reconocida. Sus obras de arte se pueden contemplar en muros de Estados Unidos, Italia, Alemania, India, Suiza, Noruega y otros países. También se podían ver en Afganistán antes de que fueran destruidas por los talibanes.
Nació en 1988 en Teherán (Irán), donde se había trasladado su familia a causa de la invasión soviética de Afganistán. En Irán, las personas originarias de Afganistán no pueden estudiar en la universidad, por lo que la familia regresó a su país tras la caída de los talibanes. Shamsia acababa de cumpir los 16 años. Allí estudió Bellas Artes en la Universidad de Kabul, obtuvo un máster y empezó a dar clases como profesora de escultura.
Con 22 años se inicia en el arte urbano. Tiene que trabajar rápido, no más de quince minutos, pintar en lugares aislados, carreteras pequeñas o en el camino a la universidad donde no pueda ser recriminada, detenida o apedreada. No está bien visto.
Estamos en 2010. Una época que le permite organizar el primer festival del arte Grafiti de Afganistán. Expone en el extranjero. Es reconocida.
En sus murales, Hassani muestra a mujeres con ropas tradicionales e instrumentos musicales. “Es para demostrar que tienen voz”, dice Hassani en una entrevista en Los Ángeles Times.
El día que Kabul cayó, no lo pudo creer. “Teníamos libertad para ser artistas, habíamos plantado una semilla y estábamos viendo como crecía, pero todo lo que se hizo con tanto esfuerzo y esperanza ha sido destruido”, dijo en The Guardian.
Hoy Shamsia Hassani vive exiliada en Los Ángeles.
Otras artistas urbanas se encuentran en su misma situación. Es el caso de Negina Azimi, que huyó a un campo de refugiados en Albania cuando se supo perseguida y en peligro hace dos años. “No puedo expresar lo dolida que me sentí cuando vi en las redes sociales que los talibanes habían blanqueado el mural de la orquesta de mujeres afganas; era mi primera obra con ArtLords”, dijo en aquel entonces. ArtLords es un movimiento que defiende la causa de la defensa de la libertad artística y la democracia a través del arte callejero en Afganistán y en todo el mundo.
O el caso de la artista Nabila Horakhsh (Kabul, 1989). Sufrió en su niñez un primer exilio cuando su familia huyó a Pakistán y regresó a Kabul tras la caída de los talibanes. En la capital afgana estudió Literatura en la Universidad de Kabul, pero es conocida por sus pinturas que hablan de la opresión y la discriminación de género. Cofundadora de Begang Arts, una organización que trabaja para desarrollar el arte contemporáneo en Afganistán, con el regreso de los talibanes al poder tuvo de nuevo que huir del país y vive ahora en Alemania.
Rada Akbar (1988) es una artista conceptual y fotógrafa afgana. Su trabajo artístico se ha centrado en denunciar la opresión de la mujer y pedir al mundo que vea la fuerza de las mujeres afganas a través de sus obras de arte y retratos fotográficos. Durante tres años, de 2018 a 2021, organizó en Afganistán la exposición Arbazanan (Súper mujeres), para conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Fue elegida una de las 100 mujeres más influyentes de 2021 por la BBC. Ese año, en septiembre, ante la llegada de los talibanes al poder y antes de la salida del ejército norteamericano del país, fue evacuada a Francia, donde vive refugiada desde entonces.
Samira Kitman (Kabul, 1984) es una artista experta en caligrafía y miniatura. El lujoso hotel Atjum de la Meca está decorado con 6.000 versos coránicos pintados con complicadas letras de tinta adornadas con acuarela verde y dorada en un trabajo que, bajo la dirección de Samira, duró once semanas y contó con la ayuda de quince calígrafas. Creó una fundación artística para ayudar a mujeres jóvenes afganas.
Su independencia nunca fue bien vista. Temiendo por su vida, solicitó asilo en el Reino Unido en 2017, que le fue denegado, si bien en una segunda revisión, corrigieron el error: no se habían dado cuenta del perfil de Samira en Afganistán y su situación de grave riesgo. Vive en Lancaster, Reino Unido.
Kubra Khademi (Kabul, 1989), es una activista feminista y artista multidisciplinar, conocida por sus performances. Como muchas otras familias, vivió refugiada en Irán primero, y después en Pakistán a causa de la guerra. Con 18 años volvió a Kabul para estudiar Bellas Artes en la Universidad. En poco tiempo comenzó su actividad artística con la realización de vídeos y performances. Una de sus actuaciones la denominó Armadura. Era el año 2015 y era Kabul. La performance consistía en caminar durante 20 minutos por una calle de Kabul vestida con una armadura de metal que marcaba ostensiblemente los senos y las nalgas. Debajo de la armadura Khademi llevaba un hijab tradicional. «En mi país todos los hombres tienen la costumbre de agredir a las mujeres. Las acosan por las calles, las violan, incluso en el seno de la familia (…) Todas las mujeres deberían llevar una armadura”, explicaba en una conversación con la Fundación francesa Cultura & Diversidad. La performance duró solo ocho minutos porque no paró de ser asediada y tuvo que buscar refugio en el automóvil de un amigo.
Después de esto, y debido a una fatwa y varias amenazas de muerte, se vio obligada a huir del país, a pie, y actualmente vive exiliada en Francia.
Manizha Talash (Kabul, 2002), breakdancer, archiconocida por portar una capa a modo de superwoman con el lema Free Afghan Women (Mujeres afganas libres) durante la competición de los Juegos Olímpicos de París, celebrados el pasado verano. Fue descalificada, pero el mensaje llegó al mundo entero y dio visibilidad global a la denigrante situación de la mujer afgana.
Vivía en Kabul. Cuando una jovencísima Manizha vio un vídeo por las redes sociales donde un chico afgano daba vueltas sobre sí mismo con la cabeza en el suelo, pensó que precisamente eso era lo que quería hacer. Su madre la animó. Tenía 17 años. Buscando más información descubrió un club de breakdance en Kabul, el Superiors Crew, donde fue bien acogida por los 56 miembros del club, todos hombres. A los cuatro meses comenzaron los problemas. El club fue blanco de atentados y ella recibió amenazas de muerte.
En agosto de 2021 los talibanes ilegalizaron el baile por ser “anti-islámico”. Era el momento de huir. Con su hermano pequeño y otros seis miembros del club, también amenazados, algunos tatuados, consiguieron pasar a Pakistán, donde permanecieron escondidos un largo año. Gracias a una asociación de ayuda al refugiado lograron todos ellos llegar a España, donde residen. Su participación en los Juegos Olímpicos de París es un hito y ya historia. Este año, gracias al Comité Olímpico Español, ha podido reunirse de nuevo con su madre.
Son muchas más. Esta es solo una pequeña muestra de vidas heroicas en tiempos miserables.
Ana Amador
Increíble que siga pasando esto en el siglo XXI… y qué mujeres más inspiradoras.
Genial artículo!
Gracias Ana. Siempre buscando y encontrando lo singular. Mujeres de Afganistán víctimas desde que nacen con nuestro silencio.
Resulta sobrecogedora la situación de tantas mujeres en el mundo a día de hoy y que sus vidas estén en riesgo por el mero hecho de expresarse. ¡Qué valientes!