Semanario Cultural

La semana de ARCO y el regreso de García Márquez

Esta es la semana del arte en Madrid. ARCO abre sus puertas y los suplementos culturales sus páginas a un amplio despliegue dedicado a la feria, excepto ABRIL, que nada recoge por ser un suplemento exclusivamente “literario”, y CULTURA/S, de La Vanguardia, que no hace mención alguna al ser, imaginamos, un evento que se desarrolla fuera de Cataluña. Como nuestra “lectura particular” de suplementos se centra cada semana en las reseñas de las novedades literarias, nos limitaremos a citar esta nueva edición de ARCO, del 6 al 10 de este mes, que llega acompañada de numerosas actividades por distintos lugares de Madrid, por lo que se recomienda consultar la correspondiente agenda. Aquí, y como homenaje a los artistas que participarán, nos limitaremos a reproducir un texto de Baudelaire, que además de poeta, ejerció con éxito de crítico de arte, un artículo redactado con motivo de la Exposición Universal de 1855. Escribió para la ocasión el poeta: “Cuentan que Balzac (¿quién no escucharía con respeto todas las anécdotas, por pequeñas que sean, referentes a este gran genio?), encontrándose un día ante un hermoso cuadro, un paisaje invernal, muy melancólico y lleno de escarcha, salpicado de casuchas y feos campesinos enclenques, tras contemplar una casita de la que ascendía un raquítico humo, dijo: “¡Qué bonito! Pero ¿qué hacen en esa cabaña? ¿En qué piensan? ¿Cuáles son su preocupaciones? ¿Han sido buenas las cosechas? ¿Tendrán deudas que pagar? Que se ría quien quiera de Balzac. Ignoro quién es el pintor que ha tenido el honor de hacer vibrar, conjeturar e inquietar el alma del gran novelista, pero pienso que así, con su adorable ingenuidad, él nos ha dado una excelente lección de crítica. A menudo apreciaré un cuadro únicamente por la suma de ideas o de ensoñaciones que aporte a mi espíritu”.

Y coincidiendo con la feria del arte, dedicada este año precisamente al Caribe, se anuncia el regreso a las librerías, el miércoles día 6 para ser precisos, de Gabriel García Márquez con su novela póstuma e inédita En agosto nos vemos. Del acontecimiento se hace eco LA LECTURA mediante un artículo de Dasso Saldívar, escritor y crítico literario, y autor de una biografía del autor de Cien años de soledad. Cuenta Saldívar que la primera noticia que se tuvo de la escritura de esta novela data de 1996 durante un encuentro de García Márquez con estudiosos de su obra de todo el mundo, a los que anunció que estaba trabajando en una trilogía amorosa. En agosto de 2008 seguía redactando versiones, según le contó al autor del reportaje, y hasta 2012, dos años antes de su muerte, habría escrito hasta diez. “Y ahora”, argumenta, “después de haber leído esta novela dos veces, me parece que García Márquez la dejó esencialmente acabada, y que su supuesta condición de obra inconclusa se ha debido más a la poca confianza que el mismo escritor debió de tener desde el rescoldo de lo que fueron las llamas creativas del escritor en uso de sus mejores facultades”. 

Al escritor y periodista Gustavo Arango se le debe en buena parte que ahora podamos leer esta novela. Escribió en el diario mexicano El Universal un largo artículo en el que abogaba por la publicación de la novela del autor colombiano para goce de sus seguidores y se pudiera dar “el cierre que él quería” a su obra. Aquel artículo llevaba por título La soledad de las palabras: en defensa de la novela póstuma de Gabriel García Márquez, y fue leído por los hijos del escritor y sus agentes de la Agencia Carmen Balcells, que decidieron que “había llegado el momento” de publicarla. 

La inspiración andrógina de Gabo

Adelanta Saldívar que la protagonista absoluta de En agosto nos vemos es Ana Magdalena Bach, “una mujer culta, urbana, dueña de sí misma y guía de su propio destino, que García Márquez creó desde su inspiración andrógina, como cada una de sus mujeres, pero ésta más que nunca”. Esa inspiración se la habría facilitado al escritor colombiano el haber estado en una casa rodeado siempre de mujeres: la abuela, la madre, las tías y “las indias guajiras del servicio”. Y recuerda cómo “Baudelaire hablando de Thomas de Quincey, Virginia Woolf, abriéndose a la obra de Shakespeare, y Gastón Bachelard, diseccionando la androginia que reposa en toda mente humana, insisten en que sólo las mujeres y los hombres andróginos, que crean desde la paz de los géneros, pueden alcanzar la cumbre de la creación artística”. Y eso es lo que consiguió para su narrativa García Márquez y podremos comprobar en la novela que cierra su ciclo de narrador, en la que “párrafo a párrafo nos conduce de su mano de narrador poeta, entretejiendo sutilezas líricas con descripciones de la vida y el entorno de la protagonista y de los otros personajes, hasta instalarnos en una narración fluida y serena, transparente, que va envolviendo las cosas, los árboles y las flores, la luz, la penumbra y la noche con sus estrellas y su luna en un torrente animado por los sucesivos cambios emocionales de Ana Magdalena Bach”. 

Pocas novedades 

Y mientras las últimas novelas de Auster, Mendoza, Saunders, Landero y Barquinero, de las que ya nos hicimos eco en estas páginas, siguen recopilando buenas críticas, las novedades, por otra parte, son escasas. De entre ellas, nos llamó la atención la que reseña para EL CULTURAL Lourdes Ventura, Linden Hills, de la escritora afroamericana Gloria Naylor, a la que el crítico Harold Bloom incluyó en su listado de glorias literarias contemporáneas. Hija de granjeros, consiguió no sin esfuerzo estudiar en la Universidad de Yale estudios afroamericanos. La novela comienza con la compra de unas tierras junto a un cementerio por Luther Nedeed en 1820. Es el principio de la formación de una fortuna familiar. Una funeraria y el alquiler de cabañas a otras familias de color fueron el origen: “160 años más tarde, el tataranieto de Nedeed, también llamado Luther, es dueño de Linden Hills, con sus mansiones elegantes y sus residentes envidiados. Esta sociedad de negros adinerados es tan cerrada e implacable como cualquier elitista vecindario de blancos. Un narrador omnisciente nos descubre, a través de Lester y Willie, dos jóvenes poetas rebeldes, las sombras que se esconden en las entrañas de esta sociedad”. Ambos muchachos andan en busca de trabajos temporales por la zona y desprecian los aires de superioridad y la hipocresía de la comunidad. El clasismo, los niveles de poder, encarnados en los distintos estratos sociales de Linden Hills, funcionan como metáfora de los círculos del Infierno de Dante. La subordinación de las mujeres y el alto precio pagado por su rebelión y ascenso, hacen que tenga una vigencia absoluta, escribe Ventura. La imaginación de Naylor nos arrastra poderosamente; los tintes góticos, la maldad de Luther Nedeed y su apego a un pasado decadente y la impalpable fuerza de la esposa, a la que mantiene encerrada por sospechas de infidelidad, dejan entrever que el paraíso de los poderosos, blancos o negros, puede estar cercado por las llamas del infierno.

En el mismo suplemento leemos que la última novela de Marta Barrio, No volverán tus ojos a mirarme, “no es una novela perfecta, pero sí una historia llena de encanto y sutileza de la que nadie quedará excluido”. Lo dice en su reseña Pilar Castro. El argumento descansa en la voz de una niña que encuentra en casa de sus abuelos “las cartas escritas desde que ambos se conocieron, en 1949, hasta que se casaron seis años después”. Y movida por el deseo de saber más sobre ellos, “sigue el registro del matasellos de cada una para ir seleccionando y transcribiendo las de su interés hasta recomponer, desde las palabras del abuelo (la abuela apenas tiene voz, aunque sí peso, en esta historia), ese capítulo del origen de la historia familiar”. Una apuesta por lo que podríamos considerar el reverso de una fórmula narrativa clásica, el relato epistolar. 

Y cerramos este resumen (¡se breve! Me reclaman continuamente los vecinos del Patio) con la crítica de Patricio Pron para BABELIA de la novela Un frío de nieve, de Jessica Au. Una novela que postula acertadamente, “que nunca acabaremos de conocer a nuestros padres, que estos siempre se guardarán para sí cosas que no saben que sus hijos desean saber de ellos y que tal vez ni siquiera recuerden”. Porque una familia es una conversación, viene a decirnos Jessica Au, “y la narradora de esta novela habla en inglés, pero su madre tiene el cantonés como primera lengua y, así, hay algo que se escapa en la comunicación entre las dos mujeres que ni la intimidad de un viaje juntas podría darles”.

Un frío de nieve va a ser publicada en 18 idiomas y ha obtenido la mayoría de los premios literarios que se conceden en Australia en este momento. “Quizás esto sea porque transcurre en Japón”, argumenta Pron, “un país que, aún hoy —piénsese en el último filme de Wim Wenders, el excelente, pero tal vez algo tramposo, Perfect Days, por ejemplo—, se nos presenta como el reverso del modo en que vivimos”. 

Del estilo de la novela, Pron observa que hay en algún pasaje un cierto objetivismo escolar, pero la redime su reflexión sobre el arte —tan importante para la narradora— y el modo en que éste, en sus palabras, “muestra el mundo no tal como es sino [como] una versión de cómo puede ser, insinuaciones y sueños mejores que la realidad (…) y por tanto infinitamente fascinantes”. Y también esa relación entre una hija que quiere penetrar en un secreto que su madre tal vez no tenga y en una madre que, como muchas de ellas, es simplemente feliz en la compañía de su hija. 

                                                                                                        E. Huilson

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