Semanario Cultural

Un Nobel para el rastreador de lo indecible: Jon Fosse

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS

Advertíamos la semana pasada que la concesión del premio Nobel de Literatura al noruego Jon Fosse volvió a despistar a los quinielistas habituales y cogió a desmano, por el día en que se dio a conocer, a los semanarios literarios. Esta semana, su novela Mañana y tarde, la última publicada del escritor noruego en España, viene reseñada ya en varios suplementos, y en ABRIL podemos leer además una entrevista con el autor realizada en marzo, antes de la concesión del premio, así como un artículo de la directora de la editorial De Conatus, Silvia Bardelás, que ha publicado varias novelas de Fosse en nuestro país, en el que cuenta un viaje a Bergen junto a la traductora del escritor noruego, Cristina Gómez Baggethun, para asistir a un seminario sobre su obra. 

La entrevista la realizó Pilar Adón: “Para mí era una responsabilidad considerable, a pesar de ser consciente de que en España no era muy conocido y de que el número de lectores de la propia entrevista, así como de la reseña que escribí sobre su obra se iba a poder contar con los dedos de una mano”. De la transcripción de aquella entrevista seleccionamos algunas respuestas que nos acercará a la poética de Fosse: “Nos contó que para él escribir está más relacionado con desaparecer como persona que con ser visible como persona, y que no pretende conseguir nada porque siente que escribir es una forma de escucha, no de planificación ni de pretensiones previas, de modo que simplemente empieza a escribir, y a veces tiene la sensación de que lo que está contando ya se hallaba ahí fuera, en algún sitio, y él sólo tiene que anotarlo antes de que desaparezca. A veces le resulta sencillo, pero otras veces tiene que ir detrás de ese texto que de alguna manera ya estaba ahí. Para él la escritura es un viaje a lo desconocido, y a menudo se pregunta cuál es el significado, al menos, el significado más profundo, de lo que escribe”. En las novelas de Fosse –escribe Adón– desaparece la superioridad de lo objetivo, lo neutral, y triunfa la conciencia que los personajes tienen de las cosas, elevándola al plano de lo eterno. Y todo ello mediante un motivo formal que se repite, encadenado, constante, en una pauta que nos arrastra hacia su manera de decir las cosas, en una progresión verbal ascendente, haciendo uso de un estilo personalísimo que podríamos definir como ostinato literario.

Por su parte, Silvia Bardelás cita algunas de sus reflexiones y conversaciones que mantuvo con la traductora al español de Fosse en su viaje a Bergen: “mezclábamos nuestra impresión de las novelas de Fosse con la filosofía. Estábamos emocionadas ante un posible cambio de paradigma. ¿Te imaginas que ahora cambiara la atención hacia el nosotros, que dejara de tener interés ese yo infantil y lastimero que invade toda la literatura? Volver a poner el foco en la experiencia artística”. Septología es la obra más aclamada de Fosse y a ella se refiere Bardelás cuando desvela: “Me apasiona ese narrador. Es el momento de la muerte psicológica, de la aniquilación del yo. Asle (el protagonista) se tiene delante y observa todo lo que en su momento le era ajeno. Ahora que todo ha terminado, incluso su último cuadro, ya no tiene que hacer nada salvo ver qué ha pasado”. En Septología el arte es el espacio que está al otro lado de la miseria humana. “Asle vive en una constante limitación y necesita pintar (…) Nadie ha contado tan bien el miedo como Fosse. Y concluye su artículo citando al escritor noruego: “Este galardón premia la literatura que sólo quiere ser literatura”. A lo que debemos añadir que también lo es de algún modo a la labor de editoriales independientes, como De Conatus, que acercan a nuestra lengua a autores de calidad, un día desconocidos, y una vez galardonados, reconocidos. Tomemos no obstante nota de lo que revela, también en ABRIL,  en su columna sobre el mundillo literario-editorial, Rigoberta Cabello: “Penguin, el principal grupo editorial español junto con Planeta, incorporará en breve al flamante Nobel a su catálogo, en concreto al de Random House. Mis fuentes me cuentan que su contratación se gestó hace muy poco. A las pocas horas de que la Academia anunciara su veredicto, Penguin publicó un hilo en Twitter explicando lo sucedido y aclarando que la adquisición de la obra de Fosse responde a `la voluntad del autor de tener toda su obra publicada en lengua española´ (…) me da pena que la labor, tan importante, de las editoriales pequeñas e independientes, quede en el olvido, y me alegra que un gran grupo busque la relevancia literaria, y no sólo la comercial. Pero la cosa tiene miga, y no poca”. Ahí queda la reflexión y su miga.

Mañana y tarde, muestra del estilo de Fosse 

En ABC CULTURAL, Mercedes Monmany sitúa a Fosse “bajo el peso y herencia esplendorosa de genios como Ibsen o ese sumo y magnífico patriarca de la incorrección que era Knut Hamsun (…) que vieron la luz en medio de una naturaleza tan abrumadoramente bella y salvaje, como desasosegante y no pocas veces escasamente consoladora, sobre todo si la vida transcurre en pequeños y solitarios parajes en los que se lleva una existencia exenta de grandes sucesos. Una existencia, sin embargo, sin cesar pespunteada por la magia de hermosos caudales de recuerdos, por ensoñaciones hipnóticas y por afectos leales y perdurables”. Preámbulo para reseñar la “bellísima novela” Mañana y tarde: “Nada más arrancar la historia vemos cómo, en el más austero y sobrio de los ambientes, las grandes cuestiones de la existencia surgen una y otra vez en las mentes de hombres sencillos, como es el caso del pescador Olai (…) que acaba de tener un hijo tardío, Johannes, cuyo nacimiento ha esperado con gran impaciencia. En su mundo escueto, de escasas palabras con los que le rodean, Olai mantiene debates continuos, medio paganos, con un Dios lejano en el que cree, pero ante el que no puede `fingir que no sabe y no ha visto”. Una vez fallecido, su hijo, también pescador, Johannes, dejará el islote solitario con su familia para vivir en un pueblo cercano. “Las continuas conversaciones y diálogos que Olai mantenía con un Dios distante, alejado de la crueldad y las penas de este mundo, ahora las mantiene sin cesar Johannes con su amigo Peter. Porque ahora Johannes vive sobre todo rodeado de ausentes y de fantasmas”, escribe Monmany. Entre la vida y la muerte, con la rutina y los afectos que le daban forma y sentido a su vida, Johannes va preparando su adiós de ese mundo pequeño y reducido en el que creció, maravillosamente descrito por Fosse. Un mundo no exento a pesar de su aparente simplicidad, a cada paso y momento, de pequeñas e imperceptibles mutaciones, de secretos y misterios de una profundidad y emoción indecible.

En CULTURA/S, Mey Zamora incide en el estilo del Fosse: “El texto fluye lento, sereno, con reiteraciones y redundancias, muchas, incidiendo, remarcando, aportando pequeños matices que nos llevan a saber más, a comprender lo que se debate en ese circunloquio interior. Las palabras se encadenan cual letanías y provocan un ritmo, un movimiento que fluctúa entre el tiempo presente y el pasado. Esa será otra marca de la escritura del reciente Nobel. Las metáforas compartidas –el viaje, la orilla, la pesca, el cielo…– dan al relato un aire mitológico”. Y, por último, en LA LECTURA, Carmen de Pascual incide en la influencia en su obra que tuvo la conversión al catolicismo: “… desde su conversión (…) Fosse tiene claro su apostolado y su obra está llena de referencias bíblicas y religiosas. En Mañana y tarde las más obvias remiten al Nuevo Testamento, con protagonistas que comparten nombre y profesión con los apóstoles, Juan y Pedro, y a través de los cuales Fosse da testimonio de un mundo pequeño y cotidiano en el que habitan también lo indecible y lo indefinible, un mundo que transciende el yo, para colarse frente a los demás y, en último término, frente a Dios”. 

Algunos nombres propios 

“Los culturales” de la semana traen otros nombres propios como el de Italo Calvino, del que nos ocupamos la pasada semana, por el centenario de su nacimiento (EL CULTURAL); Murakami, por el premio Princesa de Asturias que recogerá esta semana (CULTURA/S y EL CULTURAL); Benet, de quien se publica un texto inédito y se reeditan dos de sus ensayos (BABELIA) e Irene Vallejo (ABRIL), a quien entrevistan con motivo de la publicación como cómic de su éxito mundial El infinito en un junco y la reedición del libro de cuentos La leyenda de las mareas mansas

Nos detenemos brevemente en Benet. José Andrés Rojo firma una crónica-reseña sobre la reedición de dos libros. De La inspiración y el estilo: “Quizá convenga recordar para hacerse cargo de la ambición de este ensayo que lo escribe cuando tiene treinta años y pico y apenas ha publicado un par de cosas. Más que las reflexiones de un joven que debería estar en ese momento dando todavía patinazos alrededor de su literatura, lo que hay en sus páginas tiene algo del balance que podría acometer un experimentado autor que ya ha pasado por todo y que vuelve sobre su experiencia y sus saberes para sacarles punta”, escribe Rojo. Y de Londres victoriano: “Si se tuviera que definir lo que es Londres victoriano acaso podría decirse que es un texto sacudido por los espasmos de una metrópoli del siglo XIX (…) Benet gobierna ahí los materiales más diversos para dar cuenta de las profundas transformaciones que se producen en la capital de un imperio en un siglo en que no solo cambia Europa, sino el mundo entero, y en el que el progreso se convierte en la religión de la época. Lo mismo trata de Dickens, de los prerrafaelistas o de Wilde que de las leyes que amplían el voto o de las ordenanzas que cambian la fisonomía de la ciudad”. También se reproduce un texto inédito del autor, una reflexión “no editada”, bajo el título “La paradoja del verdadero demócrata», de interés principalmente para benetianos irreductibles.

Escaparate de novedades

Como nuestro escaparate no es muy amplio esta semana nos quedamos con dos títulos de novelas que, por lo que apuntan las críticas, son de elevado interés.

Sobre el Diario de un peón, del poeta francés Thierry Metz, escribe en BABELIA su compatriota Éric Vuillard (escritor, y cineasta) que el libro “cuenta una historia que nadie había contado hasta ahora. Narra, día a día, el trabajo de los más pobres, el trabajo más duro, el de un peón. Pero este libro, único en su especie, es a la vez crónica y poema. En cierto modo, es un milagro, ya que, en principio, un hombre que trabaja siete u ocho horas al día en una obra, cargando sacos de cemento, descargando bloques de hormigón y cavando zanjas, no tiene ni tiempo ni oportunidad para escribir. A veces lo vemos trabajando de lejos, en la calle o al borde de la carretera. Reconocemos su silueta, pero no sabemos nada de su existencia ni de sus cualidades interiores. Y es que, desde la noche de los tiempos, la escritura ha sido el privilegio de unos pocos, un pequeño grupo de escribas, hombres de letras”. El autor murió joven, en 1997, a los 40 años, y era hijo de un repartidor parisiense. En casa de sus padres, escribe Vuillard, no había un solo libro. Tampoco había dinero por lo que trabajó toda su vida como peón, jornalero, trabajador agrícola y albañil, y, durante los periodos de desempleo, escribía. ”Y nos ha legado, entre otros, este libro sereno y apasionado a la vez que relata en un lenguaje nuevo, encendido y conciso lo que nadie había relatado antes”. Se sabía prescindible, que utilizaban a los obreros; era consciente del desequilibrio de su situación y no pretendía escapar de los condicionantes sociales escribiendo. Thierry Metz descubrió una forma de susurrarnos, cuenta Vuillard, en un lenguaje modesto pero altivo, meditativo y concreto, el enigma de nuestra condición: “Me gusta pensar que tal vez, un día, un dios sin nombre se sentará sobre este pequeño montículo de tierra, ocupará su lugar en la tumba iluminada por mis acciones, con las palabras de uso cotidiano, simples pajarillos. Descansará un instante y luego volverá a lo que está sucediendo, en los desiertos donde están los hombres y sus obras”. Metz no podía contentarse con ser un simple narrador; habría traicionado su vocación de poeta, explica Vuillard, habría debido quemar las fórmulas del lenguaje que le había salvado; pero tampoco podía ser solo poeta, habría tenido que olvidar a los suyos, los albañiles y porteadores que, desde Mesopotamia, trajinan en las obras del mundo. Y concluye elogiando este librito que considera “tristemente único, en el que un joven fornido, lleno de esperanza, de palabras, de fuerza y también de tristeza, ha intentado decirnos a gritos, pero en un lenguaje muy dulce y hermoso, a través de la dureza del trabajo, de la desigualdad de condiciones y de la modestia de los salarios, hasta qué punto las palabras de cada día y de cada uno son poesía”. 

No obstante, en LA LECTURA, Gonzalo Torné advierte, ante una potencial dicotomía entre “lo espiritual y lo manual”, que Metz es una clase de trabajador manual particular, pues se trata de un poeta “con bastante obra publicada, que encara estas horas de trabajo como una exigencia para mantener a su familia. Para mitigar la experiencia trata de ver las jornadas de trabajo como un puente que le permitirá alcanzar horas más alegres y sustanciosas, dedicadas a la escritura y a los cálidos ocios de la vida familiar”. Y se pregunta sobre ante qué clase de literatura estamos: “Pues una que avanza por caminos algo más complejos (y mucho más costosos) que el doble sueño engañoso de una vacua `transcendencia espiritual humanista´y la edificante y biempensante (valga el ripio) literatura proletaria”. 

La otra novedad celebrada por la crítica es la última novela de Patricio Pron, La naturaleza secreta de las cosas de este mundo, a la que Domingo Ródenas de Moya, en BABELIA, no duda en calificar de “soberbia novela”. Desde la primera frase de esta novela, escribe el crítico, la prosa de Patricio Pron lo delata como un escritor sin temor al mal de altura, de altura literaria en el estilo y en los temas que lo mueven. El lector queda advertido: ni el lenguaje va a deslizarse con la laxitud de una dicción estereotipada ni, mucho menos, va a dar cabida a asuntos, tramas y caracteres baladíes o manidos”. 

En LA LECTURA, Juan Marqués explica que “como sucede siempre en la literatura de Pron, tan seria, tan imprevisible, tan diferente, las situaciones son apenas pretextos para reflexionar sobre otras cosas”. Para el caso, se sirve de un pintor que una mañana sin más desaparece sin llevarse nada de su casa de Mánchester, una madre artista que lo afronta con relativa naturalidad y una hija que se hará actriz y a la que aquella huida del padre dejará traumatizada por mucho tiempo de un modo profundo que no acaba de reconocer. “Que la hija, Olivia, se gane la vida actuando”, escribe Marqués, no es arbitrario, a ella se dedica la primera parte de la novela. En la segunda se pone el foco en el padre desde el momento que tomó la decisión (en las razones por lo que lo hizo hay sorpresa) y “se convierte en una novela ambulante que apunta también a lo metafísico (…) Tras la obsesión y el sufrimiento que le provocaba la pintura, hay liberación en ese dejarse llevar, en ese entregarse a lo que venga, aunque sea dirigido por la voluntad de Pron, uno de los narradores más concienzudo y brillante de nuestro panorama”. 

                                                                                                          E. Huilson

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