¡Más libros, más libros! Es la guerra… editorial
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
¡Más libros, más libros! Es la guerra… editorial
Después del período vacacional (sí, un poco largo) regresamos a nuestra mesa del Patio donde cada semana ojeamos los suplementos culturales de los principales periódicos para hacer nuestra particular lectura: mucha novela, poca poesía, algún ensayo, y rescates de opiniones literarias y sobre el mundo editorial de aquí y de allá, notas de aniversarios (generalmente de nacimiento o muerte de escritores, que mucho ayudan a vender) o reediciones. Una lectura, la nuestra, insistimos, subjetiva, como lo es de todos modos cualquier lectura, y por ello nos sale tan particular el resumen, que al final quizá tendría que llevar otro nombre. Y por ser subjetivos, tenemos escritores/as preferidos/as, reseñistas a los que prestamos toda la atención y otros que nos parecen más prescindibles… Lo que posiblemente se note en alguna ocasión.
Entremos en materia. Como llegó septiembre es imposible no mirar a la rentrée literaria, expresión con la que viene a decirse que están en marcha y a todo gas las imprentas para cocinar los productos adecuados, todas esas novedades que a lo largo de las próximas semanas ocuparán los espacios más visibles de las librerías, las presentaciones de libros y las páginas publicitarias. En Babelia pueden informarse, en sendos reportajes ad hoc, sobre las más inminentes novedades, tanto de las escritas en español como de las que han precisado de traducción; novedades en las que no vamos a detenernos hoy (aunque haremos una excepción), que tiempo habrá cuando reciban su correspondiente crítica o reseña individual. Pues de lo que se nos informa por el momento no pasa de ser el avance que los respectivos gabinetes de prensa de las editoriales ponen al servicio de los medios.
Durante nuestra ausencia vacacional, precisamente en Babelia, leímos una muy elogiosa crítica de la última novela del escritor argentino César Aira, que lleva un título tan sugestivo como En El Pensamiento, y de la que el crítico Domingo Rodenas de Moya afirma: “Literatura con mayúsculas”. Y a pesar de que estábamos en vacaciones, y como Aira, y el crítico citado, son muy del agrado de este Patio, la reseña no queremos que pase desapercibida. Escribía Ródenas que de César Aira “no cabe esperar rutina, previsibilidad ni complacencia en lo ya logrado (…) Con decenas de novelas a sus espaldas en las que ha burlado el pacto narrativo y ha desacatado las leyes de la verosimilitud, mantiene hoy todo su potencial desestabilizador. Lejos del narrador ingenuo que escribe con piloto automático sus fábulas inanes, Aira es un escritor que hunde su obra en un pensamiento literario sofisticado y en una hiperconsciencia de su material lingüístico, retórico e ideológico”.
Quédense con esa frase del crítico: “lejos del narrador ingenuo que escribe con piloto automático sus fábulas inanes”, y pueden entretenerse contando las veces que se les vendrá a la cabeza a lo largo del curso editorial.
En El Pensamiento aparenta ser un relato autoficcional, pero se descarta desde la primera línea, pues se afirma que el libro “no surge de la memoria del niño de siete años que vivió en la estación ferroviaria El Pensamiento en la Pampa, cerca de Coronel Pringles, sino de unas imágenes súbitas y dispersas que han acabado ensamblándose”. Y sigue Ródenas alabando la maestría de Aira: “Con un estilo vivo que esquiva la prosa mostrenca, evoca (o inventa) el papel de su madre, del servicio doméstico, de la esforzada maestra y, sobre todo, del preceptor que contrató su padre (…) para que el muchacho empezara a instruirse”. Preceptor que, a pesar de su ignorancia, dio a Aira las primeras lecciones de técnica narrativa… y ahí lo dejamos, no revelemos más.
Tallón y el escritor diferente
Entre las novedades que se avecinan está la nueva novela de Juan Tallón, El mejor del mundo, y por tal motivo, para hablar de ella, y también del oficio de escritor, le ha entrevistado para Abril Inés Martín Rodrigo. Se declara Tallón contrario a ese tipo de escritor “que escribe con piloto automático sus fábulas inanes” del que hablaba el crítico. “Es terrible ser siempre el mismo escritor”, le dice a la entrevistadora, (y así titula la entrevista) y aunque comprende que cuando un escritor cree haber dado con la fórmula que seduce a los lectores puede serle tentador seguir trabajando con ella, “hay un momento a partir del cual empieza a tener poco mérito eso, ¿no?”, se pregunta. En su opinión, el autor tiene que evolucionar: “No digo que no tengas una voz y cultives tu voz, o no tanto la voz como la mirada. Lo que más identifica a un autor como tal es el modo en que mira al mundo y le da traslado”.
Llega Tallón con esta novela después del éxito de crítica y lectores que cosechó con Obra maestra, una genialidad en la que narraba el hecho cierto de la desaparición de una obra del escultor Richard Serra, ¡de 38 toneladas!, perteneciente al Museo Reina Sofía.
El mejor del mundo tiene por protagonista a un tipo llamado Antonio, de apellido Hitler, “sin escrúpulos, obsesionado con prosperar, que dirige una funeraria y, tras volver de un viaje de trabajo al otro lado del Atlántico, empieza a advertir que su mundo, la realidad que antes habitaba, ha cambiado, nadie es quien era, ni siquiera él mismo, que se ve viviendo otra vida, alternativa, distinta, y no le gusta, nada”, resume la periodista. Esta situación y el cuestionamiento de la identidad, de su naturaleza inamovible, son los motores narrativos de una historia con la que el autor, cuya dirección, en Ourense, es la misma que la del personaje principal, o a la inversa, como muchos de los escenarios, compartidos, intercambiables, sigue mirando al mundo de una forma extraordinaria.
La ficción y la realidad se mezclan, con escenarios reales en la que transcurre una historia inventada. De esta mezcla, que Tallón cree indivisible, dice no tener mucho interés “en dejar claros cuáles son los límites, en mi literatura siempre se están confundiendo, la reacción del lector puede ser la de estar continuamente en el cuestionamiento, en la duda. Mis novelas siempre transcurren entre fogonazos históricos, en mitad de una gran ficción, que pueden hacer dudar al lector de si realmente eso pasó”.
Tipos de lectores: del docto al defensivo
Explicaba Harald Weinrich (Revista de Occidente, nº 427) que al inventarse la escritura y en el tránsito de la literatura oral a la literatura escritural en la antigüedad, y luego en el medievo temprano, emerge un tipo de lector al que llama lector docto, quien realiza principalmente una lectura estudiosa y filológica, concentrada en textos latinos, libros que en este período eran escasos y caros por lo que “pocos lectores leían pocos libros”. Con la invención de la imprenta se establecerían nuevas condiciones para la lectura, lo que da lugar a un nuevo tipo de lector: el lector intensivo. Ya no estaba la lectura tan limitada a un estrato privilegiado, sino que se vuelve accesible para toda la población, al menos en principio. Así mismo, los libros se abaratan a medida que la imprenta y sus técnicas se refinan paulatinamente. Sin embargo, seguían siendo pocos los libros que en este periodo se consideraban tan valiosos para ser impresos: “En general puede decirse que se trata de libros de los que se asume que merecen ser leídos una y otra vez a lo largo de toda una vida, libros con enseñanzas morales en su mayoría. De modo que “más lectores siguen leyendo pocos libros”.
Pero en los siglos XVII y XVIII, el lector intensivo será sustituido por un lector al que Weinrich denomina extensivo. Se produce una distribución comercial de libros, un mercado que cuenta con una crítica literaria correspondiente, y “muchos lectores leen muchos libros”. En la actualidad, ese tipo de lector extensivo se habría quedado ya obsoleto. Con bibliografías, ferias del libro y las estanterías abarrotadas en bibliotecas, librerías y domicilios privados no cabe duda de que el lector de nuestro tiempo está expuesto a un diluvio de información amedrentador. Y ahí nos encontramos al lector defensivo, nosotros, tratando de mantenernos firmes ante esa sobreabundancia; Seguimos comprando muchos libros, pero no los leemos todos. La fórmula con la que se puede caracterizar a este tipo de lector en que nos hemos convertido es: “los lectores se defienden activamente de demasiados libros.”
Y viene a cuento hablar de los demasiados libros ahora que llega el nuevo curso literario, con dos meses de novedades por delante, y luego llegarán las navidades para hacer recomendaciones y regalar libros y cerrar el ciclo ya hacia la primavera con sucesivas ferias del libro.
A propósito de los “demasiados libros” escribía Enrique Vila-Matas este verano desde su “Café Perec” (El País), para lamentarse de que hay “una especie de tsunami permanente, un no parar de sacar novedades que desborda a los lectores de toda la vida”. Se basaba en una información del periódico en la que se afirmaba que anualmente se publican en España unas 90.000 obras nuevas, lo que sin duda afecta de diferentes maneras, a editores, libreros y lectores. Y trae a colación lo que dejó escrito el mexicano Gabriel Zaid en su libro, ya un clásico sobre el asunto, que tituló precisamente Los demasiados libros: “Predominan los autores que no publican para los que leen, sino para el currículo académico, y en el otro extremo estarían los que escriben para el mercado y, por ejemplo, novelan con ojo y medio puesto en ganar dinero. Aparte quedarían los libros que nos acompañan, los dignos de ser releídos (los clásicos) y los contemporáneos inspirados con talento en esa tradición”.
Seguro que muchos de ustedes podrían poner nombres a incluir en cada una de estas categorías. Y cita también Vila-Matas a Montaigne, quien trataba de pasar el mínimo tiempo posible en su biblioteca y, sin embargo, “escribió una de las síntesis más formidables de la literatura clásica. De esa gran reducción de biblioteca que fueron sus Ensayos (…), se puede llegar a la conclusión de que un libro es siempre un intento de reducir una biblioteca, de hacer innecesarios todos los libros que uno ha leído para llevarlo a cabo”; y concluye el autor de Doctor Pasavento, que esto nos “permite llegar a la paradoja de que la única razón legitima por la que escribimos es porque hay demasiados libros”. No lo cita el barcelonés en su columna, pero Zaid señalaba también su propia paradoja, haber escrito un libro para hablar de “los demasiados libros” que nos acechan.
Y es lo que hay, pues llega la rentrée, los demasiados libros. Protéjanse, sean lectores defensivos; por ejemplo, buscando el consejo de los buenos críticos, que algunos quedan, o de los buenos lectores, que también los hay y los tenemos más a mano.
E. Huilson
Una columna muy buena para iniciar la temporada. De acuerdo totalmente en la excesiva cantidad de publicaciones y la necesidad de buenos críticos y orientadores que nos ahorren perder el tiempo en hojear libros malos.
Entre broma y serio, sí me atrevería a mostrarme contrario a la idea que transmiten las dos primeras líneas. ¡Manías de vagos!