Mozart a la española

Dedicado a Sesa Sastre, con todo mi afecto
Tenía tantos nombres, que el cura que le bautizó en la iglesia de los Santos Juanes, el 27 de enero de 1806, pidió doble estipendio por mentarlos todos ante la pila bautismal para que ninguno se quedara sin bendecir.
Juan Crisóstomo Jacobo Antonio de Arriaga y Barzola había nacido en Bilbao en 1806, aunque su familia procedía del caserío de Rigoitia, una aldea cercana a Guernika. El padre, organista de la iglesia de Berriatua, le inculcó, desde muy niño la afición a la música y ya desde chiquitín comenzó a frecuentar los ambientes de las academias musicales de la época, embrión de lo que serían más adelante las sociedades filarmónicas. Con diez años destacó como virtuoso del violín y su destreza con el instrumento era reconocida y admirada. A esa edad ya asistía a las veladas musicales que se organizaban en los salones de las casas señoriales, pertenecientes a la burguesía vizcaína.

A los 12 años (1818) compone su primera obra, la Obertura nº 1, a la que seguirían después una marcha militar y dos himnos patrióticos (el Eusko Gudariak, no ¿eh?, que es obra del que fue presidente del PNV José María de Gárate y escrito en 1932). Aquel año fue especialmente prolífico para el joven Arriaga en su faceta de compositor, pues a las obras ya citadas, hay que añadir una Romanza para pianoforte, un Tema Variado en Cuarteto, la Obertura para Orquesta y sus Variaciones para Violín y Bajo ad libitum sobre el Tema de “La Húngara”, además de diferentes motetes.
Así se las gastaba el mozalbete que no se paraba en barras ni veía obstáculo alguno en su edad para poder medirse con los grandes compositores de la época. Y así, a los 15 años acometió la composición de una ópera, Los esclavos felices, a caballo entre el drama y la ópera bufa. Estaba estructurada en dos actos y la crítica le reconoció el valor de la composición. Su nombre iba de boca en boca no sólo por los cenáculos de Bilbao, sino que traspasaba la frontera de la provincia e incluso del país. Manuel García, cantante sevillano afincado en París tuvo conocimiento de las dotes musicales del joven Juan Crisóstomo y medió para que se trasladara a París para ampliar estudios. El padre dio su aprobación.
En septiembre de 1821, con tan solo 15 años, el músico viajó a la capital francesa con algunas composiciones bajo el brazo como única tarjeta de presentación. Unas credenciales que surtieron efecto, pues rápidamente ingresó en la École Royale de Musique et Declamation. Su familia celebraba en Bilbao los éxitos del muchacho nada más llegar a París, una familia que nunca más volvería a verle.

En la École, más tarde reconvertida en Conservatorio, Arriaga estudió violín, armonía y contrapunto, mientras seguía con su faceta de compositor. Luigi Cherubini, compositor italiano que había sido nombrado director de la École, se interesó por una obra muy particular que había escuchado mientras paseaba por las aulas, el Stabat Mater. Preguntó por su autoría y cuando le dijeron que pertenecía a un jovencísimo estudiante llamado Juan Crisóstomo Arriaga le mandó llamar. En su despacho le dijo: “Es usted la mismísima personificación de la música”. A partir de ese momento, Arriaga fue nombrado profesor de l’École. Compaginaba su trabajo como profesor y como estudiante de asignaturas que se impartían en cursos superiores sin olvidar su faceta de compositor. A los 18 años ya había compuesto una Sinfonía para gran Orquesta, obra a la que habían precedido partituras para cuartetos de cuerda, las Variaciones para un tema de La Húngara y la revisión de la obertura de su primera ópera, Los esclavos felices.
El ritmo frenético que Arriaga llevaba en París le pasó factura: estudiar, dar clase, componer, interpretar…., generaron un estrés que empeoró súbitamente su salud. Su debilidad física provocó que contrajera la tuberculosis; esa debilidad no dejó que se recuperara de la dolencia pulmonar. Diez días antes de cumplir los 20 años, Juan Crisóstomo Arriaga murió en París en 1826. Sus amigos españoles le atendieron durante sus últimos días, entre ellos el pianista español, discípulo y amigo de Rossini, Pedro Albéniz. Fue éste quien comunicó a la familia el trágico desenlace, pues nada se sabía en Bilbao de su enfermedad y muerte. Fue enterrado en una fosa común en el cementerio del Norte, en Montmartre.
Pocas semanas después de su muerte, la familia recibió un baúl con el violín del joven músico y algunas partituras. El bulto quedó arrumbado durante 50 años en la casa familiar hasta que en 1869 un sobrino nieto del compositor, Emiliano de Arriaga, decidió reivindicar la figura y la obra de su tío, completamente desconocido en los ambientes musicales españoles hasta esa fecha. Su temprana muerte y sus creaciones, fechadas en París, contribuyeron a ensombrecer la figura de este compositor que ha sido llamado por la crítica el Mozart español.
Gabriel Sánchez
La Orquesta Sinfónica de Chipre, dirigida por Markus Theinert, interpreta esta joya del «Mozart español», Juan Crisóstomo de Arriaga, en el Teatro Rialto de Nicosia. Se trata de la Symphony in D, I. Adagio – Allegro Vivace:

Una historia fascinante Gabriel..mil gracias por la dedicatoria