Relatos con música

Tiempo de juguetes

-Padre ha compuesto una música y quiere que la toquemos con él. 

En casa de los Mozart todo era jolgorio cada vez que el padre, Leopoldo, llamaba a sus siete hijos a escena. Uno cogió una carraca; la pequeña, un silbato; el del medio, el pífano, y Wolfgang, el más aplicado de los hermanos, el violín. Aún no había cumplido los nueve años y ya era un virtuoso de este instrumento. De raza le venía al galgo, pues Leopoldo había escrito en 1765 su famoso Tratado completo sobre la técnica del violín, publicado en Augsburgo, que fue traducido a varios idiomas inmediatamente y que Wolfgang había devorado nada más salir de la imprenta. Era intención del bueno de Leopoldo formar a sus hijos en las técnicas y dominios musicales, aunque sólo dos de ellos, Wolfgang y Marie Anne,  destacaron.

La sinfonía que había compuesto Leopoldo llevaba por título Berchtoldsgaden Musik, en alusión a la región bávara de Berchtoldsgaden, famosa en aquella época por la proliferación de fábricas de juguetes musicales que eran exportados a toda Europa. El autor quería rendir homenaje a estos artesanos con su composición atrevida, cargada de cachivaches muy familiares, pero ajenos por completo a la música: un reloj de cuco, una carraca, un silbato, trompetas de juguete, un pito que suena como el canto de un ruiseñor, láminas delgadas de metal con las que imitar el sonido del viento. Es decir utensilios que servían a los niños de la época para jugar y que el autor incorporó a la partitura.

Esta es una partitura con historia. Su editor de entonces, a la vista del material que tenía entre sus manos, decidió incorporar algunas “novedades” como reclamo para la mejor y mayor venta de su artículo. En primer lugar, despreció el nombre del compositor y difundió en los primeros ejemplares que la obra estaba firmada por Joseph Haydn, pensando que si la partitura  era original del padre de las sinfonías, el éxito estaba asegurado. Pero no coló. Ni el estilo, ni los tempos eran obra del genial compositor austriaco. Entonces decidió bajar un peldaño en el nivel de exigencia y atribuyó la obra a su hermano, Michael Haydn. Tampoco podía certificarse que la sinfonía homenaje a la región bávara, especializada en la fabricación de juguetes saliera de las cabezas de la familia Haydn. Y además, ese nombre… Así no se podía vender  una partitura. Entonces decidió cambiar el título y bautizarla tal y como ha llegado hasta nuestros días: Sinfonía de los juguetes. La composición, de unos 10 minutos de duración está dividida en tres partes: Allegro, Tempo di menuetto y  Allegro moderato. En cada una de ellas, la incorporación de extraños instrumentos resulta chocante y divertida para el público que celebra con humor la original iniciativa del autor. ¿Del autor? ¿De qué autor?

Y una vez más, como es muy frecuente en las obras anteriores al siglo XIX,  encontramos la polémica en torno a la  autoría. Una carta descubierta en 1992 en Viena, deja entrever que la  Berchtoldsgaden Musik fue escrita por el monje benedictino Edmund Angerer, quien vivió entre 1740 y 1794 en un monasterio del Tirol. Pero tampoco está clara su autoría. Algunos especialistas consideran que el contenido de esa carta no aporta argumentos suficientes como para otorgarle la paternidad. Otros, sin embargo, argumentan  que el editor de la partitura, al considerar que Angerer era un personaje desconocido en el ambiente musical vienés de la época, decidió atribuirle la obra a Haydn, como se ha explicado antes, con el fin de sobrevalorar la obra con la firma del padre de las sinfonías. 

A pesar de estas polémicas, la Sinfonía de los juguetes ha pasado a la historia como la obra que compuso el padre de Mozart para sus hijos. Vamos a creérnoslo, ¿no? Es todo un detalle paternal, máxime cuando se tiene un hijo como Wolfgang Amadeus.

Gabriel Sánchez

Detalle de la Sinfonía de los Juguetes, dirigida por el niño Francisco Navarro Gavilán, hijo de director de orquesta Francisco Navarro Lara:

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