Semanario Cultural

En busca del tiempo… tranquilo. El poder de la lectura

La semana pasada fue cinematográfica. Se entregaban el sábado los premios Goya y centraron la atención “cultural”. Desgraciadamente no amainó el ruido ambiental de esa otra “película” actual, la que nos viene polarizando la existencia: la del “si sí o si no” de la amnistía, el claxon ensordecedor de los tractores (tan cerca, tan lejos) y, por si fuera poco, la polémica abierta sobre la “zorra eurovisiva”, aquella vulpe punk de la movida que regresa endulzada para su mejor deglución. Ante tal panorama, apetecía refugiarse por un rato en la paz del silencio, que elogia Ramón Andrés en EL CULTURAL; en la filosofía, recordando al angustiado Kierkegaard, del que se acaba de publicar en España una magna biografía; y en ese pasear en solitario que tantos escritores practicaron para su sosiego y creatividad. Vayamos por partes.

Escribe Ramón Andrés: “El mundo civil ha hecho que el silencio sea un patrimonio de la religión, se ha despojado así de un estado de alto valor, tan ocupado se halla en producir y guerrear en razón de la violencia y el afán de aniquilar. Si el mundo laico hubiera sabido contenerse, moderarse en un silencioso hacer, si no hubiera sido un adulador de la identidad, si hubiera entendido que este aciago capitalismo es un impulsor del Tiempo, un idólatra del futuro, el callejón sin salida de una abundancia innecesaria, que es simple relleno, las cosas habrían sido distintas”. Y nos recuerda que, en las tradiciones tanto de Oriente como de Occidente, callar, actuar sin interferir, era una lengua común que hoy ya no entendemos. 

Pasear para crear… 

Aunque el tópico nos dice que la de escritor es una vida sedentaria de mucha silla –escribe Antonio Iturbe en CULTURA/S–, también ha habido grandes escritores paseadores. Henry David Thoreau, el padre de la desobediencia civil, a quien un joven abogado llamado Gandhi leyó con mucho interés, tiene varios libros relatando sus paseos por los bosques de Maine o Cabo Cod y títulos como Un paseo invernal o Caminar. Thoreau defendía que una caminata temprano por la mañana es una bendición para todo el día. Recuerda Iturbe que Robert Walser, desaparecido durante un paseo por el paraje nevado de Herisau, donde estaba ingresado en un centro médico, escribió un libro titulado así, El paseo. En él comenta que después de escribir unas horas le apetece olvidar “la tristeza, el dolor y los graves pensamientos” que definen su tarea, y respirar aire fresco. 

Si Baudelaire retrató al paseante ciudadano de la modernidad, el flâneur, Virginia Woolf lo practicaba, le encantaba merodear por las calles de la ciudad y “formar parte de ese inmenso ejército republicano de vagabundos anónimos”, anota Iturbe en su crónica, que termina centrándose en Cataluña: “tierra de escritores paseadores, de Josep Pla a Josep Maria Espinàs”, para detenerse en Mossèn Cinto Verdaguer, “uno de los grandes escritores de la literatura universal”, que caminaba para inspirarse: Hipnotizado por las crestas de los Pirineos, está entre los precursores del retorno de la literatura a la naturaleza.

… y para pensar, Kierkegaard

A Soren Kierkegaard le gustaba mucho caminar, perderse entre la multitud. Según los días, iba acompañado por un bastón de bambú o con alguno de los tres paraguas de colores que tenía. Hablaba con la gente, era un filósofo callejero, un peripatético. 

Joakim Graff escribió su biografía, Kierkegaard. El filósofo de la angustia y de la seducción, en 1960, y Tusquets la acaba de publicar. “Un monumento, —escribe César Antonio Molina en ABC CULTURAL– pero no debería solo haber sido escrita para daneses. Me refiero a que la mayor parte de los europeos, los católicos fundamentalmente, se pierden en esa geografía religiosa local tan compleja, diversa y llena de personalidades que representan muchas tendencias”. ¡Vaya! 

Daniel Capó, en LA LECTURA, elogia dicha biografía por ser una “obra maestra del género”. En aquella Copenhague en ebullición de la primera mitad del siglo XIX una crisis socavaba el cristianismo y para el filósofo biografiado, si éste, el cristianismo, no existe, Dios está muerto, pero de su muerte no se sigue precisamente la liberación del ser humano de alguna suerte de servidumbre anticuada…”. Tratar de descubrir a qué “servidumbre anticuada” nos sometemos da para varios paseos.

Con Kafka en el centenario de su muerte

Abogado de la paciencia, de poco exhibirse y del retiro, era Franz Kafka. De él también existe una biografía “monumental”. La escribió Reiner Stach, y será referencia fundamental este año que se conmemoran los cien de la muerte del escritor praguense. Se hablará mucho de Kafka los próximos meses. Mientras leía o escribía, su paciencia y meticulosidad era justamente lo contrario a nuestro hoy, presuroso e instantáneo. En un aforismo dejó escrito que todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, una interrupción de lo metódico, y nuestros pecados capitales proceden de la indolencia. Lo cuenta en CULTURA/S Toni Montesinos, en la reseña de Cuentos de animales, de los que es autor Kafka, al que eleva a “conocedor exhaustivo de la ciudad de Praga, el analista de la sociedad de su tiempo –de todos los tiempos, incluidos los futuros–, el contemplador sufriente de una pulsión entre la realidad y la literatura”. “No soy más que literatura”, le dijo Kafka en una de sus cartas a Felice Bauer. Que así era, baste de muestra este relato incluido en Cuentos de animales: “Érase una vez un buitre que picoteaba mis pies. Ya había desgarrado las botas y los calcetines, ahora picoteaba los mismos pies. No dejaba de atacarme, luego volaba inquieto a mi alrededor varias veces para, después, continuar con el trabajo. Pasó un señor, miró un rato y luego preguntó por qué tolero al buitre. `Estoy indefenso´, dije. `Él vino y comenzó a picotearme, así que, por supuesto, que quería ahuyentarlo, incluso traté de estrangularlo, pero un animal así tiene una gran fuerza, y ya quería saltarme a la cara, por lo que preferí sacrificar los pies. Ahora ya están casi completamente desgarrados´. `Que se deje torturar de esa manera´, dijo el señor, `un tiro y el buitre está muerto´. `¿Es así?´, pregunté, `y ¿podría procurarlo?´. `Encantado´, dijo el señor, `solo tengo que ir a casa y traer mi arma. ¿Puede esperar aún una media hora? `Pues no lo sé´, dije yo, y permanecí un rato rígido por el dolor. Después dije:`Por favor, inténtelo en cualquier caso´. `Bien´, dijo el señor, `me apresuraré´.

Un operador de radio atrapado por la Historia

Una buena novela de espías puede ser otra manera de dejar a un lado por un rato la actualidad y evadirse (qué verbo tan apropiado para hablar del asunto) viajando a otro tiempo, eso sí, mucho más convulso: los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial en EEUU para seguir la de peripecia de un tal señor Klein, el protagonista de El operador de radio, de la escritora alemana Ulla Lenze. “Una novela a mitad de camino entre la ficción y la huellas dejadas por su huidizo tío abuelo Josef Klein, radioaficionado y trabajador en una imprenta en el multicultural Harlem de los años de la guerra”, resume Mercedes Monmany en la reseña que firma en ABC CULTURAL. 

“Estamos al final de los años treinta en Nueva York: la ciudad, la otra orilla de una guerra a punto de comenzar en Europa, está atrapada en las más violentas turbulencias. Cualquier ciudadano de origen alemán puede ser encerrado por un largo periodo de tiempo, a la manera de un campo de detención del mundo libre, o `campo de internamiento para extranjeros enemigos´, en Ellis Island, que se convierte en el reverso de paz de los crueles campos de concentración alemanes”.

La novela describe el caos que reina, tanto racial como ideológico, de modo que hay lugar para “las más pintorescas alianzas: se dice que los japoneses vienen de África y se les ve como aliados de los negros en Estados Unidos, a la vez que luchan contra el comunismo de China”. Estamos en 1939 y los mítines pronazis y antisemitas se suceden en el Madison Square Garden. Será con la invasión de Polonia cuando el país se dividirá en dos: los partidarios de la intervención y los partidarios de mantenerse al margen. En este contexto, Klein, un alemán corriente, que ha ido a buscar trabajo a Estados Unidos, aficionado a la telegrafía, instalado en el multicultural Harlem, atrae la atención tanto de personajes influyentes, secretamente aliados de los nazis, que le encomiendan difundir los discursos del Reichstag nacionalsocialista, como del FBI, para que actúe como agente doble.

El operador de radio es una apasionante trama de espionaje, traición y pérdida de la identidad —concluye Monmany—, una magnífica reconstrucción del clima social y político en Estados Unidos, Alemania y Argentina, durante el transcurso de la guerra y la posguerra.

De ama de casa a triunfar como escritora 

La británica Tessa Hadley es una escritora tardía, su primer libro lo publicó con cuarenta y seis años. En su haber, ocho novelas, el favor de los lectores y el reconocimiento de la crítica. Llega a España El pasado, una novela en la que ratifica los rasgos de su narrativa: “La británica construye novelas de corte clásico, da protagonismo a los personajes femeninos, retrata a la clase media, pone la mirada en las relaciones familiares; son narraciones que transcurren en escenarios bien definidos y donde la hondura psicológica de los personajes va de la mano de una prosa sencilla en el mejor sentido de la palabra”, escribe en CULTURA/S Mey Zamora.

El pasado cuenta un encuentro vacacional en el campo de cuatro hermanos, tres mujeres y un varón, acompañados de algunos hijos, en la casa que había pertenecido a la familia. Hay que arreglar la casa, y “Hadley nos va introduciendo en este amplio universo familiar, en el paisaje que les rodea –describe con precisión las plantas, el clima y las aves del lugar– y en las conversaciones que mantienen unos y otros, claves para entender sus perfiles psicológicos y posicionamientos vitales”. 

Hadley es admiradora de autores como Tólstoi, Natalia Ginzburg o Alice Munro, según le cuenta a Inés Martín Rodrigo en una entrevista publicada en ABRIL, autores que tienen “el don de convertir lo ordinario de las cosas en poder y magia”.

Hija de un profesor y una madre artista, estudió Literatura en Cambridge. Desde niña quería escribir sus propios libros, pero cuando llegó a estudiar a Cambridge se sintió abrumada por los grandes escritores que estaba leyendo. “Y pensé: ¿quién te crees que eres?, no seas ridícula. Tengo un extraño recuerdo de una tarde en la biblioteca de Cambridge. Estaba leyendo a Shakespeare. Simplemente miraba las palabras en la página y pensé: oh, sé cómo se hace esto. Evidentemente, nadie es Shakespeare, pero tuve la extraña sensación de estar debajo de las palabras y ver cómo las unía”. Leyendo a la autora británica —escribe Marín Rodrigo— se tiene la certeza de que la verdad, como ella sostiene, reside en la textura de la experiencia diaria. En su experiencia de criar a su hijos siendo ama de casa, “luchando por escribir, fracasando. Y, finalmente, volví a la universidad. No a Cambridge, no a la élite. Volví a una universidad divertida, nueva, agradable, que estaba cerca de donde vivimos. Allí hice un curso de escritura creativa y fue estupendo, pero aún no estaba segura de ser capaz de escribir algo bueno. Y pensé que podría hacer un doctorado”. Lo hizo sobre Henry James: “es uno de esos autores maravillosos que escribieron un siglo antes que tú y formaron tu mente, la forma en que miras el mundo, tu imaginación, son el abono del suelo en el que crece tu escritura. Pero también tienes que distanciarte de ellos un poco, no quieres sentarte frente a tu ordenador y sonar como Henry James, porque puedes resultar anticuada”. Quizá por ello centró su atención en la más cercana Alice Munro, de la que admira “la franqueza de su prosa, sus frases contemporáneas, ordenadas, frescas y penetrantes”. Hadley defiende que “las mujeres han sido las maravillas de la ficción, particularmente en la tradición inglesa (…) hemos hablado sobre cómo la ficción es tan brillante reflejando los detalles de la vida, la cotidianidad de la experiencia. ¿Y quién sabe sobre esas cosas? No sobre política o proyectos de ingeniería o geografía, sino sobre la textura diaria de vivir dentro de una casa y criar hijos y ser emocionalmente imaginativo sobre las relaciones. ¿Quiénes han estado haciendo todo ese trabajo durante cientos de años? Las mujeres”. 

Hadley anuncia que en unos días llegará a España para promocionar su novela. Sea bienvenida. 

                                                                                            E. Huilson

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