Obra de corazón
Peter Jurgenson, el editor de la obra de Tchaikovsky estaba pletórico. Las cuatro sinfonías del maestro se habían vendido como churros y las orquestas, no sólo rusas, sino también de otros países europeos reclamaban las partituras para incluirlas en sus repertorios sinfónicos.
Corría el año 1879 y Jurgensow encargó al compositor una nueva sinfonía. Dicho y hecho. Comienza el trabajo desde el piano para complacer al editor, sabedor de lo que plasmaría en el pentagrama sería también un reflejo de sus sentimientos más íntimos, tal y como había ocurrido siempre. Estamos en otoño de 1880. Escribía gracias a la magnanimidad de Nadezhda von Meck, su mecenas, amiga y la que financiaba todos sus gastos. En su cabeza, unos cuantos compases que le venían rondando desde hacía tiempo. Pero no quería repetir las grandes orquestaciones que había utilizado para sus obras más significativas. Acababa de terminar su Obertura 1812 y necesitaba un tiempo para cambiar de registro. Empezó a dar vida a los violines, después a las violas y más tarde a los violonchelos. Y se sentía cómodo con este sonido. Nada de instrumentos de viento, nada de percusión… ¿Qué estaba componiendo? Se le había encargado una sinfonía y la obra parecía ir por otros derroteros. Pero la paz interior que el compositor sentía cada vez que acometía un movimiento, una alteración de las notas que había marcado hacía tan sólo unos días o unas horas, le hacían pensar que estaba trabajando en una gran obra.
Finalizada su composición, Tchaikovsky se dio cuenta de que lo que había salido de su cabeza no era una sinfonía, tal y como se le había encargado, sino una Serenata para cuerda. Pero no dijo nada. Tal y como la partitura había salido de sus manos, se la envío al editor solícito con una carta: “No sé si es porque se trata del más joven de mis hijos o porque en realidad no es tan mala, pero verdaderamente estoy enamorado de mi Serenata.” Ante tan sincera confesión de un autor de su talla, no había nadie capaz de tirar los papeles a la basura.
La Serenata para cuerda, su Opus 48, se escuchó por primera vez en Moscú el 3 de diciembre de 1812. Pero no fue una audición pública. Los alumnos del conservatorio, sabedores de las reticencias de Tchaikovsky ante la obra por las presiones de Jurgenson y con el fin de animarle y apoyar la obra que había sido escrita en un registro muy diferente al que se le había solicitado, decidieron estrenarla en su honor en una sesión privada a la que sólo asistieron los estudiantes. Hubo que esperar hasta el 30 de octubre de 1881 para que el público pudiera escuchar la música que había enamorado a su compositor. Fue en San Petersburgo y la orquesta de cuerda fue dirigida por Eduard Nápravník.
El primer movimiento es un homenaje a Mozart, compositor a quien Tchaikovsky admiraba. El segundo movimiento es un vals que, a veces, sale del conjunto de la composición y puede interpretarse por sí sólo, sin necesidad de que forme parte de la serenata. La elegía forma parte del tercer movimiento y, al final, la vena nacionalista del compositor: un cuarto movimiento, basado en el folclore ruso, concretamente, una canción de arrastre que interpretaban los marineros del Volga.
En una carta que escribe a Nadezhda von Merks para agradecerle que siga confiando en su música (y financiándosela) se puede leer: “Esta Serenata la he escrito por compulsión interna. Esta es una obra de corazón, y por eso me atrevo a esperar que no carezca de cualidades artísticas.»
En la última página de la partitura original, Tchaikovsky escribió: “Cuantos más músicos compongan la orquesta de cuerda, más estará de conformidad con el autor”. Toda una advertencia sobre cómo interpretar su obra, salida del corazón más que de la cabeza.
Gabriel Sánchez
La Serenata para cuerda, interpretada por la Saito Kinen Orchestra, en la Sala Kissei Bunka, en Matsumoto, Japón, durante una grabación en directo en 1992. La dirección corre a cargo de Seijo Ozawa, que falleció el pasado febrero: