Semanario Cultural

Autoficción: de mí escribo para que tú me leas

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS

Si ya de por sí son estos resúmenes semanales fruto de una lectura muy particular de los suplementos literarios, el que tienen ante sus ojos va a ser aún más particular. Particular, digo, porque se centra en eso que hemos dado en llamar “autoficción”. Dice el escritor Jacobo Bergareche desde la portada de ABRIL que “hay un exceso del `yo´ en la literatura”; y, en BABELIA, John Irving sentencia que “la autoficción es cosa de autores sin imaginación”. Son reflexiones sobre uno de los temas más recurrentes de la actualidad literaria: si hay o no un exceso de autoficción en la novelística actual, o si sencillamente no existe la autoficción, o, por el contrario, todo es susceptible de calificarse como autoficción. Reflexiones, por otra parte, que no ocupan demasiado espacio en las entrevistas citadas, centradas más en la promoción de las recientes novelas de sus autores y en algún añadido sobre la actualidad, como los cambios de uso de los lectores, que ya no quieren largas historias –según coinciden en apreciar ambos escritores– sino libritos cortos, fáciles de lectura. Luego iremos con ellos. 

Por resumir un poco el asunto de la autoficción: calificamos así a aquellas novelas que cuentan historias en las que el escritor, además de buscar la inspiración en su propia realidad, se convierte de algún modo en protagonista de ellas. Fue el profesor y escritor francés Sergei Doubrovski quien le puso el nombre (autoficción) a algo que ya existía, según argumentó, pues a su juicio hasta La divina comedia sería un modelo de autoficción ya que trataría de la particular bajada a los infiernos del propio Dante.

Hay escritores a los que les gusta poco el término cuando se ven atrapados en él. Enrique Vila-Matas cuenta, con esa luminosa ironía que suele acompañarle, en un artículo que titula Autobiografía caprichosa, a modo de prólogo del libro Vila-Matas Portátil (un escritor ante la crítica) su problemática relación con el dichoso término: “Considero –como decía Nabokov– que la mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo. Y mi estilo ha ido evolucionando lentamente a lo que algunos llaman `autoficción´, que es un neologismo (…) Hasta ahí todo lo que sé sobre la autoficción. Me sonrojo de pronto. Me doy cuenta de que debo pedir perdón, pues sé algunas cosas más sobre el tema. Ya ven ustedes cómo soy. Sin apenas darme cuenta, me había puesto ya a hacer `autoficción´. Sí, sé algunas cosas más. Sé, por ejemplo, que la autoficción es la autobiografía bajo sospecha. Y sé también que, muchos años antes de que oyera hablar de autoficción, escribí un libro que se llamaba Recuerdos inventados, donde me apropiaba de los recuerdos de otros para construirme mis recuerdos personales. Todavía hoy sigo sin saber si eso era o no autoficción. El hecho es que con el tiempo aquellos recuerdos se me han vuelto totalmente verdaderos, lo diré más claro: `son mis recuerdos´. Tuve, eso sí, mis problemas cuando conocí a Antonio Tabucchi, a quien había robado en ese libro sus recuerdos de Porto Pim, en las Azores. Pero Tabucchi se lo tomó a bien y dio una doble vuelta de tuerca al asunto transformando los recuerdos que yo le había robado en unos recuerdos suyos inventados. Esta doble vuelta de tuerca no tiene por ahora ningún neologismo que la designe, y creo que es mejor que sea así. No hay por qué dar nombre a todas las variantes del supuesto nuevo género, y digo `supuesto nuevo género´ porque de hecho ya Dante o Rousseau lo practicaron. Si nos atenemos a lo que dijo Borges, Dante escribió toda la Divina Comedia únicamente para poder incluir en ella de vez en cuando escenas de sus encuentros con la irrecuperable Beatriz, cuya mirada solía colmarlo de intolerable beatitud (…) Beatriz, en la que había pensado tanto que le asombró considerar que unos peregrinos que vio una mañana en Florencia, jamás habían oído hablar de ella. ¿Existió realmente Beatriz? La sombra de una ligera sospecha cae sobre ella. Y otra sobre Dante. ¿Acaso tenía éste recuerdos inventados? Mucho me temo que la autoficción la inventó Dante. `La verdad tiene la estructura de la ficción´, decía Lacan. Y seguro que Dante habría suscrito perfectamente esta frase”. Hasta aquí la reflexión del escritor barcelonés. Perdonen la extensión de la cita.

Como ya les adelantaba al justificar este texto centrado en la autoficción, John Irving en la entrevista que firma Iker Seisdedos en BABELIA explica a modo de poética particular que, a su juicio, además de los escritores intelectuales están los practicantes de la autoficción que “sostienen que no se debe confiar en nada que no provenga de fuentes autobiográficas. Es el argumento de quienes no tienen imaginación ni se esfuerzan por ponerse en el lugar de otra persona”. Irving deja otras “perlas” en la entrevista: Grass (Gunter), junto con Gabriel García Márquez y Kurt Vonnegut (“un maestro”) es de los pocos escritores del siglo XX que respeta –cuenta el entrevistador–, y eso es “porque en realidad fueron novelistas del XIX”. Los favoritos de Irving son Melville, Dickens, Hawthorne, George Eliot o Thomas Hardy. Y va más lejos, regañaba a sus compañeros adolescentes porque “perdían el tiempo” leyendo a Hemingway, Faulkner o Scott Fitzgerald, escritores de los que nunca sintió la más mínima inspiración.  

Desconocemos si Irving ha tenido noticia de lo que Faulkner fue para García Márquez (“uno de los pocos escritores del siglo XX que respeta”, dice) y del que el colombiano dejó escrito: “Yo creo que la deuda mayor que tenemos los nuevos novelistas latinoamericanos es con Faulkner (…) la técnica narrativa de Faulkner, sobre todo la empleada en novelas como El ruido y la furia, Mientras agonizo, Luz de agosto y ¡Absalón, Absalón! era ideal para relatar la realidad latinoamericana”. García Márquez lo consideró como uno de sus principales maestros y, hacia 1950, escribió en un diario esto: “En los Estados Unidos hay un tal señor llamado William Faulkner, que es algo así como lo más extraordinario del mundo moderno”. Dejémoslo aquí. La novela que está promocionando es El último telesilla, de unas mil páginas. Dice de ella Antonio Lozano en CULTURA/S que “es un Irving en esteroides. Tenemos un protagonista/narrador, cuya madre es una monitora de esquí lesbiana y casada con un transexual, obsesionado con descubrir la identidad de su progenitor, que sueña con abrirse camino como novelista, se aficiona a la lucha libre y que, a lo largo de las muchas décadas que cubre el arco narrativo, será una y otra vez testigo de la intransigencia que sufren sus seres queridos en cuestiones de orientación sexual y modelos familiares”. Y pensando en su desdén por la autoficción, es relevante lo que escribe el crítico: “Cabe la posibilidad de que, en su novela más reciente, Irving, impelido por motivos personales –la transición de su hija Eva–, haya sentido la necesidad de remarcar más que nunca los mensajes que han recorrido su obra. Esta llamémosla politización de la novela sabotea con frecuencia la fluidez narrativa, convirtiendo en un diplodocus algo descoyuntado lo que seguramente habría brillado mucho más quedándose en un mero elefante…”.  Dejémoslo aquí.

Excesos del yo

Por su parte, el escritor Jacobo Bergareche se lamenta, en la entrevista que firma Inés Marín Rodrigo para ABRIL, del exceso del “yo” en la literatura, y también comenta que “la literatura al servicio de una causa es dañina”. Sobre lo que estamos tratando en este resumen, la autoficción, viene a decir que, respecto a la anterior novela, “lo que ahora he hecho ha sido alejarme del yo”.

Pero la entrevistadora le advierte que “el yo está en esta novela” (Las despedidas). Y el autor responde: “Sí, es una falsa tercera persona, porque sólo es un punto de vista. Pero intentar salir un poco del yo era importante, porque me incomoda que al narrador y al escritor siempre les confunden. Además, creo que hay un exceso del yo en la literatura. Quería explorar cómo hacer un narrador con más distancia y un personaje mucho más alejado de mi vida; no soy yo, y tiene poco de mí (…) también creo que hay que aprender a escribir con distancia. En esta tercera novela, yo necesitaba buscar un personaje que realmente tuviese que construir”. 

A modo de conclusión y disculpa

Sobre esto de la autoficción hay una cierta paradoja por tratar de definir o clasificar algunos tipos de narración que lo que buscan es borrar esas líneas que dividen los géneros literarios, un modo de romper tópicos de la tradición y, por encima de todo, poder enfrentar al lector que tiene la expectativa de reconocer lo real frente a lo imaginario. Demoler esa odiosa expresión “este libro es muy real” porque efectivamente parece ser que el autor lo ha vivido. 

Hay otras muchas informaciones y reseñas literarias de interés esta semana, pero en esta ocasión lo dejaremos aquí. Quien firma este resumen tenía preparado este excurso de lo que suele ser esta sección de El Patio por si surgía alguna eventualidad: un cambio de piso, un acontecimiento familiar, un viaje inexcusable, una operación que temporalmente te deja sin visión…, en fin, no desvelemos una realidad que bien podría tener mucho de autoficción.


E. Huilson

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