Ópera prerrevolucionaria

Pobre Pierre Augustin Carou de Beaumarchais. Escribe una obra de teatro, muy aplaudida por el gran público, y termina en la cárcel.

Corría el año 1784 y el autor de teatro consiguió que su última obra, por fin, se estrenara en París. Llevaba por título La folle journée. El argumento era bien sencillo: un aristócrata y su criado pugnan por el amor de una bella dama. Al final es el criado quien, mucho más perspicaz y espabilado que su amo, se lleva la chica al huerto. Así de sencillo, pero así de complicado porque a lo largo de los cuatro actos de la obra, la aristocracia, encabezada por el conde de Almaviva, queda al pie de los caballos, siendo representados como tiranos, abusones, desalmados y ajenos a las demandas del pueblo. En la Francia prerrevolucionaria, aquella crítica mordaz a la burguesía, la aristocracia y todo lo que representaba, no se podía consentir. El rey Luis XVI, escuchando los ecos de la corte, decidió prohibir la representación de la obra y mandar a su autor a las mazmorras.
Pero el libreto ya había circulado por media Europa y se había traducido a varios idiomas. Una copia en alemán descansaba en la estantería de Mozart. Leyó la obra y dijo: esto es lo que yo necesito para mi próxima ópera bufa.
El músico se puso en contacto con su libretista habitual, Lorenzo da Ponte y ambos comenzaron a perfilar las bases de la que sería una de las óperas más carismáticas y de mayor calidad del músico salzburgués: Las bodas de Fígaro. Conocedores de la polémica que la obra de teatro había causado en Francia, y sabiendo que el emperador José II, hermano de la reina María Antonieta, esposa de Luis XVI, había prohibido la representación de la obra en Viena, músico y libretista trabajaron en secreto durante el verano de 1785.

Cuando se supo la noticia de que Mozart estaba preparando una ópera basada en la obra prohibida, la corte austriaca montó en cólera, ¿por qué? La obra original de Beaumarchais criticaba abiertamente los privilegios de la aristocracia y su actitud lasciva hacia sus sirvientes. Además, la reacción de los sirvientes hacia su despiadado amo podría interpretarse como la antesala de la Revolución Francesa, que comenzaba a despuntar por las calles de París. Y el emperador José tuvo que intervenir. En principio, Las bodas de Fígaro no iba a ver la luz de las candilejas. Así pues, músico y libretista ya podían ir pensando en otra cosa.
Pero la astucia de Da Ponte dio sus frutos. Para empezar, sustituyó el discurso de Fígaro, que en la obra de teatro era una diatriba escandalosa contra la nobleza, la libertad de prensa y la censura gubernamental. Este monólogo fue sustituido por el aria Aprite un po’ quegli occhi, en la que el barbero se queja de la infidelidad femenina.
De esta manera, se eliminó la denuncia social más explícita, aunque el ingenio y el humor sarcástico de la obra seguían presentes, pero de forma más atenuada. Músico y libretista tuvieron la deferencia de invitar al propio emperador a los ensayos, con el fin de que constatara que las partes más críticas de la obra original habían sido sustituidas por preciosas arias musicales. José II, cautivado por la música, dio su aprobación.
La obra se estrenó en Viena el 1 de mayo de 1786. Pero de poco sirvieron los arreglos para apaciguar a la burguesía y la aristocracia. Después de ocho representaciones, la obra se cayó del cartel. El público austriaco le dio la espalda.
Pero si para algunos siempre les queda París, a Mozart le quedó Praga. Un mes después, Las bodas de Fígaro se estrenó en la capital checa. ¡Qué éxito! Se representó durante todo el invierno de aquel año. El público no paraba de acudir y magnificar la obra que mezclaba la calidad musical y la crítica social a la vez. Desde luego, los personajes de baja condición social (por muy músico y libretista que sean) eran mucho más inteligentes y astutos que los nobles, incluidos algunos emperadores.
Gabriel Sánchez
El cantante lírico Luca Pisaroni interpreta el aria Aprite un po’ quegli occhi, de Las bodas de Fígaro de Mozart en la gala concierto de Heidelberger Frühling, 2012:

Qué buena historia. No la conocía. El tal Pierre Agustin Caron de Beaumarchais debió ser un tipo listo.