Luis Mateo Díez y Mendoza, la fiesta de los cervantinos
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Un año más llega el 23 de abril, el Día Internacional del Libro y de Sant Jordi en Cataluña, celebraciones del libro y la lectura, aunque ya durante todo el fin de semana casetas de librerías y editoriales inundaban paseos y calles de numerosas ciudades españolas; también es fiesta para editores y libreros, y para todo ese mundo que rodea al libro. Interminables listas de novedades y reediciones, libros para comprar o regalar, llenaban las últimas entregas de los suplementos culturales. Alimentados a su vez con un buen número de páginas publicitarias, tan necesarias para la subsistencia.
Coincidiendo con la emblemática fecha se entregará mañana el Premio Cervantes, que recogerá en esta edición Luis Mateo Díez, el creador de Celama, al que, con tal motivo, varios suplementos han convocado a entrevistas. Y, ¡además!, publica nueva novela: El amo de la pista. Adelanta el escritor leonés a Nuria Azancot, en EL CULTURAL, por dónde irá su discurso de agradecimiento: “Me parece que será un buen momento para recordar lo que ha sido mi camino, de dónde vengo, dónde me encuentro, y qué posibilidades veo de seguir el reto particular de mi escritura. También reflexionaré sobre el compromiso de escribir, el sentido de hacerlo, sobre el reconocimiento que debo a quienes han estudiado mi obra y sobre todo a mis lectores cómplices, que a lo largo del tiempo me han sostenido”. Una obra que suma más de treinta novelas y un puñado más de inéditas, dispuestas, si así lo decide su autor, para ser publicadas. En el discurso evocará su recuerdo del Quijote, de cómo le impresionó siendo niño aquella extraña figura: “me creó una suerte de fascinación y de melancolía. Me parecía un héroe triste, pero mucho más intenso, más emotivo y fuerte que los héroes de mis tebeos o de las pocas películas que veíamos, porque veía en él elementos de héroe frustrado que quería salvar al mundo, salir a desfacer entuertos, pero salía malparado”. La novela de Cervantes, que conoció de niño (cuando la nieve les robaba el recreo), le acompaña hoy, en su etapa de octogenario: “Para mí el Quijote es un libro de compañía, como Montaigne o como Tolstói”.
Se reconoce Díez, en la entrevista que publica ABC CULTURAL y firma Bruno Pardo, en la condición de escritor prolífico: “un prolífico excitado. Tiene mucho que ver con la propiedad. Es curioso, porque es casi una cosa fea, ser propietario de algo, pero a mí el hecho de ser dueño de un mundo, de una manera de ver la condición humana, de entender la vida, de ser hijo de mis personajes… eso me ha traído la posibilidad de muchas historias. A veces, al terminar una novela, no necesito pensar la siguiente, me basta con volver a mi universo de Ciudades de Sombra, a Celama o a comarcas afines”.
Celama, su inventado territorio mítico, donde transcurren muchas de sus historias, el espacio que le inspiró la estancia de aquellos veranos en la finca de su padre, en el Páramo de León: “una comarca del suroeste que tiene un pasado de tierra árida”. El espíritu del Páramo, publicada en 1996, es una excelente puerta de entrada si pretenden acceder a esa tierra ficcional.
Sobre su aprendizaje como escritor, Díez cita a Conrad, del que siguió el consejo de “nunca pases a la frase siguiente hasta estar completamente de acuerdo con la que acabas de escribir”, y a Valle-Inclán, “el autor con el que descubrí lo que era un estilo literario”.
De su nueva novela, El amo de la pista, ya se puede leer una primera reseña, en EL CULTURAL. El crítico Santos Sanz Villanueva advierte desde el inicio que los lectores del leonés se sentirán de inmediato como en casa, en esa “extraña realidad” que bien conocen. Escribe el crítico: “Aunque detesto las frases hechas, por una vez voy a emplear un par de ellas a propósito de El amo de la pista: es una novela muy de Luis Mateo Díez en la que hallamos al autor en estado puro. Quienes, quizás incitados por el Premio Cervantes, lo descubran con este libro encontrarán en él un mundo no poco raro. Los que seguimos su obra nos hallamos nada más comenzar en un ambiente familiar cuya extraña realidad solo puede ser suya”.
Es una novela sobre el desvarío, el desconcierto, la manipulación… le comenta su autor a Antonio Lucas en LA LECTURA, al que revela algunos datos de su poética: “Trabajo con la pauta de Borges sobre la irrealidad: decía que es la auténtica condición del arte. En mi caso, supura siempre en lo que hago. De ahí el contenido metafórico en mis historias, lo que sucede siempre significa algo más de lo que se ve”. Luis Mateo Díez destila sabiduría en estas entrevistas, que son un buen complemento para conocer mejor al autor que un día, siendo casi un niño fascinado por el Quijote, se inventó un territorio desde donde contar el mundo.
Un enigma Mendoza para Sant Jordi
Y también es la fecha, el 23 de abril, en la que se pasea Sant Jordi por las ciudades de Cataluña. Leemos en LA LECTURA que con motivo de la festividad, “salvo fenómenos como los de Carlos Ruiz Zafón o María Dueñas, los libros que copan el podio de los más vendidos apenas representan el 6% del total de las ventas, que ya rozan los dos millones de ejemplares. `Sant Jordi es cada vez más transversal´, resaltan los libreros”. Son datos recogidos por Vanessa Graell para el reportaje que publica el suplemento y donde recuerda que el año pasado hubo récord histórico, con 1,87 millones de libros vendidos y una facturación de 24 millones acumulada a lo largo de la semana.
A falta de un ganador claro a la vista, Eduardo Mendoza se perfila en esta edición como uno de los autores que más ventas cosechará con sus Tres enigmas para la Organización.
A Mendoza le entrevista Inés Martín Rodrigo en ABRIL (a partir de ahora el suplemento se publicará los sábados en vez de los jueves), para hablar no de su última novela sino para conversar sobre literatura, “un terreno que permite, en realidad, hablar de todo”, a lo que accede aliviado el autor después de meses de promoción.
Mendoza también es, como Luis Mateo Díez, octogenario. Han pasado casi cincuenta años desde que publicara La verdad sobre el caso Savolta. En este tiempo, comenta lacónico, “ha pasado toda mi vida y ha pasado mucha literatura, muchos cambios. Empecé siendo renovador y ahora soy una pieza de museo”.
Cuenta Mendoza que él no quería ser escritor, sino que quería escribir, que no es lo mismo: “En ese momento, y es uno de los cambios más grandes que ha habido, el escritor no existía como profesión. Había gente que escribía, pero nadie vivía de escribir literatura. Entonces, a mí ni se me ocurre que eso pueda ser una forma de vivir, es una afición, y nada más. Pensaba: yo escribiré, pero me ganaré la vida, ya me buscaré un trabajo…”.
Se confiesa influenciado por la novela del siglo XVIII, “que es la novela moralista, entre la seriedad y el humor, heredera del Quijote. Mis novelas son novelas del siglo XVIII”. Novelas donde abunda lo caricaturesco, aunque no por una decisión premeditada, “me sale así. Aunque intente ponerme serio, acaba saliendo la cosa chusca; entonces, le he encontrado una utilidad: crear una distancia que permite contar sin el rigor del historiador. El humor te permite distanciarte y te facilita muchísimo contar la historia”.
Aunque se confiesa como un lector caótico, y poco concentrado, aboga por leer mucho para poder escribir: “no se puede escribir de otra manera. Es muy importante tener una formación clásica o de pasado muy sólida, porque es la que te permite hacer disparates. Si has leído bien el Siglo de Oro, Dostoievski, Kafka, ya ves que se puede hacer cualquier cosa, que el lector está dispuesto a aceptar un juego, que lo puedes llevar donde quieras. Me mandan muchos libros, y yo los ojeo, y hay muchos que ya veo que no han leído mucho, los distingo rápido”.
Leer mucho, recomienda Mendoza, y leer “buenos y malos, porque así ves la diferencia”. (Bolaño mantenía que de los malos escritores se aprende mucho).
Las escritoras como apuesta de ventas
“El último lustro parece haber dado voz a las escritoras, pero el sesgo es claro: no es que haya más que antes, sino que el mercado editorial las premia. ¿Hasta cuándo?” La pregunta la plantea la escritora y periodista cultural Aloma Rodríguez en LA LECTURA. Por fijar una fecha aproximada, dice, ese interés editorial habría comenzado hace unos cinco años, cuando ganó el Premio Nacional de Narrativa Cristina Morales con su Lectura fácil. “El foco se puso en las escritoras, fruto del momento feminista global que favoreció una caída del guindo general con respecto a eso. Había llegado el momento de reparar la exclusión histórica de las mujeres en la conversación pública, por decirlo en palabras de Mary Beard”. Cuánto durará la apuesta de los editores es una incógnita por el momento. No obstante, esa apuesta sería aún insuficiente. Rodríguez señala que en el mundo anglosajón “las escritoras han conquistado terrenos de libertad narrativa que el mercado editorial español no tolera aún”, y pone como ejemplos de esa libertad conquistada a “Ottessa Moshfegh, Leslie Jamison o Claire Louise Bennett (…) que beben de Lydia Davis o Joy Willians”.
Sobre este asunto, la escritora argentina Ariana Harwicz, en el ensayo El ruido de una época, contaba que “un editor de una gran editorial española, pasado de copas, me confesó que aprovechan para vender rápido las escrituras femeninas y las autoras con carácter, antes de que pierdan interés a ojos del mercado”. De esta revelación, Rodríguez concluye que quizá explique “el boom –casi plaga ya– de libros sobre maternidad, (…) o el gusto por el trauma, una deriva un poco perversa de eso es la victimización, que también se premia”.
Harwicz, la escritora pirómana
Perder el juicio es el título de la última novela de Ariana Harwicz, donde se narra “la historia de una madre judía, de una primera persona desbordante e impetuosa hasta la asfixia, que pierde la custodia de sus hijos y decide huir con ellos. Cargarlos en el coche y prender fuego a todo los demás”, según el resumen que le copiamos de ABC CULTURAL a David Morán. Harwicz reveló durante una visita a Barcelona (está afincada en Francia) que la inspiración para esta novela fue su propia experiencia, que surgió “de la maraña procesal de encontrarse divorciándose en un tribunal francés en el que, entre otras cosas, se leían fragmentos de sus novelas para intentar demostrar que alguien capaz de escribir La débil mental (una de sus novelas) tenía que ser una madre terrible”. Para quien escribe, explica la autora, es imposible vivir algo sin robárselo para la escritura… y a partir de ahí lo que manda es “la suspensión de la moral”, porque “en la literatura no hay represión (…) Si tengo que ir a incendiar la casa, voy y lo hago”. La escritora dice alimentar su inspiración dialogando con los muertos, y en ese diálogo tiene como interlocutores a escritores como Céline, Primo Levi, Joseph Roth o Stefan Zweig: “mi cabeza está en el medievo o en 1940; lo que pasa ahora lo miro desde ahí”.
En EL CULTURAL, Ascensión Rivas, califica el estilo de Perder el juicio de “bronco, irritado, radical”, que “conviene perfectamente a un contenido en el límite, de tintes perturbadores”. Pero a la vez destaca “las gotas de un lirismo que sobrenada en la angustia y el tormento”. También la estructura fragmentaria y el que no se someta a un orden cronológico refuerza esa sensación de caos y ansiedad que padece la protagonista.
Que ustedes compren (o regalen) bien
Y para ello les recomendamos que echen un ojo si tienen ocasión a algunos de estos suplementos, donde, además de las listas de novedades, encontrarán un recorrido por lo mejor de la novela negra española (BABELIA); entrevista y reseñas del último libro de Salman Rusdhie, y un ameno reportaje de Jorge Carrión en CULTURA/S en el que recorre la historia de las librerías y las bibliotecas iberoamericanas: “Una historia que nos lleva desde Nuevo México y Sevilla en la época de los descubrimientos hasta la Barcelona de los siglos XX y XXI a través de diversos proyectos letraheridos de ambas orillas del océano Atlántico. Espacios en los que todos los días son el día del libro”.
Bonito lema final que nos apropiamos para este Patio, con nuestro deseo: ¡Qué ustedes lo lean bien!
E. Huilson