Violenta primavera

Llevamos unas pocas semanas disfrutando de la primavera. Después de los días aciagos en los que la nueva estación se nos presentó con intenso frío, lluvia y nieve, al menos en la Península Ibérica, parece que las predicciones anuncian cierta tranquilidad en la estación que precede al verano. Pero la primavera, para algunos, no tiene el significado amable, lúdico, cargado de flores con el que asociamos esta etapa del año. Todo lo contrario.

Corría el año 1913, concretamente el 29 de mayo, en plena primavera, y el compositor ruso Ígor Stravinski estrenó en el Teatro de los Campos Elíseos de París su ballet, La consagración de la primavera. El músico residía en París desde 1910, cuando viajó a la capital francesa desde su Rusia natal para asistir al estreno de otros de sus ballets, El pájaro de fuego. Allí decidió fijar su residencia durante algún tiempo. Y aprovechó su estancia en la ciudad del Sena para componer obras que, sin duda, han pasado a la historia de la música, entre ellas, la que nos ocupa en este relato.
Stravinski concebía esta estación del año como violenta. Las flores rompen y hieren la tierra. Cada marzo, los árboles se desangran en un torrente de colores y mueren. Y bajo estos parámetros compuso la partitura del ballet. La coreografía corría a cargo de Vaslav Nijinsky. La idea partía de un encargo de Serguéi Diáguilev, fundador de los Ballets Rusos, que había quedado muy satisfecho con la composición y puesta en escena de El pájaro de fuego, dos años antes. Pero, claro, el concepto de pájaro no parece ser problemático y el fuego es el fuego, no hay nada que discutir. Pero la primavera, oh la primavera… Eso es otra cosa: defensores y detractores.
El caso es que se abrió el telón, se oyeron los primeros compases, el ballet empezó su actuación en el escenario y un sector del público, fundamentalmente los que ocupaban el patio de butacas, comenzó a sentirse ofendido por lo que estaba viendo y oyendo. Y comenzaron los gritos y abucheos. De ahí se pasó a los insultos al compositor y al coreógrafo y posteriormente, a las manos. Comenzaron los tortazos entre los asistentes, los puñetazos y las agresiones más violentas, protagonizadas por un público detractor de las notas que escuchaba y los que aplaudían esta revolucionaria forma de interpretar la llegada de la estación. Entró la policía en el patio de butacas, porra en mano. Y la violencia se desató aún más en aquel momento. Hubo 40 detenidos y, a partir del segundo acto, la representación continuó bajo vigilancia policial en todo el teatro.

La obra está basada en historias ancestrales y paganas de la cultura popular rusa. Para ganarse el favor de los dioses al comienzo de la primavera, la tribu debe sacrificar a una joven virgen. ¿Cómo? Obligándola a bailar hasta la muerte. La coreografía de Nijinski daba buena prueba de ello: contorsiones, espasmos, posturas procaces por parte de las bailarinas, saltos que no eran propios de un ballet, sino del mismísimo satán que intentaba estrellarse contra la tierra. El lenguaje corporal era extremadamente violento y el público no soportó ni la obertura. Nijinski tuvo que subirse a una silla desde bastidores para indicar el compás a las bailarinas porque los golpes no dejaban escuchar a los músicos. Sin embargo, el único que permaneció impertérrito fue el director de orquesta, Pierre Monteux, quien no miró ni una sola vez ni al escenario ni al público. Absorto en su tarea, fijada su vista en la partitura, iba dando paso a los distintos instrumentos como si el alboroto no fuera con él. Así lo recordaba Stravinski cuando se refería al altercado: ““La imagen de la espalda de Monteux es más vívida en mi memoria que la del escenario. El maestro no miró ni una vez al cuerpo de baile. Sus ojos estaban fijos en la partitura, intentando recordar ‘el ‘tempo’ exacto que le había dado”.
Stravinski entendió la violencia del estreno como una ruptura con la tradición musical, una entrada traumática de la era moderna. En el público y en la partitura. Menuda ruptura. Nos sabemos si de estilo y forma o de huesos también.
Gabriel Sánchez
Introducción a la Consagración de la Primavera, de Stravinski:
