Buenas críticas para ‘El niño’ de Aramburu
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Prometimos la semana pasada que ahondaríamos en la buena recepción que tenía por parte de la crítica (la establecida, la crítica “con autoridad”, de la que hablaremos después) El niño, la última novela de Fernando Aramburu, un escritor de éxito desde que Patria deviniera en bestseller.
Domingo Ródenas de Moya firma la reseña de BABELIA, y viene a coincidir con la valoración que adelantábamos del crítico de EL CULTURAL, Sanz Villanueva, que decía de Aramburu que, como “avezado” narrador, salía airoso del reto que se había propuesto con El niño, a pesar de los peligros que entrañaba. Lo explicamos: la novela trata de la ausencia “irreparable y clamorosa”, de Nuco, el niño del título, muerto a sus seis años junto a otros 50 que en 1980 perdieron la vida en una explosión de gas propano en un colegio de Ortuella. Se pregunta Ródenas de Moya cómo se novela este dolor sin caer en el riesgo de contar tales consecuencias sin hacerlo con cierto patetismo, o en la sobrecarga de emociones “o, en el peor de los casos, la verbosidad lacrimógena, con sus variantes lírica y dramática”. Otro reto era cómo respetar la “representación veraz y respetuosa de lo ocurrido” cuando el acontecimiento traumático es real, sin “hacer prevalecer el artificio literario sobre la representación veraz y respetuosa de lo ocurrido”. Y sentencia el crítico que Aramburu esquiva ambos peligros y “consigue que su relato discurra con sobriedad y decoro sin perder en la maniobra de contención la capacidad para penetrar en el lector y conmoverlo”. Utiliza Aramburu el relato de la madre y del abuelo sobre el drama, pero introduce además “10 capítulos metaliterarios de palmaria artificiosidad en los que toma la palabra el propio texto como entidad independiente de su creador”. De este modo, el autor alerta de la naturaleza novelesca de su narración y comparte los principios que la han guiado, como acercar con verosimilitud la desolación sin fondo que provoca la muerte de un hijo. “Era difícil novelar sin tonos elegíacos el mundo en ruinas que deja un hijo muerto, pero Aramburu lo ha conseguido”, concluye el crítico de BABELIA.
Miqui Otero se lleva su Orquesta a Alfaguara
Miqui Otero conoció el éxito como novelista en 2020 con su tercera novela, Simón, publicada, como las dos anteriores, por Blackie Books. Ahora llega a las librerías su cuarta obra, Orquesta, en sello nuevo: Alfaguara. En la entrevista que publica EL CULTURAL, dice Otero estar contento porque le haya fichado esta editorial y por cómo han creído en la novela “desde el primer momento”. Además de entrevista, hay reseña del libro firmada por Sanz Villanueva, donde nos cuenta que la acción del relato se centra en un lugar imaginario donde apenas viven 350 personas, a la que acuden 600 visitantes en verano. ¿Una nueva novela sobre la España vaciada?, se pregunta el crítico. Pues no, dice, “en nada coincide con una moda narrativa reciente. Al revés, se encuentra en las antípodas del neonaturalismo y la alarma sociológica habitual en estas obras”. Y le encuentra referentes literarios de prestigio: el bosque mágico de Fernández Flórez, la Fisterra de la visionaria Madera de boj de Cela, e incluso el “primitivismo de las fabulaciones gallegas de Valle-Inclán”. La historia se centra en una fiesta de despedida de un verano amenizada por una orquesta y las anécdotas que se van sucediendo, y en torno a un grupo de asistentes que ofician de narradores, junto a la propia música de la orquesta. Dice el reseñista del autor que “encarna con no poco humor en una verbena popular, un teatrillo local convertido en simbólico teatro del mundo, la representación de los dolores y esperanzas humanas”. Una idea original que se aplaude, pero al que pone un reparo: “la animada peripecia nocturna, demasiado larga, resulta reiterativa. Además, se resiente de un despliegue excesivo de recursos técnicos que sofocan la emoción”.
Dos suplementos, EL CULTURAL y LA LECTURA publican entrevista con Otero. En este último, explica el escritor catalán que quería, “en estos tiempos de realidad sesgada, de algoritmos, burbujas y compartimentos estancos de gustos y opiniones”, cambiar el yo por un nosotros “conflictivo y hasta disonante”. Para ello utiliza un truco que resulta muy operativo: la verbena concluirá con una rifa en la que para participar se pide a los presentes que escriban en un papel un mensaje breve que luego leerá el solista de la orquesta. Esa lectura se va mezclando con diversas canciones. Los mensajes son diversos. Unos están escritos desde el corazón y otros desde el resentimiento… Porque, según el autor, “de alguna manera todos los personajes de este libro tienen motivos para prenderle fuego al Valle (donde transcurre la novela) (…) Lo que demuestra que la nostalgia que sienten y que les pesa, esa sensación de que todo pasado fue siempre mejor y más próspero, no es más que el síntoma de una insatisfacción profunda que nos lleva a buscar desesperadamente algo que quizá no exista”.
De España y su guerra civil, allá por 1936
De eso va La península de las casas vacías, la novela de 700 páginas que ha escrito David Uclés a sus treinta y tres años y le publica Siruela. En LA LECTURA, Juan Marqués dice de ella: “Vaya por delante que La península de las casas vacías es una obra con muchísimas más virtudes que defectos, con más méritos que tonterías, pero en un primer momento molesta un poco su excesiva seguridad, tanto narrativa como ideológica”. Y es que parece que Uclés muestra cierta “altivez” (sic) por lo que el crítico se ve obligado a recordar que “se puede ser ambicioso y `totalitario´ en las intenciones pero modesto en las formas, y conviene que así sea, porque en el fondo no es fácil conseguir nada verdaderamente importante en la literatura si no se parte desde la humildad”. Y le pone algunos ejemplos: El Quijote, Guerra y Paz, Moby Dick…
¿Pretenderá Uclés ser Cervantes o Melville? Veamos. En BABELIA, reseña la novela Nadal Suau, que nos ofrece datos interesantes para saber por dónde va el asunto: “Cuando consultas la contraportada o las notas de prensa divulgadas por Siruela, la propuesta de Uclés resulta marciana en términos generacionales. La península de las casas vacías es una `historia total de la Guerra Civil´, 700 páginas fruto de 15 años de trabajo (es decir, la empezó a los 19), vertebradas en torno a una saga familiar arraigada en un pueblo y con trazos de `realismo mágico´ (sic). ¿Déjà vus que viejunean o regreso al esto-sí-es-novela? Depende: si la descripción le atrae, la novela le encantará. No merece menos”. Pero confiesa Suau que él no es el target ideal del libro: “mis inquietudes van en otras líneas. De hecho, al empezarlo, la prosa parecía confirmar nuestro desencuentro. Es una escritura impecable, ojo, solo que evoca referencias cuya revitalización no añoro en particular. Sin embargo, el despliegue de Uclés (minucioso, exhaustivo, coherente hasta lo obsesivo) alinea a la perfección estilo, trasfondo histórico o moral y arcos narrativos”.
Juan Marqués coincide en su apreciaciones: “En cuanto a la estructura, gracias a la brevedad de las secuencias, la novela es frondosa pero no espesa. Del mismo modo que lo caricaturesco consigue restar gravedad a lo que se cuenta (…) creo que el principal acierto de Uclés es el color de su relato, el tratamiento no tanto de Historia documentada como de las historias pequeñas, es decir, ese `realismo mágico´ del que explícitamente se habla en algún momento”.
Afirma Suau en su reseña que quizá la pregunta clave sea qué agrega un autor nacido en 1990 a la tradición narrativa de la Guerra Civil. Posible respuesta: “dar cuenta de cómo se ha renovado la perspectiva. En la panorámica total que Uclés propone (aquí cabe todo cuanto él considera verdad esencial), los registros mágicos, fantasiosos e incluso abstractos parecen sugerir que la Guerra Civil ejerce de ciclo artúrico fundacional para la España de hoy”.
Y Marqués en la suya viene de algún modo a coincidir en que la desatada imaginación del autor activa un montón de buenas ideas que no despistan de la veracidad fundamental de la novela, lo que es una buena clave. Y concluye: “no sé quién será el Tolstoi que acierte de una buena vez contarnos por entero nuestra guerra, pero estoy seguro de que no será costumbrista, y en esto Uclés acaba de dar un paso de gigante. Pero intuyo también, de paso, que será alguien que escriba a media voz, que no proponga impresionar ni mucho menos atropellar, que no pretenda llevarse `la guerra por delante`…” Que sea menos “altivo”, parece querer decirnos.
Estos críticos tan críticos
Ya en alguna ocasión nos hemos ocupado en este salón de lectura del Patio de la necesidad y circunstancia de la crítica literaria. Las reseñas, de las que aquí hacemos nuestros particular resumen, nos proponen, y nos disponen (o no) a la lectura de unos libros mientras que no nos enteramos de la existencia de otros muchos.
Escribe en EL CULTURAL Ignacio Echevarría (que ejerció con solvencia e independencia la crítica o reseñismo años atrás) sobre esta función que no tardó en considerar que “estaba agotando su recorrido”. Tras haber permanecido “atento a la emergencia de nuevos formatos críticos capaces de adaptarse a las nuevas condiciones en que –si se propone perseverar en su función a la vez orientadora y sancionadora– la crítica debe abrirse camino. Me refiero a formatos susceptibles de refundar tanto el concepto de autoridad que la crítica pone en juego como las estrategias retóricas de las que se sirve para hacerla valer.” Y de esa vigilancia extrae la conclusión de que nada nuevo ha conseguido remplazar de momento el papel que todavía sigue desempeñando el reseñismo convencional: “Intuyo que el núcleo del problema lo constituye la cuestión de la autoridad, que cuesta mucho resolver de un plumazo y que manifiesta ser muy recalcitrante. Intuyo asimismo que esta cuestión de la autoridad permanece ligada a la de visibilidad y representatividad más o menos institucionalizada del medio en que se aloja”. Pongamos como ejemplo los seis suplementos culturales que leemos cada semana y resumimos (a nuestro entender) para ustedes.
No viene mal recordar en este punto lo que dejó escrito el crítico y editor Constantino Bértolo sobre la crítica, refiriéndose a la de reseñas, que calificaba “de batalla”, en la prensa escrita o en los medios de comunicación tradicionales. Decía que necesitaban para su existencia un soporte (el periódico, la revista, la emisora, el canal dispuesto a concederle cobijo material, etc.): soportes que implican capital para comprar la mercancía –el texto crítico– y para llevarla –publicarla, darla a conocer– al mercado literario: “Es decir, es el capital el que, en primera o en última instancia, critica utilizando a los críticos como recurso humano, normalmente sin relación laboral estable. El crítico, en el desarrollo de su actividad, puede acumular su propio capital cultural o prestigio o valor de cambio, pero es también evidente que ese prestigio va a depender del prestigio y la visibilidad que tenga el medio donde sus críticas se publiquen”. Y de tal situación extraía la siguiente consecuencia: “si se ha considerado que el capital `produce´ crítica, es obvio que el capital produce su objeto: el libro, y hasta cierto punto hasta la propia literatura. El conjunto de las editoriales literarias, una industria, en definitiva, tiene el poder para convertir un texto privado en libro, en texto público, condición necesaria, aunque no suficiente, para que un texto pueda llegar a ser considerado literatura a través de la intervención posterior de los agentes sociales e instituciones –la crítica, el sistema educativo, la publicidad, el mercado, etc.–, en los que el mercado delega la capacidad de homologar la cualidad y la calidad de los textos”.
Es decir, la editorial, al publicar un texto, inicia ese proceso de homologación que la crítica, a través de los medios de expresión donde tiene lugar, podrá confirmar, cuestionar o negar: “Por lo tanto, el capital (la empresa editorial) hace una propuesta (el libro) que otro capital (a veces el mismo) valoriza, revelándose así la institución crítica como una institución mediadora entre uno y otro capital, como el lugar donde tiene lugar el diálogo entre ambos.”
-¡Interesante!, exclamó el escritor consagrado.
-¡A que sí!, respondió el joven narrador inédito.
E. Huilson