Semanario Cultural

Literatura de los dioses: Esa luz interior que buscas (para hacerte un selfie)

Quien viera en los telediarios de Viernes Santo a esas pobres criaturas sevillanas vestidas de nazarenos llorar a moco tendido porque no pudieron procesionar a la Macarena o a la Esperanza de Triana, o a esos adultos haciéndose selfies en los templos que las acogen, abiertos para que los penitentes desolados pudieran rendirles veneración, pudo comprobar que no es fácil sortear o ignorar la tradición católica de nuestro país. Algunos de los suplementos culturales, de los que aquí hacemos una lectura particular, tampoco se sustrajeron al fenómeno. Además llegaron a los kioskos coincidiendo con los días más señalados de la Semana Santa. La entrevista a un sacerdote cristiano zen, o un repaso al misticismo español, en sendos suplementos, lo atestiguan. Por ejemplo, Ignacio Echevarría, en EL CULTURAL, dedicaba su columna a “La risa Pascual”. Recordaba que el Domingo de Ramos conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un pollino. “Menos sabido” –explicaba– “es que durante la Edad Media y hasta mucho después, el pollino en cuestión fue objeto de veneración en distintos lugares de Europa”. Ocurrió, en todo caso, por ser pollino de celestial tarea como se recoge en la Historia Sagrada, porque el asno como especie ha sido el animal más apaleado del mundo, según dejó escrito con mucho criterio el mallorquín Cristóbal Serra en su Asnomanía: “Desde tiempo inmemorial pesan sobre el paciente cuadrúpedo la befa y el baldón. Si me apuran, es tan maldito como el demonio, el sapo, el verdugo, la hiena o la holoturia. Razones habrá, dicen unos, de esta maldición, mientras los hay que no se cansan de ponderar su cachaza, su sufrida condición. Del sambenito de la ignorancia no ha podido librarse el pobre y eso que ha dado pruebas de no ser tan romo como se suponía”. (De El viaje pendular)

Dejemos al asno en su apacible condición y ocupémonos de la actualidad literaria. El suplemento ABRIL dedica portada y entrevista al escritor Pablo D’Ors, al que entrevista Elena Pita, y presenta como “nieto de Eugenio d’Ors, hijo de madre alemana, estudió Filosofía y Teología en Nueva York, Praga y Viena, se doctoró en Teopoética en Roma y fue ordenado sacerdote en 1991. Es además un fenómeno editorial inaudito en este siglo XXI, encumbrado por legiones de meditadores o rastreadores del sentido de la existencia, que congregó en torno a su Biografía del silencio. Los contemplativos, su último libro, es una compilación de cuentos dispares y de imposible clasificación”.

A preguntas de Pita, D’Ors se define como “un buscador de la verdad y de la vida”. Y espera que “la escritura y la meditación, la palabra y el silencio, me ayuden en esa tarea. Salvando las distancias, ocupo un lugar afín al de Hermann Hess, que dedicaba más tiempo a contestar a sus lectores que a escribir, que es lo que a mí me está ocurriendo con las dudas existenciales de la gente a raíz de la lectura de mis libros”. Y a partir de ahí, se sucede la entrevista ensartando preguntas y respuestas sobre la meditación, la espiritualidad, la religión e, incluso, el erotismo. Argumenta D’Ors que “misticismo y erotismo son dos caras de una misma moneda: ambos buscan una comunión, la mística, con lo real, y el erotismo, con el ser amado”. Y ante tal afirmación, Pita pregunta: “¿Qué sabe de sexo un célibe y qué sentido tiene hoy el celibato en los `siervos de Dios´ de la Iglesia?”, a lo que el escritor responde: “Nada de lo humano debe sernos ajeno. Y creo que el celibato tiene un sentido profundo: hay personas que sienten que han de empeñar toda su energía en un amor universal y no necesariamente personal, y entregan su vida afectiva a una causa que consideran superior. Aunque creo que no debiera ser una condición obligatoria para los sacerdotes, sí para los monjes y monjas, porque hacen un voto de castidad y se consagran a su comunidad”. 

Sobre el particular hay alguna puntualización a considerar. El papa Lucio III (1181-1185) contestó en una carta al obispo de Meaux la pregunta de una priora de si un joven hermano lego, privado de sus órganos sexuales, según el derecho canónico podía ser ordenado sacerdote. La respuesta fue: “encargamos a Tu Fraternidad por escrito apostólico que investigues con mucho cuidado si fue mutilado por enemigos o médicos, o porque no sabía cómo oponerse a la carga de la carne, él mismo lo hizo. Los dos primeros casos los permiten los cánones, si por lo demás son adecuados; el tercero, dictaminan, hay que castigarlo como crimen contra sí mismo”. (de Hacer hablar al cielo. P. Sloterdijk)

Interroguemos pues al cielo: Theologeion responde

Para resolver las dudas existenciales, desde Homero el hombre miró al cielo. De ahí la teopoética a la que alude D’Ors. Sobre esa poética humana puesta en boca de dioses escribió un interesante ensayo el filósofo alemán Peter Sloterdijk. ¡Hagamos hablar a los dioses!, y estudiemos su estilo, viene a resumir: “Los dramaturgos (`hacedores de acontecimientos´) –todavía ampliamente idénticos a los poetas– habían entendido que los conflictos entre seres humanos que pelean por algo incompatible tienden a llegar a un punto muerto. Con medios humanos, de ahí no hay salida alguna. El teatro antiguo entendió tales momentos como pretextos para la introducción de un ser divino. Como un dios no podía entrar por un lado del escenario como un mensajero cualquiera, fue necesario inventar un procedimiento para poder hacerlo entrar en escena desde lo alto”. Lo consiguieron los tramoyistas teatrales atenienses con una máquina que posibilitó la aparición de los dioses por arriba: “Apo mechanes theos: una grúa giraba por encima del escenario, en cuyo brazo estaba sujeta una plataforma, un púlpito; desde allí hablaba el dios hacia la escena de los seres humanos. El aparato llevaba el nombre de theologeion entre los atenienses”. 

De ese púlpito se bajaron tiempo después los místicos… para que, desde “los pucheros”, Teresa de Ávila escuchara a Dios. En ABC CULTURAL, Karina Sainz Borgo da un paseo por la música, la imagen y la literatura en torno a la espiritualidad que atraviesa estas primeras décadas del siglo: “¿Después de Nietzsche o Heidegger, tras la Revolución Industrial o el advenimiento del mundo digital, podemos ver con otros ojos dentro de nosotros mismos?”, se pregunta. Para buscar respuestas dialoga con varios creadores. Entre ellos, el académico de la RAE y filósofo Juan Mayorga, que defiende que tiene poco sentido actualizar la mística o mirarla incluso fuera de su naturaleza centralmente humana. El autor de la obra La lengua en pedazos, una pieza teatral a partir del encuentro entre Santa Teresa y su inquisidor, argumenta que “la mística obedece a razones humanas no históricas. Siempre es intempestiva. Existe a contracorriente (…).Los filósofos medievales la nombraban con una expresión que luego recuperó la Escuela de Fráncfort con Horkheimer y que alude al anhelo de lo absolutamente otro, al que los místicos se refieren al límite”.

Las distintas voces de Canoas

Ya en tierra, informa Toni Montesinos en la reseña que firma en CULTURA/S que Canoas, el libro de relatos de la autora francesa Maylis de Kerangal, tiene como hilo conductor la voz: “En sus ocho cuentos esa palabra se hace omnipresente, como si en realidad se hubiera llevado a cabo un único texto homogéneo solo separado por los diferentes puntos de vista, en primera persona femenina, que se van sucediendo”. 

A Kerangal la podemos ver en la portada de BABELIA. En la entrevista que firma Álex Vicente cuenta la escritora francesa cómo surgió la idea de poner en primer plano la voz, esa realidad acústica, por encima de la realidad visual: “Pasé el confinamiento en una casa de campo donde no tenía buena cobertura. No podía hablar con mis hijos, familiares y amigos por videoconferencia como hacía todo el mundo, ya que la conexión no era buena, así que pasé semanas llamándolos por teléfono al fondo del jardín. Todo mi contacto con el exterior, durante esos meses, fueron las voces de los demás. Así surgió la idea de dar una forma acústica a la escritura literaria, que es algo que no había hecho antes”. 

De la importancia de la voz subraya cómo cada una de las nuestras reflejan el origen geográfico y social, nuestro sexo y también nuestra edad, pero también los accidentes de la vida: “Tengo una amiga que cambió de timbre y de tesitura cuando perdió a su marido: su voz se volvió cavernosa, sombría, como si estuviera enterrada. Las cuerdas vocales absorben y catalizan las cosas malas que nos pasan. Los llamados espectrogramas demuestran cómo un duelo o una emoción dolorosa cambian la voz”.

Kerangal, autora de notables novelas como Nacimiento de un puente y Reparar a los vivos, es una ferviente defensora de la literatura del siglo XIX, la de Balzac o Zola: “No es que esté muy de moda, pero yo milito por conservar esa mirada social, lo que me ha llevado a describir entornos profesionales en algunos libros, a interesarme por el mundo del trabajo. Hoy se estila más una literatura basada en lo autobiográfico, un género en el que se publican textos remarcables, aunque sus autores también eludan, a veces, la estructura de la sociedad y los mecanismos de dominación entre clases sociales. Por otra parte, la novela del XIX fue muy importante para mí porque me permitió disociarme de lo que solía llamarse literatura femenina”. 

La autora de Canoas camina por territorios distintos a los más utilizados ahora, primordialmente entre escritoras. No la desprecia, pero huye de la autoficción: “En la autoficción, el escritor habla al oído del lector. Es un dispositivo muy directo que, cuando se utiliza bien, puede ser extremadamente intenso; ahí están los libros de Annie Ernaux para demostrarlo. Es verdad que, si la comparamos con la autoficción, la novela está perdiendo su atractivo. Pero, en mi caso, por razones de temperamento, la ficción sigue siendo mi campo predilecto (…) Para mí, en la ficción hay algo prácticamente erótico. El trabajo de imaginación del que solía hablar Baudelaire, el hecho de conectar elementos entre sí encontrando signos que los unan, solo lo encuentro en la novela, un artefacto que permite infinitas posibilidades”. 

Miscelánea final

Se nos acaba el espacio por lo que dejamos para la próxima semana extendernos un poco más sobre las recientes novedades, entre ellas El niño, la última novela de Fernando Aramburu, una narración que parte de un terrible suceso real: la explosión de gas ocurrida en 1980 en un colegio de Ortuella que mató a diez niños y tres adultos. Adelanta Sanz Villanueva en EL CULTURAL que Aramburu, “con el certero instinto narrador avezado que es recrea solo los rasgos generales de la catástrofe, pinta de forma sucinta el horror de las familias afectadas”, aísla un dolor específico y se centra en uno de los niños y sus familiares. 

Y no olvidamos que este martes, 2 de abril, es el Día del libro para niños, y por si acaso nos lo recuerdan varios suplementos con sus selecciones de los mejores libros infantiles publicados… por si tienen que hacer algún regalo.

Si el regalo es para mayores puede interesarle saber que se ha publicado la biografía de Josep Pla escrita por Xavier Pla (no, no es un familiar). El autor, cuenta Julia Guillamón en CULTURA/S, “sostiene que Josep Pla es un personaje fáustico definido por la angustia existencial, un hombre con una gran pulsión individualista, que sacrifica la vida a la escritura”. Y la biografía y el biógrafo, excelentes, según al reseña.

Un sacrificio, el de Pla, me permito añadir a modo de despedida, que nunca le agradeceremos lo suficiente sus rendidos lectores. 

                                                                                                    E. Huilson

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