Relatos con música

Y de regalo, una Obertura

El joven Félix era ya todo un portento. Le llovían los conciertos y su apretada agenda de compromisos apenas le dejaba tiempo para los viajes, algo frecuente en los músicos de la época, que querían visitar países, lugares, paisajes, accidentes geográficos como motivos para la inspiración. Aunque no necesitaba de regalos, pues su familia tenía una posición económica muy desahogada, el joven Felix Mendelssohn aceptó la invitación de un acaudalado aristócrata alemán para visitar una parte de las Islas Británicas que desconocía: Escocia. El anfitrión se llamaba Karl Klingemann y el viaje era un regalo por el veinte cumpleaños del compositor.

Ambos se pusieron en marcha en el verano de 1829. Primero visitaron Edimburgo. Mendelssohn tomaba notas, visitaba monumentos, paseaba por las calles de la ciudad escocesa e iba, poco a poco, embriagándose del ambiente, de los paisajes, de las gentes, de la vida de la ciudad. Y comenzó a elaborar el esbozo de lo que, doce años más tarde, sería su Sinfonía Escocesa

Pocos días después, Klingemann y Mendelssohn partieron en barco hacia la isla de Mull, frente a la costa escocesa. El paisaje le cautivó. Aquella isla, llena de pájaros, donde las olas del mar batían en la roca, alborotando con el ruido el silencio que se dejaba sentir antes de la llegada de la siguiente embestida marina. En otro lugar de la isla, el mar entraba en tierra como si fuera una lengua de plata, en silencio, sin vértigo. 

Pero lo que verdaderamente le fascinó, estaba por venir.

Después de visitar la isla de Mull, la pareja alemana se desplazó hasta la isla de Staffa. El compositor alemán sufrió los rigores de una travesía marina llena de vaivenes, se mareó, apenas salió del camarote. Y verdaderamente, los detalles del accidentado viaje no se reflejan en su diario, lo cual significa que no tenía ganas de transmitir sus sentimientos, alterados, sin duda, negativamente a causa del oleaje, la mala mar y peor tiempo en aquel confín del Atlántico Norte.

Pero, oh, la llegada. Al joven Mendelssohn le impactó el paisaje nada más poner pie en tierra. Inmediatamente se dirigieron a la cueva de Fingal, la más famosa de todo el archipiélago y ya, en aquella época, reclamo turístico, por las maravillas que el visitante podría encontrar en su interior. La cueva tiene una longitud de 70 metros de profundidad y una altura de 22 metros. Está llena de colorido, provocado por los pilares de basalto que se encuentran en el interior. Tal fue el impacto que le causó la cueva que comenzó a escribir música en su interior. Los primeros esbozos de la partitura se los envió a su hermana Fanny, indicándole que eso era lo que se le había venido a su cabeza nada más contemplar el interior de la cueva.

Así nació la composición que conocemos como la Obertura Las Hébridas, una obra dividida en dos partes, de once minutos de duración, que trata de expresar a través de las notas musicales, el valor del paisaje escocés de aquel recóndito paraje. 

En un principio, la partitura iba a llevar por título La isla solitaria. Pero la revisión de la obra en 1832 provocó también la revisión del nombre y definitivamente se decantó por la Obertura Las Hébridas, así, sin más, con el nombre propio de aquel accidente geográfico que tanto le había impactado.

Con este título fue estrenada en Londres el 14 de mayo de  1832 en un concierto en el que también pudo escucharse el Sueño de una noche de verano.

La primera parte de la composición trata de describirnos pinturas o encantos paisajísticos de las islas. Es la que interpretan violas, cellos y contrabajos, y fue escrita en el interior de la gruta de Fingal. La segunda parte hace alusión al movimiento del mar, con aquellas olas majestuosas que el propio Mendelssohn sufrió en su propia carne durante la travesía.

Es una obra de repertorio de todas las orquestas sinfónicas y, aunque se le ha dado el nombre de Obertura, no es tal. Tampoco se la puede denominar poema sinfónico, pues no narra ninguna historia. Dejémoslo simplemente en las impresiones de un músico ante un paisaje único. O  el regalo que Mendelssohn hizo a Escocia, que ya es bastante.

Gabriel Sánchez

La London Symphony Orchestra interpreta en 2017 la Obertura Las Hébridas, bajo la batuta de Sir John Eliot Gardiner:

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