Semanario Cultural

El eterno susto que es la muerte

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS CULTURALES.

¡Ah, la muerte! Se trata de eso, del temido final; ¡qué sugerente tema para estos primeros días de noviembre! En La Lectura apuestan, como tema central, por la muerte, en un amplio reportaje titulado “El eterno diálogo del arte con la muerte”, que firma Javier Blánquez. Considera el autor que “seguramente la muerte sea más atrayente (en el arte) que el amor, porque en los grandes relatos ocupa el último acto, la conclusión fatal en la que lidiamos con miedos e inseguridades”. En los grandes mitos, el héroe muere –Osiris, Cristo, Buda–, pero renace y se transforma, y comienza un ciclo eterno de fin y retorno.

México celebra sus muertos con alegría y desenfreno (Casa de México Madrid/Foto: A. A.)

En estos días evocamos y convocamos a los muertos. En el mismo suplemento, Fernando Palmero trae a colación estas palabras del abulense José Jiménez Lozano: “La vieja cultura cristiana decía y dice que también más allá de la muerte importan los muertos, y cada primero de noviembre recuerda a todos los bautizados o santos, y en ellos a toda la humanidad, viva y muerta”. Dicho esto, no le gusta nada al escritor abulense la celebración moderna de los muertos, transformada en moda, que denominamos Halloween: “Ahora les es suficiente a los hombres meter una vela en una calabaza hueca y hacer bromitas con esqueletos, calaveras y funebridades, que es la ridícula coda de la juguetería fúnebre que fue barroca y romántica y ahora quiere ser divertida y se llama gótica”. 

Por su parte, el filósofo Michel Onfray nos advierte, desde las mismas páginas, que en occidente ya no sabemos morir, y que hay que recuperar la idea de no tenerle miedo a la muerte: “La buena muerte es, para un cristiano, la del creyente que no ha pecado, o se ha confesado (…) para un ateo la buena muerte es aquella con la que tenemos que luchar y que nos lleva mientras dormimos… La mala muerte es la que se prolonga, la que va acompañada de sufrimiento y enfermedad… es la muerte manifestándose ante nosotros mientras aún estamos con vida”.

Indagando respuestas

La Biblia del oso

Desconocemos si tendrá que ver con la interrogación que nos plantea la muerte, pero asistimos a un fenómeno editorial sorprendente en cierto modo: la reedición de textos religiosos (de la Biblia, fundamentalmente) que son editados desde una visión laica, haciendo más hincapié en las virtudes literarias, culturales e históricas, que en su sentido religioso. El tema lo lleva a su portada Culturas (el suplemento de libros y arte de La Vanguardia) con un reportaje a cargo de Álvaro Colomer. Cuenta que “la sorpresa no es que una editorial tan vanguardista por ejemplo como Blackie Books haya decidido apostar por un libro tan poco moderno como pueda ser la Biblia, sino que su Génesis lleve vendidos más de dos mil ejemplares. De hecho, ante la reacción de los lectores, el director de la colección, Pau Ferrandis, ya se está planteando liberar el Apocalipsis y alguno de los Evangelios. Ferrandis atribuye el éxito de su Génesis a la supresión de los dogmas solapados al texto y a la búsqueda del placer estético antes que el teológico”. 

Sobre este fenómeno, el escritor Andreu Jaume, responsable de la nueva edición de La Biblia del Oso, que Alfaguara publicó hace unos pocos meses, aventura esta explicación: “En una sociedad que se ha vuelto decididamente secular y que se ha desembarazado casi completamente del cristianismo, el interés que se tiene por la Biblia quizá sea el mismo que se tiene por la mitología griega. El poder de imponer la religión que tenía la Inquisición ha desaparecido y ahora surge un interés realmente sincero por saber qué fue esa civilización cristiana que ha llegado a su fin”. El reportaje ofrece el siguiente dato: cada año se venden en el mundo 30 millones de ejemplares de la Biblia. 

La muerte como camino a la ficción

Escribe en Abril Marta Marné que “si existiese un ranking de preguntas lanzadas a los novelistas en las presentaciones de libros, charlas o firmas, seguro que una de las que estaría en cabeza sería la de: ‘¿Cuánto hay de ti en este libro?’. Todos creemos ver –o queremos ver– a los escritores detrás de lo que cuentan. Les identificamos con sus personajes y sus vivencias, y siempre sospechamos que ese capítulo en el que lloran, aman u odian de forma apasionada lo han vivido en primera persona”. La autora del reportaje les llama novelas “autogeneradoras”, que serían en las que el autor, además de contar una historia, cuenta su proceso de escritura. Es curioso que de los ejemplos que pone la mayoría tengan que ver con la muerte como drama de fondo.

Así, cita como ejemplos paradigmáticos El adversario, de Enmanuel Carrère y Nada se opone a la noche, de Delphine Vigan. Carrère relata un crimen real, y Vigan nos habla de su madre tras fallecer en extrañas circunstancias. Lo mismo ocurre con los ejemplos citados de novelistas españoles. Mientras Miguel Ángel Hernández en su novela El dolor de los demás relata como su mejor amigo asesinó a su hermana y luego se suicidó. También se evoca Mortal y rosa, la novela que Umbral escribió sobre la muerte de su hijo. Valga la reflexión de uno de los entrevistados para señalar lo que en estas páginas hemos defendido siempre: “Es frecuente que nos acerquemos a los libros por lo que cuentan, pero que nos quedemos por cómo lo cuentan”.

Libros a la espera, libros que se resisten a morir

Hablando de libros, “es difícil hacerse una idea real de la cantidad de libros que se adquieren y no se leen”, reflexiona el escritor Juan Tallón en su columna semanal en Abril. Recuerda una campaña de una biblioteca pública para que los usuarios se llevaran algunos de los muchos títulos que nadie solicitaba nunca en préstamo. Esos libros, dice “están ahí, en el catálogo, como ataúdes a la intemperie. Son miles los libros que no tuvieron una sola oportunidad de salir del edificio, ver mundo, o por lo menos ver apartamentos, sofás, plazas, parques, manos. Se trata de libros que viven huérfanos, sin horizonte”. 

Juan Tallón (Foto Jeosm/Zenda Libros)

Otra cosa son los libros que se compran pero no serán leídos inmediatamente. Es esencial comprar libros que no vayan a ser leídos rápidamente, defendía el escritor y editor Roberto Calasso,  pues “cuando transcurran uno o dos años, o cinco, diez, veinte, treinta, cuarenta años, llegará el momento en que se sentirá la necesidad de leer precisamente ese libro”. Y se recreaba en el encanto del “encuentro de un libro de cuya necesidad no teníamos conciencia hasta un instante antes. El gesto decisivo es el de haber comprado algo, un día, pensando en que su uso era solo hipotético”.

Pero un libro no leído, nunca está muerto del todo, argumenta Tallón. “Para empezar, tiene cierto sentido del movimiento, aun cerrado. La llegada de libros nuevos, o la lectura de algunos viejos, lo somete a desplazamiento. A veces salta de estantería. No se lee todavía, pero no por ello vive anclado. Va de un lugar a otro, aguardando su gran día. No conviene subestimarlo. Su única relación con la inexistencia es que está depositado en algo que se podría llamar Pasillo de la muerte, donde parece que nadie los ve. Pero todo libro representa una modalidad de milagro en suspensión, así que, en cualquier momento, puede ser leído y amado”. 

… y autores que se niegan a ser enterrados

Germán Gullón, en El Cultural, nos trae a uno de estos autores que con sus libros regresan periódicamente del olvido. Se trata de D. H. Lawrence, del que Páginas de Espuma ha publicado el primer tomo de sus Cuentos completos 1907-1913. Sostiene Gullón (apoyándose en el filósofo Yuval Noah Harari) que “vivimos sujetos al comercialismo editorial que vende entretenimiento como literatura, favoreciendo el mercado de los productos del populismo intelectual, desdeñando el influjo del medio ambiente, y se beneficia de la subyugación digital, mientras la influencia social de la literatura parece jibarizarse”. Y para huir de ello nos propone la lectura de Lawrence –“tónico necesario para curar ese acoso”–, pues sus páginas nos acercan al ser humano, a las emociones que nos embargan, y que a veces no sabemos manejar: “este gran escritor consiguió lo mismo que Shakespeare: reflejar las emociones recónditas que alberga el alma, la conciencia. Ninguna ciencia, biológica o digital, consigue duplicar ese conocimiento. La literatura constituye el oxígeno del espíritu, basado en ese extraordinario sistema de signos que denominamos la lengua”.

D. H. Lawrence

Pero no todo fueron elogios los que recibió Lawrence en su momento. Como cuenta Manuel Calderón en La Lectura, con el filósofo Bertrand Russell mantuvo una agria enemistad. El filósofo acusó al escritor de fascista, mientras que Lawrence en su autobiografía escribía de él: “en tanto que yo creía firmemente en la democracia, él había desarrollado toda una filosofía fascista antes de que los políticos pensaran en ello”. El poeta Philip Larkin también le creía fascista, aunque lo consideraba un gran escritor, mientras que el crítico Edmund Wilson, seguidor de las tesis de Marx y Freud, elogiaba la escritura de Lawrence y su obra más conocida, El amante de Lady Chaterley, por ser un renovador del lenguaje en un tema, el de las relaciones sexuales, en el que no existían palabras, excepto las de una vulgaridad soez. También Martin Amis lo considera como el escritor que tuvo el valor de escribir de la vida y desde la vida. 

La tumba más mediática

Tutankamón (National Georgraphic)

El próximo jueves, 4 de noviembre, se cumplirán cien años del hallazgo de la tumba de Tutankamón, descubrimiento que debemos al arqueólogo Howard Carter. A punto estuvo de que no ocurriera así pues quien financiaba las excavaciones en el Valle de los Reyes, lord Carnarvon, a la vista de los escasos frutos obtenidos en las últimas campañas, había decidido retirar la financiación. Carter le pidió una última oportunidad y pudo comenzar una nueva campaña el 1 de noviembre. A los tres días, encontró la cámara donde yacía el cuerpo embalsamado de un faraón del Reino Nuevo egipcio, concretamente el del antepenúltimo monarca de la XVIII dinastía. El Cultural dedica su portada a la impresionante máscara en oro del faraón. Y en sus páginas relata la cronología del excepcional hallazgo arqueológico y sus consecuencias y derivadas en el arte, el cine y la literatura. No se lo pierda.

                                                                                      E. Huilson

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