Artistas sirias (y 2): Azza Abo Rebieh, Diana al-Hadid, Aula Al Ayoubi y Sulafa Hijazi
Si algo tienen en común las artistas sirias Azza Abo Rebieh, Diana al-Hadid, Aula Al Ayoubi y Sulafa Hijazi es su sentimiento de identidad. Su desarraigo, una niñez vivida bajo una dictadura, una prisión por un dibujo, una huida hacia adelante, cada una de ellas refleja en su obra la fragilidad del ser humano y la fortaleza de la esperanza.
Azza Abo Rebieh, la verdad
La artista y grabadora Azza Aboi Rebieh, nacida en 1980 en Hama, una ciudad al norte de Homs, es conocida por sus dibujos y grabados de las compañeras prisioneras que conoció en su paso, primero, por la prisión de la Seguridad Militar, conocida como “sección de la muerte”, y después en la prisión central de Adra. Retratos hechos desde la memoria.
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Damasco en 2002 y especializada en grabado, su proyecto de tesis fue premiado en el Concurso de Grabadores Jóvenes del Museo Ostrobothnian de Finlandia. Sus trabajos, principalmente monocromos, están influidos por los grabados de Goya. Actualmente Rebieh vive en Beirut.
Su paso por las cárceles sirias marcó la obra de esta artista. Una vivencia que describió con precisión el periodista Thomas Abgrall para T5 Monde y que resumimos: Azza Aboi Rebieh apoyó la revuelta siria en 2011, pero antes había llevado una vida sin sobresaltos. Pensaba que el sistema de corrupción y privilegios concedidos a los partidarios del Baaz no podía durar, pero no estaba especialmente comprometida, según declaró. Participa, sin embargo, en las primeras protestas en Damasco. Y dibuja. En 2011, el Museo Británico adquiere uno de sus grabados que explica la humillación del régimen sirio sobre los manifestantes: un hombre se arrodilla en el suelo para besar la bota de un soldado. El grabado viajó discretamente por Beirut antes de aterrizar en Londres.
A finales de 2012, Azza es detenida durante ocho horas tras una manifestación en Damasco. Los militares le ordenan volver al día siguiente, pero ella no se presenta y empieza a vivir clandestinamente, yendo y viniendo a la rebelde Homs o a Douma, donde trabaja en escuelas clandestinas fabricando marionetas para los niños, hasta que la situación se hace insostenible y vuelve a Damasco.
Azza sigue trabajando en la clandestinidad. En 2014 crea un grabado, al estilo Goya, lleno de fantasmas, donde se ven los autobuses verdes que el régimen sirio utilizaba para evacuar a los prisioneros ante una ciudad Homs, de la que solo quedan ruinas. Ese mismo año, el Museo Británico compra otros dos grabados suyos y los expone junto a otras obras de artistas sirios. La artista queda en el punto de mira del régimen sirio.
Un día de septiembre de 2015, Azza Abo Rebieh recibe una llamada de una de sus amigas activistas. Tiene un mal presentimiento, pero acude a la cita en un café de Damasco. Es una trampa. Los moukhabarats (servicios de inteligencia sirios) la trasladan, a ella y a su amiga activista, a la siniestra sección 215 de la Seguridad Militar, conocida como la “sección de la muerte”. Pasa allí más de un mes en una mínima celda con otras 15 mujeres, muchas de ellas pobres y analfabetas. La golpean, la acusan de ‘terrorista’, Azza pierde 10 kilos, en la celda no hay sitio para tumbarse, su familia no tiene noticias de ella. No tiene lápiz ni papel, pero con los hilos de las mantas hace marionetas para inventar historias y pasar el tiempo.
De la Sección 215, Azza Abo Rebieh es trasladada a la prisión central de Adra. La situación es algo mejor esta vez, comparte habitación más grande con otras treinta mujeres. Puede por fin recibir visitas. Sus padres le llevan hojas de papel y un lápiz. En la celda de Adra sus compañeras han oído que es una artista. “Dibújame, quiero verme joven y guapa”, le dicen. Y lo hace.
En enero de 2016, Azza sale de prisión, a la espera de juicio. Su abogado le aconseja que abandone Damasco. Se exilia en Líbano y sufre el dolor de la separación de los suyos. Su psicóloga le aconseja que vuelva a dibujar. “Me di cuenta -explica- de que tenía una responsabilidad. La historia a menudo la escriben los vencedores, y yo había sido testigo directo del infierno de las cárceles del régimen. Quería que la próxima generación supiera lo que realmente ocurrió. Preservar la memoria”.
Durante seis meses trabaja sin descanso, grabando con punta afilada en una plancha de cobre cada uno de los recuerdos que la atormentaban. Produjo una treintena de obras. Una de ellas representa una ballena gigantesca que lleva literas a cuestas en un océano azul. “En Adra soñábamos que un día nos liberarían a todos juntos, que una fuerza exterior nos sacaría de la cárcel”, explica Azza. Todas estas obras se reunieron en la exposición Traces, en la primavera de 2018, en la galería 392Rmeil393 de Beirut.
Hoy Azza ha redescubierto el gusto por la vida y la paleta de colores que la acompaña. En el caballete de su estudio está terminando su última obra: un cuadro en el que una niña mira unas enormes amapolas rojas que crecen a cada minuto. “Estas amapolas me recuerdan a las flores que adornan los cementerios de los mártires”, dice Azza pensativa. La guerra en Siria nunca está lejos.
La obra de Abo Rebieh ha recibido numerosos galardones y se ha expuesto en Damasco, Beirut, París, Roma, Estambul, Sofía, Uzice, Barcelona, Vaasa, Londres, Oslo, Nueva York y Chicago. Su obra forma parte de colecciones privadas y de instituciones públicas como el Museo Británico. “Hay un dicho que dice que ‘la historia la escriben los vencedores’. Si todo el mundo documentara la verdad, podríamos cambiar esta afirmación”, declara la artista. Y no le falta razón.
Estas son otras artistas sirias con una obra completamente diferente, pero bien interesante:
Diana Al-Hadid, el paso del tiempo
La escultora Diana Al-Hadid nació en Alepo en 1981 y con cinco años se trasladó con su familia a Cleveland Ohio. Se graduó en Escultura en la Virginia Commonwealth University (2005). Sus obras se han expuesto internacionalmente y forman parte de numerosas colecciones privadas y de varios museos. Al-Hadid vive actualmente en Nueva York.
Su trabajo muestra una profunda preocupación por el derrumbe inevitable de las grandes construcciones humanas. Se podría decir que habla de la arrogancia del hombre y la destrucción del tiempo. Así realiza enormes esculturas arquitectónicas donde utiliza diferentes materiales, como poliestireno, fibra de vidrio, cera, madera o yeso que crean una sensación de extrema fragilidad en contraste con el tamaño de la construcción de su obra.
El trabajo de esta artista es extraordinario. Consigue crear imponentes esculturas y etéreas piezas murales que evocan la arquitectura clásica y la historia del arte. En palabras del Burlington City of Arts (BCA), “las complejas obras de Al-Hadid superan las nociones tradicionales de pintura y escultura y adoptan oposiciones más elevadas: belleza y decadencia, evolución y entropía, realidad e imaginación”.
Si se contempla, por ejemplo, la monumental Phantom Limb, nos parece a la vez antigua y moderna, feroz y delicada, sientes que crece, pero también que se desintegra. Nos recuerda que no existe un espacio fijo y nos lleva a preguntarnos el lugar que ocupamos en el mundo y los cambios que provoca el tiempo.
Aula Al Ayoubi, el color
Aula Al Ayoubi, nacida en 1973 en Damasco, es una pintora y artista visual siria. Aunque estudió Matemáticas y Ciencias de la Educación en la Universidad de Damasco, su interés fue siempre la pintura. En la actualidad vive y trabaja en Worcester, Massachusetts, USA.
En 2015, participó, junto a otros catorce artistas, en el Primer Encuentro Internacional de Arte Mediterráneo, en Alicante, organizado por Col-lectiu Mediterrani, donde eligió varias obras para representar la falta de libertad de expresión de su país. Siria siempre en su corazón, explicó a la revista Pandora Magazine, que la entrevistó con este motivo.
Sus cuadros se caracterizan por sus ricas texturas, colores brillantes y composiciones meticulosas, con la mujer como protagonista total. La artista utiliza la técnica del collage y técnicas mixtas para dar profundidad a sus obras. Utiliza óleos y acrílicos e incorpora papel de periódico y pintura dorada con pinceladas gruesas y planas. Yuxtapone huellas de manos, formas geométricas como círculos, triángulos y cuadrados. Una obra muy reconocible ya que trabaja siempre con la misma técnica.
En un artículo de la Asociación para la Promoción del Arte Contemporáneo en Siria, Syria.Art, la artista habla de su última serie de cuadros donde las mujeres portan la fruta de la granada. “Estas figuras no son simples mujeres con fruta, sino houris celestiales. Representan mi ciudad de Damasco, con su topografía de calles, ríos, casas, puentes, flores y árboles inscritos en sus cuerpos y rostros”. De nuevo, Siria en su corazón.
Sulafa Hijazi
Nacida en Damasco en 1977, Sulafa Hijazi es una directora y artista visual interdisciplinar afincada hoy en Berlín. En su infancia, Hijazi tenía que llevar uniforme militar a la escuela y aprendió a disparar en caso de que el enemigo atacara. Creció en esas condiciones, donde la violencia y el lenguaje de la guerra están tan presentes, un sentimiento que permanece todavía muy dentro de ella.
Estudió en el Instituto Superior de Arte Dramático de Siria y más tarde en la Academia de Bellas Artes Contemporáneas Städelschule de Fráncfort del Meno (Alemania). Hijazi comenzó su carrera profesional en 1997 como guionista y directora de series de televisión de animación, con especial atención a la educación infantil. También fue miembro del equipo fundador de Space toon, el primer canal árabe gratuito por satélite para niños.
Su largometraje de animación The Jasmine Birds (2009) recibió el Premio Golden/Best Animation en Hollywood, Rusia, India, El Cairo e Irán. Realizada en Siria, la película cuenta la historia de Gaith, un joven pájaro que salva a su familia de la extinción. Se desarrolla en un entorno dominado no sólo por un poderoso enemigo político, sino también por un virus mortal. Realizado en Siria, Hijazi hace una referencia directa a la gloria y belleza pasadas de Damasco, conocida como la ciudad del jazmín. Como gorrión común y huérfano, Gaith representa al hombre común, a la gente corriente, cuyas vidas y preocupaciones no preocupan a quienes detentan el poder. El film escondía una tímida crítica política. Por ejemplo, el protagonista se topa con un grupo de gavilanes, que son aves solitarias, pero que están dirigidos por 700 ministros, lo que refleja con ironía la proclividad de Siria a la burocracia.
En 2010 fundó Blue.dar, una productora de arte digital que comenzó su andadura entre Damasco y Beirut y que ahora tiene su sede en Berlín. No hace ya falta explicar por qué. La guerra en Siria junto con la experiencia de exilio de Hijazi han tenido un profundo impacto en su obra. Su arte explora el concepto de identidades colectivas e individuales y su conexión con la política, el lugar, el patrimonio, la religión y las tecnologías digitales. Sus dibujos reflejan la opresión y violencia de la guerra en Siria.
Sus obras de arte e ilustraciones se han expuesto en varias galerías europeas y algunas de ellas permanecen en el Museo Británico de Londres, la Fundación de Arte Barjeell de Sharjah y el International Media Support (IMS) de Copenhague.
Cuando recuerda su infancia, Sulafa reconoce que estaban “tan restringidos por normas y tabúes sociales que nuestra forma de pensar se convirtió en una forma de pensar militarizada, condicionada al sistema. La revolución me permitió vengarme de mi infancia en el régimen militar”, añade. Sus dibujos quieren mostrar lo que la violencia y la guerra están haciendo a los niños.
Ana Amador