Semanario Cultural

Guía para regalar libros por Navidad

Se acercan las fiestas navideñas y los rituales se repiten un año más en los suplementos culturales: eslóganes que animan a regalar libros y listas para que no nos perdamos en el intento. Así mismo, los sellos editoriales pasan por caja con inserciones publicitarias. Hasta 15 anuncios de editoriales contamos en El Cultural, que publica una lista de 125 títulos de todos los géneros. Algunos menos, 50, recomienda La Lectura, más tres cofres con varios libros de la misma saga, que es un formato al alza. Cuenta Álex Sàlmon en Abril que de la serie de Blackwater se llevan vendidos casi 700.000 ejemplares “y todavía estamos a las puertas de la campaña de Navidad”. La apuesta editorial pasaba por publicar una entrega cada quince días, hasta seis, y a un precio por debajo de los 10 euros. En su día, hace ya más de cuarenta años, el autor de la saga, Michael McDowell, expresó su deseo de que así se hiciera, al modo de las entregas dickensianas, y en su lanzamiento en España la editora Blackie Books respetó el modelo… ¡y les ha funcionado estupendamente!

Volviendo sobre las listas y las inserciones publicitarias, en La Lectura contamos hasta siete, menos que en su competidor El Cultural, pero por encima del resto de suplementos que aquí citamos. Pero como esto no ha hecho más que empezar, nos esperan más listas de libros que regalar y las de “los mejores libros del año”, que es otro modelo de “guía”. Estaremos atentos para contárselo. Por nuestra parte, elegimos las reseñas que nos llamaron la atención, que no deja de ser un modo de ir confeccionando nuestra propia lista, nuestro modesto canon. Y sin publicidad.

La casa limón, una mirada a la Rumanía de Ceaucescu

Corina Oproae (Tusquets)

De esta novela, la primera de su autora, la poeta y traductora de origen rumano, Corina Oproae, con la que ha obtenido el premio Tusquets, habíamos ya leído una reseña de Mercedes Monmany en el penúltimo número de Abc Cultural donde elogiaba su “fascinante lenguaje poético”. 

En la casa de la que habla el título vivía la protagonista y narradora hasta que las autoridades la confiscaron y enviaron a la familia a vivir a un pequeño piso gris que define como “una caja de cerillas donde nos escucharemos los unos a los otros cuando tiremos de la cadena del retrete, cuando resoplemos por la noche y donde nos vamos a oler en todo momento para saber que estamos vivos y no muertos”. Con el fin de parapetarse contra esa “cutrez arquitectónica”, la niña se monta un refugio debajo de la mesa del comedor: “un castillo de libros donde da rienda suelta a su potente fantasía”, según la describe en la crítica que firma en El Cultural Santos Sanz Villanueva. La disparidad de ambas residencias funciona como contraposición de dos realidades: “el mundo opresivo que la rodea y su visionaria inventiva que le sirve de escapatoria”. La autora conjuga ambos frentes, escribe Sanz Villanueva, “de ahí que, en primera instancia, esta ópera prima posea un valor de denuncia de la dictadura de Nicolae Ceaucescu, mencionado con su nombre en violento e intencionado contraste con el carácter fabulístico de la obra”. De hecho, la novela ofrece muchos datos sobre la situación política y social de la Rumanía comunista, con la represión, el hambre y el culto al líder de fondo, donde se ejerce una dura censura y abunda la corrupción. Para ello se cuentan noticias concretas: un escolar desaparecido por reírse del Líder, un cirujano que intenta escapar a Alemania, los nimios sobornos alimentarios, las películas propagandísticas, las peonadas patrióticas, los libros prohibidos o la referencia expresa a la terrible Securitate, con las que se ofrece una imagen de despotismo hasta provocar un miedo paralizante. Y en ese marco, relata también el dolor privado por la demencia del padre, varios episodios violentos, una violación, mediante los cuales la autora “recrea un mundo muy oscuro, duro y angustioso. Pero con esa inclinación suya a las dualidades, lo contrapesa con un largo muestrario de solidaridad, la multiplicada bondad de los parientes siempre dispuestos a acoger y mimar a los suyos. Se ofrece, de este modo, una imagen poliédrica de la vida, amarga y a la vez positiva”. Y como cierre, “la rebelión popular contra Ceaucescu y su ejecución”. No es un final que le haya gustado al crítico, pues “pone un broche explícito y aleccionador a una historia cuyo gran acierto está en su atmósfera onírica llena de sombras y luces. A esta perspectiva etérea se debe la originalidad de un relato centrado en un asunto bastante trillado, las dictaduras. Ello lo hace diferente a tantas otras recreaciones”. También señala como deficiencias algún “descuido gramatical” y que el punto de vista de la narradora aparezca un tanto confuso al conjugar la mirada inocente infantil y la retrospectiva del adulto.

Niñas para narrar el declive comunista

Lea Ypi en la Biblioteca Británica (Wikipedia)

Al hilo de la publicación de La casa limón, Andrea Aguilar (Babelia) escribe sobre cómo tres autoras han elegido a niñas como personajes para relatar la caída de regímenes comunistas en la Europa del Este. Así lo hizo en su novela Libre la albanesa Lea Ypi, un fenómeno editorial internacional en 2023, y la bielorrusa Natalia Litvinova en Luciérnaga, premio Lumen 2024. 

Aguilar ilustra su crónica con pasajes iniciales de cada una de estas tres obras: “Mientras en la tele mostraban a un hombre rompiendo a martillazos el muro de Berlín, mi madre y sus amigas sacaban de los baúles las cortinas de seda, las sábanas y los manteles de encaje que les habían dado sus madres para que pasaran de generación en generación. Y con esa tela nos cosían ropa a nosotros, sus hijos, todavía sin memoria” (Luciérnaga); “Es posible que Stalin amara a los niños. Es probable que los niños amaran a Stalin. Lo que es seguro, segurísimo, es que yo nunca lo amé tanto como en aquella húmeda tarde de diciembre” (Libre); “El chico nuevo que se sienta delante se levanta y nos dice que nuestro Gran Dirigente, el que nos mira desde el cuadro que cuelga en la pared encima de la pizarra, solamente tiene una oreja” (La casa limón).

Natalia Litvinova (Penguin Libros)

Se cuenta la caída del comunismo desde un mundo íntimo y doméstico de la infancia. Esto les permite “hablar de asuntos controvertidos”, pues son “personajes ingenuos que no tienen opiniones propias”, explica Lea Ypi, en su conversación con la autora del reportaje. Explica Aguilar que estas nuevas novelas “reivindican con plena fuerza que lo personal es político, y la memoria ficción, y sus autoras citan a Agota Kristof como referente”. En el caso de La casa limón y Luciérnaga están escritas en castellano, mientras que Libre fue redactada en inglés, idiomas que no son en el que transcurrieron los hechos que su escritura evoca. Sobre este punto, Oproae cuenta que “haber dejado el país en que creciste y luego el idioma para escribir la novela te coloca en un lugar distinto de quienes escribieron después de la caída del comunismo y allí mismo”. La rumana lleva más de 30 años fuera de su país, “y algo que he advertido es que la falta de información es monstruosa. La gente vive con una especie de amnesia”. Algo parecido cuenta Litvinova, que eligió una voz infantil para volver sobre una historia sobre la que sus familiares guardaban silencio: “Se caía el comunismo y yo no entendía lo que era, y ahí surge la mirada poética sobre un hombre que había absorbido sus miedos y traumas. Fui niña cerca de Chernóbil, y cuando se disolvía un imperio y unos ideales; en aquel momento en que llegaba comida y música importada y había un total desconcierto. Ese no saber me ayudó”. 

Piedad Bonnett, La mujer incierta

El Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, considerado como uno de los más importantes del mundo, que otorga la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional, tiene por objeto premiar el conjunto de la obra poética de un autor vivo que, por su valor literario, constituya una aportación relevante al patrimonio cultural común de Iberoamérica y España. Creado en 1992, este año, en su XXXIII edición, se le concedió a la escritora colombiana Piedad Bonnett, de la que se acaba de publicar en España La mujer incierta, “un trabajo de fondo autobiográfico”, que reseñan esta semana en El Cultural Ascensión Rivas y, en Abc Cultural, Diego Doncel.

Piedad Bonnett (Penguin Libros)

Viene antecedido de cuatro citas que arrojan luz sobre su significado, explica Rivas: “La primera, de Sartre, esperanzadora y clarificadora, se refiere a la capacidad de los seres humanos para modelar sus vidas, a pesar de los obstáculos de base que puedan atenazarles. La segunda, de Margarita García Robayo, alude al paradójico carácter ocultador de la escritura confesional. La tercera, de Jean Améry, incide en la falacia del recuerdo veraz (`quien recuerda miente´, dijo Caballero Bonald con la misma intención) y la cuarta, de Jacqueline Goldberg, confirma lo que es un secreto a voces: que toda existencia es difícil.” 

La mujer incierta es un libro de memorias que reconstruye la andadura de su autora, todas sus encrucijadas como mujer, todos sus rostros. “Uno se acerca a esta escritura, en prosa o en verso”, escribe Doncel, “como el que se acerca a un álbum de recuerdos en el que quedan reflejados los momentos estelares de su biografía: la infancia y todos aquellos derrumbes infantiles, la figura intransigente del padre, los cuidados, la culpa o la vejez de la madre, el amor y el erotismo como grandes continentes capaces de dar sentido a una vida, el suicidio de su hijo como una herida desde la que no dejan de aparecer fantasmas…”. De aquel suicidio de su hijo Daniel nacería el libro Lo que no tiene nombre, un libro conmovedor del que Luis García Montero escribió: “La gran literatura convierte la historia personal en una experiencia humana colectiva. Por eso este libro habla de la fragilidad de cualquier vida y de la necesidad de seguir viviendo”.

En La mujer incierta también se nos habla de una intimidad fracturada, de una tragedia íntima y de una conciencia que padece el sinsentido del mundo: “la vida está presa de la incertidumbre, como si la incertidumbre se convirtiera en el principio que rige todo lo cotidiano y todo lo familiar, es decir, todas esas biografías en conflicto, en tensión a la que llamamos familia y que llamamos literatura”, explica Doncel.

A la vez, el libro da testimonio de toda una generación de mujeres que se tuvo que guardar bajo capas de silencio; hace caer las máscaras de lo que llamaban los pecados, la mala conciencia. Todo ello desde, “una literatura tan valiente, tan honesta que cada página es una sacudida. Es, por eso, el testimonio de una lucha y el testimonio de una búsqueda”, escribe Doncel. “Bonnett medita sobre asuntos que confluyen en un punto de fuga: la forma femenina (y feminista) de estar en el mundo”, concluye, por su parte, Ascensión Rivas. 

A modo de posdata

Ayer se cerró en Guadalajara (México) una nueva edición de la Feria del Libro (FIL). Abc Cultural dedica su portada y un reportaje elaborado por Bruno Pardo Porto a analizar la salud del puente cultural entre España y América y entre los propios países americanos: “Hoy es más fácil llevar un libro de Madrid a Quito que de Bogotá a Quito”, cuenta Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma. Es solo un ejemplo de lo que se habla en dicho reportaje, centrado principalmente en la industria editorial. 

Cartel de la FIL

En un artículo aparte, la periodista y escritora Karina Sainz Borgo define la FIL como “una nación (…) En sus predios, la lectura equivale a ciudadanía y la nacionalidad mana de los libros. No importa de dónde vengas, en Guadalajara siempre serás lector. Justo por ese motivo, porque en Jalisco el ‘demos’ es bibliófilo, la participación de España como invitada de honor ha tenido algo de rígido, hipoalergénico y a ratos impermeable”. 

Esta percepción la explica aludiendo a que España mostró “pocas ganas de nadar en el océano que forman cinco siglos de historia y ochocientos millones de hablantes. Centrada en temas abstractos y enunciados de singularidades –lo femenino, la ruptura, la escritura como lazo o hecho individual–, España desplegó una reflexión estanca y desordenada”. A su juicio, tanto en el diseño de las mesas como en su formulación, la proyección del discurso literario de los autores españoles más elocuentes acabó por parecer algo marciano (sic). Y denuncia que el medio donde escribe, haya sido por descuido, desconocimiento, pereza o, lo que sería mucho peor, por convicción, no fuera invitado  a participar en una mesa dedicada al periodismo literario español:  “la ausencia de Abc Cultural, uno de los dos suplementos de mayor antigüedad y prestigio en la materia de España, resultó inexplicable”. 

Se refiere Sainz Borgo a la mesa que tuvo lugar en el pabellón de España bajo el título “Encuentros (y desencuentros). Periodismo cultural en la era del exceso”, en la que participaron Juan Cruz, Sergio Vila-Sanjuan y Jordi Amat, con Eva Urúe como moderadora. A Cruz lo leemos en Abril, Vila-Sanjuan dirige Cultura/s y Amat escribe a menudo en Babelia. Por cierto, ese mismo día, el jueves 5, unas pocas horas después se celebró otro acto que llevaba por título “Cruce de caminos. Periodismo y literatura”, en el que participaron como ponentes Javier Cercas, Pepa Bueno y Jordi Gracia. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

                                                                                                                E. Huilson

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