Adicción a la música, no al tabaco
Suena la música y enseguida identificamos la melodía con una marca. Es el valor y la perversión de la publicidad. Pero no todo sucede en los despachos de los publicistas, que llegan a dar con la clave para vender mejor el producto después de una tormenta de ideas. A veces, la idea ya ha sido desarrollada, y el publicista se apropia de ella o la toma prestada, como quieran, haciendo que el hipotético consumidor quede atrapado, enganchado, seducido por unas notas musicales, una imagen, un eslogan.
John Sturges tenía una gran idea: convertir un clásico del cine japonés, Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, en un western. Para ello, reunió a un elenco de actores de primera fila. Y como guionistas contó con la colaboración de William Roberts y Walter Newman. Sólo había que adaptar la idea del japonés al Oeste. No era tan difícil. Además, actores de la talla de Yul Bryner, Charles Bronson, Eli Wallace o Steve McQueen echarían el resto para que el film fuera todo un éxito. Faltaba la música. Tampoco eso era un problema. Sturges recurrió a su músico de cabecera, el autor de bandas sonoras de western que habían triunfado en todas las salas: Dimitri Tiomkin. El músico era el autor, entre otras, de la banda sonora de Solo ante el peligro, El Álamo, Duelo al sol o Los cañones de Navarone. Estuvo nominado una veintena de veces a los premios Oscar y consiguió uno por Solo ante el peligro.
Las primeras desavenencias entre Stugen y Tiomkin llegaron cuando el músico le propuso al director una canción con letra para los títulos de crédito, a lo que el responsable del proyecto se negó. La discusión subió de tono y finalizó cuando Tiomkin se marchó del despacho de Sturgen dando un portazo. Se acabó la relación. Había que buscar un nuevo compositor para la banda sonora. Y se recurrió a Elmer Bernstein, nada que ver con Leonard, con quien tan sólo comparte el apellido judío.
Bernstein compuso la banda sonora para la película, introduciendo por primera vez elementos sonoros que nunca se habían escuchado en una película del Oeste y que fueron interpretados por una orquesta sinfónica. La película se estrenó en 1960 y la banda sonora fue candidata al Oscar en el año 1961. Pero el compositor se fue de vacío. Ernest Gold, un austriaco nacionalizado estadounidense se llevó la estatuilla ese año por la banda sonora de Éxodo.
El tema principal de Los siete magníficos, que se repite a lo largo del film en sus distintas variaciones, arreglos, tonos y ritmos, no pudo ser comercializado hasta 30 años después del estreno de la película. El motivo lo van a comprender rápidamente y entenderán también por qué el inicio de este relato: la compañía de cigarrillos Marlboro compró los derechos de autor de la partitura para poder emitirla en los anuncios de su marca. Hubo varias versiones del spot publicitario, todas ellas con la música de Bernstein como fondo. Y el atractivo vaquero fumando, la cajetilla bien visible, al tiempo que una voz en off, por encima de la música te invitaba a consumir el producto. Cada vez que escuchamos la partitura, nos retrotraemos inmediatamente a la escena publicitaria, olvidando su origen. Ese es el valor –repito- y la perversión de la publicidad.
Bersntein comentó en alguna ocasión que si, en vez de vender los derechos, hubiera recibido 50 centavos cada vez que se emitía su composición por radio o televisión, se hubiera hecho multimillonario.
En 1990, la orquesta filarmónica de Phoenix grabó la banda sonora y pudo ser comercializada en disco. Había finalizado el periodo de exclusividad de la marca de cigarrillos.
Y un último detalle para los curiosos: la orquesta que grabó la banda sonora para la película, tenía como pianista a un tal John Williams , todo un Superman o un Indiana Jones de la música de cine. Se empieza por abajo, sentadito frente a un piano y se llega a la cima volando…
Gabriel Sánchez
La Orquesta de Temple Square de Utah interpreta el tema de Los siete magníficos, de Elmer Bernstein, durante el concierto del Día de los Pioneros en 2015:
Bonita historia para una de las mejores sensaciones de la historia del cine; un vaquero, un galope y la música como imagen. Un tres en uno